11 de febrero de 2007

Literatura y locura

Palabras de la sombra
Sombra de las palabras
Philippe Ollé-Laprune
Revuelta

Con frecuencia la tradición literaria ha ligado el deseo de escribir a una forma de desequilibrio, asociando así la función del escritor con la función de un enfermo creativo. En particular, el romanticismo abrió la puerta a esta visión que encuentra en las enfermedades del alma un motor para la escritura, un espacio de canalización de este mal comunicativo. Precisar un malestar permite, por un lado, definir su naturaleza e intensidad —es decir, controlarlo de cierta manera— y, por otro, dividir su desgracia y atenuar su dolor gracias a este sentimiento de fraccionamiento. Son raros los enfermos mentales que tienen la fuerza, la voluntad o el deseo de escribir, y no todos los autores tienen interés particular por los desórdenes mentales. Mientras tanto, el lector entusiasta de Artaud o de Nelligan, de Hölderlin o de Nerval, conoce bien la belleza negra que acompaña a las palabras cuando tienen por fin que restituir los estados más extremos a los que se confronta el espíritu humano. Hay en la aventura literaria un deseo —incomparable con cualquier otra disciplina artística— por descubrir las fronteras de lo mental.

Viene al caso hablar aquí de una forma de Art Brut en la escritura, ya que los pensadores de esta área —en principio Dubuffet y luego los contemporáneos como Thevoz o Revol— han insistido en el carácter exclusivo de las artes plásticas en este tipo de creación. La literatura y la locura se entrelazan de otra manera, las palabras tocan las sensaciones de los espacios interiores, perturbados con una gracia particular. Maurice Blanchot, observador y pensador incomparable de la creación literaria, nos con fía en El libro que vendrá: “La experiencia literaria es una experiencia total, una pregunta que no resiste límites, no acepta ser estabilizada o reducida. Sería la experiencia de aquello que siempre se dice, que no puede dejar de decirse y que no se puede entender”. Este enfrentamiento del escritor con el texto tiene ese carácter total. Esa ausencia de límite y de fronteras que puede tambalear la razón por agotamiento del espíritu del autor.

Si se puede encontrar en esta reflexión una de las claves que permitan determinar la atracción de los escritores por estos territorios sin límites, es justo sobre dos casos concretos: la trayectoria de dos mujeres cuyos problemas mentales, coraje para afrontar sus males y obras tan precisas dejan una impresión de inquietud y de vértigo. Unica Zurn fue la pareja del pintor Bellmer. Al ser una artista respetada por los surrealistas escribió dos libros angulares que marcan el territorio donde los abismos llaman al lector insistentemente: El hombre jazmín ( L'homme jazmin ) y Primavera sombría ( Sombre printemps ). Con el primero da noticia trágica de sus encierros en hospitales psiquiátricos. Aquí no sólo describe las condiciones mismas de sus estancias sino sobre todo habla de la enfermedad, de sus penas y victorias, de sufrimientos y angustias. En el segundo libro narra de manera turba dora el acercamiento de una pequeña niña hacia el suicidio. Gracias a la escritura, nos propone un personaje obsesivo y un tema terrorífico y poco común. Unica Zurn no pudo reconciliarse con la realidad y eligió suicidarse en 1970. La fascinación que sigue causando se debe con certeza a la perfecta autenticidad y honestidad que el lector siente en sus libros. Para Unica no hay juego ni pose. Su obra nos ob serva y nos invita a esas perturbadoras regiones del espíritu cuya posible familiaridad sentimos confusamente.

Colette Peignot, mejor conocida bajo el seudónimo Laure, es de igual forma un caso de asidua visita a esas zonas del espíritu donde la conciencia tropieza. También fue pareja de un aliento brillante y célebre: Georges Bataille. Los escritos de Laure circulan de manera casi clandestina y han sido citados por mucho tiempo en voz baja. Su breve obra fue reunida por Leiris y Bataille en las ediciones limitadas a su círculo social. Laure murió a los 35 años, en 1938. También ella, aquejada por desórdenes mentales, hundió la mirada en su infancia en Histoire d'une petite fille para evidenciar los vínculos infancia-sexualidad-enfermedad mental.

Los libros de Unica Zurn circulan muy poco en español y los de Laure no están traducidos, por tanto, hay en la fuerza que los anima un elemento capital que imprime la relación creación literaria–desórdenes del espíritu. Sus palabras restituyen la oscuridad de esas sensaciones, el vértigo de frecuentar esos abismos. Al resolver sus enfermedades del alma, ellas eligen estas palabras que vienen de la sombra, que dejan su lugar al misterio y a lo desconocido, dan la sensación de que otra verdad más turbia se esconde tras sus textos.

