Dandy
Cada mañana, cuando me despierto,
extraño que no venga a saludarme.
A su ausencia no logro acostumbrarme:
no sé cuál de los dos es el que ha muerto.
Tras mucho pretenderlo, he comprendido
que tampoco consiga acostumbrarme
a que no venga ya para invitarme
a ser niños jugando al escondido.
A veces lo recuerdo en el balcón,
cual filósofo en su meditación,
solo, mirando el mar de mi destierro.
Las noches frías, cuando me acostaba,
echado junto a mí me calentaba.
Era mi amigo, y un poco más: mi perro.
Manuel Díaz Martínez
31/8/2012
Hace 3 horas.
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