7 de junio de 2008

¿Es usted latinoamericano?

¿Es usted latinoamericano?
por Alfonso Cueto
ABCD

Un escritor publica una novela sobre un tema político y social. La historia está ubicada en una época de violencia. Muestra el heroísmo anónimo que aparece en esas ocasiones, así como la injusticia, el sufrimiento y la soledad que los más pobres padecen. El libro es traducido a varios idiomas. Muchos críticos europeos lo elogian. Pasan unos años. Su siguiente novela, también traducida, cuenta una historia íntima, la de dos amigos o dos enamorados. A diferencia de la anterior, esta novela podría ocurrir en cualquier país. Algunos críticos de países del norte de Europa la alaban pero otros le hacen una observación. ¿Por qué ya no habla de la violencia y de la injusticia en sus países? ¿Dónde está la sangre, la guerra, el grito humano, en esta nueva novela? ¿Le ha dado el autor la espalda a su sociedad?

Esta historia que le ocurrió a un amigo y escritor colombiano es sintomática de las relaciones que los latinoamericanos seguimos teniendo con algunos lectores europeos. Aún cuando la situación es distinta a la de los años sesenta, todavía algunos lectores (o críticos) de países desarrollados le piden a los latinoamericanos que sus novelas sean versiones históricas o sociales de sus países. Piensan que porque soy colombiano debo escribir siempre sobre las FARC, me dice mi amigo. De acuerdo a este criterio, los chilenos tendrían la obligación de novelar la dictadura de Pinochet o los mexicanos el cruce de la frontera o los peruanos la guerra de Sendero Luminoso.

Deseo romántico oculto. Un escenario en el que se ofrezca una guerra es preferido porque satisface un sueño que muchos lectores europeos no pueden realizar en sus vidas diarias: el de la lucha por la justicia. Viviendo en sociedades en las que los problemas básicos están resueltos, el deseo de algunos europeos de ver la lucha novelada en otras sociedades satisface su deseo romántico oculto. Si a esa receta se agrega la noción del buen guerrillero, pues mucho mejor.

En parte de Europa, incluso en países donde se ha desarrollado el pensamiento crítico y donde los índices de lectura son los más altos del mundo, todavía se conserva un gusto por que la literatura latinoamericana corresponda con su imagen de la América Latina: dictaduras, guerrillas, injusticia, violencia, exotismo, música, y amores apasionados. Mario Vargas Llosa lo ha dicho hace poco con toda claridad. Los latinoamericanos hemos ofrecido al mundo no solo la papa, el tomate y el chocolate, sino también la vigencia del sueño revolucionario y la idea del buen guerrillero.

Realismo mágico. Este requerimiento no se le haría nunca a un escritor francés o italiano o ni siquiera español o irlandés. En España, por poner otro ejemplo, creo que a muy pocos se les ocurre pedirle a un escritor gaditano o sevillano que exprese lo que se considera la «cultura andaluza» en sus novelas. Pero el hecho de que los propios escritores latinoamericanos persistan en ello es una señal de lo que J. M. Coetzee definió también como un mal de los escritores sudafricanos. Según Coetzee, muchos compatriotas suyos escriben «para los lectores europeos, satisfaciendo lo que ellos quieren encontrar en sus libros. En esa lista el racismo y el apartheid son temas favoritos que Europa espera de un escritor sudafricano».

El folclorismo o el exotismo, con sus versiones en el realismo mágico, son también ingredientes de esta receta. Hoy las selvas misteriosas que escritores brillantes como Carpentier plasmaron son para nosotros un territorio de exploración petrolera, y el Cusco mágico del gran José María Arguedas es recorrido por turistas que parten de Lima en veinte vuelos diarios. Las distancias se han acortado. El exotismo ha disminuido para nosotros pero aún no para algunos europeos. Escritores como Roberto Bolaño y otros han contribuido, creo, a acabar con esa imagen de la novela latinoamericana como un documento social, geográfico o cultural. Él y otros son considerados hoy menos «escritores latinoamericanos» y más escritores a secas.