La novela corta, El jardín de las tumbas vacías es del ensayista, narrador, poeta y traductor mexicano, Agustín Cadena. Está publicada por Cipselas: México, 2020. Con ilustraciones de María Fragoso.
En este momento recuerdo las palabras de Umberto Eco: "Ciertas novelas se vuelven más bellas cuando alguien las cuenta, porque se convierten en ‘otras' novelas". Estoy segura de que lo que yo comente sobre la novela no la volverá más bella, es imposible, sólo deseo tener el placer de comentarla con todos ustedes.
El jardín de las tumbas vacías, leemos en la portada. El título (o paratexto) rodea el libro, nos hace detenernos y desde ahí presentir cuál será la configuración del relato. ¿Es sobre muertos? ¿sobre panteones? ¿sobre jardines donde no hay muertos enterrados? En ese momento en el que estamos preguntándonos todo esto, vivimos un intercambio de tres intencionalidades: la del autor, la de la obra y la del lector. Al conocer el título nos hacemos conjeturas sobre la intención de la obra, pero no queremos que nuestra interpretación resulte aventurada. Este título nos persuade y su persuasión nos lleva a adentramos a una novela contada en primera persona: es el narrador-personaje quien nos cuenta su propia historia, una historia que conoce muy bien pues participa en ella. Nos la cuenta con sus propias palabras, nos relata lo que hace, piensa, siente, observa y sueña o cree que sueña.
Voy a detenerme unos instantes en la descripción de las acciones para descubrir esta estructura del universo representado y comprender más claramente la intencionalidad del relato: Desde el castillo, que es el aquí y ahora narrativo, el Narrador-Personaje nos informa que él y su pareja, Luisa, un día soñaron venir a conocer este castillo, lo tenían como la opción ideal para una luna de miel si llegaban a casarse. Pero, finalmente, ya no hubo matrimonio ni viaje ni hallaron una razón para seguir juntos, por el contrario, están por separarse, y la idea de separarse fue precisamente de él. Ella, en cambio, propone hacer un viaje de despedida precisamente al castillo, era el último regalo que se iban hacer el uno al otro. Y hacen un trato, “terminadas las vacaciones, cada quién haría su vida”. El Castillo está en medio de las montañas, posee ese “esplendor lánguido del viejo imperio”, se nos dice, es un hotel rodeado de coníferas donde “por sus alfombras se arrastraban pasos ya idos, ecos sofocados, roces de crinolinas”. También, se destacan las historias de fantasmas que lo habían hecho famoso.
La narrativa de Agustín Cadena siempre me ha parecido prosa poética, recuerdo, por poner un ejemplo, cuando en una de mis novelas preferidas de su autoría, La casa de los tres perros, nos describe las emociones de esos jóvenes fantasmas que habitan en el edificio, un edificio donde conviven vivos y muertos. La descripción de esas emociones es realmente un poema. En esta novela que nos ocupa, es como si pintara las palabras: detalla la forma, el tamaño, la impresión que un objeto o un aroma le produce al personaje, y lo hace poéticamente, leemos: “Llegamos aquí a finales de agosto, cuando más verdes se veían las montañas, el lago lucía un hermoso color menta, y la avenida de castaños que llevaba al castillo estaba llena de follaje. Por todas partes había flores: macizos de petunias y geranios, campánulas. Los rododendros eran un incendio de flores rojas, rosas, anaranjadas, amarillas...” (6). Nuestros sentidos se abren al leer esto, podemos percibir el olor, ver los colores, sentir la suavidad de las flores, esa belleza del lugar como si estuviéramos ahí junto al personaje que nos comparte su percepción. Las emociones entran a nuestro interior porque son una acción estética que viene desde la literatura directa hacia nosotros.
