"El corazón delator", de Edgar Allan Poe, no es un cuento para leerse antes de dormir. El protagonista ¿está loco, por más que trate de hacernos creer que no lo está durante todo el acontecer narrativo? Nunca se sabe. Lo que sí nos enteramos es de que ha cometido un crimen, y no lo ha cometido porque odie o deteste a su víctima puesto que jamás le hizo nada, no tenía ningun motivo porque ni su dinero deseaba. De pronto le vino la idea a la cabeza y ya no se deshizo de ella, era una obsesión que llevaba de día y de noche.
Buscando en su cabeza el por qué de este deseo de asesinarlo, descubre que fue por su ojo. Resulta que la víctima tenía "un ojo de buitre, un ojo pálido recubierto con una telilla. Cada vez que este ojo caía sobre él se le helaba la sangre", por esto se decide a matar al viejo y librarse de ese modo de aquel ojo. Para lograr su objetivo todo lo realiza con mucha cautela, con previsión, con disimulo. Durante toda la semana anterior a matarlo fue especialmente amable, y hay que ver lo que hacía:
Cada noche, hacia las doce, giraba el picaporte de su puerta y la abría, ¡con toda suavidad!, hasta tener una abertura suficiente para que cupiera mi cabeza y entonces, introducía una linterna sorda, cerrada totalmente cerrada, para que no se filtrara ni un rayo de luz; después metía la cabeza. Me llevaba una hora introducir la cabeza porm las abertura hasta poder verlo tumbado en su cama. ¡Habría sido un loco tan prudente? Esto lo hice durante siete largas noches.
Estaba abierto, desorbitadamente abierto, y mientras lo miraba fíjamente me iba enfureciendo. Lo veía con toda claridad: todo de un pálido azul con el odioso velo sobre él, que helaba hastas el tuétano de mis huesos. Pero no veía nada más de la cara o del cuerpo viejo, porque instintivamente había dirigido el rayo de luz sobre el punto maldito. ¿No les había dicho yo que lo que toman equivocadamente por locura es sólo una hipersensibilidad de los sentidos?
Primero lo descuarticé. Le corté la cabeza, los brazos y las piernas. Quité después tres tablas del entarimado de la habitación y lo deposité todo allí. Luego, volví a colocar las tablas tan hábilmente, tan astutamente, que ningún ojo humano, incluso el suyo, podría haber encontrado allí algo anormal.