"El humo de las musas"
Jesús Marchamalo
Suplemento cultural ABCD
9.9.06
Los asistentes acabaron otorgando a Onetti el cargo de presidente en el exilio dada su pertinaz resistencia a participar en los actos organizados. Corría el año 1979, y en Las Palmas se celebraba el Congreso de Escritores en Lengua Española que Juan Carlos Onetti, como se ha dicho, presidía. Solía esperar a que empezaran las sesiones para escurrirse al bar con su amigo Juan Rulfo, para conversar. Allí los sorprendió una tarde, a la hora de la siesta, Nélida Piñon, sentados uno frente al otro y cruzando entre sí apenas un puñado de monosílabos:
Onetti siempre contó que había comenzado a escribir por causa del tabaco. A principio de los años 30, recién casado, se trasladó a Buenos Aires, donde estaba prohibida la venta de cigarrillos durante el fin de semana, de modo que los fumadores acopiaban los viernes tabaco para tres días. A él se le olvidó comprar y la desesperación se tradujo en un cuento de apenas cuarenta páginas que escribió en una tarde, sentado ante la máquina de escribir para desahogarse. Era la primera versión de El pozo, que se publicaría nueve años después. Fue lo único en su vida que escribió sin fumar.
Novelas imprescindibles. «Es innegable la relación del tabaco con la literatura», opina J. J. Armas Marcelo. «Al socaire del humo fueron escritas Juntacadáveres, Pedro Páramo, El coronel no tiene quien le escriba y otras muchas novelas imprescindibles. Igual que el cine: cine y literatura, de hecho, están llenos de tabaco. ¿Qué cine?, preguntan algunos; pues el Cine, claro. ¿Qué literatura?; pues la Literatura».
Fumaba el ancho Chesterton; fumaba el delgado Kipling, de quien se conserva una foto en la que sostiene el cigarro en la mano izquierda y la pluma en la derecha; fumaba Barrie, el creador de Peter Pan, que tenía la costumbre de poner nombres a sus pipas: Sirena, Rómulo, Remo... Fumaba Dumas padre e incluso su inmortal Montecristo dio nombre a un puro; fumaba, y mucho, Conrad, y en buena parte de sus libros aparecen manchas de ceniza o quemaduras. Y fumaba Henry James, quien confesaba acudir al tabaco cada vez que le fallaba la inspiración.
El tabaco es uno de los grandes iconos de la literatura contemporánea, y muchos escritores han construido parte de su imagen literaria en torno al humo: es difícil imaginar a Henry Miller, Albert Camus, Ernest Hemingway o Guillermo Cabrera Infante sin un cigarro entre los dedos.
«No creo que exista una literatura del humo, una literatura de fumadores». El escritor y editor Manuel Rodríguez Rivero llegó a comprar ?y casi fumar? cuatro paquetes diarios de tabaco. «Pero sí es cierto que hay libros inexplicables si no se considera el aspecto de fumador del autor. Pienso, por ejemplo, en La conciencia de Zeno, de Italo Svevo, construido en torno al tabaco. Y hay escritores a los que, leyendo, asocias inmediatamente con el humo: a Faulkner siempre lo imagino fumando en pipa; a Sartre, con uno de sus inevitables gitanes».
Dos paquetes diarios. De Onetti se conservan decenas de fotografías en las que aparece fumando. Fumaba casi dos paquetes diarios de tabaco rubio, y tenía la manía enfermiza de vaciar los ceniceros constantemente, porque no soportaba verse rodeado de ceniza. «Juan no podría viajar en avión ahora porque fumaba toda la noche», afirma su viuda, Dolly Onetti. «En realidad, se pasaba muchas noches despierto y fumando porque era insomne, de modo que leía y fumaba, escribía y fumaba. Incluso comiendo fumaba entre el primer y el segundo plato. Recuerdo que al final, cuando estaba ya muy mal y no tenía casi fuerzas, prendía un cigarrillo y lo veía echar humo: "Tú no sabes lo que es un vicio", me decía». Cuando murió Onetti, una de sus nietas repartió gran parte de sus mecheros ?tenía la casa repleta de ellos? entre los familiares y amigos que acudieron a dar el pésame.
