28 de diciembre de 2007

La literatura y los cafés

Con lo que me gustan los cafés...

“Budapest es la ciudad de los cafés. El que quiera retratar la capital, que retrate sus cafés”, advierte en 1891 Ödön Gerő, uno de los primeros sociógrafos del país. El café, sin lugar a dudas, es una institución bien conocida en muchas partes del mundo, sin embargo, su significado varía de ciudad en ciudad. Lo que se conocía por café en Budapest, era, por un lado, un fenómeno difundido en todo el territorio de la monarquía austro-húngara: descendía de los cafés vieneses. Por otro, era un sitio especial, que distaba mucho de ser “un simple lugar donde se preparaba y se servía café”, y es que los cafés de Budapest constituían un mundo aparte.

La historia de los cafés de Budapest se remonta al siglo XVII, a los tiempos inmediatamente posteriores a la dominación turca, pero su época de esplendor fue a finales del siglo XIX y principios del XX. Solo después del nacimiento de la monarquía dualista los cafés de Budapest cobraron plena forma, con su exuberante arquitectura interior. En el año 1896, tan solo en la capital se contaban alrededor de 600 cafés, esta cifra nunca fue superada. En dicha época llegaron incluso a aprobar una ley que establecía que un café debía contar con una superficie mínima de 150 metros cuadrados y una altura de al menos 4 metros además de dos mesas de billar. Los demás establecimientos donde se vendía y servía café no estaban autorizados a presumir del título de “café”, y tenían que conformarse con el modesto nombre de “despacho de café”.

Pero, aparte de lo que constaba en la ley, ¿qué era lo que distinguía esos cafés, inmortalizados en un sinnúmero de obras literarias de la época, del resto de lugares similares? Los enormes ventanales y la ubicación (pues la mayoría se encontraba en una esquina) permitían a los clientes observar la vida por la calle, y, al mismo tiempo, permanecer en un lugar resguardado. Los cafés constituían un espacio transitorio entre la plena publicidad de la calle y la privacidad del hogar. De hecho, para muchas personas el café era un segundo hogar. Y no creamos que sólo los poetas bohemios y otros artistas en constante apuro económico pasaban sus días allí. Eran el lugar donde las diferencias sociales desaparecían, donde prácticamente todos los segmentos de la sociedad tenían cabida (“la utopía hecha realidad”, como afirma Wilhelm Droste). Hasta un aprendiz de dependiente o un barbero podía permitirse tomar un café, incluso en los más lujosos del centro de la ciudad. Y nadie obligaba a los clientes a consumir más. Con una taza de café se podía pasar horas sentado a la mesa. Y ¡cómo se trataba a la gente! Los dueños y los camareros respetaban a los clientes a más no poder. Todos podían sentirse señores por unas horas. En los cafés reinaba la democracia que fuera de sus muros era un concepto desconocido, aunque en realidad, esa igualdad fuera solo aparente.

El famoso dramaturgo y novelista Ferenc Molnár se quejaba de que el motivo de frecuentar en tropel los cafés era la pobreza y las míseras condiciones de vivienda de la época. En efecto, muchos se veían obligados a vivir en oscuras habitaciones de alquiler, y numerosos familiares tenían que compartir exiguos cuartos. En cambio, los cafés ofrecían enormes espacios, su mobiliario, en general, era cómodo y grandioso, entraba mucha claridad, y si no, las inmensas y espectaculares lámparas proporcionaban la suficiente luz como para que los clientes puedan sentirse en un mundo verdaderamente resplandeciente y olvidarse de sus míseros hogares. Muchas mujeres (porque iban también mujeres y hasta niños a los cafés) optaban por organizar reuniones con sus amigas en el café en lugar de en su propia casa, pequeña, y modesta. Una merienda en un café era la manera más barata de mantener relaciones con la gente.

Los cafés cumplían otra importantísima función, eran lugares donde se debatían públicamente las cuestiones que más le preocupaban a la gente. Como decía Molnár, “la vida pública de Budapest es dirigida desde los cafés”. Si una noticia se difundía en alguno de ellos, en apenas una hora era conocida ya en todos. No es de sorprender que los años 50 supusieran el final de los tradicionales cafés, ya que su importancia radicaba justamente en la libre circulación de la información. Como ejemplo baste que la revolución de 1848 tuvo su arranque precisamente en un café, el Pilvax.

