24 de agosto de 2006

El erotismo perverso de Juan García Ponce, de Magda Díaz y Morales

El erotismo perverso de Juan García Ponce: lenguaje y silencio, de Magda Díaz y Morales
por José Luis Martínez Suárez

El erotismo perverso de Juan García Ponce: lenguaje y silencio... con esa promesa abre Magda Díaz y Morales el resultado de su indagación dedicada a uno de los aspectos más sobresalientes de la vasta obra del escritor mexicano Juan García Ponce, trabajo intelectual cuyo contexto literario se antoja inabarcable; sin embargo, Magda Díaz sabe ubicar su navegación por tan proceloso mar narrativo orientándose por diversas claves conceptuales en la escritura de García Ponce: la imagen, la mirada, lo disoluto y lo obsceno, el mundo de la apariencia, los contrasentidos, la identidad negada y la inocencia perversa, en fin, el resultado de esta semiosis dinámica se presenta dentro de una red de relaciones cuya expansión instaura un mundo que El erotismo perverso de Juan García Ponce: lenguaje y silencio logra describir con acierto, logrando que el silencio se torne significativo en grado extremo al dar forma a su propuesta concreta: describir la configuración temática del erotismo como signo en la narrativa de Juan García Ponce.

Gadamer sentó las bases filosóficas de la estética de la recepción, una teoría de la experiencia humana del entender, un concepto que corresponde a la totalidad de nuestra experiencia comprensiva e interpretativa donde el espectador cumple una actividad irremplazable, tal lo describe Gadamer en Verdad y método. El espectador es un factor esencial de la experiencia estética. Recordemos la célebre definición de ‘tragedia’ en la Poética de Aristóteles: la disposición del espectador está expresamente incluida en la definición de la esencia de la tragedia. Y en el autor que nos ocupa, como afirma Magda Díaz citando a Christopher Domínguez, “el lector de García Ponce establece con su obra un pacto de amor que incluye la rabia y la indulgencia”. Y es que en la óptica de la recepción los textos literarios no están radicados en el mundo sino en el proceso de lectura, y por consiguiente, en la propia experiencia del lector, mas no como una adecuación sino como una tensión. El texto no se corresponde con las experiencias del lector sino que le ofrece enfoques y perspectivas con las que el mundo de la experiencia aparece transformado. El texto literario no se ajusta ni a los objetos reales ni a las experiencias del lector y es esta falta de adecuación la que produce el efecto denominado indeterminación, proceso que unido con otros dinamismos textuales, productores también de indeterminaciones –como la fragmentación, el montaje o la segmentación–, incentivan al lector para producir nuevas conexiones e hipótesis. Tal proceso muestra la medida en que el componente de indeterminación de los textos literarios crea la libertad que debe garantizarse al lector en el acto de comunicación para que el mensaje sea recibido y elaborado.

Al aumentar así la eficacia de lo narrado se ve claramente el peso de los lugares de indeterminación en la comunicación entre el texto y el lector. Magda Díaz nos muestra en El erotismo perverso de Juan García Ponce: lenguaje y silencio que resultó ser una lectora puntual de su autor y, al detenerse en varios de los espacios de indeterminación, producto del contexto literario que nutrió la producción de García Ponce, así como al describir la novedad en la forma de narrar de este autor, apunta que los miembros de la Generación de la Casa del Lago producen relatos plenos de epifanías o revelaciones, de búsqueda de la imagen, de exploración sobre la complejidad de la naturaleza humana, de juego entre lo visible y lo oculto, de reflexión sobre los mecanismos del oficio de narrar, de intertextualidad y metaficción, de indagación del absoluto. La indeterminación en sus obras es producto de estrategias de escritura –reglas de juego– diseñadas intencionalmente para promover nuevas lecturas.

Así se inicia una literatura propositiva de cambios en la percepción literaria nacional, expresando su interés por una literatura urbana y transgresora en cuanto al tema erótico y las prohibiciones sobre la sexualidad, donde el encuentro corporal es, sencillamente, otra forma de conocimiento. No en balde resulta la mujer, su cuerpo, el modelo de la relación mundo–lenguaje que García Ponce precisa señalando que la mujer le presta a las palabras, al lenguaje en el que se traduce el pensamiento, una fisonomía, un cuerpo, una serie de gestos, actitudes, flexiones mediante los que se construye la representación en el espacio de un cierto acontecer al reflejarse las palabras en esa fisonomía y mostrar su reflejo como cuerpo del lenguaje, y Magda Díaz analiza con obsesión y acierto esta configuración de la realidad que logró representar literariamente García Ponce.

