28 de julio de 2008

Breve tratado de la pasión: Manguel

A

lberto Manguel, Breve tratado de la pasión (México: R. H. Mondadori, 2008)

"En cuyo caso, la literatura no sería más que una larga carta de amor dirigida a un vasto público de Dulcineas y Romeos" (Manguel)

Estoy iniciando la lectura de este libro. He querido transcribir el Prólogo para compartirlo con ustedes:

"A finales del año 2005, en la ciudad de Metze tuvo lugar un juicio extraño. Ante el tribunal, una abogada cuyo nombre no conocemos presentó una demanda contra uno de sus colegas quien, entre mayo de 2002 y diciembre de 2003, le había escrito más de ochocientas cartas de amor. Como prueba del acoso depositó ante el azorado juez un gran bolso de plástico repleto de encendidas misivas, cada una de las cuales empezaba con las mismas dos palabras: “Amor mío”. “Me sorprende –comentó el procurador- que con tanto ardor, el bolso no se haya consumido solo”.

No sabemos qué precipitó la pasión del hombre de ley; no sabemos tampoco qué ocasionó el rechazo por su igualmente legal colega. Lo cierto es que, en estos casos, todo es misterioso. Algo en la visión (material, intuida o imaginada) del otro provoca inesperadamente ese golpe, esa epifanía, ese abandono a la agudeza de los sentidos que llamamos, con seis torpes sílabas que mal reflejan lo instantáneo del asunto, enamoramiento.

Quien se enamora procede de una de dos maneras: calla y sufre o, por el contrario, busca proclamar su amor, hacer que aquel o aquella que lo ha trastornado sepa que es la causa, la fons et origo de su arrebato. En este último caso, es frecuente que el enamorado escriba. Cartas o poemas, da igual. El enamorado busca en las palabras decir lo indecible.

Los científicos han tratado de reducir a fórmulas químicas la atracción erótica. Parece ser que ciertas moléculas llaman a otras: un olor, una forma, un gesto forman lazos invisibles con otros gestos, formas, olores. No es Dante quien se enamora de Beatriz: es un aminoácido de Beatriz, una enzima, un conjunto de proteínas segregado por una de sus sin duda hermosas glándulas, que causa el relámpago apasionado. Desde la Antigüedad, hemos intuido esta razón prosaica y hemos elaborado afrodisíacos rarísimos con la esperanza de provocar artificialmente el arrebato erótico. A Ovidio, las fórmulas y los sortilegios le parecen inútiles; en su Arte de amar aconseja en cambio las cocciones de ortiga y polvo de cerusa, la espuma de nitrato rojo y el lirio de Iliria, como también una sopa de algas con las que el alción hace su nido.

En la Edad Media, las recetas para amar y ser amado eran innumerables: en Navarra, se aconsejaba esconder durante nueve días un anillo en un nido de golondrinas; en Provenza, se molían hojas de esparceta con las que se aderezaba la lengua de un búho; en las montañas de Alsacia, se prefería usar la pata izquierda de un lobo cocida con ámbar gris y polvo de Chipre; en el norte de Francia, el enamorado debía colocar en una vasija dos o tres gotas de su propia sangre, extraída el viernes, y agregarle los testículos de una liebre y el hígado de una paloma. No conocemos la fórmula de la poción mágica que bebieron Tristán e Isolda, o aquella otra que hizo que Titania se enamorase de un hombre con cabeza de asno cierta noche de verano, pero sin duda se asemejaban a esas combinaciones extrañas y poco apetitosas.

Más sencillas, más prácticas, menos espectaculares, las cartas y poesías amorosas buscan en la combinación mágica de letras el mismo resultado: hacer que la persona a quienes van dirigidas se enamore del autor del texto. (Quizá sea éste el secreto propósito de todo escritor, el de convertir al lector en enamorado, en cuyo caso la literatura no sería más que una larga carta de amor dirigida a un vasto público de Dulcineas y Romeos…). Lo cierto es que, en verso o en prosa, estas declaraciones de amor son antiquísimas, ya que el deseo de ser amado es tan viejo como el de poseer oro y enormes rebaños. Eso explica que los primeros ejemplos de escritura cuneiforme sean informes contables y poemas amorosos.

