Rosa Beltrán, Alta infidelidad (México: Alfaguara, 2006)
En la pasada Feria Internacional del libro compré Alta infidelidad, me ha parecido muy buena novela. Cuando terminé de leerla, me quedé reflexionando en quien de los cuatro tenía más razón de las acciones cometidas en el transcurso del despliegue narrativo, después veremos por qué comento esto. Sí Julián: divorciado, bueno en la cocina, con un hijo adolescente que pasa con él los fines de semana (siempre con problemas porque lo cree culpable de que su madre sufra), con una ex-esposa con la que no sabe por qué se casó, profesor de filosofía y a punto de cumplir cincuenta años. O si Marcela, Sabine y Silvina, sus tres mujeres, tres mujeres con las que sostiene una relación al mismo tiempo. Por obvia lógica, un hombre que tiene tres mujeres al mismo tiempo no sólo puede parecer un cínico sin ninguna ética, sino un mujeriego con alguna patología. Sin embargo, en la novela no se percibe así, al menos yo no lo veo así. Más bien me pareció un personaje que retrata al hombre insatisfecho de muchas cosas en la vida, con una profunda soledad y muy poco comprendido. De las tres mujeres, Marcela es quince años menor que Julián, cuando es niña:
Inician una relación bajo cánones bastante conocidos: ella va dos o tres veces a la semana a la casa de Julián, tienen relaciones sexuales, y los fines de semana él sale con su hijo. Una mañana llega Marcela a casa de Julián (se habían citado) y él no está, la sirvienta que le hace el aseo del departamento le abre y ella encuentra entre los papeles del profesor de filosofía una carta amorosa de una mujer. A partir de ese momento, los celos se apoderan de ella y cambian muchas cosas. La escena que tiene lugar durante una reunión (Marcela se emborracha y se pone a gritar cosas a Julián sobre intimidades) resulta el inicio de otra relación en la vida de Julián, entra en escena Silvina, una mujer exitosa que vive en Nueva York y que se embaraza después de un tiempo de salir con Julián (aunque éste no quería más hijos ni se entera de nada hasta que ella ya está embarazada). Estas dos relaciones lo tienen en un estado nada agradable. Silvina lo llama constantemente, es muy demandante, y Marcela ya no es aquella mujer con la que él se sentía bien, ha cambiado hasta su manera de vestir y no lo deja ni a sol ni a sombra.
Este estado lo lleva a la relación con Sabine, la hija del matrimonio formado por Pável y Helga, sus amigos. Una jovencita de 24 años que lo introduce a las drogas, una adicción que lo lleva a tener una crisis que termina en el hospital. Sabine es anestesista y con dinero de él monta su clínica (él le da el dinero, pero además aprende a hacer su firma y con ello usa su chequera para varias cosas, como pagar el psicoanalista de la ex-mujer de Julián). Mientras Julián está en el hospital recuperándose, las tres mujeres, que ya habían descubierto el engaño de Julián, se encuentran perfectamente: Marcela ha publicado su libro sobre mujeres ilustres, Sabine tiene su clínica y Silvina sigue exitosa y está por ver llegar a su hijo al mundo. Las tres ya son amigas.
Parece ser que el amor cambia cuando los celos se instalan en las relaciones. Ese estado de demanda constante convierte a las personas en otras personas, las lleva a realizar acciones que nunca se creía poder realizar, hasta perderse a sí mismas y convertirse en lo que se cree la pareja quiere que la mujer se convierta. El resultado es la soledad para todos, la imposibilidad del amor. De igual forma, los asuntos del mundo se ven diferentes cuando se tienen cincuenta años, como Julián, que cuando se tienen veinte o treinta años, como Marcela, Sabine o Silvina.