Magda Díaz realiza con esta investigación una empresa digna de reconocimiento debido a que se propuso surcar la vastedad narrativa de Juan García Ponce intentando el trazado de una nueva cartografía para leer algunos de los varios aspectos de tal obra. La actualización de los mitos no está exenta de variaciones y, en este caso, la travesía de Magda por el universo artístico de García Ponce enfrentó Escilas, Caribdis, Circes, Sirenas y salió avante al reconocer y seguir únicamente el canto de cinco voces femeninas cuyos tonos, exhaustivamente estudiados por la investigadora, entregan al lector una visión sinfónica de la estética de García Ponce centrada en la vivencia erótica, desentrañando puestas en abismo, el manejo de la temporalidad, la espacialización y la metadiégesis, la ubicua presencia de la écfrasis hasta conjuntar elementos que permiten establecer al respecto una poética garciaponceana. Cinco mujeres encierra esencialmente, escribe Magda Díaz, cinco historias de amor cuyas protagonistas son apasionadas, deseadas y admiradas, y saben encontrarse y sentirse con y en el otro, transgrediendo siempre el orden impuesto por la convención social: el problema de la diferencia como el problema de nuestro tiempo. En este orden de ideas los estudios de la fenomenología y la hermenéutica ocupan un lugar preeminente, sobre todo en lo que hace al concepto de la diferencia que se alberga en la corporeidad, ya que el cuerpo es el dato fenomenológico insustituible del sujeto y del otro, el sujeto encarnado en la construcción del sentido del mundo donde la trasgresión accede al estatuto de una estética.

En este contexto la alteridad se percibe como aquello que pone en crisis el orden de la sociedad y la vida, la otredad como lo siniestro. Magda se da a la tarea de establecer un cerco acucioso a la narrativa de García Ponce advirtiendo cómo en tal obra se despliega una serie de conceptos como imagen mirada, contemplación, lo disoluto y lo obsceno, la presencia, por supuesto, del cuerpo, de la inocencia mediante la perversión, en fin, el universo de las apariencias que, obsesivas, construyen alrededor del eje cuerpo-erotismo-trasgresión una semiosis dinámica cuya red de relaciones se expande tras el ejercicio de la lectura. La autora de este estudio señala, de acuerdo con Riffaterre, que la écfrasis literaria busca la admiración en tanto es un encomio retóricamente hablando, convirtiéndose así en blasón de la obra plástica que la hace surgir; encuentro que la lectura realizada por Magda Díaz logra convertirse en emblema, en blasón para la obra que estudia.

Las páginas de El erotismo perverso de Juan García Ponce: lenguaje y silencio son prueba del trabajo del intelectual honesto que alaba Edward Said: "un individuo con un papel público específico en la sociedad que no puede limitarse a ser un simple profesional sin rostro, un miembro competente de una clase que únicamente se ocupa de sus asuntos, sino el individuo dotado con la facultad de representar, encarar y articular un mensaje, una visión, una actitud, filosofía u opinión para y a favor de un público"(1). Magda Díaz demuestra este compromiso en el resultado de su lectura ya que se propuso argumentar acerca de la configuración temática del erotismo cuya enunciación devela el universo de valores que como signo participa, y el resultado es este acucioso, interesante y valioso acercamiento a cinco representaciones de lo femenino: relaciones que ocurren en un espacio y en un tiempo... y el tiempo es siempre presente, actualizado por el lector en turno: el amor es el espacio mismo de la relación, y en cualquier relación, junto con la posibilidad de tener un con quien dialogar, el individuo siempre corre el riesgo de perderse, de convertirse en un ello, precisamente porque una relación afectiva hace aparecer el carácter específico de cada uno de los partícipes con su insoslayable carga de angustia o de ansiedad poniendo en juego el diálogo de luces y sombras que constituyen toda relación amorosa, y que pone en evidencia la región perversa de cada quien instaurando así la zona de la soledad, de la individualidad cuyo carácter íntimo establece el ámbito de la prohibición relacionada con lo sexual, lo sensual y lo erótico.

