Da gusto leer estas anécdotas:
"Carlos Fuentes recita a Dickens, Gabriel García Márquez recuerda un bolero en una conversación que se prolonga hasta el amanecer en una noche de amistad y literatura, una noche que sobrevive a los años.
Una noche de hace tiempo en casa de José María Pérez Gay en la colonia Roma de la ciudad de México la conversación en espiral alrededor de la mesa de la cena se prolongaba en busca del amanecer, (en todos los labios había risas, inspiración en todos los cerebros) y ahora Fuentes sostenía que los libros verdaderos de cabecera son aquellos de los que uno puede recitar la primera línea, y yo me acordé de que vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo, y me atajó Héctor Aguilar Camín: porque acá, no aquí, vivía mi padre,
y entonces Fuentes citó con el aplomo de sir Lawrence Olivier en las tablas del Old Vic, It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, y siguió adelante con todo el párrafo inicial de Historia de dos ciudades, aquel libro donde las parcas revolucionarias, hediondas a vino, tejen el destino de los decapitados por la reluciente guillotina, la cabeza que cae en la canasta, y luego con toda la página, a ver quién se le atravesaba con Dickens,
antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia, se oyó recitar a Gabo, y un coro respondió: La Vorágine, José Eustasio Rivera,
y Gabo, con su voz bien acentuada de crupier de feria que reparte los números de la lotería, agregó que mejor memoria había que tener para la letra de los boleros, y con precisión ahora de relojero suizo que no equivoca ni bielas ni contrapesos melódicos entonó Tú, que llenas todo de alegría y juventud y ves fantasmas en la noche de tras luz, vete de mí (video del bolero), y miró a todos desafiante en busca de alguien que adivinara el nombre del compositor, pero calló el coro,
los compositores, dijo Fuentes, porque son dos, Homero y Virgilio Espósito,
y Álvaro Mutis, su mano que alisaba la melena blanca, y que siempre hablaba de guapos de tiempos idos, te acordás, Carlos, que cuando te presenté a Gabito que acababa de llegar desde Nueva York con Mercedes, bien apaleados en un tren cogido en Nuevo Laredo, de aquellos mismos viejos trenes del norte que en tiempos de Pancho Villa jadeaban cargados de soldados y soldaderas, me dijiste: me parece raro este tipo, y estalló Álvaro en carcajadas capaces de espantar el sueño de los vecinos de los otros pisos en la alta madrugada, y que de aquel barrio quieto iban a interrumpir el imponente y profundo silencio,
y Chema, al que yo recordaba de pelo largo hasta los hombros en nuestros días de Berlín, citó otra vez a Heimito von Doderer, y entonces Álvaro, llamando cariñosamente Jaimito a Heimito, expresó con otra carcajada la opinión de que se necesitaba el aliento de un atleta de pentatlón para subir Las escaleras de Strudlhof, la novela más célebre y más ardua de Jaimito,
y preguntó Fuentes cómo Álvaro y yo nos habíamos conocido, y fue que Álvaro me visitó en Managua en los años de la revolución para cobrar al gobierno en nombre de la Paramount, de la que era agente, la deuda por unas películas pasadas por el Sistema Sandinista de Televisión, le dije simplemente que no teníamos dólares, no había dólares ni para las medicinas, no se preocupó, y más bien terminamos hablando de la zarina Alexandra Fiódorovna, presa en la fortaleza de Ekaterimburgo y ejecutada por los bolcheviques con su esposo el zar Nikolái Aleksándrovich y toda su familia, drama que Álvaro contaba con sentimiento de poeta, porque era monárquico confeso, y de esa plática salió convertido en un confeso monárquico sandinista,
y me preguntó Álvaro con vozarrón de ventarrón cómo había conocido yo a Fuentes, y conté que lo conocí, pero no nos conocimos, en el año de 1971.
Cómo es eso, preguntó Gabo, alzando las espesas cejas de matorral.
Fue que en Viena asistí al estreno de Todos los gatos son pardos con María Casares en el escenario.
No, el estreno de El tuerto es rey, terció Fuentes.
