Al terminar de leer La herencia de Eszter del escritor húngaro Sándor Márai, sentimos en contra de Lajos, uno de los personajes de la novela, una especie de enojo, molestia e impotencia ante una personalidad cínica, calculadora, frívola, infractora, mentirosa, sin escrúpulos, pero parece ser que también encantadora. O quizá el enojo es con Eszter, una solterona que vive en compañía de una mujer mayor, Nunu, en la casa que heredara de sus padres.
La novela se inicia cuando Eszter recibe un telegrama de Lajos anunciando su visita después de muchos años de ausencia. Lajos fue su novio pero se casa con la hermana dejándola plantada. Sin embargo, Lajos no sólo traiciona a Eszter, también engaña a toda la familia: a unos les debe dinero, a otros les roba, y hasta el valioso anillo familiar lo cambia por otro falso. Es un verdadero vividor y "un canalla", le asegura Endre, el viejo notario y amigo de la familia.
Es Eszter la que nos cuenta los acontecimientos de ese fatal domingo en que llega Lajos con todo su séquito, además de sus dos hijos, los sobrinos de Eszter. Los padres y la hermana de Eszter, Vilma, ya han muerto. El hermano de Eszter, Laci, y algunos amigos, entre los que se encuentra un antiguo pretendiente de Eszter, Tibor, se reúnen para recibir al viajero, y es increible todo lo que sucede. Después de tantos años la visita de Lajos empezó "como empieza la función de un circo ambulante...", una puesta en escena en la que Lajos, nuevamente, intenta despojar a Eszter de lo único que a ella le queda de valor: la casa y el jardín, que es el medio de vida de ella y de Nunu. Lo que ha resuelto hacer se lo plantea a Eszter de la siguiente manera:
Mira Eszter, no vayas a creer que puede ocurrir algo en contra de ti o en tu perjuicio. Las cosas se tienen que arreglar de una manera sencilla y honrada. Vendras conmigo. Confías en mi ¿verdad? -me preguntó en voz baja, inseguro de sí mismo.
-Sigue hablando- le dije, también en voz baja, también con complicidad-. Claro que confío en ti.
-Eso es lo único que me importa -murmuró, muy satisfecho-. No creas que me voy a aprovechar de tu confianza- continuó, en un tono de voz más alto-. No quiero que decidas sola. Iré a llamar a Endre. Él es amigo de la casa. Es notario, entiende de estas cosas. Es mejor que firmes delante de él -dijo con aire de generosidad.
-¿Firmar qué? -pregunté, casi susurrando, como si ya hubiera accedido a todo, como si hubiese aceptado la tarea, como si tan sólo me interesara por los detalles.
-Este documento -respondió. Este documento que nos permitirá arreglarlo todo, para que puedas venir con cosotros, para que puedas vivir...
-¿Contigo?- le pregunté.
-Con nosotros -respondió con un tono más inseguro. -Con nosotros, cerca de nosotros.
-¿Dónde quieres que viva cerca de ti?
-Hemos pensado-dijo despacio, sopesando sus palabras, hablando en general, que podrías vivir cerca de nosotros. Nuestro piso, lamentablemente, no es lo suficientemente amplio. Pero hay un hogar cerca, donde viven damas solitarias.
-Un hogar de la caridad, ¿verdad? -le pregunté muy tranquila...
-¿Un hogar de caridad? -objetó, muy molesto. ¡Qué palabras! Ya te digo que es un hogar donde viven auténticas damas. Como tu y Nunu.
¿Por qué Eszter le permite todo? Lo ve tal como es, reconoce que es un vividor y que siempre miente, también sabe que de darle la casa ella se quedaría en en la calle, viviendo en un lugar de caridad. Parece ser que Lajos tiene la respuesta: es la ley del destino...
Quizá no lo sepas todavía, pero ahora te vas a enterar de que aparte de las leyes morales hay otras, igual de poderosas, igual de válidas. ¿Cómo decirte?... ¿Lo sospechas ya? La gente corriente no es consciente de ello. Pero tú tienes que enterarte de que a las personas no solamente las atan las palabras, los juramentos y las promesas; y que ni siquiera son los sentimientos y las simpatías los que rigen las relaciones humanas. Hay algo diferente, una ley más severa, más dura, que determina si dos personas están ligadas o no... Esa ley fue la que estableció que yo tuviera que ver contigo. Yo conocía esa ley. La conocía incluso hace veinte años. Cuando te conocí, lo supe enseguida. No tiene ningún sentido que me haga el modesto. Es una ley dura. Atiéndeme. La ley de la vida dicta que acabemos lo que un día empezamos.
El destino, ese destino que, se quiera o no, llega sin poder hacer nada para remediarlo. Un destino que duele y, no obstante, hay que aceptarlo porque ¿qué se puede hacer cuando cambiarlo no depende de los involucrados en él?
Sándor Márai "describió con elegancia el desmoronamiento de la burguesía húngara tras la ocupación del país en 1945 por el ejército soviético. El "humanismo burgués”, como lo denominó. Márai, fue testigo de la llegada del ejército ruso a su país y el saqueo de la nación. “La raza humana”, escribió Márai en ¡Föld, föld!, (¡Tierra, tierra!), “es incapaz, desde un punto social, de vivir sin un pathos: si le arrebatan el sentimiento de la nación y la raza, necesita el pathos de la clase social o cualquier otro... No puede vivir sin él. Lenín no creía en la conciencia de clase del proletariado... y por lo tanto era necesario suplantar la ausencia del mito de clase del proletariado por el mito del Partido.” Se eliminó, en cambio, el analfabetismo y se logró que todo el mundo obtuviese una educación, a costa de la desmovilización social y la requisa de las libertades individuales".
Y años antes, como ha sucedido tantas veces, gracias a quienes deciden lo que les viene en gana porque son los triunfadores del momento y que se hacen ricos precisamente gracias a ese/os Otro/s que no respetan (y que, según parece, fueron y son siempre los mismos):
El Tratado de Trianón (nombre del palacio en Versalles donde se firmó el pacto) en 1920, acabada la Primera Guerra Mundial, le supuso a Hungría la pérdida de más de un 70 % de su territorio, que fue repartido entre Rumania, Checoslovaquia, Austria y la futura Yugoslavia. Una parte importante de la población magyar cambió de dueño de la noche a la mañana, dejando grupos de ciudadanos y hablantes magyares en determinados rincones de esos países, indóciles a la asimilación, como en Transilvania y la región de los Cárpatos rumanos, donde viven más de dos millones de húngaros. (Hungría 2006).La casa de Sándor Márai fue destruída en la segunda guerra mundial, en su lugar está su recuerdo.