Damas chinas, la novela de Mario Bellatin, acaba de aparecer en España. Luis de la Peña, en el Suplemento "Caballo verde" de La razón, nos ofrece hoy la siguiente reseña:
"La novela como juego"
Damas chinas, Anagrama, 104 pp.
Las novelas de Mario Bellatín (México, 1960) tienen ese raro y atractivo misterio de historias que nos atrapan y que el lector no alcanza a descubrir muy bien porqué. Así ocurre en esta «Damas chinas», aparecida ahora en España, casi diez años después de su primera edición americana. La historia es sencilla: un ginecólogo bien entrado en los cincuenta ha empezado a frecuentar diversos prostíbulos de la ciudad. A partir de este arranque, el narrador y protagonista de la novela va relatándonos su vida: la relación con su esposa, el trato con su hija recién casada, la muerte de su hijo. Sucesos de la vida cotidiana que, en apariencia, nada aportan más allá de lo que es una vida «normal». Pero el ginecólogo conoce en su consulta a un niño, hijo de una mujer que padece un cáncer y del que, misteriosamente, se cura. La segunda parte del relato es la historia que este niño le ha contado al ginecólogo. Dos partes que funcionan a modo de contrapunto, que no se explican una a la otra, sino que constituyen una unidad en la que ofrecer la visión de un mundo donde lo esencial no es el tiempo (ni pasado ni futuro) sino el desarrollo de unos acontecimientos que parecen existir siempre en un presente continuo. Dos historias diferentes que se superponen para ofrecernos un único modo de entender la realidad: el misterio de lo cotidiano, una realidad corriente gobernada por un infinito silencio (estética del silencio, la definió el profesor Claudio Guillén).
Para construir este mundo novelesco de silencios y ausencias en el que parece no suceder nada, porque al cabo es el hombre que vive sin darse cuenta de cómo pasa la vida, una vida en la que no parece haber un antes y un después, sólo un presente inmenso en el que él mismo se pierde, el autor ha hecho uso de una serie de elementos estructurales que funcionan a la perfección, como los engranajes de un reloj. De una parte la austeridad estilística, dominada por un lenguaje directo, sencillo, de frase corta y concisa, con periodos narrativos breves y compactos, y unos personajes carentes de nombre, definidos a través de sus atributos, de su condición, personajes que funcionan como en un cuento, porque «Damas chinas» es una «nouvelle» que toma demasiados elementos estructurales del relato y, en cierto sentido, funciona como éste.
Lo primero que sorprende al lector es que quiere entender, pero no sabe cómo. Los acontecimientos que se van desarrollando ofrecen la diafanidad de lo corriente, pero el lector sabe que hay algo más detrás de estos asuntos, y lo sabe porque, como en los mejores textos, la lectura es extrañamente perturbadora. Y es que esos acontecimientos «corrientes» se explican y se entienden dentro del texto. Así, lo alegórico de algunos asuntos (no se puede escapar el hecho de que el protagonista es ginecólogo y que la segunda parte del libro nace del relato de un niño que ha entrado en escena a través de la enfermedad de la madre) cobra cierta vitalidad en la propia textualidad, pero fuera de ella se diluye como un azucarcillo en el agua. Porque la rara perfección del libro reside precisamente en una inquietud que ignoramos de dónde viene.
"La novela como juego"
Damas chinas, Anagrama, 104 pp.
Las novelas de Mario Bellatín (México, 1960) tienen ese raro y atractivo misterio de historias que nos atrapan y que el lector no alcanza a descubrir muy bien porqué. Así ocurre en esta «Damas chinas», aparecida ahora en España, casi diez años después de su primera edición americana. La historia es sencilla: un ginecólogo bien entrado en los cincuenta ha empezado a frecuentar diversos prostíbulos de la ciudad. A partir de este arranque, el narrador y protagonista de la novela va relatándonos su vida: la relación con su esposa, el trato con su hija recién casada, la muerte de su hijo. Sucesos de la vida cotidiana que, en apariencia, nada aportan más allá de lo que es una vida «normal». Pero el ginecólogo conoce en su consulta a un niño, hijo de una mujer que padece un cáncer y del que, misteriosamente, se cura. La segunda parte del relato es la historia que este niño le ha contado al ginecólogo. Dos partes que funcionan a modo de contrapunto, que no se explican una a la otra, sino que constituyen una unidad en la que ofrecer la visión de un mundo donde lo esencial no es el tiempo (ni pasado ni futuro) sino el desarrollo de unos acontecimientos que parecen existir siempre en un presente continuo. Dos historias diferentes que se superponen para ofrecernos un único modo de entender la realidad: el misterio de lo cotidiano, una realidad corriente gobernada por un infinito silencio (estética del silencio, la definió el profesor Claudio Guillén).
Para construir este mundo novelesco de silencios y ausencias en el que parece no suceder nada, porque al cabo es el hombre que vive sin darse cuenta de cómo pasa la vida, una vida en la que no parece haber un antes y un después, sólo un presente inmenso en el que él mismo se pierde, el autor ha hecho uso de una serie de elementos estructurales que funcionan a la perfección, como los engranajes de un reloj. De una parte la austeridad estilística, dominada por un lenguaje directo, sencillo, de frase corta y concisa, con periodos narrativos breves y compactos, y unos personajes carentes de nombre, definidos a través de sus atributos, de su condición, personajes que funcionan como en un cuento, porque «Damas chinas» es una «nouvelle» que toma demasiados elementos estructurales del relato y, en cierto sentido, funciona como éste.
Lo primero que sorprende al lector es que quiere entender, pero no sabe cómo. Los acontecimientos que se van desarrollando ofrecen la diafanidad de lo corriente, pero el lector sabe que hay algo más detrás de estos asuntos, y lo sabe porque, como en los mejores textos, la lectura es extrañamente perturbadora. Y es que esos acontecimientos «corrientes» se explican y se entienden dentro del texto. Así, lo alegórico de algunos asuntos (no se puede escapar el hecho de que el protagonista es ginecólogo y que la segunda parte del libro nace del relato de un niño que ha entrado en escena a través de la enfermedad de la madre) cobra cierta vitalidad en la propia textualidad, pero fuera de ella se diluye como un azucarcillo en el agua. Porque la rara perfección del libro reside precisamente en una inquietud que ignoramos de dónde viene.