Bueno, lo que sea, Fuentes estaba en un palco lateral cercano al escenario con sus padres, ellos sentados y él de pie, los brazos cruzados en el pecho, repitiendo los parlamentos con movimientos de los labios como si fuera el director de escena o al menos el apuntador, en el palco había también una mujer muy bella, una aparición o un falso recuerdo,
y abajo en la platea yo me hallaba sentado al lado de Carlos Monsiváis, veníamos los dos de un congreso de juventudes en Salzburgo donde conocimos a Don Helder Cámara y a Bruno Kreisky, y Monsiváis me prometió una entrevista al día siguiente con Fuentes pero nada se pudo y luego se fueron los dos a Venecia a presenciar la filmación que hacía Luchino Visconti de Muerte en Venecia, ya se sabe, con aquel Dirk Bogarde bajo el sol de la playa del Lido maquillado por el barbero, en sus ojos la última visión del bello ángel de la muerte que era Bjorn Andresen en el papel de Tadzio,
pero quién iba a decirlo, pasarían años, hasta los años de la revolución, cuando por fin nos encontramos en Managua, la historia de una amistad mucho más vieja que la que marca un primer encuentro porque la verdad es que nos conocimos en 1963, o en 1964, a mis veinte años, cuando yo iba las primeras veces a México desde Managua como un ruso de las estepas llega a Petersburgo con los ojos abiertos de asombro en una novela de Gógol, y tras bajar las escaleras de la librería "El Sótano" cercana al Caballito, entre Juárez y Reforma, donde los libros se exhibían sobre tablas sin cepillar como en una feria de remate, me hallé con el breve tomo de Aura publicado por la editorial ERA, que leí esa noche en mi habitación del hotel Regis, uno que derribó el terremoto de 1985, desvelado y deslumbrado, y salí al día siguiente en busca del número 815 de la calle Donceles, un patio muy oscuro, unas escaleras ruinosas, una dirección que no existía, como un día busqué en Buenos Aires el número 8 de la calle Corrientes, segundo piso, ascensor, que tampoco existía,
y propuso Fuentes de pronto a los de la mesa que cada quien dijera cuál era su poema preferido de Rubén Darío, y Gabo, que estaba con la barba en la mano meditabundo, dijo que el poema más grande que se había escrito en lengua castellana era Lo fatal, y entonces yo recité Y la carne que tienta con sus verdes racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, y Gabo me corrigió: con sus frescos racimos, y hubo una discusión de si eran frescos o verdes racimos, y fue Chema a la biblioteca por el libro correspondiente y Gabo tenía razón, frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos,
y me miró Héctor con desconsuelo, un nicaragüense no debería nunca equivocarse al citar a Rubén Darío, si lo aprenden desde que van a la escuela de párvulos, y yo dije entonces que no sólo los escolares, también recitan a Rubén Darío en las cantinas, y le atribuyen poesías ajenas, de manera que los bohemios piensan que El brindis del bohemio, que tanto le gusta a Carlos Monsiváis, por mi madre, bohemios, era obra de Rubén Darío,
pero quien verdaderamente lo escribió es Guillermo Aguirre y Fierro, que nació en San Luis Potosí, y ese poema pertenece a su libro Sonrisas y lágrimas, año 1942, dijo Fuentes,
no, dijo Gabo, nació en El Paso, Texas, en 1915,
pero esa discusión quedó allí,
y yo dije que esos bohemios nicaragüenses empedernidos también pensaban, orgullosos de ser colegas de Rubén Darío en la disipación y el vicio, que era suyo aquel otro poema sobre guapos que igual recitan los declamadores,
conversaban unos criollos de guapos de tiempos idos, ayer hombres, hoy leyendas con temblor de aparecidos,
parece de Borges, dijo Gabo,
pero es de Luis Escagria, dijo Fuentes, un poema gaucho,
quién más en el mundo sabe quién escribió El brindis del bohemio, quién más conoce a un poeta que se llama Luis Escagria, carajo, dijo Álvaro, y tras dejar estallar su carcajada hizo mutis por el foro para acostarse en un sofá, como siempre lo hacía,
y los últimos ecos de las risas se escapaban, simbolizando al resolverse en nada la vida de los sueños.
Y ya clareaba el día".
Sergio Ramírez (Managua, 1942) es novelista. Ganador del Premio Alfaguara con Margarita, está linda la mar, publicará el 4 de marzo El ciello llora por ti.
El país, 17.1.09
Nota: He añadido el bolero que comenta Gabo, "Vete de mi". Los saltos de página son fieles al original.
