23 de enero de 2006

Enfermos de libros

Ayer leía, en el el suplemento cultural Arena de Excelsior, una reseña de Armando González Torres titulada "Enfermos de libros". La acompañaba un cuadro de Carl Spitzweg que me gusta mucho, pero era demasiado pequeño y en blanco y negro, así que mejor lo busqué para que lo podamos ver mejor. Se titula El arte de la escritura, aunque también se encuentra como El poeta (1839). He observado que en varias ocasiones se retrata al escritor en habitaciones desordenadas, un tanto sucias, casi siempre sin lujos, y el protagonista con ropa zurcida o rota (aunque también hay pinturas que los muestran rodeados de la naturaleza o en mansiones o estudios grandiosos). El arte de la escritura pertenece al primer grupo, es un cuadro muy bello: AQUÍ lo pueden ver.

La reseña "Enfermos de libros" nos habla de un personaje creado por Cyril Connolly: Jonathan Edax, "un bibliófilo frío y avaro, cuya única obsesión en la vida consiste en acumular primeras ediciones". Pero también nos comenta sobre la bibliofila, está interesante:

La bibliofilia es una afición generalmente considerada benigna que, sin embargo, puede convertirse en una adicción. Dicha adicción a los libros, como otras, suele afectar la vida del adicto y la de los demás. Hay muchas síntomas de esta adicción: el experimentar las manifestaciones fisiológicas del enamoramiento ante la vista de un volumen bien encuadernado; el gastar la mayor parte del presupuesto familiar en libros; el consumir las sacrificadas vacaciones visitando bibliotecas y librerías o el comprar libros en lenguas exóticas que uno no domina. Sin embargo, los síntomas más notorios de esta enfermedad son los que tienen que ver con la erosión de las reservas morales en torno a la adicción al libro: cuando alguien roba o miente para satisfacer su apetito libresco es evidente que ha sido infestado.

Ciertamente, el bibliófilo sostiene con frecuencia que su amor a los libros es una legitimación moral para expropiar o timar y, uno puede advertir, cuando por descuido franquea la entrada de su biblioteca a uno de estos maniacos, esa mirada de ansiedad y codicia sobre algunos de los volúmenes, que se modifica rápidamente en una entonación de falsa indiferencia al preguntar si uno estaría dispuesto a prestar, cambiar o vender tal libro. Un símbolo de esta manía incontrolable y nociva por los libros es Jonathan Edax, un personaje tan vivaz como execrable, inventado por Cyril Connolly. Edax es un bibliófilo, frío y avaro, cuya única obsesión en la vida consiste en acumular primeras ediciones. Dado que su pulsión no conoce ningún límite moral, Edax suele visitar la casa de un amigo, también bibliófilo, para cometer toda clase de hurtos mediante las técnicas más ingeniosas (por ejemplo, se coloca estratégicamente cerca de los libros que le interesan y, en los momentos en que el anfitrión se descuida levemente, con rapidísimos movimientos sustituye las primeras ediciones autografiadas por volúmenes normales). Edax no duda en coquetear con la esposa de su amigo para visitarla en la ausencia de éste y continuar robando con mayor confianza. En alguna ocasión, mientras la mujer de su amigo le trae un té, Edax se hiere la mano al intentar extraer un libro de una de las vitrinas cerradas con llave de su huésped, la mujer, al verlo sangrando, lo cura conmovida, le declara su amor y le regala uno de los tesoros más preciados de esa biblioteca, el valioso volumen de un viejo poeta simbolista. Edax, inflamado de entusiasmo, se desentiende de los ruegos amorosos de la mujer y se dirige de inmediato al domicilio del poeta para obtener su autógrafo. En su casa, el poeta simbolista agoniza y los médicos le niegan la entrada a Edax, pero éste se hace pasar por su hijo para ingresar. El viejo, al descubrir al intruso y sus mezquinas intenciones, lo maldice y la ira apresura su muerte. Ante el escándalo, Edax huye pero olvida el preciado volumen, regresa a su propia casa enfurecido y desesperado y tropieza mortalmente en una escalera.

