Pedro Castera, Carmen. Memorias del corazón, 3ª. Ed. (México: Porrúa, 1986)
El Romanticismo en el siglo XIX no se circunscribe solamente a una forma de expresión literaria, existe como interpretación de la vida en la mujer y el hombre de esa época. Sienten, piensan, se mueven, actúan como románticos. Julio Jiménez Rueda, en Letras mexicanas en el siglo XIX, apunta: “La razón del ser del mundo está en el hombre mismo, no en su inteligencia, que no comprende, sino en su pasión que todo lo adivina. He aquí la razón de ser del Romanticismo”. La importancia de la obra literaria del poeta, narrador, político y periodista Pedro Castera, dentro de este periodo en que vivió y escribió, está bien resumida por Luis Mario Schneider: "En la literatura mexicana, Pedro Castera se redime como pionero, como innovador extravagante y por esta relación en la que el hombre y obra se trasmutan y en la que el delirio cobra su precio".
Pedro Castera pierde la razón en 1883; sus biógrafos aducen que el cúmulo de actividades periodísticas, la producción y publicación de sus obras y la preocupación por un litigio personal que sostenía, pudieron conducirlo a una crisis metal. Fue conducido al hospital de enfermos mentales de San Hipólito, del cual salió después de seis años. En 1890 comenzó nuevamente a publicar en El universal, hasta que su enfermedad vuelve a presentarse y lo lleva a terminar sus días en su casa de la colonia Tacubaya en la Ciudad de México, en una situación precaria.
En Carmen. Memorias del corazón, novela sentimental publicada en 1882, se plantea el problema del incesto por primera vez en la literatura del siglo XIX, sino me equivoco. En ella, se puede explicitar ya el enfrentamiento de dos planos: el del discurso erótico sentimental del Romanticismo, que prescinde aludir a la entrega física, frente al discurso erótico sensual del Modernismo, en el que emerge una sexualidad menos etérea entre la pareja y adonde el cuerpo ya constituye un referente deleitoso y concupiscente. El relato inicia desde el punto de vista del narrador-personaje (NP) que nos manifiesta su situación:
El Romanticismo en el siglo XIX no se circunscribe solamente a una forma de expresión literaria, existe como interpretación de la vida en la mujer y el hombre de esa época. Sienten, piensan, se mueven, actúan como románticos. Julio Jiménez Rueda, en Letras mexicanas en el siglo XIX, apunta: “La razón del ser del mundo está en el hombre mismo, no en su inteligencia, que no comprende, sino en su pasión que todo lo adivina. He aquí la razón de ser del Romanticismo”. La importancia de la obra literaria del poeta, narrador, político y periodista Pedro Castera, dentro de este periodo en que vivió y escribió, está bien resumida por Luis Mario Schneider: "En la literatura mexicana, Pedro Castera se redime como pionero, como innovador extravagante y por esta relación en la que el hombre y obra se trasmutan y en la que el delirio cobra su precio".
Pedro Castera pierde la razón en 1883; sus biógrafos aducen que el cúmulo de actividades periodísticas, la producción y publicación de sus obras y la preocupación por un litigio personal que sostenía, pudieron conducirlo a una crisis metal. Fue conducido al hospital de enfermos mentales de San Hipólito, del cual salió después de seis años. En 1890 comenzó nuevamente a publicar en El universal, hasta que su enfermedad vuelve a presentarse y lo lleva a terminar sus días en su casa de la colonia Tacubaya en la Ciudad de México, en una situación precaria.
En Carmen. Memorias del corazón, novela sentimental publicada en 1882, se plantea el problema del incesto por primera vez en la literatura del siglo XIX, sino me equivoco. En ella, se puede explicitar ya el enfrentamiento de dos planos: el del discurso erótico sentimental del Romanticismo, que prescinde aludir a la entrega física, frente al discurso erótico sensual del Modernismo, en el que emerge una sexualidad menos etérea entre la pareja y adonde el cuerpo ya constituye un referente deleitoso y concupiscente. El relato inicia desde el punto de vista del narrador-personaje (NP) que nos manifiesta su situación:
Tenía yo veinte años y, a mis solas, me juzgaba un poquito calavera. En las noches jugaba, bebía y enamoraba a veces con consecuencias (…) Todas las noches me proponía volver cuanto más temprano me fuese posible, pero el hecho es que yo siempre llegaba a las dos de la mañana, eso sí, lleno de remordimientos y de propósitos de enmienda. –Yo soy un borracho decente.
