18 de julio de 2008

Ulises, los trabajos y los días

Ulises, los trabajos y los días*
Miguel Capistran
Laberinto
18/07/08

E

ntre finales de 1926 y mediados de 1928 surgió en México un movimiento alentado por un grupo de jóvenes cultos e inquietos que encontraron en Antonieta Rivas Mercado, quien había regresado recientemente de Europa, a una entusiasta mecenas y a una actriz. Ulises —por el personaje de Homero y la novela de James Joyce— se llamó este movimiento que abarcó un grupo teatral, una revista, un sello editorial y exposiciones de las obras y las escenografías de los pintores que colaboraron en este proyecto: Manuel Rodríguez Lozano, Roberto Montenegro y Julio Castellanos.

Ulises comienza con el encuentro de Antonieta Rivas Mercado y Rodríguez Lozano con Xavier Villaurrutia y Salvador Novo en la casa de Diego Rivera y Lupe Marín a finales de 1926. A partir de ese encuentro surge una verdadera comunidad cultural de la que participan Gilberto Owen, Samuel Ramos, Jorge Cuesta, Enrique Jiménez Domínguez, Julio Jiménez Rueda, Isabela Corona, Clementina Otero, Malú Cabrera, Judith Ortega, Emma Anchondo, Lupe Medina de Ortega, Rafael Nieto, Ignacio Aguirre, José Gorostiza (por un periodo muy breve, debido a sus actividades diplomáticas) y su hermano Celestino. Gracias a ellos comenzaron a representarse por primera vez en México obras de Jean Cocteau y Eugene O’Neill, por ejemplo.

Aquella experiencia transformadora no sólo de la escena nacional, sino de la cultura nacional del siglo pasado fue evocada así por Salvador Novo:

Una mujer, Antonieta Rivas Mercado, nos decidió con su entusiasmo, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Jorge Cuesta, Agustín Lazo y yo, escribíamos, discutíamos, criticábamos, apetecíamos teatro bueno, renegábamos del que nos veíamos obligados a ver. Pero fue Antonieta quien nos reunió y dio forma activa a nuestro vago apetito. Había que traducir obras, actuarlas, dirigirlas, montarlas nosotros mismos. Para nuestro propio, legítimo placer. Le llamábamos el Grupo de Ulises. Porque a Ulises lo impulsó más que la conquista del vellocino de oro, la curiosidad. Y la que publicamos iba a ser una revista de curiosidad y de crítica.
Antonieta alquiló en la calle de Mesones, la sala enorme de una vivienda particular. La mitad de la cual se transformó en escenario mediante una plataforma que la aislaba del reducido espacio en que se colocaron unas treinta sillas para los espectadores. Y ahí dimos obras de Lenormand, de Cocteau, de O’Neill, de Lord Dunsany.

¡Cómo nos pusieron los críticos! Verdes.

Éramos unos snobs, cuando no algo peor. Mas el México pequeño de entonces se interesó en el experimento. Hablaron mal, pero hablaron del Teatro de Ulises. Y cuando aquella emprendedora mujer resolvió que trasladáramos nuestro pequeño repertorio de la sala de Mesones nada menos que al inmenso Teatro Fábregas, el teatro se llenó y ganamos un dinero con el cual pudieron hacerse las ediciones de Ulises: Dama de corazones de Xavier Villaurrutia, y Novela como nube, de Gilberto Owen.

Antonieta había heredado una vecindad inmensa que había sido, creo, el convento de San Jerónimo en que estuvo Sor Juana Inés de la Cruz. Pensó construir ahí un pequeño teatro. De haberlo hecho, el Teatro de Ulises habría sido también materialmente el precursor de los pequeños teatros que hoy disfrutamos en México. La cosa se quedó en proyecto. Nos dispersamos. Ella a Europa donde murió. Xavier, años más tarde a escribir obras para el teatro. Yo a muchas cosas.

