¿El lenguaje más erótico de un cuerpo no está acaso allí donde la vestimenta se abre? En la perversión (que es el régimen del placer textual) no hay "zonas erógenas"; es la intermitencia, como bien lo ha dicho el psicoanlálisis, la que es erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas (el pantalón y el pulóver), entre dos bordes (la camisa entreabierta, el guante y la manga); es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición-desaparición.
No se trata aquí del placer del strip-tease corporal o del supremo narrativo. En uno y otro caso no hay desgarradura, no hay bordes sino un desvelamiento progresivo: toda la exitación se refugia en la esperanza de ver el sexo (sueño del colegial) o de conocer el fin de la historia (satisfacción novelesca). Paradójicamente (en tanto que es de consumo masivo), es un placer mucho más intelectual que el otro: placer edípico (desnudar, saber, conocer el origen y el fin) si es verdad que todo relato (todo develamiento de la verdad) es una puesta en escena del Padre (ausente, oculto o hipostasiado), lo que explicaría la solidaridad de las formas narrativas, de las estructuras familiares y de las interdicciones de desnudez -reunidas todas entre nosotros- en el mito de Noé cubierto por sus hijos.
El placer del texto es ese momento en que mi cuerpo comienza a seguir sus propias ideas...
Roland Barthes.
No se trata aquí del placer del strip-tease corporal o del supremo narrativo. En uno y otro caso no hay desgarradura, no hay bordes sino un desvelamiento progresivo: toda la exitación se refugia en la esperanza de ver el sexo (sueño del colegial) o de conocer el fin de la historia (satisfacción novelesca). Paradójicamente (en tanto que es de consumo masivo), es un placer mucho más intelectual que el otro: placer edípico (desnudar, saber, conocer el origen y el fin) si es verdad que todo relato (todo develamiento de la verdad) es una puesta en escena del Padre (ausente, oculto o hipostasiado), lo que explicaría la solidaridad de las formas narrativas, de las estructuras familiares y de las interdicciones de desnudez -reunidas todas entre nosotros- en el mito de Noé cubierto por sus hijos.
El placer del texto es ese momento en que mi cuerpo comienza a seguir sus propias ideas...
Roland Barthes.