En la pasada Feria Internacional del libro compré Alta infidelidad, me ha parecido muy buena novela. Cuando terminé de leerla, me quedé reflexionando en quien de los cuatro tenía más razón de las acciones cometidas en el transcurso del despliegue narrativo, después veremos por qué comento esto. Sí Julián: divorciado, bueno en la cocina, con un hijo adolescente que pasa con él los fines de semana (siempre con problemas porque lo cree culpable de que su madre sufra), con una ex-esposa con la que no sabe por qué se casó, profesor de filosofía y a punto de cumplir cincuenta años. O si Marcela, Sabine y Silvina, sus tres mujeres, tres mujeres con las que sostiene una relación al mismo tiempo. Por obvia lógica, un hombre que tiene tres mujeres al mismo tiempo no sólo puede parecer un cínico sin ninguna ética, sino un mujeriego con alguna patología. Sin embargo, en la novela no se percibe así, al menos yo no lo veo así. Más bien me pareció un personaje que retrata al hombre insatisfecho de muchas cosas en la vida, con una profunda soledad y muy poco comprendido. De las tres mujeres, Marcela es quince años menor que Julián, cuando es niña:
Primero había sido el tío, a sus cuatro años, cuando ella, vestida como un pastel, se acercó a saludarlo y él la sentó en sus piernas. Bajo el vestido de encajes sintió de pronto que la mano del tío sacaba algo blando de un cierre y que ponía aquello debajo del vestido hampón. Y sintió también cómo se mecía y se apretaba el tío, deteniéndose sólo para aplaudir entre un número y otro de aquel festival, como si estuviera muy contento con lo de los perritos brincando aros, tomando las manitas de ella y haciéndola aplaudir también.De adolescente tenía un rostro sembrado de barros, le decían "vodka", porque estaba hecha de grano. A los 17 años se va a vivir sola. Entra a la Universidad a estudiar literatura, se le desaparecen los barros, se convierte en una mujer atractiva y después de varios problemas que la llevan a devorar libros, se gradúa y obtiene una plaza de investigadora "en lo único que parecía tener todavía sentido, dada su afición a leer al revés o más bien a desleer: los estudios de género". Más tarde escribe un libro sobre mujeres ilustres. A Julián, lo conoce porque un día irrumpió en la revista que ella editaba y "luego de mirarla de arriba a abajo, sonriendo, le dio a entender que tal vez querría algo más que publicar ahí".
Inician una relación bajo cánones bastante conocidos: ella va dos o tres veces a la semana a la casa de Julián, tienen relaciones sexuales, y los fines de semana él sale con su hijo. Una mañana llega Marcela a casa de Julián (se habían citado) y él no está, la sirvienta que le hace el aseo del departamento le abre y ella encuentra entre los papeles del profesor de filosofía una carta amorosa de una mujer. A partir de ese momento, los celos se apoderan de ella y cambian muchas cosas. La escena que tiene lugar durante una reunión (Marcela se emborracha y se pone a gritar cosas a Julián sobre intimidades) resulta el inicio de otra relación en la vida de Julián, entra en escena Silvina, una mujer exitosa que vive en Nueva York y que se embaraza después de un tiempo de salir con Julián (aunque éste no quería más hijos ni se entera de nada hasta que ella ya está embarazada). Estas dos relaciones lo tienen en un estado nada agradable. Silvina lo llama constantemente, es muy demandante, y Marcela ya no es aquella mujer con la que él se sentía bien, ha cambiado hasta su manera de vestir y no lo deja ni a sol ni a sombra.
Este estado lo lleva a la relación con Sabine, la hija del matrimonio formado por Pável y Helga, sus amigos. Una jovencita de 24 años que lo introduce a las drogas, una adicción que lo lleva a tener una crisis que termina en el hospital. Sabine es anestesista y con dinero de él monta su clínica (él le da el dinero, pero además aprende a hacer su firma y con ello usa su chequera para varias cosas, como pagar el psicoanalista de la ex-mujer de Julián). Mientras Julián está en el hospital recuperándose, las tres mujeres, que ya habían descubierto el engaño de Julián, se encuentran perfectamente: Marcela ha publicado su libro sobre mujeres ilustres, Sabine tiene su clínica y Silvina sigue exitosa y está por ver llegar a su hijo al mundo. Las tres ya son amigas.
Parece ser que el amor cambia cuando los celos se instalan en las relaciones. Ese estado de demanda constante convierte a las personas en otras personas, las lleva a realizar acciones que nunca se creía poder realizar, hasta perderse a sí mismas y convertirse en lo que se cree la pareja quiere que la mujer se convierta. El resultado es la soledad para todos, la imposibilidad del amor. De igual forma, los asuntos del mundo se ven diferentes cuando se tienen cincuenta años, como Julián, que cuando se tienen veinte o treinta años, como Marcela, Sabine o Silvina.