Uno de sus servicios primordiales era la oferta de periódicos y revistas. El café Nueva York, el más lujoso de la ciudad, ofrecía a sus clientes unos 400 artículos de prensa, de la más diversa índole. Entre ellos había diarios húngaros y extranjeros, semanales, revistas ilustradas, periódicos especializados. Otro de los cafés estaba incluso abonado a una revista española de la época.

Aparte de tomar café, comer, charlar y leer la prensa era posible practicar diversas actividades. Por ejemplo juegos como el billar o los naipes. En los cafés literarios estaban de moda los diferentes juegos lingüísticos y literarios o los rompecabezas así como diversos juegos de azar y destreza. La prostitución estaba presente también en los cafés, en alguno incluso de manera legal. Varios “negocios” de este tipo se concluían en los mismos espacios, algunos hasta ofrecían a los clientes sus habitaciones apartadas para ello. Existía también el café musical, donde generalmente tocaban orquestas gitanas o pequeñas bandas.

La llegada de la I Guerra Mundial puso fin a la época de esplendor de los cafés de Budapest, y con la instalación del régimen comunista todo indicaba que iba a desaparecer para siempre la rica cultura del café. Los pomposos edificios fueron devastados, su mobiliario saqueado o destruido. En su lugar se abrieron, por aquel entonces o más tarde, oficinas de correos, almacenes de artículos deportivos, clubes universitarios, salas de juego, sucursales de bancos, restaurantes de comida rápida. Afortunadamente, en la última década, Budapest parece ir recobrando su sumergida cultura del café, se han reabierto algunos de los legendarios cafés de antaño. Veremos si esto tendrá su repercusión en la literatura.

En: Una ciudad con aroma de café.

En la ciudad donde vivo, que es una ciudad cafetalera entre otras cosas, los hay muy bonitos, no tengo fotos pero voy a tomar para mostrárselos.

29 comments:

Magda Díaz Morales dijo...

Los cafés poseen para mi un atractivo muy especial. Particularmente esos que poseen una atmósfera acogedora para pasar un tiempo agradable leyendo, platicando, comiendo algo, o todo junto.

Quiero desearles un próximo año pleno de alegría, amor y mucha salud. Que 2008 sea un año inolvidablemente bello.

Anónimo dijo...

Algun día visitaré esta ciudad con magia, como dice y se percibe.

Abrazos con uvas y un brindis para que todos sus deseos se cumplan.

Joselu dijo...

Mi padre, que ya murió, me hablaba con frecuencia de los cafés de Zaragoza. No he conocido Budapest, pero he sabido de su importancia hasta los años cincuenta del siglo pasado. Eran lugares de relación de caballeros ociosos en los que pasaban largas horas charlando y debatiendo. A veces asistían a conciertos de cámara. La institución del café es propia de otra concepción del tiempo, de la vida y de las relaciones humanas, incluido el papel que jugaba la mujer -ausente de estos cafés- y su clasismo. Eran lugares de fecundas charlas y de maledicencia hacia los ausentes. Como riqueza cultural -ya desfasada- la comparo con las mujeres que iban a lavar al río. Allí cantaban canciones tradicionales, que se perdieron al llegar la era moderna.

Fernando dijo...

los cafés son desgraciadamente una reminiscencia del siglo pasado...desde mediados del siglo XX todo va cambiando...y ese sitio, oasis, donde las personas leen y conversan se va perdiendo en la vorágine de la vida actual...que duren los que quedan por lo menos...besos y feliz año.

Magda Díaz Morales dijo...