Una noche, cuando “la mitad de la calle estaba llena de sombras y la otra mitad iluminada por la luna”, se da el hallazgo de un canasto con una niña dentro, es Carmen. Una niña que al crecer “toda era corazón y éste exquisitamente sensible, y a la vez inteligente, entusiasta, poético, pero por un capricho inexplicable, el celo y un celo terrible, se revelaba a veces en ella independientemente de su voluntad. En todos sus actos revelaba su enojo y su despecho, y más parecía una amante, que una hija. Las tormentas de aquel corazón niño se disolvían en lágrimas”.
Carmen se enamora de su padre. El narrador ya lo había intuido, ayudado por el tío, que ella lo amaba cuando ésta, estando él de viaje, le escribe una carta en la que le dice: “El ser que te ama a ti… está muerta para todo lo que no eres tú”. Pero Carmen está enferma, nos enteramos de ello bastante pronto. La madre del narrador le dice: “Lleva algunos días de quejarse del corazón”, pero Carmen dice que solamente se debe a que lo extrañaba mucho. Al enterarse Carmen de que no es hija del narrador le guarda profundo agradecimiento, expresa conmovida y con lágrimas: “Vida, educación, sentimientos, ideas… ¡Todo, todo me has dado! ¿Comprendes lo que yo siento?”.
Carmen cada día se vuelve más celosa y a pesar de saber y sentirse amada, los celos siempre estallan. La existencia de Carmen está consagrada a la de quien un día creyó su padre y se angustia, sufre, teme por los celos, por la presencia de un rival: el pasado del protagonista. El final de la novela es muy conmovedor…
Para el siglo XXI esta novela resultaría demasiado sentimental. Si bien los temas del amor, los celos, el incesto, la muerte, no son de época, sí influye el tiempo histórico en que éstos fueron plasmados en la literatura, en las obras de ficción. Carmen es una adolescente enamorada de un hombre que le dobla la edad y sufre por ello, pero sufre mucho, exageradamente se podría decir. La ausencia del ser amado la postra hasta enfermarse; y él, si ella le faltara, no podría vivir. El hombre es la paradoja de la inmanencia y la trascendencia, este aspecto paradójico del hombre se pone aún más de relieve en el amor. Pedro Castera, en el momento que le tocó vivir, parece entenderlo así.
Carmen se enamora de su padre. El narrador ya lo había intuido, ayudado por el tío, que ella lo amaba cuando ésta, estando él de viaje, le escribe una carta en la que le dice: “El ser que te ama a ti… está muerta para todo lo que no eres tú”. Pero Carmen está enferma, nos enteramos de ello bastante pronto. La madre del narrador le dice: “Lleva algunos días de quejarse del corazón”, pero Carmen dice que solamente se debe a que lo extrañaba mucho. Al enterarse Carmen de que no es hija del narrador le guarda profundo agradecimiento, expresa conmovida y con lágrimas: “Vida, educación, sentimientos, ideas… ¡Todo, todo me has dado! ¿Comprendes lo que yo siento?”.
Carmen cada día se vuelve más celosa y a pesar de saber y sentirse amada, los celos siempre estallan. La existencia de Carmen está consagrada a la de quien un día creyó su padre y se angustia, sufre, teme por los celos, por la presencia de un rival: el pasado del protagonista. El final de la novela es muy conmovedor…
Para el siglo XXI esta novela resultaría demasiado sentimental. Si bien los temas del amor, los celos, el incesto, la muerte, no son de época, sí influye el tiempo histórico en que éstos fueron plasmados en la literatura, en las obras de ficción. Carmen es una adolescente enamorada de un hombre que le dobla la edad y sufre por ello, pero sufre mucho, exageradamente se podría decir. La ausencia del ser amado la postra hasta enfermarse; y él, si ella le faltara, no podría vivir. El hombre es la paradoja de la inmanencia y la trascendencia, este aspecto paradójico del hombre se pone aún más de relieve en el amor. Pedro Castera, en el momento que le tocó vivir, parece entenderlo así.