La fábula de Edax alude a aquellos cuya pasión impune por el coleccionismo admite la intriga, el fraude y el pillaje; aquellos que aman más los libros que la lectura, más los caracteres de imprenta que a los seres humanos. Por supuesto, la pasión por la acumulación de libros, facsímiles, manuscritos e incunables no siempre equivale a la pasión por la lectura y hay numeroso casos de individuos con bibliotecas ricas y bien surtidas que sólo han nutrido su intelecto con solapas. Para el apasionado de la lectura, la posesión es lo de menos y, como confesaba Cervantes, un buen lector es capaz de levantar los papeles que encuentra tirados en la calle para satisfacer su avidez y curiosidad. Poreso, frente al acumulador compulsivo, Connolly sugiere que el buen bibliófilo no sucumbe a la codicia de los profesionales del acaparamiento: la bibliofilia se distingue de la mezquindad anticuaria tal como el buen bebedor se distingue del alcohólico en que sabe degustar y moderarse. El fundamento de la bibliofilia es, entonces, el amor a una serie de autores, a una tradición y la aspiración de preservarla, pero la bibliofilia no se limita a la posesión sin sentido y un bibliófilo puede ser alguien que "...solo poseerá un ejemplar de cada edición y se limitará a coleccionar aquellos libros que puede disfrutar leyendo, convirtiendo su biblioteca en un monumento dedicado al tipo de escritor que le gustaría haber sido".

25 comments:

Chucho dijo...

Don Quijote era considerado como un enfermo de los libros de caballerías... ¿será cierto?

emejota dijo...

Hay quien ama los libros como objeto y no necesariamente la literatura que hay en ellos. También ocurre al revés: hay quien extrae todo el jugo al contenido sin apreciar los placeres del continente (el olor del papel y la tinta, etc) Lo más usual es que quien ama los libros ame también la literatura y que ese binomio sea inseparable, pero también existe un perfil más escaso y muy curioso y es el de aquel que ama los libros como objeto y la posibilidad de lo que contienen (se les suele reconocer acariciando los volúmenes con la mirada penjsativa)

Aprovecho para confesarme coleccionista de ediciones de "Alicia en el país de las maravillas" y no sé la razón pero conozco el placer que ello me proporciona.

Un abrazo

Magda Díaz Morales dijo...

Querido Antonio, gusto en verte por estos lares.

¿Verdad que es un cuadro bellísimo? el artista tiene una obra excelente.

Un abrazo grande.

Magda Díaz Morales dijo...

Te comprendo perfectamente, yo tengo tres, cuatro y hasta cinco ediciones de un mismo libro de García Ponce, y como su obra estuvo en algun tiempo agotada, buscaba y buscaba las primeras ediciones o cualquiera, mi obsesión era tener toda la obra que es muchisima, mira: http://www.garciaponce.com/autor/biblio.html, ahora casi la tengo toda, aunque me faltan algunas primeras ediciones. Además, ser coleccionista de las primeras ediciones de Alicia en el país de las maravillas es muy bonito.

Y tienes razón, hay quien ama tener solamente los libros y la literatura la hace a un lado. Hay personas que llenan sus libreros de libros "para que se vea bonito", que cosas...

Un abrazo, Mariano.

Anónimo dijo...

O sea que eres una bibliófila especializada, Magda, ya me suponía yo que algo de eso habría, jeje... Tiene un ensayo muy bonito sobre bibliofilia Walter Benjamin, en Iluminaciones --otro que padecía de bibliofilia. Y a mí casi me ha dado a veces. Pero es mejor tener bibliofilia por el contenido, y no por el continente, como suele ser el caso.

Ivan Humanes dijo...

El cuadro me ha recordado al protagonista de la novela de Hansum, "Hambre". Deprimente, bello.
Hace poco, por cierto, leí una novela que ejemplifica perfetamente esa bibliofília, "El librero asesino de Barcelona" era su título. Abrazos.

emejota dijo...

Quizá no me expresé bien: hablaba de aquellos amantes de los libros que, más que disfrutar de su contenido real, literario, prefieren quedarse con la incertidumbre, con la posibilidad de imaginar el tesoro que puedan guardar en su interior sin llegar a descubrirlo. No tiene que ver con esas personas que llenan sus estantes de libros porque queda bonito. Citaba el caso porque yo conocí a una persona que hacía eso, que hace eso. Y me pareció sumamente curioso.

Un abrazo, Magda.

Magda Díaz Morales dijo...

¡Si, José Ángel!, y vaya que soy una bibliófila especializada si se trata de la obra de García Ponce, pero nada más soy así de obsesiva con ella, con los demás no, aunque mmmmmm me encanta tener La divina comedia bilingue, por ejemplo, era un libro de mi abuela, es precioso, o... ¡mejor no sigo!!

;)

Magda Díaz Morales dijo...

Sí, Iván, el cuadro me parece deprimente desde el ángulo de que el poeta o escritor vive precariamente, pero quizá él es feliz, vive con lo que necesita y quiere ¿no será? y bello, sí.

Abrazos para ti también.

Magda Díaz Morales dijo...

Si, Mariano, comprendí. Lo de los libros de los estantes fue comentario mio, aledaño, he conocido personas asi.