Un abrazo, Fernanda. Muchas gracias, igualmente para ti y los tuyos.
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José, no me había detenido a pensar en lo que mencionas de la ausencia de las mujeres en los cafés, es cierto. Las mujeres, en la época que mencionas, en general estaban ausentes de todas partes, no solo de los cafés, se hallaban dedicadas más a los enseres domésticos. Esto ha cambiado totalmente.
Estoy leyendo El Danubio de Claudio Magris, y estos centros de reunión en todas las hermosas ciudades centro europeas, estos cafés eran realmente un lugar de encuentro, no tanto de caballeros ociosos porque si bien estaban ahí "sin hacer nada", solo charlando o conviviendo, realizaban tertulias literarias, reuniones políticas, en esos cafés se gestaban proyectos en ocasiones muy importantes.
La importancia de los cafés han sido mundiales. Acá en México siguen siendo importantes y concurridos. En la ciudad en la que vivo hay muchos y son preciosos.
Ojalá que ya que en esta última década que Budapest -una ciudad mágica- va recobrando su sumergida cultura del café, ello tenga repercusión en la literatura.
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Fernando, acá en México siguen teniendo mucha importancia, y esperemos que ésta se haga más grande cada día. Sobre todo esos cafés literarios tan agradables.

39escalones dijo...

Aquellos cafés con orquesta... Me recuerda "The shop around the corner", la obra maestra de Ernst Lubitsch (1939), las últimas reminiscencias de la época que tan bien has descrito.
Y ya que estoy aquí, Feliz 2008 y subsiguientes.
Abrazos

João Ventura dijo...

E todos os outros cafés da Europa. Odessa: num café do guetto judeu, Isaac Babel põe em movimento os seus gangsters de papel. Copenhaga: Kierkegaard troca a universidade pelos cafés da cidade e lança as bases do existencialismo. Lisboa: no Martinho da Arcada, Pessoa inventa a mais profunda genealogia da literatura portuguesa. Fim de tarde em Paris: através dos vidros molhados por uma chuva oblíqua Walter Benjamin observa a coreografia de guarda-chuvas correndo apressados no Boulevard Saint Germain: a modernidade a ser pensada no espaço interior de um café para onde se transporta o mundo exterior. Budapeste, café Sirius, Deszó Kosztolányi em vez de pedir ao empregado um café: «- Garçon - dizia - tinta, s´il vous plaît!». Um abraço desde Portugal. Estou em «O que cai dos dias». João.

João Ventura dijo...

Y, aun, a proposito de los cafés de Europa, pero sobretodo sobre una Europa desaparecida te invito a leer el post «O rapto da Europa», in «O que cai dos dias. En portugués, claro, pero no sera dificil. Joao

entrenomadas dijo...

Magda, pase un verano en Budapest y conozco bien sus cafés, son bellísimos. Me gustan más que los de Viena, son más especiales y menos pomposos. Me has hecho rebuscar fotos de aquel año. Ufff, qué ganas de volver tengo. La culpa es tuya, hoy me iré a dormir pensando en los cafés de Budapest, en sus puentes, sus torres y sus pasteles.

Besos, Magda

Magda Díaz Morales dijo...

Los cafés con orquesta que he visto en las películas como que no me agradan mucho, Alfredo, quizá con fondo musical sí, un poco. Como que se me hacen más bares que cafés (como en Casa blanca), pero quien sabe que sería estando ahí. No eran muy literarios porque no se podia leer, o quien sabe :-)

Magda Díaz Morales dijo...

João, lo que dices de Kierkegaard en Copenhague es precioso, y que cierto. Y lo de Walter Benjamin, poético, hasta puedo también imaginarme ese declinar de la tarde en París observando a través de la ventana la lluvia en el Boulevard Saint Germain. Que bello. Y la anécdota de Deszó Kosztolányi en el Sirius de Budapest, estupenda. Muchas gracias por tu hermoso comentario.

Conozco y leo tu blog, por supuesto. Por cierto, puedes entrar con él: a donde dice "Accede a través de:", elige WP y listo, pones el nombre de tu blog y ya está, envias. O, también, picas en "Alias", ahi pones tu nombre, y abajito de "Alias", en "URL", pones la dirección de tu blog, y ya está. Cualquiera de las dos opciones.

Magda Díaz Morales dijo...

Marta, tenemos que encontrarnos algun dia en Budapest e ir a todos los cafés que nos de tiempo. Los de Viena son hermosos, Viena es maravillosa, aunque me parece como si fuera un teatro, la escenografía de un teatro, y Budapest me parece menos turístico, más con magia, digamos. Aunque bueno, las dos bellísimas.

En Budapest es verdasd lo que dices que son muy pomposos, sobre todo en Buda, pero también los hay como de novela, en esas hermosas calles adonde te metes y parecen todas iguales y no lo son, y de pronto sale a tu vista una pequeña puerta con un anuncio pequeño, te asomas y te enamoras, ya no sales de ese café con luces tenues, carteles en las paredes, y un delicioso café.