(Novo, Salvador: “La metamorfosis de Ulises”. Artes de México, año XVI, núm. 123, 1969, pp. 56-57)

La actividad de Ulises fue totalmente renovadora y, para decirlo pronto, revolucionaria, pues dio lugar a las más diversas repercusiones, la mayoría de las cuales quedaron reflejadas en la prensa del momento que fue, por otra parte, donde primeramente aparecieron los ecos de esa empresa que con la sola puesta en escena del Orfeo de Jean Cocteau aportó materia suficiente para trastornar, de hecho, el ambiente general de la Ciudad de México, que no sólo el teatral, ya que esa obra, por su naturaleza vanguardista tan rotundamente diferente a las que tenían acostumbrados a los capitalinos los empresarios teatrales, sacudió en todos sentidos a ese público formado en un teatro español y francés finisecular, que para esas fechas resultaba no sólo insustancial sino obsoleto.

Hacia esas fechas se discutía también en torno al inconcluso Teatro Nacional, el que ya terminado años después fue el Palacio de Bellas Artes y con toda la ironía del mundo se decía que debía dársele a Ulises para que allí presentara sus obras y así se le diera vida a esa mole marmórea. Hubo también otros elementos que contribuyeron con todo un anecdotario que vino a conferirle a Ulises un cariz muy particular dentro de la historia de los movimientos teatrales mexicanos. Así, por ejemplo, durante la primera presentación de la compañía en el local de la calle de Mesones y en otros días, ocurrieron varios temblores de tierra que coincidieron con las funciones, justamente de Orfeo.

De esa circunstancia, esto es, de la conjunción de temblores y teatro importado por Ulises surgieron comentarios que, como el que aquí se transcribe, llegaron a España en las páginas de un número extraordinario de una publicación dedicada a México con motivo de la exposición de Sevilla. Ahí, un anónimo cronista se refiere a Ulises denominándolo Teatro Nuevo y relata su visita a un ensayo del grupo de aficionados encabezado por Antonieta y en el cuerpo de dicha reseña recoge unos versitos que circularon por esos días:

¿En Ulises función?
Temblor seguro.
De aqueste modo natural, natura
edificante aviso manda…

De boca en boca se comunica el dicho cierto, pues, en verdad, coincidió con dicha presentación un temblor de gran intensidad. Ni una sola vez faltó el suceso sísmico. Y las gentes, temerosas de la condenación de sus semejantes, llegaron a atribuir todo este mal a la depravación de un grupo de personas que se reunían periódicamente para representar un teatro moderno del mundo, en vez de asistir a las tandas del Politeama, del Lírico, del María Guerrero, donde unas muchachas desnudas, haciendo amanerados gestos, atravesaban una y diez veces la pasarela, entre la admiración rendida de republicanos radicales.

Asimismo, esas repercusiones se dieron también en Francia en boca nada menos que del mismo autor de Orfeo, esto es, de Jean Cocteau, que en las páginas de uno de sus libros hace referencia al mismo asunto de la transcripción anterior y a la cual aludió José Gorostiza en un momento de su experiencia como columnista de una revista capitalina:

Cocteau anecdótico

En su último libro —Opio. Diario de una desintoxicación— cuenta Jean Cocteau este dramático episodio.

Representábase Orfeo en español, en México. Un temblor de tierra interrumpió la escena de las bacantes, echó abajo el teatro e hirió a varias personas. Una vez reconstruida la sala, vuélvese a dar Orfeo. De pronto, un empleado anuncia que el espectáculo no puede continuar. El actor que representaba el papel de Orfeo, antes de salir del espejo, había muerto repentinamente entre bastidores.

Ahora bien, el actor que representaba el papel de Orfeo era Xavier Villaurrutia y éste se encuentra, a nuestro saber, en el “color de rosa” de la salud. No cabe duda que, al llegar a esta parte del libro, la desintoxicación de Cocteau no acababa todavía.

Hasta Buenos Aires igualmente trascendieron —quizá por la intervención de Alfonso Reyes, a la sazón, embajador en Argentina— los logros de Ulises, pues en carta de Reyes a Genaro Estrada, le envió a éste el siguiente comentario poético escrito por una escritora que junto con Victoria Ocampo fue una de las más emblemáticas de la literatura argentina del siglo pasado:

También le mando una noticia Peregrina sobre el teatro de Antonieta;
y todo el que d’esta agua no bebiere
per do el zapato sabe bien le aprieta.

