8 de marzo de 2007

Qué supone defender un plagio

Elsa Drucaroff (Buenos Aires, 1957), es narradora, ensayista, investigadora y docente. Además de talentosa, es un encanto de persona. Acabo de leer su artículo Qué supone defender un plagio, en él expone su punto de vista sobre la siguiente circunstancia: A Sergio Di Nucci le entregaron el “Premio La Nación 2006”, pero se lo revocaron porque copió un largo fragmento de Nada, la novela de Carmen Laforet de 1944:

Hace varias semanas ya que el jurado del concurso Sudamericana–La Nación revocó el premio a Sergio Di Nucci por su novela Bolivia construcciones. Mientras los jurados y casi todos los escritores consultados sostuvieron que un plagio no podía ser avalado, una parte importante del mundo crítico académico justificó a Di Nucci, apelando a la intertextualidad y a la falta de propiedad privada en la literatura. El debate debe seguirse, aunque los medios, por motivos que ignoro, parecen no percibir su importancia. Se dieron argumentos que me alarman mucho, y creo que es importante discutirlos (...)

No conocía a Sergio Di Nucci. Me alegré mucho, y lo dije públicamente en las dos columnas sobre libros que tenía entonces, en dos radios, cuando supe que había ganado. Me alegré porque era otro escritor joven que venía a integrar la valiosa generación literaria sobre la cual en este momento estoy escribiendo. Me alegré porque me gustaron sus declaraciones periodísticas. Lo que siguió me llevó a releer Nada de inmediato (la había leído a los 16 años). El resultado fue muy decepcionante.

Mi posición apareció en la revista Veintitrés, demasiado abreviada. Figuraba lo esencial: conociendo las dos novelas y habiendo pensado y escrito la obra del grupo Bajtín, que introduce el concepto de intertextualidad, habiendo escrito yo misma novelas, considero evidente que Bolivia construcciones no utiliza el procedimiento de la intertextualidad en relación a Nada, de Carmen Laforet, sino que la plagia. En el mismo artículo se publicó la posición de quien es, a mi juicio, uno de los grandes críticos de hoy: Jorge Panesi. Firmante de una carta de apoyo al autor de Bolivia…, Panesi afirmaba no solamente que se trataba de intertextualidad, sino que la literatura es toda, necesariamente, robo.

¿Licencia para robar?

“Todo aquel que escribe, roba, la literatura implica la suspensión de la moral. Esto cambia cuando está la ley de por medio. Y un jurado, un premio y el dinero son las representaciones de la ley en la institución literaria. (…) Creo que el jurado está compuesto por lectores de primera línea. De cualquier modo, cuando leyeron y premiaron Bolivia construcciones por primera vez, leyeron la novela como literatura. Cuando la leyeron por segunda vez, la leyeron desde el punto de vista institucional, desde el punto de vista económico, del qué dirán.”

Para Panesi no es preciso leer a Di Nucci y a Laforet y determinar si hay procedimiento de intertextualidad. Parte del hecho cierto de que el lenguaje no tiene propiedad privada y de que su condición dialógica le es inherente, para llevar esto a una posición extrema (“la literatura es el territorio del robo”), y usa su legitimidad de especialista para dar a los trabajadores de la literatura licencia para robar. Si para el Servicio de Inteligencia Inglés preservar el orden del mundo capitalista justifica dar licencia para matar a los agentes doble 0, para Panesi, preservar el Espacio Santo de la Literatura, justifica dar licencia para el delito.

¿Por qué entonces existen los derechos de autor? ¿Por qué los escritores participan de concursos donde es su figura y su autoría lo que está en juego? ¿Por qué la persona que gana acepta ser única protagonista y responsable de una creatividad propia, específica, incluso si agradece a quienes la ayudaron, y sube sola a un escenario, posa sola para fotógrafos, responde entrevistas donde el yo y la figuración del yo son el centro? ¿Por qué al ganador se le da dinero y él acepta recibirlo, y lo dona, si quiere, asumiendo que le pertenece?

El profesor Panesi responde: todas estas preguntas aluden a la vida cotidiana, esa vulgaridad. Pero una cosa es la conducta de los escritores, otra, la de todos los demás trabajadores de la tierra. En nombre de la Sagrada Literatura, los escritores se burlan de la ley, las burdas reglas de la vida son para los giles. O, dicho de otro modo: la vida ignora la refinada y sutil Condición de los especialistas en Literatura. Incluso “lectores de primera línea” se exilian del Reino, obligados a razonar según la propiedad privada y las instituciones sociales y económicas, presos de sus trabajos pagos, preocupados por “qué dirán” todos los demás seres de la tierra. Las leyes humanas no tocan el Reino. ¿Robo? ¡Claro que sí! No me vengan con razonamientos mundanos.

Panesi comprende que el jurado haya tenido que actuar como actuó: él está sentado en la Academia, gana su dinero por estar imbuido en la verdad impoluta de la literatura, pero esos pobres señores ganan su dinero por publicar libros o hacer periodismo cultural, por ser jurados de concurso, de modo que están condenados a actuar en la vida, a donde importan las nimiedades. ¿En el jurado que otorgó y revocó el premio participan algunos de los más grandes escritores latinoamericanos vivos del siglo XX? ¿Y con eso, qué? Es Panesi quien comprende la Verdad de la Literatura. Los que, en lugar de participar en el mundo mediocre, vivimos en el arcano y complejísimo universo de la Academia Literaria sabemos que la propiedad privada es una estupidez y aún una canallada, la noción de autor murió con Foucault y desde Bajtín y Derrida todo es intertextual, todo remite a otro signo, etc.

Quiero dejar sentados los presupuestos a mi juicio gravísimos de la argumentación de Jorge Panesi.

El primero...
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