"Los indios de México hablan lenguas, no dialectos; lenguas tan diferentes entre sí como el italiano y el polaco” (Juan Rulfo)
"Nunca conocí a Juan Rulfo, lo que es igual a decir que ya no lo conoceré jamás. Como tantos lectores, como tanto devorador de libros picado por el animal roñoso de la literatura, solo puedo acumular repetidas lecturas suyas y un desordenado y poco confiable anecdotario que me ayuden a construir algunos párrafos ahora, justo cuando Pedro Páramo está cumpliendo cincuenta años de publicada.
No lo conocí y no lo lamento. Dicen que era huraño, esquivo, de pocas palabras; que en los años setentas cuando un joven escritor le mostró unos textos en el Círculo Mexicano de Escritores le respondió: "—Usted ya escribe bien, pero le hace falta sufrir". No creo que me hubiera gustado frecuentarlo.
García Márquez no lo conocía aún cuando corrió una suerte distinta a la del joven escritor de arriba. Estaba recién llegado a México, con pocos amigos y la mala suerte de no ser todavía el escriba de Cien años de soledad. Un día lo visitó Alvaro Mutis, quien ya llevaba cinco años viviendo en tierra azteca, y Gabo le preguntó cuáles eran los autores y obras que había que leer en aquel país. Al poco tiempo Mutis regresó con un paquete de libros, separó los dos más delgados y le dijo: "—Léase esa vaina, y no joda, para que aprenda cómo se escribe". Eran El llano en llamas y Pedro Páramo. Cuentan que no durmió aquella noche hasta fatigar dos lecturas de Pedro Páramo y que al día siguiente agotó El llano en llamas. Dicen, también, que se aprendió a Rulfo de memoria, que confesó después no haber leído nada más aquel año porque todo le resultaba inferior".
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"Nunca conocí a Juan Rulfo, lo que es igual a decir que ya no lo conoceré jamás. Como tantos lectores, como tanto devorador de libros picado por el animal roñoso de la literatura, solo puedo acumular repetidas lecturas suyas y un desordenado y poco confiable anecdotario que me ayuden a construir algunos párrafos ahora, justo cuando Pedro Páramo está cumpliendo cincuenta años de publicada.
No lo conocí y no lo lamento. Dicen que era huraño, esquivo, de pocas palabras; que en los años setentas cuando un joven escritor le mostró unos textos en el Círculo Mexicano de Escritores le respondió: "—Usted ya escribe bien, pero le hace falta sufrir". No creo que me hubiera gustado frecuentarlo.
García Márquez no lo conocía aún cuando corrió una suerte distinta a la del joven escritor de arriba. Estaba recién llegado a México, con pocos amigos y la mala suerte de no ser todavía el escriba de Cien años de soledad. Un día lo visitó Alvaro Mutis, quien ya llevaba cinco años viviendo en tierra azteca, y Gabo le preguntó cuáles eran los autores y obras que había que leer en aquel país. Al poco tiempo Mutis regresó con un paquete de libros, separó los dos más delgados y le dijo: "—Léase esa vaina, y no joda, para que aprenda cómo se escribe". Eran El llano en llamas y Pedro Páramo. Cuentan que no durmió aquella noche hasta fatigar dos lecturas de Pedro Páramo y que al día siguiente agotó El llano en llamas. Dicen, también, que se aprendió a Rulfo de memoria, que confesó después no haber leído nada más aquel año porque todo le resultaba inferior".
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