Con respecto a lo que comentas creo que son seres especiales, en lo personal no he conocido personas así, y quisiera saber lo que su imaginación descubre...

Anónimo dijo...

Yo conocí a una persona maravillosa, lectora empedernida, que desde un determinado momento después de leído un libro, lo regalaba.
Ante mi sorpresa (conocía su gusto por conservarlos) me dijo:
"He tomado esa decisión por que me ata irremediablemente su compañía y no salgo de casa por estar a su lado".
No se si sería o no verdad, o en parte.
Pero la comprendí.
Besos de Susy

idou_picio dijo...

Confieso que más de una vez he tenido el deseo de robarme un libro de los anaqueles de la librería. Miento, llegué a hacerlo una vez, o dos, no recuerdo. Robar es malo y estoy de acuerdo. Suena casi cómico que uno tenga el deseo de robarse un libro o que realmente lo haya hecho. Cómico porque normalmente se busca arriesgar el pellejo por algo más útil, pero no por un libro.

Tu comentario, Magda, me trajo ciertas inquietudes y me permitiré salir un poco del tema. Debido a mis actividades, resulta que la lectura es para mí tan común como escribir, y de ahí el placer de la lectura pero sobre todo, de la escritura. No colecciono libros, los voy adquiriendo conforme los necesito y me cuesta mucho trabajo desprenderme de ellos porque los marco, los subrayo y los comento en cualquier espacio en blanco. Son mi herramienta de trabajo y un buen dominio de ella es tener la información a la mano.

Sin embargo, lo que nunca me ha gustado es la sacralización del libro ni de la lectura: el libro es cultura, la lectura te abre horizontes, el libro es un mundo abierto a la imaginación, y demás frases que lindan en el idílio literario. Creo que es muy fácil caer es ese cúmulo de frases comunes cuando uno lee, me parece que es muy fácil creernos más "cultos" por tener uno o muchos libros en la cabeza. Lo digo porque muchas veces nuestras lecturas sólo buscan constatar nuestras ideas, ven lo que quieren encontrar. Soy de la idea de que la cultura es una forma de vida que no se reduce a un puñado de libros y pinturas en la memoria.

Claro, tal vez tengamos suerte y leyendo se nos llegue a quitar una que otra sombra, pero saldrán otras, como suele suceder.

Saludos cordiales.

idou_picio dijo...

¡Claro! la contraparte de los "enfermos de libros" sería, justamente, la no-escritura. Pienso específicamente en Vila-Matas con Bartleby y compañía, por citar el mejor enfocado a este tema hasta donde sé, aunque pienso que la mayoría de su obra coquetea con esta temática, por cierto.

El tema de este libro ya el autor lo menciona desde la primera página: hacer un recuento de aquellos escritores que han dejado de escribir, independientemente de la razón y/o que tuvieran para ello. Kafka, Rimbaud, Sócrates... en definitiva unos completos desacralizadores del libro y la escritura. Su lectura sobre los "agrafomaniacos" me ha dejado una inquietud muy interesante en torno a la no-escritura, a la no-lectura y, por extensión, a la no-comunicación. El pasaje donde el autor se refiere a Salinger o a Rulfo resultan memorables. Es como un desencanto quijano. En fin, en fin, no sigo.

Saludos

lil dijo...

Qué increíble, Magda... No sabía que existiera esa enfermedad. Lo que está claro es que cualquier acto humano llevado al exceso deriva en un desequilibrio que acaba con la propia voluntad y con la cordura.

Gracias, amiga

Un beso

Anónimo dijo...

...Son los riesgos de confundir el libro objeto con la lectura que contiene. Cualquier forma de adicción siempre trae nefastas consecuencias. Curioso e interesante, Magda...
TE SALUDO: LeeTamargo.-

Magda Díaz Morales dijo...

Idou, muchas gracias por tus comentarios. Muchos saludos.
__________
Los extremos llevan a cada cosa, Kuan y Lee. Mejor intentar el justo medio, lo más posible.

Un abrazo pra ustedes.

Vigo dijo...

Ya lo sabrás Magda, pero también nombrar el cuadro de Spitweg en el que aparece un hombre subido a una escalera y desde allí ojea un libro.
Y por darte algo que no creo que conozcas. Un cuadro: "The Books" de Sarah Ferguson.
Un beso

Vigo dijo...

Corrijo, no es Sarah, es Shaun.

Magda Díaz Morales dijo...

El cuadro de ese señor ya de edad, subido a la escalera y hojeando y ojeando un libro es preciosa. Justamente no sabia si poner ése o éste, pero como la reseña traía éste (que es hermoso) me decidí por él.

