Entre 1936 y 1938, Alfonso Reyes fue embajador de México en la Argentina. Notorio ladies man, el gran escritor y erudito se enamoró apasionadamente de una actriz porteña, popularísima en el teatro de boulevard y que más tarde renovaría ese éxito en el cinematógrafo. Don Alfonso no se ocupó de ocultar la relación y aparecía a menudo en público acompañado por la burbujeante rubia. Para la diplomacia de la época, esa desaprensión era censurable y el embajador fue advertido de su imprudencia, en una conversación telefónica amistosa, por el ministro de Relaciones Exteriores de su país.
Observó la discreción pedida durante unas semanas y volvió luego a su vida habitual. Una segunda advertencia llegó muy pronto, en una carta adornada por mucho recaudo amistoso y efusivas expresiones de respeto intelectual, y encabezada por un sello que la declaraba “confidencial”; siguió un nuevo período de recato y un nuevo regreso a la indolencia. Como en los cuentos más tradicionales, un tercer, definitivo mensaje apuró la conclusión. Su forma habría sido la de un telegrama como sólo un presidente puede enviar a través de los servicios telegráficos normales: “La embajada o la puta. Cárdenas”.
Fuente: Oral, Victoria Ocampo, Buenos Aires, C 1970 (Nuevo Museo del chisme, Edgardo Cozarinsky).
1 comments:
Conozco ese libro y trae anécdotas de escritores fabulosas, como ésta.
Gracias por compartir.
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