Javier Marías es otro de estos fumadores irreductibles. Amante declarado de la cultura del humo, y de la tradición de los objetos de fumador: mecheros, cerillas y pitilleras, como la que adquirió en una subasta, que había pertenecido al actor Robert Donat y que tiene sus iniciales. En muchas de sus novelas aparecen referencias y comentarios relativos al tabaco, y muchos de sus personajes fuman sin parar. «En Tu rostro mañana –afirma- hay un personaje que hace comentarios sobre una marca rara de tabaco; fuma unos cigarrillos, Ramses II, que yo mismo compro algunas veces. Me gusta, de vez en cuando, fumar cigarrillos exóticos; hay otro tabaco que también sale en alguna de mis novelas, el Karelias, y en mi cuento «Sangre de lanza» aparecen unos cigarros indonesios, Gudang Garam, que tienen un peculiar sabor a clavo. Estoy acostumbrado a trabajar con un cigarrillo encendido; luego no fumo tanto porque es difícil escribir y fumar al tiempo, pero no sé trabajar sin humo».
AQUÍ completo.
Jesús Marchamalo
Suplemento cultural ABCD
9.9.06
Los asistentes acabaron otorgando a Onetti el cargo de presidente en el exilio dada su pertinaz resistencia a participar en los actos organizados. Corría el año 1979, y en Las Palmas se celebraba el Congreso de Escritores en Lengua Española que Juan Carlos Onetti, como se ha dicho, presidía. Solía esperar a que empezaran las sesiones para escurrirse al bar con su amigo Juan Rulfo, para conversar. Allí los sorprendió una tarde, a la hora de la siesta, Nélida Piñon, sentados uno frente al otro y cruzando entre sí apenas un puñado de monosílabos:
Entonces, Juan, ¿no hay Cordillera? -preguntaba Onetti.El cruce de preguntas y respuestas se prolongaba durante gran parte de la tarde según los interlocutores, ambos fumadores empedernidos, encendían un cigarrillo tras otro, llenaban de colillas los ceniceros, y expulsaban densas nubes de humo que les obligaban a entrecerrar los ojos.
No, Juan, no hay Cordillera -respondía Rulfo.
¿Escribes? -añadía el primero.
-Nada -culminaba el otro.
Onetti siempre contó que había comenzado a escribir por causa del tabaco. A principio de los años 30, recién casado, se trasladó a Buenos Aires, donde estaba prohibida la venta de cigarrillos durante el fin de semana, de modo que los fumadores acopiaban los viernes tabaco para tres días. A él se le olvidó comprar y la desesperación se tradujo en un cuento de apenas cuarenta páginas que escribió en una tarde, sentado ante la máquina de escribir para desahogarse. Era la primera versión de El pozo, que se publicaría nueve años después. Fue lo único en su vida que escribió sin fumar.
Novelas imprescindibles. «Es innegable la relación del tabaco con la literatura», opina J. J. Armas Marcelo. «Al socaire del humo fueron escritas Juntacadáveres, Pedro Páramo, El coronel no tiene quien le escriba y otras muchas novelas imprescindibles. Igual que el cine: cine y literatura, de hecho, están llenos de tabaco. ¿Qué cine?, preguntan algunos; pues el Cine, claro. ¿Qué literatura?; pues la Literatura».
Fumaba el ancho Chesterton; fumaba el delgado Kipling, de quien se conserva una foto en la que sostiene el cigarro en la mano izquierda y la pluma en la derecha; fumaba Barrie, el creador de Peter Pan, que tenía la costumbre de poner nombres a sus pipas: Sirena, Rómulo, Remo... Fumaba Dumas padre e incluso su inmortal Montecristo dio nombre a un puro; fumaba, y mucho, Conrad, y en buena parte de sus libros aparecen manchas de ceniza o quemaduras. Y fumaba Henry James, quien confesaba acudir al tabaco cada vez que le fallaba la inspiración.