"Carlos Fuentes recita a Dickens, Gabriel García Márquez recuerda un bolero en una conversación que se prolonga hasta el amanecer en una noche de amistad y literatura, una noche que sobrevive a los años.
Una noche de hace tiempo en casa de José María Pérez Gay en la colonia Roma de la ciudad de México la conversación en espiral alrededor de la mesa de la cena se prolongaba en busca del amanecer, (en todos los labios había risas, inspiración en todos los cerebros) y ahora Fuentes sostenía que los libros verdaderos de cabecera son aquellos de los que uno puede recitar la primera línea, y yo me acordé de que vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo, y me atajó Héctor Aguilar Camín: porque acá, no aquí, vivía mi padre,
y entonces Fuentes citó con el aplomo de sir Lawrence Olivier en las tablas del Old Vic, It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, y siguió adelante con todo el párrafo inicial de Historia de dos ciudades, aquel libro donde las parcas revolucionarias, hediondas a vino, tejen el destino de los decapitados por la reluciente guillotina, la cabeza que cae en la canasta, y luego con toda la página, a ver quién se le atravesaba con Dickens,
antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia, se oyó recitar a Gabo, y un coro respondió: La Vorágine, José Eustasio Rivera,
y Gabo, con su voz bien acentuada de crupier de feria que reparte los números de la lotería, agregó que mejor memoria había que tener para la letra de los boleros, y con precisión ahora de relojero suizo que no equivoca ni bielas ni contrapesos melódicos entonó Tú, que llenas todo de alegría y juventud y ves fantasmas en la noche de tras luz, vete de mí (video del bolero), y miró a todos desafiante en busca de alguien que adivinara el nombre del compositor, pero calló el coro,
los compositores, dijo Fuentes, porque son dos, Homero y Virgilio Espósito,
y Álvaro Mutis, su mano que alisaba la melena blanca, y que siempre hablaba de guapos de tiempos idos, te acordás, Carlos, que cuando te presenté a Gabito que acababa de llegar desde Nueva York con Mercedes, bien apaleados en un tren cogido en Nuevo Laredo, de aquellos mismos viejos trenes del norte que en tiempos de Pancho Villa jadeaban cargados de soldados y soldaderas, me dijiste: me parece raro este tipo, y estalló Álvaro en carcajadas capaces de espantar el sueño de los vecinos de los otros pisos en la alta madrugada, y que de aquel barrio quieto iban a interrumpir el imponente y profundo silencio,
y Chema, al que yo recordaba de pelo largo hasta los hombros en nuestros días de Berlín, citó otra vez a Heimito von Doderer, y entonces Álvaro, llamando cariñosamente Jaimito a Heimito, expresó con otra carcajada la opinión de que se necesitaba el aliento de un atleta de pentatlón para subir Las escaleras de Strudlhof, la novela más célebre y más ardua de Jaimito,
y preguntó Fuentes cómo Álvaro y yo nos habíamos conocido, y fue que Álvaro me visitó en Managua en los años de la revolución para cobrar al gobierno en nombre de la Paramount, de la que era agente, la deuda por unas películas pasadas por el Sistema Sandinista de Televisión, le dije simplemente que no teníamos dólares, no había dólares ni para las medicinas, no se preocupó, y más bien terminamos hablando de la zarina Alexandra Fiódorovna, presa en la fortaleza de Ekaterimburgo y ejecutada por los bolcheviques con su esposo el zar Nikolái Aleksándrovich y toda su familia, drama que Álvaro contaba con sentimiento de poeta, porque era monárquico confeso, y de esa plática salió convertido en un confeso monárquico sandinista,
y me preguntó Álvaro con vozarrón de ventarrón cómo había conocido yo a Fuentes, y conté que lo conocí, pero no nos conocimos, en el año de 1971.
Cómo es eso, preguntó Gabo, alzando las espesas cejas de matorral.
Fue que en Viena asistí al estreno de Todos los gatos son pardos con María Casares en el escenario.
No, el estreno de El tuerto es rey, terció Fuentes.
