El tema de las dos historias es el mismo; sin embargo, la profundidad de esta puesta en abismo es, a mi juicio, la de reparar lo que en el espacio reflejado (Lolita) se dio como faltante: el desquite de la madre. Hay que recordar que Humbert Humbert en Lolita si bien trata de ser cauteloso nunca toma plena conciencia de la perversidad de sus hechos incestuosos, es encarcelado sí, pero jamás por abusar sexualmente de una niña, él cumple una condena por asesinato, que es justamente la historia que escribe en prisión con el fin de explicar al jurado “esta maraña de espinas”. Posterior a su muerte, Clarence Choate Clark, su abogado, pide a un editor publique estas Memorias apoyado en una cláusula del testamento de su cliente que le otorgaba facultades para obrar conforme quisiera con la publicación de Lolita o las Confesiones de un viudo de raza blanca, lo único que exigió es que se hiciera después de su muerte y la de su Dolly, “en provecho de lectores anticuados que desean rastrear los destinos de las personas más allá de la historia real”. Santiago (el personaje del cuento de García Ponce que es amante de la madre de Enedina, la ninfeta) tampoco toma plena conciencia de que sus acciones con la niña son impropias ni mucho menos lascivas, en cambio sí califica las actitudes de Carola (la madre de la ninfeta) como desvergonzadas: “¿Iba a sentarse en sus piernas Enedina? Santiago nunca pudo saberlo: Carola llegó en ese momento e increíblemente fue ella la que se sentó en sus piernas. ¿No tenía ningún pudor esa mujer frente a sus hijos?”.
En las dos obras (“Ninfeta” y Lolita) se relata la historia de dos adultos que además de ser ninfulómanos uno es asesinado (Santiago) y otro es asesino (Humbert Humbert), uno es reflejo del otro en imagen invertida (como todo espejo). De la misma manera, Enedina, la ninfeta, es reflejo de Lolita, la nínfula, dos niñas que a los doce años ya han sido víctimas de la intemperancia erótica de sus padrastros. No obstante, hay un contraste; al transcurrir del tiempo Lolita deja de ser una nínfula para pasar a ser solamente “una ninfa caída”:
Y ahí estaba mi Lo, con su belleza estropeada, con sus manos adultas y venosas, sus brazos de piel de gallina, sus orejas chatas, sus axilas desgreñadas. Allí estaba mi Lolita, definitivamente gastada a los diecisiete años, con esa criatura que ya soñaba en su vientre con llegar a ser un gran borracho y con retirarse hacia 2020, anno Domini. [...] No era sino el vago humo violeta, el eco muerto de la nínfula sobre la cual me había arrojado con tales gritos en el pasado; un eco a la orilla de un barranco rojo.
En cambio Enedina seguirá siendo siempre una ninfeta, ha quedado fija en la escritura del relato:
Enedina boca abajo en el petate con el sostén del bikini desabrochado y la frágil espalda a la vista, el breve calzón bajo el que se ocultaban las redondas y pequeñas nalgas, las largas y bien formadas piernas de niña que entraba a la adolescencia, los adorables y delgados pies sin edad, las manos bajo la cabeza, el negro pelo.
Carola (la amante de Santiago) es también reflejo de Charlotte Haze (la esposa de H-H), las dos se trastornan al enterarse de lo que sus amantes han sido capaces de planear a sus espaldas: la madre de Enedina acude al departamento de su amante y lo mata; la madre de Lolita es atropellada por un auto al salir corriendo de su casa y cruzar la calle para depositar tres cartas en el buzón, una de las cuales “parecía aludir a la intención de Charlotte de huir con Lo a Parkington, o quizá de regreso a Pisky, para impedir que el buitre arrebatara a su precioso corderillo”. De igual forma acontece con los finales de las dos historias: sea que exista la madre, como en el caso de “Ninfeta” o no exista, como en el de Lolita, se persuade al lector a evitar las conductas erótico ninfulómanas, hay que rechazarlas porque de una manera o de otra un ninfulómano siempre acaba mal (obviamente la ironía está como esencial).
Esta dilatación semántica de la obra dentro de la obra parece invitar a interpretar el destino de los protagonistas como escarmiento merecido, como culturalmente está establecido que debe de ser: si se traspasan las reglas, hay castigo. Se manifiesta la ironía crítica característica de la obra garciaponciana a los cánones establecidos. Al terminar de leer “Ninfeta” se hace evidente el gozo por la escritura, a través de ella es posible acceder a las disposiciones entrañables y silenciosas de la creación en “su intensa capacidad para hacer hablar al silencio y en su búsqueda del absoluto proporcionarnos un auténtico goce estético” (2).
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(1) Cinco mujeres, México: CONACULTA/Del Equilibrista, 1995.
(2) Juan García Ponce, "La aparición de lo invisible", en Las formas de la imaginación: Vicente Rojo en su pintura, (1992).
1 comments:
Magda: Esta relación entre Nabokov y García Ponce es luminosa desde tu perspectiva. Lo meticuloso del asunto es múltiple: por la noción de estructura abismada (de allí lo especular del relato), por las obras comunicantes de estos dos autores, por lo atinado de tu mirada en el sentido de invitar a leer -como tú lo haces- la literatura tan abierta de los mencionados escritores, y aún más pero aquí me quedo sino terminaré siendo redundante. Sin duda hay mucho que aprender de ti.
Saludos de h.l.
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