Una carta de amor, un poema erótico, no es nunca inocente. Para el enamorado, la letra escrita es de doble filo ya que, si escribir sobre el amor alivia las penas que el dios Eros inflige con sus flechas en nuestro pobre corazón, leer textos amorosos agudiza su poder. Ovidio (otra vez) aconseja al enamorado no leer poesía amorosa. “Lo digo a mi pesar –escribe-. No toques a los poetas que escriben sobre el amor. Yo mismo, contrario a mi naturaleza, proscribo aquí mi propio talento”. Y pregunta: “¿Quién quede permanecer insensible después de haber leído a Galo?”. Escribir cartas y poemas, sí, nos dice; eso ayuda: “Que la cera esparcida sobre tablillas bien lustradas busquen el buen camino; que la cera sea la primera confidente de tus intenciones, que lleve tus alabanzas, palabras que respiren el amor”.

¿Qué revela un texto amoroso? ¿La identidad del amante o la del amado? ¿La voz de la que lee o de la que escribe? Quizá ni uno ni otro: es una tercera persona la que aparece, esa “amada en el amado transformada” que buscaba san Juan de la Cruz. Chateaubriand, en su Vida de Rancé, sugiere que en “la correspondencia particular de dos personas que se han amado, no aparecen ya dos seres humanos, sino es el ser humano el que se ve”. Es posible que en un texto amoroso perdamos algo de nuestra singularidad, de nuestro egoísmo, para acceder a un estado plural, a una existencia compartida, generosa. Somos quienes somos, pero sólo porque el otro existe, ese otro que a su vez cobra realidad como fantasma de nuestro deseo. Como entre un autor y su personaje, entre quien ama y quien es amado se crea una red de correspondencias, de aliento mutuo, de espejos halagadores, que se impone a la mera realidad del mundo que llamamos real. Todo texto amoroso es una declaración de fe y propone a su autor y a su lector el pacto que el Unicornio propone a Alicia al otro lado del espejo: “Bueno, ahora que nos hemos visto, si crees en mi, yo creeré en ti. ¿Trato hecho?”.

Lo cierto es que las cartas y los poemas de amor revelan nuestras identidades al mundo de la manera más íntima posible: no sólo como individuos con nuestras propias locuras, tristezas y pasiones sino, sobre todo, como miembros de la misma esforzada estirpe, seamos víctimas de un primer encuentro como Dante o expertos amadores como Casanova. Paradójicamente, cada vez que nos enamoramos, ese acto único, singular, inimitable, es el que nos otorga una suerte de denominador común repetido desde aquel primer encuentro en algún remoto jardín. Una lectura detenida de la literatura amorosa sugiere que, más que homo sapiens (epíteto que necesita aún ser comprobado) y homo ludens, somos homo amans, una especie definida por nuestra capacidad de enamorarnos.

“Más que los besos, son las cartas las que unen las almas”, escribió John Donne en el siglo XVI. Pero la unión de las almas no es la única misión de la correspondencia amorosa. Ser sus lectores alienta también nuestra vocación de voyeur. Ya que sabemos que esa poesía, esa carta no nos estaba destinada, nos convierte al leerla en tácitos chismosos, en invisibles partícipes espiando por el ojo de la cerradura el intercambio amoroso de una pareja de la cual no formamos parte. Nosotros, que juzgaríamos con horror la indiscreción de escuchar detrás de una puerta los juegos eróticos de nuestros vecinos, aceptamos tranquilamente abrir (por así decirlo) la correspondencia privada de un Joyce o de un Miguel Hernández para enterarnos de aquello que, en su rol de amantes, susurraban al oído de sus amadas.