Es obra de María Rosa Oliver, flor aristocrática de Bs. Aires, encantadora niña completamente paralítica de las piernas, deforme de medio cuerpo abajo, en cuyo espíritu reina siempre la dulzura y la paz.

De idéntica manera hizo su aparición el temblor en la poesía de uno de los más conspicuos integrantes de Ulises, vale decir, en la obra de Gilberto Owen, que en su “Poema en que se usa mucho la palabra amor” incluido en su poemario Línea, que es a su vez un acróstico del nombre de Clementina Otero, que como Owen surgió a la escena en la experiencia ulisiana, apunta el poeta y aludiendo a la obra El peregrino de Charles Vildrac donde él y Clementina fueron intérpretes y a la única foto que se conserva de la representación, en las seis líneas finales correspondientes al apellido Otero, dice el poeta:

O acabo de inventar la línea recta
todo el horizonte fracasa después de sus mil siglos
[de ensayos
el mar no te lo perdonará nunca mi Dyonissos
recuerda aquella postura en que yo era tu tío y
[que ha eternizado
otra fotografía desenfocada por un temblor de
[tierra en la luna.

Por otra parte, del hecho de que los jóvenes Ulises frecuentaran la casa de Diego Rivera en la calle de Mixcalco número 12, propició que surgiera la relación entre Lupe Marín, esposa del pintor y Jorge Cuesta, hacia esos días —finales de 1926— en que por entonces se hallaba Diego realizando los murales de la Secretaría de Educación Pública. Cuesta, desconocido en esos momentos más allá del círculo ulisiano, cayó fascinado ante Lupe y dada la frágil situación del matrimonio de ésta con el pintor, terminaron ella y Cuesta por vivir juntos.

Esta cuestión derivó en una serie de habladurías y chismorreos de toda suerte, entre los cuales sobresalió por su acidez y mala leche la serie de poemas satíricos que con el título de La Diegada realizó Salvador Novo, compañero de andanzas intelectuales de Cuesta, a lo cual dio respuesta Diego tiempo después pintando en uno de los tableros de los murales de la Secretaría de Educación Pública, en el titulado: “El que quiera comer que trabaje” nada menos que a Antonieta, la cual aparece con una escoba en actitud de barrer y engalanada con un elegante atuendo y enjoyada. Antonieta es la figura central y en el ángulo inferior izquierdo aparece una figura de bruces, que se supone es Salvador Novo y sobre el suelo figuran ejemplares de las revistas Ulises y Contemporáneos, lo cual, cabe advertir, no resulta anacrónico, ya que el mural fue realizado en 1929, cuando la segunda revista llevaba un año de vida y la primera había dejado de circular desde el año anterior y, además, aparece la inscripción de Ulises de “Jane Joyce” (sic) rey de Ítaca y de Sodoma y Gomorra.

En este caso como en otros más, los ataques contra Ulises se centraron en la figura de Antonieta en virtud de su carácter destacado, ya que en torno suyo se dio todo el fenómeno ulisiano por las distintas razones que le otorgaron ese carácter protagónico, fundamentalmente el de patrocinadora de ese esfuerzo artístico al cual en diferentes grados se le oponía un cierto rechazo porque se le consideraba un conjunto de personajes descarriados, los cuales estaban caracterizados por homosexuales y viciosos en general.

A esa consideración de carácter moralizante y condenatoria e intolerante que prevalecía en la época contribuía la naturaleza abierta carente de prejuicios retardatarios que distinguía a Antonieta y que no se correspondía con la clase social a la que pertenecía, según se estimaba, amén de que su condición de mujer inteligente y culta, que sabía varios idiomas e independiente, feminista, desde luego, la hacían merecedora de una imagen desfavorable en un país caracterizado justamente por su atávico machismo, además del desdoro que suponía que se le supusiera jefa de una cáfila de degenerados.

* “Los días y los trabajos de Ulises y las consecuencias del momento”, es el nombre del capítulo de donde fue tomado este fragmento, que a su vez forma parte de una investigación sobre Antonieta Rivas Mercado.