La indagación de Magda Díaz acerca de la narrativa de García Ponce a partir de sus cinco imágenes femeninas comprueba que al romper los tabúes, comprendemos que los sentidos sólo pueden expresarse cuando viven dentro de la órbita de la prohibición, nutriéndose de lo prohibido. Mas la sexualidad humana nunca es, en comparación con la de otras especies, completamente instintiva gracias al papel que juega en ella la imaginación: por un lado existe el deseo que crea culpabilidad cuando el individuo advierte que está realizando algo prohibido y, por otro lado, hay un sentido de trascendencia, la posibilidad de sublimar o transformar el deseo del individuo en algo espiritual; de ahí que el deseo tenga connotaciones perturbadoras para el sujeto porque altera la manera habitual de relacionarse con la realidad, con el mundo (2).

Lo cierto es que tras la lectura de este sólido estudio acerca de uno de los grandes temas de la obra de Juan García Ponce recordé la lectura que sobre el mismo contenido, pero leyendo exclusivamente obra plástica, realiza un famoso crítico y fotógrafo anglosajón, Edgard Lucie-Smith en una investigación acerca de la erótica, las bellas artes y el sexo:

The sexual drive is admitted, even by those who deplore its effects, to be the most powerful of human impulses. It may well be that certain types of erotica ought to be vigorously discouraged. Yet even that discouragement is inevitably going to fall short of total suppression. As for the rest, erotic art and literature have much to tell us about the actual context in which we live, and much to please the aesthetic sense. We may shut our eyes and close our ears, but they are not going to go away. Eroticism is inextricably part of the fabric of the contemporary world.(3)

Referirse al crítico de obras literarias supone, antes que nada, pensar en un lector cuyas palabras están destinadas a incidir en las decisiones de múltiples lectores, incluidos los autores de los textos que son objeto de esa crítica. Desde distintos espacios de poder el crítico se pronuncia escribiendo el sentido de aquello que lee o pautando al menos una constelación de posibilidades de sentido. Desde luego que el delineamiento del conjunto de dichas posibilidades no escapa a lo que en forma general cabe llamar la escritura de un sentido.

Más allá de lo que declare, la crítica literaria suele partir de una creencia innegociable: el texto literario es más literario que su lectura, por lo que a la escritura crítica le compete la tarea suplementaria de explicar un proceso, una estructura, etc., dirigida tarde o temprano a iluminar un valor que la obra no dice pero que contiene. La crítica colabora productivamente para desplegar lo que la obra misma no despliega. Si la crítica es ante todo construcción, su textualidad refiere al valor de la lectura que realiza, no a una serie de señales que culminan en la verdad. La verdad no es producto de la interpretación en el sentido en que esto pudiera implicar el otorgamiento de una vocación descifradora a dicho proceso interpretativo. Por el contrario, el proceso de verificación se constituye en el lugar de lo verdadero, de lo que emerge una noción constructiva, cierto discurso circunstancialmente situado, pero no el establecimiento de un objeto metafísico.

Lo cierto es que la reflexión crítica de Magda Díaz, vuelvo a recordar al admirable Edward Said, me parece una prueba del intelectual cuyo perfil traza Said así: "Un intelectual es como un náufrago que aprende a vivir en cierto sentido con la tierra firme, no sobre ella, no como Robinson Crusoe, cuya meta es colonizar su pequeña isla, sino más bien como Marco Polo, cuyo sentido de lo maravillosos nunca lo abandona y es siempre un viajero"(4). Magda Díaz, viajera constante en el mar narrativo de Juan García Ponce nos entrega en este libro el resultado de su indagación iluminando aspectos sombríos mas no menos atractivos de la condición humana hasta demostrar que en el universo literario de García Ponce el erotismo es la vida transfigurada en arte y el arte experimenta su metamorfosis convirtiéndose en vida. La errancia sin fin de la palabra literaria ha encontrado en Magda Díaz a una experimentada y sensible cartógrafa cuyo mapa para surcar, en periplo individual, El erotismo perverso de Juan García Ponce: lenguaje y silencio, nos aguarda en las páginas siguientes donde no habita el silencio sino una argumentación inteligente, propositiva acerca de uno de los aspectos más atractivos de la poética de Juan García Ponce.
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(1) Said, Edward, Representaciones del intelectual, Barcelona, Paidós, 1996, pp.29-30.
(2) Cfr. Carotenuto, Aldo, Eros y Pathos. Matices del sufrimiento en el amor, Santiago de Chile, Editorial Cuatro Vientos, 3ª edición, 2002, pp. 71 – 75.
(3) Lucie-Smith, Edward, Erotica. The Fine Art of Sex, New York, Hydra Publishing, 2003, p. 21.
(4) Said, Edward, op.cit. p. 70.