Bueno, lo que sea, Fuentes estaba en un palco lateral cercano al escenario con sus padres, ellos sentados y él de pie, los brazos cruzados en el pecho, repitiendo los parlamentos con movimientos de los labios como si fuera el director de escena o al menos el apuntador, en el palco había también una mujer muy bella, una aparición o un falso recuerdo,
y abajo en la platea yo me hallaba sentado al lado de Carlos Monsiváis, veníamos los dos de un congreso de juventudes en Salzburgo donde conocimos a Don Helder Cámara y a Bruno Kreisky, y Monsiváis me prometió una entrevista al día siguiente con Fuentes pero nada se pudo y luego se fueron los dos a Venecia a presenciar la filmación que hacía Luchino Visconti de Muerte en Venecia, ya se sabe, con aquel Dirk Bogarde bajo el sol de la playa del Lido maquillado por el barbero, en sus ojos la última visión del bello ángel de la muerte que era Bjorn Andresen en el papel de Tadzio,
pero quién iba a decirlo, pasarían años, hasta los años de la revolución, cuando por fin nos encontramos en Managua, la historia de una amistad mucho más vieja que la que marca un primer encuentro porque la verdad es que nos conocimos en 1963, o en 1964, a mis veinte años, cuando yo iba las primeras veces a México desde Managua como un ruso de las estepas llega a Petersburgo con los ojos abiertos de asombro en una novela de Gógol, y tras bajar las escaleras de la librería "El Sótano" cercana al Caballito, entre Juárez y Reforma, donde los libros se exhibían sobre tablas sin cepillar como en una feria de remate, me hallé con el breve tomo de Aura publicado por la editorial ERA, que leí esa noche en mi habitación del hotel Regis, uno que derribó el terremoto de 1985, desvelado y deslumbrado, y salí al día siguiente en busca del número 815 de la calle Donceles, un patio muy oscuro, unas escaleras ruinosas, una dirección que no existía, como un día busqué en Buenos Aires el número 8 de la calle Corrientes, segundo piso, ascensor, que tampoco existía,
y propuso Fuentes de pronto a los de la mesa que cada quien dijera cuál era su poema preferido de Rubén Darío, y Gabo, que estaba con la barba en la mano meditabundo, dijo que el poema más grande que se había escrito en lengua castellana era Lo fatal, y entonces yo recité Y la carne que tienta con sus verdes racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, y Gabo me corrigió: con sus frescos racimos, y hubo una discusión de si eran frescos o verdes racimos, y fue Chema a la biblioteca por el libro correspondiente y Gabo tenía razón, frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos,
y me miró Héctor con desconsuelo, un nicaragüense no debería nunca equivocarse al citar a Rubén Darío, si lo aprenden desde que van a la escuela de párvulos, y yo dije entonces que no sólo los escolares, también recitan a Rubén Darío en las cantinas, y le atribuyen poesías ajenas, de manera que los bohemios piensan que El brindis del bohemio, que tanto le gusta a Carlos Monsiváis, por mi madre, bohemios, era obra de Rubén Darío,
pero quien verdaderamente lo escribió es Guillermo Aguirre y Fierro, que nació en San Luis Potosí, y ese poema pertenece a su libro Sonrisas y lágrimas, año 1942, dijo Fuentes,
no, dijo Gabo, nació en El Paso, Texas, en 1915,
pero esa discusión quedó allí,
y yo dije que esos bohemios nicaragüenses empedernidos también pensaban, orgullosos de ser colegas de Rubén Darío en la disipación y el vicio, que era suyo aquel otro poema sobre guapos que igual recitan los declamadores,
conversaban unos criollos de guapos de tiempos idos, ayer hombres, hoy leyendas con temblor de aparecidos,
parece de Borges, dijo Gabo,
pero es de Luis Escagria, dijo Fuentes, un poema gaucho,
quién más en el mundo sabe quién escribió El brindis del bohemio, quién más conoce a un poeta que se llama Luis Escagria, carajo, dijo Álvaro, y tras dejar estallar su carcajada hizo mutis por el foro para acostarse en un sofá, como siempre lo hacía,
y los últimos ecos de las risas se escapaban, simbolizando al resolverse en nada la vida de los sueños.
Y ya clareaba el día".
Sergio Ramírez (Managua, 1942) es novelista. Ganador del Premio Alfaguara con Margarita, está linda la mar, publicará el 4 de marzo El ciello llora por ti.