Además de sus puentes, sus torres y sus pasteles, sueña con la Isla Margarita, donde "el amor inicia y acaba", como dice Magris. ¡Y en esa sopa deliciosa, gulyás, que tengo que regresar a comer! y su Vilmos... Y su HERMOSO Danubio...

Recaredo Veredas dijo...

Los cafés modernos son los blogs. Supongo que los de Budapest serán sobre todo visitados por turistas. Los precios, posiblemente, serán prohibitivos para los húngaros. Enhorabuena por el blog. Saludos.

Anónimo dijo...

Por razones profesionales, he estado viajando trimestralmente a Budapest durante los últimos siete años. Para mí era como un ritual entrar una tarde en el café Gerbaud a respirar tranquilidad. Los amplios ventanales te permitían estar en la calle sin estar, leer cómodamente, observar sin tapujos. Queda muy bien definido cómo oasis en medio de la vorágine miope en que se ha convertido el quehacer diario.
Australopitecus.

entrenomadas dijo...

Ay, se me olvidaba. El mejor balneario se encuentra en Isla Margarita. Por favor, qué maravilla. Sales de allí con la piel de un bebe, suave, relajada y en paz.
Magda, no me tientes...no me tientes con eso de que deberíamos ir a Budapet, mira que ya estoy haciendo planes.

Besicos, y yo sigo con las fotos, menuda la que has armado, guapa.
Mi madre dice que es una ciudad impresionante. Yo añado que es además muy romántica.

Besos

Magda Díaz Morales dijo...

POR FAVOR, LE PIDO A LA PERSONA QUE PUSO UN COMENTARIO LLAMADA 'FRAC', QUE SI NO ES MUCHA MOLESTIA VUELVA A PONER SU COMENTARIO PARA PODER PUBLICARLO, PARECE QUE ALGO SUCEDIÓ Y SOLAMENTE SALE SU NOMBRE.

fractal dijo...

Con mucho gusto, ahí va el segundo intento, aunque no sabría repetir lo que escribí antes. Comentaba mis recuerdos de una tarde sin tiempo en el Gerbaud. Budapest me parece una ciudad preciosa, sobretodo en la parte antigua, descrita por Marai en la novela Divorcio en Buda.
Yo también la veo más auténtica que Viena.

Un saludo, y mis mejores deseos para el Año Nuevo!

Anónimo dijo...

Desde hace muy poco vienen rescatando del olvido, vienen construyendo, remodelando, los Cafés que tanto bien le hicieron a Bogotá. Incluso hay uno de los mejores, ese ambiente de Vodeville, de intimidad, que funciona en un vagón. Lo han puesto en La Candelaria: no he logrado encontrar una foto. Ese puede ser mi regalo de navidad.... Feliz año, Magda: y gracias por dejar que cada uno, y que yo mismo vengamos a disfrutar de tu compañía.

Abrazo enorme enorme enorme... :)

albalpha dijo...

Magda se te desea lo mejor, esperemos que el 2008 sea inolvidablemente bello.

Abrazos y besos

Anónimo dijo...

Vuelvo para dejar este enlace: "Francia dice adiós a un concepto de vida: el tabaco en los cafés".

Salud (y tabaco)

Luisamiñana dijo...

Budapest es una ciudad singular y hermosísima. Sus cafés, sin duda, de los más espectaculares y especiales que he visto.

En España, los cafés han dejado de tener la relevancia de antaño en cuanto canalizadores de una serie de actividades. Siguen existiendo, pero no se libran de la banalización que parece apoderarse de muchos espacios comunes de la sociedad. Hay honrosas excepciones, sí. Pero yo creo que un café debería ser efectivamente un lugar donde poder llevar a cabo, además de la reunión, cosas juntos: escuchar música (a volúmenes inteligibles), leer, comentar, observar, incluso organizar actos y actuaciones de diversa índole. Una especie de espacios multiples, como siempre fueron en el fondo.

Feliz año, un beso.

Hilvanes y Retales dijo...