Los protagonistas, son una pareja de mexicanos, los dos hijos mimados de parejas ricas y que odian a sus padres pero que no odian el dinero de esos padres. Estarán en el Castillo por tres meses, durmiendo cada uno en su lado de la cama, con rutinas establecidas para estar claros y establecer distancias. Los primeros días no fueron fáciles para ellos, pero después de unas semanas sobrevino lo que se podría llamar una reconciliación: pasan más tiempo juntos en las sobremesas, y hasta le surge a él la idea de pintar un retrato a Luisa. Un día, mientras hace esta tarea, escucha la voz de un niño pelirrojo, de unos 9, 10 u 11 años, Alex. El niño mantiene una breve conversación con Luisa, y le regala una pelota de golf que traía consigo.
Antes de continuar, hablaré brevemente de los personajes. Respecto a Luisa, es el N-P quien nos detalla cómo es: una mujer observadora, expectante, con una sensualidad ya de tiempo ahogada, con vestidos largos y tétricos, que no sabía quién era, narcisista, una déspota encantadora que había tenido un hijo a los 17 años y que había muerto, que se ha pasado bebiendo todas las noches, bella, con la mirada preñada de tristeza y con el instinto maternal atrofiado. Él: es pintor, no le gustan los niños, es anafrodita, le gusta acompañar a una mujer que va de compras, le harta todo eso que va con el amor (la curiosidad por la vida del otro, la ternura convertida en hábito, los sueños, etc.), y es un hombre al que no le gustan los besos porque le parecen asquerosos.
Con toda esta carga configurativa, una noche Luisa propone bajar al pueblo y emborracharse juntos. Caminan por toda la orilla del lago y cuando son poco más de las 11 llegan al primer antro: The Sick Rose (la rosa enferma, en español). Quiero destacar, que es interesante que el nombre del antro es el nombre de un famoso poema de William Blake. Las intertextualidades e interdiscursividades en la obra de Agustín Cadena, las vamos a encontrar mucho, hay que estar atentos a ellas.
En este bar conocen a una pareja gay, italianos, que les cuentan algunas historias de fantasmas que han hecho famoso al hotel, como aquel “flautista que subía al elevador junto con los huéspedes, especialmente si iba uno solo; tocaba una música rara y silenciosa, como la que se escucha en los sueños cuando sueña uno con música. Se bajaba en algún piso y se iba por los pasillos tocando esa flauta que nadie oía”. O aquella “suite de la cual salía a veces ruido de fiesta: música de radio de la época de la guerra, voces de hombres que conversaban animadamente, risas alegres de mujeres embriagadas, chocar de copas, tintineo de cubiertos. Pero no había nadie adentro; la administración llevaba años de no dar esa suite a ningún huésped”. Estas historias ponen nerviosos a nuestros protagonistas, salen del bar temblando. Es una noche muy agradable para los dos, la pasan bien. Es entonces, cuando el N-P empieza a hacer una analepsis y recuerda cómo se conocieron en aquella galería de la zona rosa y qué fue lo que le llamó la atención de Luisa. Mientras recuerda, por fin él termina de pintar el cuadro donde aparece ella.
En esta novela, como en otras obras del escritor, ya lo he dicho antes, sentimos vibrar la naturaleza humana, los sentimientos de seres que anhelan amor, compañía, comprensión, que pueden padecer, como Luisa, la indiferencia y frialdad de un anafrodita que, al carecer de apetito sexual, puede llegar a ser cruel y frio ante las necesidades de su pareja. Luisa, nos dice él: tenía “un dolor que no cesaba, un dolor sordo, estancado. Era como si ella hubiera decidido ya no dejarlo ir. Se había instalado en sus ojos, en su sonrisa y la había cambiado toda”. No obstante, Luisa anima al N-P para llevarlo a, dice de manera coqueta, “un lugar que puede interesarle”. Y este lugar “Era un cementerio en miniatura, un lugar encantado donde, entre musgos y hongos, destacaba una docena de tumbas blancas, perfectamente bien hechas, de diez centímetros de largo” que estaba muy cerca de un internado para señoritas donde enseñaban valores inalterables. Algo sucede entre Luisa y él, nuestro narrador personaje la vuelve a ver hermosa después de este descubrimiento.
