25 de enero de 2009

Los zapatos y los escritores

Me ha llamado la atención una nota en "Laberinto" de Milenio, es de Héctor de Mauleón y se titula Zapatos. Tal vez porque tengo una especie de fijación con los zapatos y las uñas, me explico: si alguien trae los zapatos sucios, o las uñas de igual forma, me ocasiona mucho desencanto. No me fijo si son finos o no (ni se, además), si son verdes o amarillos, si son de mujer o de hombre, altos, bajos o tenis, eso me interesa absolutamente nada. Lo que me importa es si están limpios y si son como estos zapatos pues con más razón, miren:

La ciudad requiere de un intérprete que la descifre. En el siglo XIX, Guillermo Prieto fijó las herramientas con las que el cronista debe realizar ese trabajo: un par de zapatos gastados por la curiosidad. En la primera crónica urbana, escrita en 1554 por Francisco Cervantes Salazar, los personajes que describen las maravillas de la capital de la Nueva España no usan, sin embargo, los zapatos: cabalgan por Tacuba, la Plaza Mayor y la actual Pino Suárez, admirando la arquitectura y el recto trazo de las calles.

Muchos años después, a principios del siglo pasado, Ángel de Campo se convirtió en el primer cronista que narró la ciudad desde el volante de un auto (un cupé de medio uso que destrozó al quinto día). Entre ambos hechos, los cronistas de la urbe tuvieron que gastar varios pares de zapatos.

Imagino los del incansable Manuel Payno, quien, buscando “asuntos” para sus artículos de El Siglo Diez y Nueve, se paseaba un día en la boca de los Portales, y al otro se le veía en las huertas de la Tlaxpana o San Ángel, o en los escarpados cerros de El Cabrío. Aquellos zapatos debieron bostezar por tanto uso.

Su contraparte: el calzado finísimo con que Manuel Gutiérrez Nájera, el dandi de los salones porfirianos, “boulevardeaba” tarde con tarde en la calle de Plateros. “El Duque Job” murió dos semanas antes de que el primer automóvil entrara en la Ciudad de México, pero había descubierto que era posible escribir crónicas extraordinarias desde la ventanilla de un tranvía. No tenía que trasladarse a El Cabrío para encontrar “asuntos”: le bastaba caminar unos minutos por Plateros. Una vez prometió una crónica que no escribió. Su tema eran los zapatos:

“Dime cómo calzas y te diré quién eres —le dijo “El Duque Job” a Ángel de Campo—. Vamos a estudiar zapatos y verá usted qué cierto es eso. Aquella señora es coqueta: usa bota de cuarenta botones y quiere que lo sepan; ésta que camina lentamente debe ser esposa de un comisario de juzgado, trae los de su marido con tacones cortados a bisel; mire usted el último grado de la despreocupación, del egoísmo, del nada se me da: las babuchas de esa beata: esas señoras entran al Paraíso por la puerta de los criados y deben hacer un alto en... ¿hay Leteo allá arriba? [...] Aquí viene otra: advenediza, y usa un calzado irreprochable como forma, pero no sabe manejarlo, ignora que no se camina lo mismo con charol que con raso turco... He aquí una excelente esposa para un escritor: esos botines deben de ser muy viejos, pero con cuánto amor están embetunados; o sucia o hipócrita o mal formada la que se baja del coche: prefiere enseñar el cuello y partes alícuotas, a mostrar la punta de los choclos...”.

Al cronista de la modernidad, Salvador Novo, sus padres le compraron en una tienda de Madero un par de zapatos blancos. Novo tenía 12 años, acababa de llegar de Torreón y, según confiesa, se había aficionado a conocer “más íntima y menos literariamente” la Ciudad de México. Con esos zapatos conoció instituciones tan importantes como el Bosque de Chapultepec, la pastelería El Globo, el Sanborns y La Alameda. Con ellos subió las escaleras eléctricas de El Salón Rojo y se miró en los espejos deformantes que había en el lobby. Como quería Prieto, debió mancharlos con muchísimo polvo. Tres décadas después, escribió la crónica mayor de esta ciudad: Nueva grandeza mexicana. Me resulta extraño hallar ahora una foto de ese tiempo: Novo ejerce unos zapatos (negros) a lo largo de San Juan de Letrán (la imagen de la calle es de aquellos tiempos). ¿Será que los que vemos colgar en los cables de energía eléctrica son las verdaderas llaves de la ciudad?

Y hablando de zapatos, el zapatazo a Bush inspira una muestra de arte en Egipto. "Shoes es el título de la exposición en la que participan una veintena de artistas egipcios con obras realizadas para la ocasión o previamente.

8 comments:

Anónimo dijo...

Si de zapatos se trata, ¿por qué no un ensayo?

http://lomioesamateur.wordpress.com/valeria/ensayo-del-zapato/

saludos desde Baires,
APG

Sergio Astorga dijo...