Nuestro gusto algo perverso por conocer lo que Corín Tellado llamaba “secretos de alcoba” ha transformado estos escritos en un género literario específico. Como todo poema, toda carta de amor propone un resumen personal del mundo; como toda carta todo poema de amor tiene un destinatario, sea éste una persona de carne y hueso o la sublimada ilusión del poeta. Para satisfacer a su implícito público, cartas y poesías de amor tienen sus misteriosas reglas que algunos aprenden pero que nadie puede enseñar: las hay buenas y malas, las hay encantadoras y las hay viles, poderosas y débiles, cómicas y dramáticas. Sus virtudes no dependen ni de su época, nide las circunstancias de su composición, ni siquiera del genio literario de su autor. Es por eso quizá que los griegos representaban al dios Eros con los ojos vendados.

Es por eso, pienso, que una selección de cartas y poesías de amor no debe responder a un orden demasiado visible. Por el contrario, debe permitir una lectura casual, azarosa, que confunda épocas y nacionalidades, edades y sexos, y en la que poco importe quién pronuncia la declaración de amor y quién la acepta o la rechaza. Tal selección pudiera poder leerse como el largo correo amoroso entre dos personajes que no requieren otros nombres que Amado y Amante, y cuya historia, compartida con el lector de carta en carta y de poema en poema, acabaría dando una idea aproximada de la sorprendente variedad de nuestros encendidos corazones".

Alberto Manguel
Mondion, 2007

En cuanto termine de leerlo, lo comentaré con ustedes. Por el momento, el Prólogo me parece muy bello.

15 comments:

Magda Díaz Morales dijo...

Me llama la atención lo que menciona sobre las fórmulas químicas para la atracción erótica, que son muy ciertas. Siempre han existido: el chupamirto envuelto y amarrado con un pañuelo rojo, el San Antonio volteado al revés, los mismos perfumes como atracción, la comida, recordemos la escena la receta de la pasión en Como agua para chocolate: Escena de las codornices.

Este punto merecería todo un estudio en las creencias de los pueblos en el mundo, y seguro que existen varios.

Que hermoso lo que señala de Chateaubriand en su Vida de Rancé: “La correspondencia particular de dos personas que se han amado, no aparecen ya dos seres humanos, sino es el ser humano el que se ve”...

Elena Casero dijo...

Si todo el libro es del estilo de la primera frase, vale la pena. El inicio es bien hermoso.

Yo tengo en casa, comenzado, leyéndolo con tranquilidad: Leer imágenes.

Esperamos el resto.

Raúl dijo...

Ciertamente precioso.
Esa reflexión que lanza al aire a modo de tesis acerca de que quizá todo escritor lo que pretende es enamorar a sus lectores, me parece acertadisima.

Anónimo dijo...

Estas palabras me parecen sumamente hermosas: "Todo texto amoroso es una declaración de fe y propone a su autor y a su lector el pacto que el Unicornio propone a Alicia al otro lado del espejo: Bueno, ahora que nos hemos visto, si crees en mi, yo creeré en ti. ¿Trato hecho?".

Marga Iriarte dijo...

De todas las explicaciones para entender el enamoramiento y sus manifestaciones en nuestra biologia -dormimos y comenos poco- y emociones -euforia y alegría-la que me parece más interesente es la que escuché de un jardinero que cortaba un seto,dijo así: el amor es como sol, vuelve frondosa la hierba y colorea las flores;como el amor, amamos a quien la oportunidad nos pone delante porque nuestra naturaleza es sabia y conoce que el amor nos alarga la vida y la hace más hermosa.
Un instinto de supervivencia sublimado por la imaginaciòn y las palabras

Magda Díaz Morales dijo...

Algo que ha llamado mi atención, es que Manguel haya leído a Corin Tellado :o

Anónimo dijo...

Efectivamente, Magda, un prólogo muy atrayente. El libro sin duda promete y nos contarás.
A mi modo de ver, el prototipo que demuestra que es cierto que somos sobre todo "homo amans" es Cyrano: el poder de la epístola amorosa concebida como alquímica fórmula de encantamiento y, como plantea ya el prólogo de alguna manera, como retrato del alma del amante proyectada en el objeto amado. Esa obra me parece una hermosísima reflexión sobre el poder de la imaginación como puerta a la actuación de la química. En los humanos todo es mixtura.