Querido Vigo que crees... ¡si conozco el cuadro de Ferguson que mencionas! y me fascina, es el de una chica que está recostada encima de los libros, sino me equivoco. Lo tengo en mis imágenes, hasta hice un botón hará un par de meses con ese cuadro, después lo cambié. ¿Sabes cual me gusta mucho también de Ferguson? "La manzana" y "El acordeon", es la misma modelo, también si recuerdo bien, es una serie excelente. También los cuadros con libros de Buchholz son bonitos, aunque con un estilo muy diferente, seguro los conoces.

Un beso, Vigo,

aus dijo...

Creo que me contagié de la enfermedad de los libros, y es curioso, muero por ellos por su contenido y también por su forma; puedo caer rendida a los pies de una hermosa edición y también con una excelente novela.
Sólo hay un detalle, no robo libros, ese es pecado capital en mi religión, nunca libros mal habidos...

Aldebarán dijo...

Recuerdo haber visto en la televisión, como los nuevos ricos de un país del sur adornaban su casa y compraban libros "por metro" para rellenar sus anaqueles de la sala de estar. Muchas veces estaban escritos en idiomas que ellos no leían y trataban sobre temas disímiles.

Comparto el gusto de emejota por el olor a libro nuevo.

saludos

Victor dijo...

“Leer no se lo deseo ni a mi peor enemigo”, dice Vila-Matas en un artículo publicado en Babelia hace un par de años cuyo tema ya olvidé.
Tengo un amigo que era famoso por su bien dotada biblioteca y la manera como se la hizo. Lector él como el poeta de Carl Spitzweg. Alguna vez, tuvo en su vida que pasar una prueba de fuego: por un largo tiempo se quedó sin trabajo -su ex-esposa agradeció entonces la circunstancia pues fue un buen pretexto para que él, debido al apremio económico, empezará a deshacerse de libros. Tuvo entonces una propuesta que le habría sacado de aprietos por un buen tiempo: vender “su Quevedo”, primera edición, del mil seicientos y tantos. No lo hizo. Prefirió jugarse la vida. No se murió por suerte, pero estuvo cerca. Hoy, abandonado de la esposa, vive en Madrid y se gana la vida en un garaje, cuidando coches por la noche —porque esto le permite leer—, escribe, por el día sigue investigando en archivos. Le pregunté hace un par de meses si finalmente se había desprendido de “su Quevedo” y demas joyas impresas. No, no lo ha hecho, aún las conserva en casa de su madre, en Quito (por cierto es uno de los poquísimos amigos cuyos libros han ingresado al catálogo de la British Library y de la de Washington).
Estimada Magda, ruego disculpes este alargado e involuntario recuento nacido de tu texto.
(Me viene también a mientes El club Dumas de Pérez Reverte que tiene como eje “este vicio”; y, claro, la vida del toscano Guglielmo Bruto Icilio Timoleone, o mejor conocido, conde Libri-Carucci della Sommaia, el amante, coleccionador y ladrón de libros más famoso de todos los tiempos.
Que estés bien y hasta otra vez. Van saludos.

Magda Díaz Morales dijo...

Victor, qué historia la de tu amigo, él si que es un modelo de "enfermo de libros", y eso de vender “su Quevedo” si que estaba terrible, asi que me alegra que no lo haya vendido.

Muchos saludos, y muchas gracias por compartirnos esta interesante historia.

Anónimo dijo...

Salvo por lo de frío y execrable, esto retrata perfectamente a mi ex-marido, que una vez me dejó 'olvidada' y sin tarjeta de crédito por la Biblioteca de la Universidad Católica de Lovaina. Mi venganza fue no abrirle la puerta de la habitación hasta que casi estaba suplicando clemencia ¿Debí ser más radical? Todavía me lo pregunto, aunque ahora nos reímos del incidente.

Magda Díaz Morales dijo...

Si, Chucho, buen ejemplo, a Don Quijote le encantaban los libros de caballerías. Parece que esta "enfermedad" pega duro.
Saludos para ti.
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Si yo hubiera tenido el papel del marido creo que tiro la puerta a percusiones, Gabriela, porque no hubiera sido a propósito, pero mira, se portó noble al pedirte clemencia. A mi me ha sucedido, una vez dejé olvidada a una amiga en un congreso y en otra ocasión... ya mejor ni te cuento, creo que esto sucede cuando se es sumamente distraido y sí, debe de dar mucho enojo que te lo hagan.
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Hay personas muy especiales, Susy, y si era alguien maravilloso para ti, que bueno que lo hayas comprendido.
Saludos.

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