El siguiente fragmento está en la novela, lo he titulado: Sonia y Tolstoi
"Lo enigmático para Marcela, al estudiar a las Mujeres Ilustres, era darse cuenta del papel protagónico que los celos tenían en la construcción del genio. Esa extraña cualidad que distingue a ciertos seres de quienes simplemente viven y perciben el mundo a través de los demás atravesó la vida de Lev Tolstoi, el monstruo totalizador del siglo XIX. Estaba presente en su obra, en su relación con el medio, en la férrea voluntad de volverse alguien que no era. ¿Quién podría negarlo? ¿Quién podría dejar de ver en él al genio creador al leer Guerra y paz o Ana Kerenina? La respuesta es: casi todos. O una inmensa mayoría. Los tiempos actuales prefieren ver en él al gurú, al octogenario intransigente y feroz que vestido de mujic y excomulgado funda su propia iglesia. Prefieren ver al santo. Al hombre que renuncia a sus bienes y recibe a cientos de fieles anuales en su tumba. En cambio es dificil ver al conde luego de una cabalgata en la nieve o sentado bajo el gran pino de su finca de Yasnia Poliana rodeado de los trescientos treinta ciervos que no se ven, que no deben ser vistos, dando órdenes a Masha, decepcionado de Serguéi, aplaudiendo a Saha, dirigiendo, en fin, las pompas del mundo a las que supuestamente renunciaba sin mirar a Sonia, su mujer y la madre de los nueve hijos de trece que aún (en esta escena) están vivos. Más difícil es no ver a Sonia sola, no sólo por su propio peso en la vida del genio tras cuarenta y ocho años de matrimonio, sino porque el mito ha hecho de ella la causa del infierno que fue la vida doméstica del conde y el detonador de su huida final a Astrapovo, huida que le provocó una neumonía y la muerte. En nuestro imaginario, Sonia aparece así:
Enfurruñada, reprochando a su esposo que pase tantas horas escribiendo;
De pie, con las manos en jarras, echándole en cara que tenga ella que ocuparse de las cuentas;
Celosa, arrojándose al estanque helado, de donde es casi imposible sacarla por el peso del agua en las botas;
Furibunda, blandiendo papeles, el enterarse de que su marido ha renunciado a los derechos de sus libros.
Raras veces la imaginamos copiando las distintas versiones de la abundante obra de su esposo; pasando en limpio páginas llenas de correcciones; reescribiendo varias novelas enteras; opinando, aconsejando a aquél que le agradecía ser su mejor lectora; al frente del futuro, de las tierras y los hijos. O llorando por causas que no están exageradas o absurdas, como la muerte de tres de sus hijos, en particular de Alexei, quien murió a los cuatro años y medio, de amigdalitis, después de un angustioso día y medio de respirar cada vez con mayor dificultad. "Pero qué débil es la pobre" escribió Tolstoi, "cómo no se alegra, cómo no ve en la muerte de su hijo la voluntad del Señor".
No imaginamos tampoco a Lev Tolstoi en su depresión brutal, a los cuarenta y nueve años, hundido en la espiral del sin sentido y de las tentaciones suicidas. No lo imaginamos, en parte, porque la genialidad da un matiz distinto a estas reacciones. Pero, sobre todo, porque la figura enorme de su mujer tratando de arrojarse por las ventanas o dándose de golpes en el corazón con un martillo es más literaria y por tanto, más memorable. Para nosotros, ella es la suicida. La esposa perturbada que chilla, que atormenta, que sale corriendo casi desnuda al bosque nevado, que amenaza con arrojarse al pozo o envenenarse con opio y amoníaco. La mujer que vemos lanzarse una y otra vez en nuestra mente en la primera zanja disponible.