Por cierto, he recordado también, aunque en otro tono, una entrevista que oí por radio a Alberto Ruy Sánchez en torno a su libro "La mano en el fuego".
Un abrazo

Gemma dijo...

Mi fragmento preferido en particular:
"Algo en la visión (material, intuida o imaginada) del otro provoca inesperadamente ese golpe, esa epifanía, ese abandono a la agudeza de los sentidos que llamamos, con seis torpes sílabas que mal reflejan lo instantáneo del asunto, enamoramiento".

En efecto, la palabra en cuestión se halla tan manoseada que no hace en absoluto justicia a la borrachera de los sentidos que supone caer siempre bajo sus efectos.

Saludos

Unknown dijo...

Hola,

RANKING DE JULIO '08 | II Edición
TribunaLatina.com desea premiar a todos aquellos blogs que nos han llamado la atención. Por ello hemos realizado esta selección de los mejores 20 según el criterio de nuestra redacción. ¿Y cuál es ese criterio? Muy variado y sujeto al ánimo del jurado ;-)

También creemos que el orden de los factores no altera el producto, por lo que la posición en la parrilla no es definitiva, sólo ordena el resultado.
Tu blog ha sido seleccionado y lo puedes encontrar en:

http://www.tribunalatina.com/es/notices/ranking_de_julio_08_ii_edicion_13064.php

Saludos cordiales,
Redacción de Tribuna Latina

Magda Díaz Morales dijo...

Pienso que sí, todo escritor pretende enamorar a sus lectores, consciente o inconscientemente. La escritura es un acto muy solitario, pero al mismo tiempo se está acompañado de lo que García Ponce llamaba "fantasmas incomunicables", donde entran muchas cosas. Entre ellas, me parece, la presencia constante del destinatario sea real o una ilusión.

Todo escritor intenta que su escritura guste, agrade, sea recibida de la mejor manera ¿no es eso pretender enamorar a sus lectores?

Ahora, si se escriben cartas de amor, debe de suceder lo que dice Manguel: "cada carta de amor, cada poema de amor, propone un resumen personal del mundo..."

Magda Díaz Morales dijo...

* Sabio jardinero, Lupita.

* No he leido ese libro de Ruy Sánchez, Luisa, está ahi en mi librero y quiero leerlo porque usa la metaficción que me es tan interesante :)

* Gracias a todos por sus comentarios, y gracias Tribuna Latina.

Anónimo dijo...

Así que era éste el libro que estabas leyendo...
Qué bueno es Manguel; qué bien escribe y expresa las ideas.
Me quedo con la oxitocina

Raquel T. dijo...

Me ha gustado mucho el prólogo de Manguel, Magda, gracias por compartirlo... Realmente creo que desde siempre ha resultado imposible al ser humano comprender todo lo que abarca el mundo del amor y la pasión, de las emociones, en general. Es tan complicado como establecer qué relación tienen cuerpo y alma, algo que ya dio tanto que reflexionar a muchos filósofos y a otros hombres de letras... Quizás es por eso que tenemos la necesidad de hacerlo transcender, casi de divinizarlo, porque no logramos captar toda su esencia y quizás también es por eso que nos encomendamos a fórmulas, rituales y palabra escrita...
Será muy interesante que nos comentes sobre el libro, ya nos contarás...

Ilusión Nocturna dijo...

Me encanto el Prologo, mil gracias por acercarnos a él. Saludos

Magda Díaz Morales dijo...

* Fernando, también me quedo con la oxitocina :p

* Raquel, me parece que una de las bellezas del amor es esa, no atraparlo, no comprender toda su complejidad. Por eso mejor solo disfrutarlo, compartirlo, sentirlo y gozarlo.

* Saludos, Roberto. Es un gran prólogo, vaya que sí.

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