Mañana en la batalla piensa en mí ha sido galardonada con varios premios, entre ellos el Rómulo Gallegos 1995. Narrada en primera persona, inicia con la visita de Víctor Francés, divorciado y guionista de cine que "acaba haciendo series de televisión casi siempre", a la casa de Marta Téllez en la calle Conde de la Cimera, una mujer casada con un hijo de dos años y cuyo esposo había viajado a Londres esa noche. Después de cenar solomillo irlandés, tomar Chateau Malartic y dormir al niño, pasan a la habitación, "Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda". Marta Téllez empieza a tener "un mareo horrible, de todo, todo el cuerpo" hasta que muere en los brazos de Francés, los dos eran casi desconocidos el uno para el otro. La escena de la muerte es sobrecogedora:
Cógeme, cógeme, por favor cógeme, y quería decir que la abrazara y así lo hice, la abracé por la espalda, mi camisa aún abierta y mi pecho entraron en contacto con la piel tan lisa que estaba caliente, mis brazos pasaron por encima de los suyos, con los que se cubría, sobre ella cuatro manos y cuatro brazos ahora y un doble abrazo, y seguramente no bastaba, mientras la película de la televisión avanzaba sin su sonido en silencio y sin hacernos caso, pensé que algun día tendría que verla enterándome, en blanco y negro (...) Es posible que ya no pudiera más, que ya no aguantara, porque a los pocos minutos le oí decir algo más y dijo: 'Ay Dios, y el niño' (...) Supe al instante que había muerto, pero le hablé y le dije: 'Marta', y volví a decir su nombre y añadí: '¿Me oyes?' (...) Y sólo al cabo de bastantes segundos -o fueron quizá minutos- me fui separando con mucho cuidado, como si no quisiera despertarla (...) 'Mañana en la batalla piensa en mi, y caiga tu espada sin filo: desespera y muere'.
Esta frase Shakespeareana se repite constantemente a lo largo de la novela, como se repiten muchas cosas más. Estas repeticiones, como las divagaciones que realiza el personaje, me parecen a veces cansadas, repite, repite y repite lo mismo, una y otra vez. El lector puede saltarse segmentos y retomar la trama y no se pierde el hilo narrativo, algunas reflexiones del personaje son demasiado largas, pero fuera de eso Victor Francés es un estupendo personaje, a veces cínico, y con una cachaza sorprendente, hay varios ejemplos de esto, uno de ellos es cuando prende la televisión mientras Marta está sintiéndose muy mal, aunque tiene la atención de no subir el volumen (era una película antigua de Fred MacMurray), o cuando después de acomodar a la muerta en su cama va a buscar su abrigo, bufanda y guantes para abandonar por fin el departamento (no sabe qué hacer y recrea muchas conjeturas), de pronto ve en el armario un salacot auténtico:
Y no pude evitar cogerlo, parecía antiguo, con su borboquejo de cuero para fijarlo al mentón y su forro verde gastado, en el cual se veía una vieja etiqueta muy cuarteada (...) Me puse el salacot y busqué un espejo en el que mirarme, fui al cuarto de baño y tuve que sonreírme al verme, colonial en invierno con abrigo y bufanda.
Pero eso sí, piensa en el niño, en qué va a hacer si al despertarse va a la recámara de su madre y ésta no le contesta, "¿y si le da hambre?", así que le prepara un platillo dejándolo en la nevera y junto a ella un banco para que Eugenio pueda subirse en caso de no alcanzar bien. A partir de que sale del departamento dejando al niño dormido, la televisión prendida sin sonido, las luces encendidas, el problema que se le presenta es el salir avante sin que lo involucren en la muerte ¿cómo explicar que estaba ahí? ¿qué le iba a decir al esposo, a los familiares? Muchas cosas suceden: va al entierro, poco después va conociendo a los familiares de Marta: a Déan, el esposo, al padre, a la hermana menor, así, buscando sin buscar para contar su secreto...
Una novela que se disfruta mucho, adonde las oposiciones entre vida/muerte, apariencia/realidad, existencia/inexistencia, verdad/falsedad, nos revelan lo que transcurre en este mundo entre los seres humanos que lo habitan.
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Sergio Pitol recibe el "Premio Roger Caillois" por su novela El arte de la fuga y toda su obra. La ceremonia se efectuará el miércoles en la Casa de América Latina, en París, institución fundadora del galardón, junto al Pen Club.
El chileno Eugenio Javier Bello Chauriye, con la obra Letrero de albergue, obtuvo hoy el XXVI Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, organizado por la Diputación de la provincia sureña española de Huelva.