El país, 17.1.09
Nota: He añadido el bolero que comenta Gabo, "Vete de mi". Los saltos de página son fieles al original.
21 comments:
Magda, este año estas impresionante.
Se me atragantan los comentarios.
Un abrazo entusiasmado.
Sergio Astorga
Debió de ser una estupenda reunión, y vaya que sí. El bolero es precioso.
completamente de acuerdo con sergio, enooorme
saludos!
Precioso el fragmento que nos traes. Muchas gracias, Magda. ¿Sabes que éste es uno de mis boleros favoritos?
Un gran abrazo.
Bellísima entrada. Lo que me da miedo es que, de los pocos libros que he leído, de ninguno sé el comienzo de memoria.
- Sergio, gracias. También un abrazo
- Fernanda (Orlando), B3, muchas gracias por su visita y comentarios.
- El bolero es precioso, Bel. Compartes el gusto con el Gabo por éste. Y cómo no, es excelente. A mi el bolero me encanta, especialmente los "prostibularios", como les llama Enrique Serna.
- Lobo, ¿no te sabes el inicio de Pedro Páramo?
La verdad es que historias así son una delicia, pero sobre todo una envidia.
Ojala tuvieramos siempre a mano un ojo de una cerradura.
Sí, da gusto: las buenas anécdotas son indelebles.
Saludos
No, no. Soy una calamidad en ese sentido, ya digo. Igual que tengo alguna vocación poética, pero no soy capaz de recordar un solo poema. Sé que me gusta este u otro poeta, pero no soy capaz de recitar nada. Y lo peor de todo es que tampoco se puede decir que tenga mala memoria.
Es sobrecogedor. Como asistir a una fiesta de los dioses en el Olimpo. O en el Tártaro :)
Abrazos, Magda.
Quien pudiera participar de estas anécdotas literarias...
1) Celebro a los elefantes con memoria de más elefantes, yo que carezco de más que un RAM 356 en la octava neurona, segunda fila.
2) ¿No va siendo hora de que los autores de líricas de tango --e incluiría a los de boleros, pero no sé mucho del tema-- sean considerados literatos de tomo y lomo? Tengo la sensación de que esa hora nunca llega y que, incluso en la literatura, el coqueteo a su reconocimiento no pasa de consideraciones de fiesta, alabanzas de ocasión. Pero, al final del día, acaban siendo nada más que "letristas". No lo digo para polemizar tontamente; es sólo una percepción, quizá dislocada.
3) Si sumo las edades de los presentes en esa reunión, creo que duplicamos los años de la literatura latinoamericana. Maravilla de reunión casi idas. Hoy el rejunte va a diario por el blog, Facebook, nuestros emails y GChat --y está más que bien.
Quién no pagaría el precio que fuera por una entrada de tribuna para una de esas reuniones. Aunque sería impagable, seguro.
Un abrazo.
Me hubiera gustado estar en esa velada.
Muy interesante tu blog.
Un saludo y gracias.
Aunque haya sido Jacques quien me trajo hasta aquí, no es una fatalidad. Hermoso e interesante blog, lo visitaré con frecuencia.
Saludos
A.T.
Hola quería darte las gracias por un artículo que publicaste hace tiempo; es sobre el cuento "El árbol" de María Luisa Bombal.. me sirvío mucho!
saludos!
E
Hola espero que esten todo bien, me gustaria invitarlos a todos a que entren a mi pequeño mundo que es mi blog y que lean y me cuenten cosas, espero que os guste lo que escribo, a veces me siento solo. Quiero que mucha gente me lea pero a veces no es asi. http://yoruyman.blogspot.com
¡Vaya contertulios para una reunión! Gracias por compartir este texto. Es un lujo. Un abrazo desde el otro lado del mar. Y del canal. Ana A.
Muchas gracias por su visita y comentarios. Un abrazo para ustedes.
Magda, mil gracias por este referencia...
Reuniòn interesante, que más.
Abrazos
Impresionante reunión la que cuentas Magda! me provocó la misma sensación de querer estar allí como también retroceder en el tiempo y entrar a la Residencia Universitaria de Madrid, presenciando debates entre García Lorca, Dalí, Buñuel, Miguel de Unamuno, Alfonso Reyes, Manuel de Falla, Juan Ramón Jiménez, y tantos otros modernistas españoles del Siglo XX!
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