El tabaco es uno de los grandes iconos de la literatura contemporánea, y muchos escritores han construido parte de su imagen literaria en torno al humo: es difícil imaginar a Henry Miller, Albert Camus, Ernest Hemingway o Guillermo Cabrera Infante sin un cigarro entre los dedos.
«No creo que exista una literatura del humo, una literatura de fumadores». El escritor y editor Manuel Rodríguez Rivero llegó a comprar ?y casi fumar? cuatro paquetes diarios de tabaco. «Pero sí es cierto que hay libros inexplicables si no se considera el aspecto de fumador del autor. Pienso, por ejemplo, en La conciencia de Zeno, de Italo Svevo, construido en torno al tabaco. Y hay escritores a los que, leyendo, asocias inmediatamente con el humo: a Faulkner siempre lo imagino fumando en pipa; a Sartre, con uno de sus inevitables gitanes».
Dos paquetes diarios. De Onetti se conservan decenas de fotografías en las que aparece fumando. Fumaba casi dos paquetes diarios de tabaco rubio, y tenía la manía enfermiza de vaciar los ceniceros constantemente, porque no soportaba verse rodeado de ceniza. «Juan no podría viajar en avión ahora porque fumaba toda la noche», afirma su viuda, Dolly Onetti. «En realidad, se pasaba muchas noches despierto y fumando porque era insomne, de modo que leía y fumaba, escribía y fumaba. Incluso comiendo fumaba entre el primer y el segundo plato. Recuerdo que al final, cuando estaba ya muy mal y no tenía casi fuerzas, prendía un cigarrillo y lo veía echar humo: "Tú no sabes lo que es un vicio", me decía». Cuando murió Onetti, una de sus nietas repartió gran parte de sus mecheros ?tenía la casa repleta de ellos? entre los familiares y amigos que acudieron a dar el pésame.
Javier Marías es otro de estos fumadores irreductibles. Amante declarado de la cultura del humo, y de la tradición de los objetos de fumador: mecheros, cerillas y pitilleras, como la que adquirió en una subasta, que había pertenecido al actor Robert Donat y que tiene sus iniciales. En muchas de sus novelas aparecen referencias y comentarios relativos al tabaco, y muchos de sus personajes fuman sin parar. «En Tu rostro mañana –afirma- hay un personaje que hace comentarios sobre una marca rara de tabaco; fuma unos cigarrillos, Ramses II, que yo mismo compro algunas veces. Me gusta, de vez en cuando, fumar cigarrillos exóticos; hay otro tabaco que también sale en alguna de mis novelas, el Karelias, y en mi cuento «Sangre de lanza» aparecen unos cigarros indonesios, Gudang Garam, que tienen un peculiar sabor a clavo. Estoy acostumbrado a trabajar con un cigarrillo encendido; luego no fumo tanto porque es difícil escribir y fumar al tiempo, pero no sé trabajar sin humo».
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12 comments:
El que cualquier actividad artística tenga como hilo conductor el humo, por no nombrar el alcohol o cualquier otro estimulante, desde el café hasta drogas de mayor calado, no deja de ser lo que cualquier otro ser humano que puede ser un vendedor de coches, un frutero o un oficinista de un banco tiene como “vicio” o estimulante.
El tabaquismo debe sufrirlo el 50% de la humanidad, sea un artista-intelectual o un barrendero, darle un carácter bucólico y fetichista no deja de ser un juego de palabras y de ganas de hablar por hablar, pero si ese es el sentido del reportaje del ABC, no vamos a decir nada más, o quizás todo es un intento de crear polémica sobre la ley antitabaco que tanta polvareda ha levantado?...muchos abrazos Magda.