(...) Marcela tiende a pensar que no fue azaroso que Lev Nicolaievich Tolstoi escogiera a Sonia, esa mujer de dieciocho años (teniendo él treinta y cuatro) y de menor rango. Porque lo que sentía por Sonia era pasión: "Estoy enamorado comop no pensé que se podía amar. Estoy loco, acabaré por pegarme un tiro si esto sigue así". Y en el mejor momento de esa pasión, es decir, en el más terrible e intenso, los primeros años de matrimonio, fue cuando escribió sus mejores obras y cuando la pasión decayó, dejó de escribir y se hizo aspirante a santo. ¿Habrá que creer que la pasión opera en nuestro favor a pesar nuestro?
Algunos dirán: Lev Tolstoi produjo a pesar de Sonia, lo habría hecho con o sin ella. Pero esto es una especulación. El hecho irrefutable es que lo hizo con ella".
Fotografía.
"Lo enigmático para Marcela, al estudiar a las Mujeres Ilustres, era darse cuenta del papel protagónico que los celos tenían en la construcción del genio. Esa extraña cualidad que distingue a ciertos seres de quienes simplemente viven y perciben el mundo a través de los demás atravesó la vida de Lev Tolstoi, el monstruo totalizador del siglo XIX. Estaba presente en su obra, en su relación con el medio, en la férrea voluntad de volverse alguien que no era. ¿Quién podría negarlo? ¿Quién podría dejar de ver en él al genio creador al leer Guerra y paz o Ana Kerenina? La respuesta es: casi todos. O una inmensa mayoría. Los tiempos actuales prefieren ver en él al gurú, al octogenario intransigente y feroz que vestido de mujic y excomulgado funda su propia iglesia. Prefieren ver al santo. Al hombre que renuncia a sus bienes y recibe a cientos de fieles anuales en su tumba. En cambio es dificil ver al conde luego de una cabalgata en la nieve o sentado bajo el gran pino de su finca de Yasnia Poliana rodeado de los trescientos treinta ciervos que no se ven, que no deben ser vistos, dando órdenes a Masha, decepcionado de Serguéi, aplaudiendo a Saha, dirigiendo, en fin, las pompas del mundo a las que supuestamente renunciaba sin mirar a Sonia, su mujer y la madre de los nueve hijos de trece que aún (en esta escena) están vivos. Más difícil es no ver a Sonia sola, no sólo por su propio peso en la vida del genio tras cuarenta y ocho años de matrimonio, sino porque el mito ha hecho de ella la causa del infierno que fue la vida doméstica del conde y el detonador de su huida final a Astrapovo, huida que le provocó una neumonía y la muerte. En nuestro imaginario, Sonia aparece así:
Enfurruñada, reprochando a su esposo que pase tantas horas escribiendo;
De pie, con las manos en jarras, echándole en cara que tenga ella que ocuparse de las cuentas;
Celosa, arrojándose al estanque helado, de donde es casi imposible sacarla por el peso del agua en las botas;
Furibunda, blandiendo papeles, el enterarse de que su marido ha renunciado a los derechos de sus libros.
Raras veces la imaginamos copiando las distintas versiones de la abundante obra de su esposo; pasando en limpio páginas llenas de correcciones; reescribiendo varias novelas enteras; opinando, aconsejando a aquél que le agradecía ser su mejor lectora; al frente del futuro, de las tierras y los hijos. O llorando por causas que no están exageradas o absurdas, como la muerte de tres de sus hijos, en particular de Alexei, quien murió a los cuatro años y medio, de amigdalitis, después de un angustioso día y medio de respirar cada vez con mayor dificultad. "Pero qué débil es la pobre" escribió Tolstoi, "cómo no se alegra, cómo no ve en la muerte de su hijo la voluntad del Señor".
No imaginamos tampoco a Lev Tolstoi en su depresión brutal, a los cuarenta y nueve años, hundido en la espiral del sin sentido y de las tentaciones suicidas. No lo imaginamos, en parte, porque la genialidad da un matiz distinto a estas reacciones. Pero, sobre todo, porque la figura enorme de su mujer tratando de arrojarse por las ventanas o dándose de golpes en el corazón con un martillo es más literaria y por tanto, más memorable. Para nosotros, ella es la suicida. La esposa perturbada que chilla, que atormenta, que sale corriendo casi desnuda al bosque nevado, que amenaza con arrojarse al pozo o envenenarse con opio y amoníaco. La mujer que vemos lanzarse una y otra vez en nuestra mente en la primera zanja disponible.
