Hasta ahora no había leído nada del escritor mexicano Mario González Suárez, me inicio en su obra con De la infancia, una novela muy bien escrita.
De la infancia narra la vida infantil de un niño en cuyo hogar existe la violencia, la falta de una educación que guarde no solamente respeto por los demás y por ellos mismos, sino una total carencia de entendimiento y comprensión por el otro.
La madre, una mujer que lo aguanta todo, tonta, llena de rencor y miedo. El padre, un hombre excesivamente violento, cruel, borracho, que no piensa en nadie, solo en sí mismo. El matrimonio tiene tres hijos a los que sus actitudes y formas de vida han formado a tres niños traumados, aterrados ante esa vida familiar que los envuelve y que parece no tener esperanza de cambio.
La superstición forma parte fundamental de sus vidas, como es de imaginar. Los golpes, las amenazas, la ignorancia, el desamor, el desamparo, el mal humor, los pleitos, la envidia, las agresiones, la tristeza y el desencanto.
El padre, Basilio Niebla, siempre con el dolor de no haber conocido a su madre, siempre buscándola, tirando golpes a la esposa y a los hijos, golpes físicos y psicológicos, amenazando con que va a matarlos. La madre, contestando al hijo que no deja a su padre por “ustedes...”. Ante semejante respuesta el hijo siente “una inmensa rabia”.
Una familia como hay muchas en el mundo, donde la falta de educación (y con ella, tantas y tantas cosas) consigue destruir vidas y que estas vidas intenten huir sin saber precisamente a qué lugar.
Han empezado nuestras vacaciones y me enfurece pasarlas en la azotea. Damasco me auxilia en la vigilancia de la ropa y al no hallar antídoto contra el tedio nos decidimos a recolectar la caca de los gatos y las ratas para lanzarla a la azotea de la casa que colinda con el edificio. El atractivo consiste en que el infeliz perro recluido en dicha azotea, abandonado desde hace mucho, se come la caca. Incluso llegamos a recoger excrementos humanos para la dieta animal. Aquello nos parece tan inmundo que lo repetimos varias veces sólo para comprobar su autenticidad. Reímos desbocadamente mirando al perro tragar y tragar mierda... En eso nos ocupábamos cuando aparece mi padre.