Bueno, en este tema de literatura y tabaco me debato entre la estética y la ética, entre las sugerentes imágenes de escritores exhalando humo de pipas y cigarrillos en cafés, en sus bibliotecas-despacho, de paseo con aire de despiste... Es cierto que el tabaco ha sido un icono en la literatura. No sé, también lo fue la absenta en el París de principios de siglo XX. Todo el tema de las sustancias que acompañan muchas veces al hecho creativo puede dar lugar a su vez a otra mucha literatura. Alguna muy interesante, por lo que demuestra también en cuanto al comportamiento humano. Pero lo cierto es que Terenci Moix, por ejemplo, se fue temprano por culpa del tabaco, y que sus últimos tiempos fueron bastante terribles por culpa del tabaco, y que a pesar de ello no pudo dejar de fumar.
TAmbién da que pensar que mientras a menudo parece normal el uso de estas sustancias entre la gente dedicada a la creación, se reprenda sin embargo socialmente a quien las usa por ejemplo para mantener un trepidante ritmo de ejecutivo agresivo.
Desde luego, cada cual es muy libre de dedicarse a lo que quiera y de procurarse su propio bienestar como le parezca. Pero, reitero, en este tema, estética y ética creo que anda un poco reñidas. Por lo menos en mi cabeza de ex-fumadora.
Un beso.
Es admirable la vinculacíón tabaco - literatura, aunque habla un no fumador y un antitabaco sobretodo cuando los demás tienen que tragarse tu humo.
Prefiero por eso la vinculación cafetera, la cual no molesta a nadie, al contrario en lugar de peste a tabaco o a humo, el aroma del café es imprescindible en un lugar donde se reúnan los autores.
Saludos.
¿Serà esa la intenciòn del ABCD, Fernando, la de crear polémica sobre la ley antitabaco? no se, pero no lo creo. A mi me parece un buenìsimo texto, en èl se relaciona el trabajo de los escritores con lo rico que puede saber un cigarro y un cafè juntos.
Por supuesto, ya si se hablara sociològica o mèdicamente, es otra cosa.
Sì, Luisa, concuerdo en lo que comentas. Asimismo, creo que el cafè tambièn es un compañero inseparable la creatividad, como que abre el entendimiento, al menos yo no despierto hasta que tomè el primer cafè :)
A los peruanos nos queda el saborcito a deuda con nuestro querido Ribeyro...
Ya había leído el artículo en ABCD. Y, bueno, yo que sé, me parece un poco un tema pillado por las puntas, un tema anécdotico, curioso y poco más... los escritores y el tabaco, los escritores y las enfermedades mentales, los escritores y sus viajes,... interesante, sí, pero poco trascendente, se podría aplicar a todos los gremios del mundo.
Yo dejé de fumar hace casi tres años. Fue una experiencia durísima: estaba acostumbrado a encender un ducados con otro mientras escribía. Podía fumarme tranquilamente 15 cigarrillos en tres o cuatro horas ante el ordenador. Era tal mi dependencia del tabaco a la hora de escribir, que las siguientes semanas a dejarlo fueron totalmente estériles, pero poco a poco me fui sobreponiendo. Hoy en día no echo de menos el humo entrando en mis pulmones, y mucho menos los esputos mañaneros.
Asi es, Pies d, se puede aplicar a todos los gremios del mundo, creo que nadie lo niega o señala que no. Lo trascendente o no ya es particular, a Jesús Marchamalo le pareció que si lo era. A mi no me pareció ni lo uno ni lo otro, sencillamente es un estupendo texto.
Querido Luis, yo no se qué haría sino pudiera tomar café, que es verdad, café y cigarro son buenos amantes.
Querido Luis, yo no se qué haría sino pudiera tomar café, que es verdad, café y cigarro son buenos amantes.
Cierto, Cortázar empedernido del Gauloises...
Que duro dejar de fumar, parece una tarea imposible, Juan Carlos. Justamente preguntaba a Victor Juan cómo le había hecho para lograrlo, y creo que es asi, poco a poco sobreponiéndose.
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