(...) Marcela tiende a pensar que no fue azaroso que Lev Nicolaievich Tolstoi escogiera a Sonia, esa mujer de dieciocho años (teniendo él treinta y cuatro) y de menor rango. Porque lo que sentía por Sonia era pasión: "Estoy enamorado comop no pensé que se podía amar. Estoy loco, acabaré por pegarme un tiro si esto sigue así". Y en el mejor momento de esa pasión, es decir, en el más terrible e intenso, los primeros años de matrimonio, fue cuando escribió sus mejores obras y cuando la pasión decayó, dejó de escribir y se hizo aspirante a santo. ¿Habrá que creer que la pasión opera en nuestro favor a pesar nuestro?
Algunos dirán: Lev Tolstoi produjo a pesar de Sonia, lo habría hecho con o sin ella. Pero esto es una especulación. El hecho irrefutable es que lo hizo con ella".
Fotografía.
14 comments:
Alta infidelidad... como si existieran escalones. Y llegar hasta arriba sea el mandarse de cabeza.
(ahorita ando interesado en la literatura japonesa, y no es que Murakami me parezco un escritor extraordinario... sin embargo no dejo de leerlo. Como si tuviese que proseguir para saber de alguna forma porqué creo que no es un escritor grande.... y sin embargo lo leo. Me ha tiranizado sin que me haya dado cuenta. Caramba)
Me lo apunto, tiene una pinta estupenda.
Un abrazo.
Este libro de Rosa Beltrán no ha llegado a España, por lo poco que yo sé. Supongo que no tardará en llegar ya que la editorial es Alfaguara. La reseña sobre Tolstoi: Impresionante.
El pasaje de Tolstoi también me gusto mucho, presenta la otra cara de la moneda. Dentro de la novela, la protagonista, Marcela, está llevando a cabo una investigación sobre mujeres ilustres, y justamente este fragmento forma parte de su investigación sobre Sonia Tolstoi.
Otro libro más en mi lista. Es difícil percibir a los genios en su vida diaria, su obra nos hace pensar en seres maravillosos, merecedores de todo, olvidando que la pareja convive con el ser completo no solo con el genio, tendemos a aumentar los defectos de la pareja mientras minimizamos los del genio, pensamos en el honor de ser la pareja mas no vivimos de honores, no debe ser fácil ser nadie y convivir con el genio.
Nada facil convivir con un genio, por supuesto.
Además, la visión tan equivocada que el imaginario ha construido de Sonia, la esposa de un genio que forma parte de este genio.
Me lo apunto, porque no conozco el libro ni a la autora. Agradezco especialmente el fragmento, desde luego, invita a la lectura.
Un abrazo.
¡Qué tema más apasionante nos saca a colación esta obra: la del genio!.La mayoría de los mortales nos dejamos seducir por la luz del genio y, a menudo, se nos olvida que a mayor luz, mayor sombra. Todos los colosos tienen pies de barro y precisamente éso es lo que les recuerda que lo son: la imperfección. Son seres ambivalentes, camaleónicos; grandes creadores, pero también grandes destructores, para sí y para el entorno. Leeré el libro con sumo gusto; desde España, un saludo muy cordial.
¿Es el genio una forma de desequilibrio mental? Pareciera que todo aquél que sea o haya sido un genio ha tenido un lado personal oscuro y hasta destructivo para su entorno. Al menos es el mito que se genera desde la literatura y el cine.
La pasión me parece un sentimiento, cuando menos, sospechoso para la inteligencia emocional.
Pero el fragmento, magnífico.
He preferido quitar la parte de arriba (la anécdota personal) y subir en su lugar "Sonia y Tolstoi" para que no quedara sola y aparte del todo de la reseña. No lo pensé antes, pero está corregido.
Tomo nota, es de lo más apetitoso.
Besos
vaya con los hombres, las mujeres y los celos...lo que me hace gracia es pensar que las tres se hacen amigas...besos Magda.
Mucho da para reflexionar. Y muy apetecible el libro. Es como un juego de espejos, incluida el comentario sobre Tolstoi: abisal. El abanico de las edades también es muy interesante.
UN texto muy singular. Regresare. Chauuuuuu
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