Magda, para hacerte un comentario a la medida,me pongo mis cacles de de caguamo,no, mejor los de iguana con tacón cubano, hechos a mano en las calles de Ecuador por un zapatero de postín, que desde que leyó la carta de Arreola, mejoró notablemente sus maneras en el oficio.
Creo que taconié demasiado, y lo que quería decirte es que si, las verdaderas llaves de la ciudad estan penduradas.
Me encantó.
Un abrazo bien zapateado.
Sergio Astorga

Anónimo dijo...

Del libro Los Vendedores de Humo
mario flecha

Juan Pilkings


Mi nombre es Juan Pilkings. Nací en Sudamérica a orillas del Río de la Plata, comparto un cuarto de estudiante en Londres con José Teruel, hijo del famoso cantor de tangos destruido por las circunstancias. Cuando nos conocimos dibujé un mapa del cuarto sobre un papel blanco, marcando su territorio y el mío. José, hijo de los suburbios de Buenos Aires, sonrió, se puso la mano derecha en el bolsillo del pantalón y sacó una tiza con la que trazó sobre el suelo una línea dividiendo el dormitorio en dos. El jamás
cruzó a mi lado y yo estaba aterrorizado de ir al suyo, sólo nuestras voces se movían con libertad. Todas las mañanas viajo en el subterráneo desde Highbury e Islington hasta Victoria. Me entretengo mirando a la gente o acercandome a alguna pasajera atractiva. Hay días que bajo
impulsivamente en una estación cualquiera para caminar. Ayer, paseando, ví un par de zapatos muy bellos. Eran angostos de cuero negro y con una hebilla dorada. El deseo de poseerlos fue creciendo lentamente durante la noche, debo comprarlos pensaba, pero en realidad no me alcanzaba el dinero ni para un zapato. Compartí mi problema con José - si me ayudas lo podemos comprar a medias – dije. Él pensaba y yo para qué quiero un par de zapatos que te gustan a vos ? - Con esos zapatos las mujeres se vuelven locas - dije - y qué garantías tenés?
- Todas. Podría decir que el carácter de las personas está por el suelo, los zapatos que usan describen quienes son, qué hacen cómo viven.
Todo lo demás es insignificante (ropas, maquillajes, perfumes, anteojos) con esta ventaja le podés hacer el verso a cualquiera que te guste.
- Estás volado, la mejor manera de seducir a una inglesa es con un gato abajo del brazo.
Nos levantamos al mismo tiempo, desde mi ventana veo el cielo gris que proyecta una atmósfera de identificables desagrados: el frío, la lluvia, y la ausencia de colores. La vida en blanco y negro, o peor, con distintos tonos de grises, los amaneceres de invierno en Londres tienen la peculiaridad de ser un desafío a los deseos de vivir. Corrimos hacia a la estación para evitar la mojadura. Una vez adentro del subte yo comencé a definir a los pasajeros a través de una observación profunda de los zapatos
- pareja de clase media, gorda, sexo indefinido, banquero, puta bellísima - le fuí diciendo a José. Bajamos en la estación de Green Park y de mala gana
decidió que compraríamos los zapatos. Yo los usaría lunes, miércoles y viernes, él martes, jueves y sábados mientras que el domingo descansarían. El viernes caminé con satisfacción, subí al subte, me senté y crucé las
piernas mostrando al mundo el par de zapatos nuevos. Me escondí detrás del diario. Percibí los ojos pesados de una mujer hermosísima mirándome.
Bajé rápidamente en Euston confundiéndola. Sabía que le sería difícil reconocerme en otro momento ya que lo único visible habían sido mis zapatos.
El Sábado José se puso los zapatos negros de hebilla dorada y nos fuimos juntos a tomar el subte, reconocí a la mujer que ayer me había estado observando, la miré a los ojos y sonreí buscando su atención, ignoró mis esfuerzos mientras le miraba los pies a José. Bajamos en Green Park. José dijo - tenías razón - y se fue con ella.

Isabel Mercadé dijo...

Encantadora tu entrada, Magda. Y comparto completamente contigo el interés por los zapatos. Y es que los zapatos no son cualquier cosa. En España se dice "contento como un niño con zapatos nuevos". Seguro simbolizan cosas que apelan al inconsciente colectivo y van mucho más allá de lo que en una primera impresión podamos imaginar: caminar, el lugar que nos sostiene, lo único de nuestro cuerpo vestido que vemos bien sin espejo...tantas cosas.
Un gran abrazo.

Víctor Manuel dijo...

Bueno, ya lo dijo el personaje de Forrest Gump, los zapatos dicen mucho de una persona, dicen de donde viene, por donde ha pisado... y si están completamente limpios, pues no ha pisado mucho.

Anónimo dijo...

Parecen las botas de Charles Chaplin en la película "La Quimera del Oro".Que buena imagen los zapatos limpios aunque sean viejos........

Magda Díaz Morales dijo...

Muchas gracias por su visita y comentarios.

Un abrazo para ustedes.

princesadehojalata dijo...

Muy interesante. Recuerdo ver en un libro de fotografías a escritores, una foto de un escritor en su despacho con los pies encima de la mesa calzando unas botas de preesquí. Recuerdo que sentí unas ganas irrefrenables de leerlo.
Besos.

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