Ellas conocen el valor de dejarse llevar detrás de sus frases, la sombra de las palabras, como si el asombro que proporciona su lectura estuviera vivo en nosotros antes de la presencia de sus textos y el papel de la literatura fuera recordárnoslo sin concesión.

Traducido del francés
por Mabel Aguilar

3 comments:

Alicia Rosell dijo...

Gran tema el que se plantea en esta obra, Magda.
Yo diferencio dos tipos de literatura relacionada con la locura:

-La literatura por la inspiración, -que no existe y que es la exaltación de cualquiera de los sentimientos exacerbados que mueven al ser humano- pero sin atisbo de locura.

-La literatura escrita por personas que, además, pueden sufrir alguna enfermedad mental, como todo hijo de vecino: cualquiera puede nacer escritor y, además estar enajenado o viceversa; experimentar bruscos cambios de personalidad, sufrir sus desvaríos y servirse de la escritura para exorcizarse de los demonios que pueblan de delirios su mente enferma.
Es incluso preceptivo para estos enfermos el ejercicio de la escritura como terapia. Al igual que lo es la Pintura, donde también se han dado casos. La creatividad sonsaca nuestros pesares y los plasma con la cordura que no anida en la locura.

Un buen ejemplo de genialidad y locura: Leopoldo María Panero, el último poeta maldito y trasgresor español. Toda su vida de la cárcel al siquiátrico, dicen que perdió la razón por exacerbación de la lectura y no por las drogas. De esos momentos en "sus paraísos artificiales", como él los llama, crea sus mejores poemarios.
Poeta terminal como lo fueran Rimbaud, Lautrèamont, Blake, Bataille, Artaud, Baudelaire…, su obra posee una profundidad lírica inaudita, lacerante y explosiva. Nos salva al tiempo que nos condena a la literatura, y a vivir para contarlo.

Lo que no me queda claro es dónde queda la frontera que divide ambas locuras o las articula. Pero eso se lo dejaremos a médicos y científicos. Que ya me extendí.

Un besote, Magda.
Puri

Rosa Silverio dijo...

Me interesó mucho esta entrada, Magda.

Siempre se ha asociado al escritor a cierto estado de locura, e incluso hay lectores que se vuelven fanáticos de esos autores cuya vida no sólo está marcada por la tragedia, sino que también muestra signos de desequilibros mentales. Dentro de los mismos escritores hay también sus preferencias puesto que conozco algunos que sólo leen autores que correspondan a este perfil. Lo que me pregunto es hasta qué punto la obra literaria está relacionada con la vida de su autor, y en qué punto se emancipa.

¿Cobra más interés la literatura de un escritor si este es un desequilibrado mental, un loco o suicida? Hay muchos estereotipos e ideas prefijadas en torno al creador. Esto me recuerda una entrada de Miguel Sanfeliu, en la que éste comentó que una autora dijo que la felicidad era cursi. Y me quedé pensando que la felicidad no es cursi, cursi puede ser el tratamiento que un autor le de, aunque es cierto que lo que suele estremecer es el drama humano.

Un día le dije a una amiga: Bueno, tendré que suicidarme para que algo de lo que escribo le guste a la gente. Por supuesto que era una broma, pero es cierto que a los lectores les atrae esa idea romántica del autor desequilibrado, depresivo, con grandes tormentos y batallas internas. Sin embargo, he leído casi toda la obra de Dulce María Loynaz, por citar a un autor, y no he sentido ese desequilibrio ni tampoco que su producción sea fofa o blanda por ella no ser una "enferma".

Hay una cita que me gusta mucho y es de Clarice Lispector, en la que ella dice que cuando está escribiendo no piensa en nadie, no piensa en el lector ni piensa en ella misma, pues sólo está escribiendo y para escribir ella se sitúa justo en el vacío. Creo que algo parecido es lo que siente el autor cuando está creando y a esto es a lo que muchos llaman locura. Claro, independientemente de eso, es cierto que así como hay muchos autores con una vida equilibrada, hay otros que han pasado por experiencias terribles y tienen algún trastorno. Pero eso no debería sorprender. Un artista es una criatura sensible y porosa, por lo que siente con mucha profundidad y fuerza las cosas.

Perdóname por haberme extendido mucho.

Saludos,

Ro

Magda Díaz Morales dijo...

Puri, Rosa, gracias por sus comentarios. Pueden extenderse lo que deseen, para eso es este espacio que es de ustedes.

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