"G
racias a la buena literatura, o más bien a la literatura que sea buena para nosotros, podemos vivir con la literatura en el cuerpo" (Ruy Sánchez).En Con la literatura en el cuerpo, Ruy Sánchez, parece estar cálidamente platicando con nosotros sus propias experiencias, sus paseos narrativos, sus viajes al interior de esa melancolía que recorre la unión entre la literatura, el arte y la vida. De inicio, el libro es un homenaje a su maestro Roland Barthes, del que fue alumno. La distinción hacia Barthes, se inicia de esta manera:
Hace algunos años, en una universidad de París, un hombre que impartía un curso sumamente formal sobre la literatura romántica alemana, se vio sorpresivamente sacudido por un amor implacable, radical, absoluto. Estaba de pronto viviendo a muy alta temperatura uno de esos trastornos románticos que fríamente analizaba en clase. Ese hombre, que era entonces uno de los más prestigiosos teóricos del análisis semiológico universitario, movido por el sacudimiento amoroso que entonces gozaba y sufría, decidió hacer algo inusitado en el medio universitario. Un acto que equivalía a una negación pública de las certezas del gremio que era suyo.
A mitad del curso transformó completamente sus puntos de vista, sus instrumentos, sus referencias, e introdujo en todo lo que escribía para su curso una buena parte de lo que estaba viviendo. De pronto una escena real de celos, o una súbita fascinación amorosa, vividas recientemente, se mezclaban con narraciones e ideas de Goethe o de Novalis. Una conversación de ayer era tan válida y citable como un libro erudito. Porque en vez de analizar exclusivamente la literatura romántica alemana, lo que estaba analizando de hecho era el lenguaje del amor. De aquel curso surgió más tarde un libro que ese profesor, Roland Barthes, llamó Fragmentos de un discurso amoroso.
Es una debilidad extrema de los que quedamos ante la desaparición de alguien, ésta de buscar hacia atrás las huellas más profundas de lo irreparable. Modificar inevitablemente en nuestras impresiones el sentido de lo que ya fue para ponerlo al servicio de lo que ya no podrá ser. Hay en la violencia de la muerte que nos rodea una desgarradura que se unde en el pasado para nombrar, con el ruido de su quebranto, la imposibilidad de un futuro. Como si ante la ausencia de ese futuro necesitáramos del estruendo de las palabras ya dichas para llenar con urgencia ese hueco, ese silencio que se abre hacia delante.
Creo que todos hemos sentido esta melancolía ante determinadas experiencias, por ejemplo las de viaje. A mi me sucede que al llegar a mi destino siempre creo estar soñando. Miro la ciudad que visito y me quedo deslumbrada ante la belleza del lugar y quisiera que mis ojos fueran una cámara fotográfica viva para guardar conmigo cada detalle de lo mirado y tenerlo presente para toda la vida. Es curioso cómo la memoria guarda particularidades inexplicables sin saber por qué es así. Resulta natural recordar El Teide, el Danubio, el malecón de La Habana, el Estrecho de Gibraltar, el Sahara, el color de la arquitectura de Marrakesh o de Viena, las calles serprentineadas de Guanajuato, las pirámides de Teotihuacán, y todo lo destacable que podemos recoger a nuestro paso por otros espacios. Pero tener fijo el recuerdo de alguien que solo pasó frente a nosotros unos segundos como un vendedor de helados en una playa y su cantaleta característica anunciando su producto o aquél recepcionista con uniforme en una aduana, resulta extraño. ¿Por qué es así? Seguro nuestros sentidos tienen la respuesta.
Qué cierto es que cuando uno llega a un lugar se siente el "movimiento afectivo de la ciudad como un murmullo incubándose en todos los gestos y en las esquinas". Cuando Rilke llega a París en 1902, nos cuenta Ruy Sánchez, "instalado en un miserable cuarto de hotel de un barrio de estudiantes, escuchó nítidamente ese canto" y le afectó tanto su ánimo que dos años después de su primer contacto con París, comenzó a recoger sus primeras sensaciones e impresiones "dispersas en cartas y diarios para elaborar la historia de Malte Laurids Brigge: un poeta nórdico de 28 años que llega a París y sucumbe, dejando sus cuadernos de notas como único testimonio de su ocaso".
La vida y la literatura tienen más encadenamiento de lo que pensamos. Ruy Sánchez, apunta un ejemplo en el que yo siempre he pensado: al estar en Notre Dame ¿se puede dejar de pensar en el suicidio de Antonieta Rivas Mercado frente al altar de la virgen de Guadalupe? Al menos para quien conozca la importancia de esta intelectual en la historia cultural de México, sería imposible. En la escritura de quien percibe el "movimiento afectivo de la ciudad" es seguro que encontramos esos ecos de su propia vida, bastaría con recordar la obra de Kertész, Márai, Déry, Gide, Flaubert, y tantos otros. Es la melancolía como la de Rilke, la que muchas veces se convierte en una obra que viene a ser su mapa afectivo, como lo es este libro para Ruy Sánchez:
Con la melancolía en la punta de los sentidos, con la literatura como escala ascendente, por mis propios caminos y maneras, por mi propio cuerpo, comenzó a definirse el carácter de este libro. Para quien lo lea será evidente que este autor que habla tantas veces desde la melancolía que es innecesario enfatizarlo. Claro, sin excluir la paradójica realidad que tan bien expresaba Víctor Hugo al escribir que la melancolía es muchas veces la alegría de estar triste. Porque la melancolía de la literatura es búsqueda, una trayectoria anhelante desde las entrañas. Como ensayista de la melancolía, me paseo por el mundo ensayándome en diferentes materias, temas, libros, autores (...). El ensayo está lleno de vida porque en él está la vida del ensayista, su cuerpo.Y en este libro vemos su vida a través de sus textos sobre Pier Paolo Pasolini, Italo Calvino, Marguerite Yourcenar, Beckett, Frisch, Shostakovich, Zamiatin, Orwell, Istrati, Herlinh, Dostoievski, Solzhenitsyn, Foucault y, por supuesto, Rilke y Barthes.
Alberto Ruy Sánchez, Con la literatura en el cuerpo. Historias de literatura y melancolía, segunda edición (México: Universidad del Claustro de Sor Juana / Taurus, 2008).
Lo buscaré esta misma tarde en una librería.
ResponderBorrarMe muero por leerlo.
Gracias por la recomendación.
Haber sido alumno de Barthes debió de ser maravilloso. Se percibe el afecto que le profesa, y es totalmente lógico y entendible, esto es tener un gran maestro.
ResponderBorrarMe gusta la manzana :DD
ResponderBorrarSaludos Magda.
Muchas gracias por sus comentarios.
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