Una noche en el The Sick Rose conocen a Evgeni, un ruso seductor que se acerca a la pareja en una ocasión que están en ese bar. Quiero comentar algo que me llamó la atención en esdte encuentro: Evgeni les recomienda el restaurant Walpurgisnacht para que vayan a comer, el nombre en español traducido del alemán sería “Noche de Walpurgis”, “Walpurgis: Es una fiesta, según leí, de origen pagano muy arraigada en Suecia, Finlandia, Alemania, Estonia, República Checa o Escocia. La noche de Walpurgis nació como oposición a la fiesta de Todos los Santos, que se celebra el 1 de noviembre. La leyenda cuenta que, esa noche, las brujas vuelan sobre escobas a Brocken (bruquen), la montaña más alta de la Sierra del Harz, en el Estado alemán de Sajonia-Anhalt. Allí, las brujas invocaban al diablo en grandes aquelarres”.
Nos damos cuenta qué todo esto concuerda con el ambiente de fantasmas, enigmas y secretos: cuartos misteriosos, colegios en la montaña, las niñas del internado que solo tienen permiso para salir en noches de luna, las tumbas de 10 cm de largo, el vino de llorar, la pintora que muere en el bosque atacada por una manada de lobos porque le gustaba caminar de noche, y cuyo nombre figura en una de las pequeñas tumbas, que pinta un cuadro donde un niño flotaba ahogado en un agua oscura, y con el título, traducido al español como “No estoy saludando, sino ahogándome”, luego las urracas blancas, las brujas (como souvenir del pueblo), el niño ahogado del cuadro parecido a Alex, etc. Todo esto es muy significativo en la novela, nos ayuda a percibir u observar una configuración de figuras que se van expandiendo a lo largo de la narración que nos facilita advertir el ámbito de valores que la novela como signo comunica.
El ruso seductor se prenda de Luisa. Y sirve como medio para que el NP y Luisa se reconcilien. Un tanto perversa la cosa, la escena de cuando llega Luisa de estar íntimamente con el ruso seductor es un tanto descarada; sin embargo, lleva a esa reconciliación con el N-P totalmente inesperada
En esta novela, y en otras obras de Agustín Cadena, se da la historia dentro de la historia, lo que en narratología se llama metadiégesis o narración en segundo grado. La encontramos en lo que parece un sueño o tal vez una realidad, no se sabe: es la historia de cuando Luisa se sale desnuda y llega al internado, salen las niñas y todas bailan, se da un ritual bárbaro donde Luisa es la sacerdotisa y de pronto llega otra niña con Alex de la mano que parecía drogado o dormido. También hallamos otra historia dentro de la historia en lo que el N-P ve como una película en la que sólo fue espectador... y que es una historia cargada de perversión (Lo que hace Luisa con Alex y lo que cree sobre él, resulta aterrador...).
Hay algo que asombra: Se asustan cuando la pareja gay les cuenta sobre los fantasmas (cuando salen del bar hasta se toman de la mano y van temblando) pero nada les pasa o les da miedo con el por qué y el cómo de la muerte del niño ¿Qué sucede? Veamos: Cuando se conocen, él se enamora de Luisa porque descubre que es una déspota encantadora y una completa narcisista, y se vuelven a unir, primero, después de lo que sucede con el ruso y después, y definitivo, con lo que sucede con Alex. ¿Perversión? ¿Por qué no quieren irse del lugar? Hubieran sido felices de haberse quedado para siempre... Toda una atmósfera de exotismo, misterio y miedo...
Me quedo pensando, para terminar, en esa relación que existe entre el cuadro de la pintora muerta, Georgina Maciver, el cuadro titulado “No estoy saludando, sino ahogándome”, y lo escalofriante sucedido con Alex... Pero esto llevaría a realizar todo un ensayo.
Es una gran novela de un admirable escritor.
Nota: El jardín de las tumbas vacías es una novela que surge a partir de “El castillo”, uno de los cuentos reunidos en Las tentaciones de la dicha, libro del autor aparecido en 2010.
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