Los cafés han sido siempre el espíritu de las ciudades, de los pueblos. Algo se ha perdido de los cafés de antes. Sus tertulias donde todo cabía, el lugar de encuentro sin necesidad de citarse. Me gusta imaginar a Jardiel Poncela y todo su alrededor: la mesa con los cafés que iban y venían, su cigarro destilando humo, el bote de pegamento, los cuadernos, los bolígrafos... debía de ser una imagen espléndida. El Gijón, de quien tengo una foto aquí en mi rincón de trabajo. Por cierto, para mi consuelo, ya que "La noche que llegué al Café GIjón" está agotada, hay una nueva publicacón: "Ronda del café Gijón". Estoy tras él. Ya contaré que tal.

Ojo de fuego dijo...

Querida Magda, hace casi poco más de 9 años visité esa preciosa ciudad de la que hablas y tomé un delicioso café, sentada en una mesa del Café Nueva York. Recuerdo sus lámparas, doradas con grandes bolas de cristal, sus vitrinas repletas de ricas tartas, su ambiente musical en manos de un pianista acariciando con sus manos una teclas blancas y negras de las que se escapaban adorables melodías para los oídos.
No se si lo has visitado, pero te lo aconsejo. Budapest es una ciudad espectacular a la que espero poder regresar algún día.
Te envío un abrazo y te deseo mucha felicidad en este Año Nuevo que comienza.
Muchos besos

Magda Díaz Morales dijo...

Mariano, esta prohibición en Francia está durísima porque según se, es de los países donde existen más fumadores. Además, eso de ir a estos lugares que menciona el artículo y sin poder fumar... No hay que ir a Francia :-)

Magda Díaz Morales dijo...

No Recaredo, los cafés en Budapest no son visitados sobre todo por los turistas, son visitados por los húngaros, cualquier húngaro que desee entrar puede hacerlo, los precios no son para nada prohibitivos para ellos. Creo que quizá tienes una imagen de la Hungría de los años anteriores al 89.

Gracias por tus palabras para Apostillas literarias.

Ladynere dijo...

Pues Budapest estaba en mi lista de ciudades por visitar. Una razón más para hacerlo ^^

A mí que de pequeña no me gustaba nadanadanada el café y cuando lo descubrí, hace tres años ya, me dije: ¡lo que te has estado perdiendo!

Ains, y las charlas interminables delante de un café ;)
Un abrazo.

Magda Díaz Morales dijo...

Gracias por volver a poner el comentario, Frac.

Esas tardes sin tiempo en el Gerbaud son una maravilla... Bellos recuerdos.
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Querido Andrés, al contrario, ¿qué sería de este blog sin ustedes? Las gracias te las doy yo a ti.

Un enorme abrazo, y que tengas un excelente 2008
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Gracias Alba, igualmente para ti. Un abrazo.
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Acá todavía existen cafés donde se presentan libros, se hacen exposiciones de pintura, reuniones de talleres, y lecturas. Aun, afortunadamente, esto no se ha perdido en algunos cafés. Y ojalá que asi siga.

Igualmente querida Luisa, un abrazo y un 2008 excelente.
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HyR, Budapest es una ciudad espectacular, por supuesto. De acuerdo contigo.
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OdeF, qué gusto de verte por aquí. Igualmente, mis mejores deseos para ti. Un abrazo.
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Un abrazo, Nere.

Agustin Cadena dijo...

Bonito texto, Magda. Ciertamente, lo cafés de Budapest tienen un encanto especial, algo que lo hace a uno sentir nostalgia por un pasado imaginario o leído. Y Ferenc Molnar, a quien citas, es a mi parecer el más nostálgico de los escritores húngaros. Leer "Los muchachos de la calle Pál" y luego visitar los lugares donde se desarrolla es una experiencia como de viaje en el tiempo. Sin embargo, debo confesarte que mis cafés favoritos no están en Budapest.

Magda Díaz Morales dijo...

Querido Agustín, este verano (que espero verte por estos lares, asi que desde ahora planéalo) seguro que aquí van a ser tus cafés favoritos, ya lo verás. Hay uno, se llama "Café latino", en donde hacen unos huevos a la mexicana con salsa de chile seco que es una delicia. Te vas a chupar los dedos :-) Además, por supuesto, del excelente café que se cosecha en estas tierras cafetaleras.

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