París, 28 de junio de 1964
Querido Tomás:
Hace muchos meses -cuando acababas de llegar a Montevideo, me imagino- Juan García Ponce me escribió y, al darme la noticia de tu salida, me sugería que te pusiese unas líneas y me daba la dirección. Perdí esa carta. Tiempo después escribí a García Ponce, pidiéndole tus señas. No me contestó. Olvidé el asunto (también yo vagaba por los páramos de mis pequeños infiernos, aburridos, privados e irremediables). A fines de marzo, cuando preparaba mi viaje europeo (ando de vacaciones y regreso a Delhi en agosto), sentí la necesidad de escribirte. Como no podía hacerlo, pues no sabía siquiera si todavía estabas en Montevideo, encontré la manera de citarte a la mitad de un largo artículo que estos días escribí (sobre Cernuda).
Querido Tomás:
Camilo José Cela me dice que sus hermanos acaban de fundar las ediciones Alfaguara y que él personalmente podría someter tus libros de ensayo a su consideración. Asimismo, desea publicar una selección de tus poemas en Papeles. Esto último quiere decir, me imagino, que publicaría seis o siete poemas tuyos en la revista, con la separata de costumbre. Creo que deberías enviarle a Cela lo que pide. José Luís Cano también me escribe para decirme que le parece difícil por el momento encontrar un editor para tus poemas pero que quizá podría lograr que se publique un libro de ensayos. Sugiere que le escribas. La dirección de Cela es: José Villalonga 87, Palma de Mallorca, España. La dirección de José Luís Cano es Av. de los toreros 51, Madrid 2, España.
Querido Tomás:
Hasta 1936, bien o mal (más mal que bien), Madrid fue el centro de la literatura hispanoamericana. Consagró a Darío (aunque olvidó a Lugones), celebró a Neruda (pero desdeñó a Vallejo y a Villaurrutia). Después de la guerra mundial, ninguna ciudad ha sustituido a Madrid. Los argentinos son demasiado cosmopolitas y, para colmo, han sufrido regímenes abyectos e ineficaces. México ha pecado por el extremo contrario: un exceso de nacionalismo.
Madrid ha vuelto a ser, espiritualmente, lo que fue antes de Felipe II: un gran villorrio, una capital de provincia. Barcelona es catalana. Y las otras capitales no cuentan. Así, cuando digo que lo urgente es comunicarnos entre nosotros, quiero decir: poner en circulación las obras de autores contemporáneos de nuestro idioma.
Querido Tomás:
Y esto me lleva a comentar un nuevo episodio: el Congreso Latinoamericano de Escritores. Por distracción, pereza o inconciencia, Pellicer entregó la organización de esta reunión a Mauricio Magdaleno y a sus escribanos. Lo que pudo ser una conferencia de escritores libres será otro acto oficial. El abrazo de dos burocracias, la nacional y la latinoamericana. Asunto para un mural de Siqueiros: el encuentro entre Pablo el Rojo y Jaime el Florido. Un genio protector me inspiró a tiempo y no acepté la invitación que me hicieron por trasmano, con ganas de que no aceptase. Fuentes me dice que él tampoco asistirá aunque no me aclara si recibió o no la invitación. En cambio, me cuenta que no invitaron a Cortázar, García Márquez, Onetti y otros muchos. Mi negativa obedeció a razones de orden personal. Iré a México en el segundo semestre de este año y, naturalmente, no puedo permitirme el lujo de dos viajes.
Los ceses de García Ponce, Batis, Melo y De la Colina son lamentables pero, en parte, se lo merecen. Fueron víctimas de una pequeña "hibris" que los llevó, por ejemplo, a atacar a Fuentes sin ton ni son. Fomentaron la desunión y muchas veces dieron armas a nuestros enemigos -que son los suyos. Los artículos de Batis casi siempre favorecen a los otros. Por ejemplo: la antología de Pellegrini y Poesía en movimiento (...) Batis condena el libro sin enterarse siquiera del propósito de Pellegrini y con un criterio mezquinamente nacionalista. Así les dio la razón a los que quisieron destruirnos, como Leiva y los demás resentidos.
Lo de Poesía en movimiento fue peor: en su nota -mal escrita, deshilachada- lo único que se le ocurre decir es ¡que falta Cuesta! García Ponce me hizo el mismo reproche. La verdad es que esa omisión -lamentable pero no esencial: Cuesta no es un gran poeta- les sirvió para no comentar el libro y así condenarlo con mayor facilidad. ¿Por qué no atacar a Aridjis, Mondragón y otros jóvenes y callarse ante Torres Bodet, Nandino y otros que me "impusieron" Chumacero y Pacheco? Ni Batis ni García Ponce se han tomado el trabajo de reflexionar durante cinco minutos sobre el sentido de ese libro que, a pesar de su eclectisismo, muestra que hay, de todos modos, una tradición poética en México distinta a la que nos ofrecen las antologías y las historias de la literatura (...)
Cito a Batis y a García Ponce pero podría decir lo mismo de casi todos los futuros miembros de ese hipotético grupo que propones. Todos se han portado de una manera igualmente caprichosa, egoísta y miope. No pido, claro, unanimidad ni complicidad. Al revés: pido crítica -verdadera, leal, rigurosa y apasionada. Acabo de leer dos excelentes artículos de García Ponce, uno sobre Cuesta y Villaurrutia, otro muy valiente y exacto sobre los premios de literatura y pintura. Necesitamos esa clase de crítica -no los pequeños ataques contra ese o aquel poeta joven.