Los procustos en tu día a día
Para reconocer mejor la figura del Procusto a tu alrededor deberás tener en cuenta que los habrá que ejerzan su visión de forma consciente, pero también quienes ni siquiera sepan lo que están haciendo.
Inconscientes de sus actos:
Les afecta emocionalmente cuando otra persona tiene razón y ellos no.
Creen que son empáticos pero, en realidad, juzgan desde su egocentrismo las reacciones de otros.
Suelen hablar de trabajo en equipo, escucha, tolerancia, intercambio de idea… pero siempre como argumentos para ser escuchados, no para escuchar.
Conscientes de sus actos:
Tienen miedo de conocer a personas a las que les va bien, son proactivas, tienes más conocimientos, capacidades o iniciativas que ellos. Si lo encuentran, les invade una sensación de desconfianza y malestar.
Enfocan sus energías en limitar las capacidades, creatividad e iniciativa de otros para que no queden en evidencia sus propias carencias.
Son capaces de modificar su posicionamiento inicial si, con ello, deslegitiman al otro.
Suelen buscar la complicidad de otros para, entre todos, acabar con aquel que destaque más que ellos.
La incapacidad para reconocer como válidas ideas de otros, el miedo a ser superado profesional o personalmente por otros, la envidia… todo ello nos puede llevar a eludir responsabilidades, tomar malas decisiones y frenar las iniciativas, aportaciones e ideas de aquellos que pueden dejarnos en evidencia.
Hablamos del síndrome de Procusto, un nombre de origen mitológico que retrata una figura que suele observarse en todo tipo de contextos y resulta nefasta para cualquier organización o sociedad. La propia definición del síndrome de Procusto ya deja claras sus negativas consecuencias: “lo padecen aquellos que cortan la cabeza o los pies de quien sobresale”.
¿Dónde nace este mito?
En la mitología griega, Procusto era un posadero que tenía su negocio en las colinas de Ática. Procusto tenía su casa en las colinas, donde ofrecía posada al viajero solitario. Allí lo invitaba a tumbarse en una cama de hierro donde, mientras el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho. Si la víctima era alta y su cuerpo era más largo que la cama, procedía a serrar las partes del cuerpo que sobresalían: los pies y las manos o la cabeza. Si, por el contrario, era de menor longitud que la cama, lo descoyuntaba a martillazos hasta estirarlo. Según otras versiones, nadie coincidía jamás con el tamaño de la cama porque Procusto poseía dos, una exageradamente larga y otra exageradamente corta, o bien una de longitud ajustable.
Procusto continuó con su reinado de terror hasta que se encontró con el héroe Teseo, quien invirtió el juego y retó a Procusto a comprobar si su propio cuerpo encajaba con el tamaño de la cama. Cuando el posadero se hubo tumbado, Teseo lo amordazó y ató a la cama y, allí, lo torturó para “ajustarlo” como él hacía a los viajeros. Le cortó a hachazos los pies y, finalmente, la cabeza. Matar a Procusto fue la última aventura de Teseo en su viaje desde Trecén hasta Atenas.
El significado del lecho de Procusto
La literatura universal ha utilizado frecuentemente esta figura desde la antigua Grecia y muy pronto se aplicó a diferentes entornos como la familia, sociedad, la empresa o la política. Básicamente, Procusto se ha convertido sinónimo de uniformidad y su síndrome define la intolerancia a la diferencia. Así, cuando alguien quiere que todo se ajuste a lo que dice o piensa, lo que quiere es que todos se acuesten en el “lecho de Procusto”. También aquellos que cogen tus sueños y los adaptan a sus limitaciones mentales para decirte que no se puede, que eres un iluso y que nunca alcanzarás lo que te propones.
Aquí la fuente y un video (a la mitad de la página): Síndrome de Procusto.
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