Luis Mario Schneider y la vanguardia mexicana
Estridentópolis, 30 de marzo del 2000
Querido Luis Mario:
La única ventaja de no tenerte de manera tangible entre nosotros, es poder expresar abiertamente nuestra admiración hacia la más nueva de tus aventuras. Quien te viera tan bien plantado y sólo te conociera superficialmente, no podía sospechar que te mortificaba el halago. Preferías el diálogo con el hermano del día o la conversación con el amigo de siempre a quien le soltabas verdades con una brutalidad que en ti era la lección del maestro, una posibilidad de crecimiento, un poner a prueba la fraternidad.
El estridentismo. La vanguardia literaria en México, el libro tuyo que reúne los trabajos y los días de un movimiento de jóvenes que nunca quisieron dejar de serlo, hoy se incorpora a ese retrato de Dorian Gray que es la Colección Biblioteca del Estudiante Universitario. Gracias a ella, los clásicos no permanecen en los estantes sino son resucitados por la imaginación en llamas de los jóvenes. Toda aproximación que hacemos del otro es un autorretrato. Una línea de la hoja volante Actual número 1 puede ser un manifiesto de tu odisea terrestre: "Vivir emocionalmente. Palpitar con la hélice del tiempo. Ponerse en marcha hacia el futuro".
Porque tú quisiste vivir y construir de esa manera, Luis Mario, sin interés por los monumentos, apasionado por la construcción sobria y útil. Así tu casa. Podías decir, como el jazzista de Julio Cortázar, "esto lo toqué mañana", porque siempre estabas en el día siguiente. En cuanto terminabas un trabajo -más bien lo interrumpías, porque ninguna es la última palabra- ya te estaban esperando nuevos proyectos. Hiciste de la investigación una creación en el mejor de los sentidos. Inventaste el estridentismo porque enseñaste a leerlo de otra manera, a sistematizarlo, a comprenderlo como una literatura de la estrategia donde importaba más la acción que la reflexión. Te acercaste a ese grupo que despertaba una admiración desmesurada o una injusta animadversión, pero que había sido sistemáticamente ignorado por los estudiosos. Utilizaste tus dotes de seductor, detective, poeta y académico para acercarte a ellos, para enseñarnos que esos veteranos de guerra estaban vivos, que había que desacralizarlos y hacer de su leyenda un objeto de conocimiento. Incluso fuiste entre ellos el mejor embajador, pues a ti se debe el reencuentro entre el dios Maples Arce y List Arzubide su profeta, cuando sus concepciones del arte y de la vida se habían ido por diferentes rutas.
Los estridentistas fueron narcisistas e hiperbólicos, valientes y desmesurados, bravucones e insolentes; inocuos cuando intentaban ser peligrosos, temibles cuando perdían la seriedad del papel que se sentían obligados a representar. Había que ser igual o mejor para acercárseles. Tú lo hiciste cuando no eran una moda. Lo hiciste además sin faltarles a los Contemporáneos, esos enemigos que los estridentistas no sólo querían derrotar sino destruir, como corresponde a todo movimiento de vanguardia que se precie de serlo. A la larga, Salvador Novo será el más estridentista de los Contemporáneos y en su etapa final, Maples Arce será el más Contemporáneo de los estridentistas. Incluso un autor en apariencia tan opuesto a los ismos como fue Carlos Pellicer, no deja de cantar la nueva religión: "Amo las máquinas, las grandes máquinas./ Mi cuerpo canta sobre un pedestal cuando escucho y veo y toco las máquinas." No quisiste demostrar que los estridentistas eran, como reclamaba sus bravuconadas, los únicos artistas del escenario. Te acercaste a ellos no con visión de antropólogo que va a buscar esplendores momificados sino con tu visión integral de amante de la plástica, consagrador del instante, intérprete de la dialéctica inherente a todo proceso cultural, como demostraste en tu libro Ruptura y continuidad. Por eso pudiste ayudarnos a comprender que el estridentismo "agrupó en sus filas poetas, ensayistas, dramaturgos, pintores, dibujantes, fotógrafos, grabadores y músicos, líderes y cortesanos". Nuevamente el autorretrato, Luis Mario. Tu casa de Malinalco era un desfile interminable de gremios, pues eras tan amigo -y casi siempre compadre- tanto del albañil como del cura y el presidente municipal. Por eso en tu casa no resultaban extrañas las exclamaciones "¡Muera el cura Hidalgo!" y "¡Viva el mole de Guajolote!", pues la irreverencia gozosa era, como para los estridentistas, una razón de vida, una poética existencial.
Como nos enseñas en tu libro, una de las contradicciones de los movimientos de vanguardia, donde se halla también su fuerza, es que la intención es siempre más importante que el resultado. Porque no deseaban sustituir al arte oficial con nuevas creaciones sino llamar la atención sobre la necesidad de buscar nuevas formas expresivas, el estridentismo forjó su mitología en un periodo relativamente breve: entre 1921, cuando tiene lugar la aparición del Primer Manifiesto Estridentista, y 1925, año en que Manuel Maples Arce es nombrado por el general Heriberto Jara secretario de Gobierno de Veracruz. En Jalapa establecen la capital del movimiento y fundan simbólicamente Estridentópolis, fugaz capital de la vanguardia; asisten a la construcción del estadio, todo lo estridentista que sus simpatizantes hubieran deseado, grito de modernidad ante la vetustez de los cerros a cuya accidentada geografía la arquitectura se enfrenta. A jalapa viajaste y en esa ciudad te estableciste, Luis Mario, para descifrar entre la niebla las señales de esos eternos muchachos.
En el prólogo a este libro nuevo indicas modestamente que se trata de una apretada síntesis de dos obras anteriores: El estridentismo. Una literatura de la estrategia y el estudio seguido de la bibliografía prácticamente total del movimiento. Me atrevo a discrepar contigo. Tú nunca fuiste, como los numerosos gesticuladores que pululan por nuestros centros de investigación, reciclador de sus propios trabajos. Por el contrario: siempre tenías nuevas maneras de aproximarte a un tema, propuestas distintas para leer de otro modo lo mismo. Tropical y fecundo como Pellicer, de quien reuniste su poesía integral, jamas te repetías y no te preocupaba el riesgo que siempre se corre cuando los trabajos se hacen con la celeridad dictada por la pasión. Cito algunos ejemplos: tu antología de los Contemporáneos propone leerlos como autores de un solo libro, mientras que en el volumen Los otros Contemporáneos atreves la tesis de otros mosqueteros que en tu opinión también formaban parte de esa cofradía de numerables lectores.
Por lo anterior, considero que este es otro libro sobre el estridentismo, una nueva forma de aproximarse a la más importante actividad gestual del siglo XX. El joven que se aproxime a esta antología de la vanguardia por ti preparada no puede imaginar las numerosas horas de trabajo que tiene detrás. Este breve e intenso libro está cargado de energía, como hubieran querido los estridentistas. Aquí se levantan los andamios interiores de Manuel Maples Arce; suenan la música inalámbrica y el pentagrama eléctrico de Salvador Gallardo Dávalos: cruzan los aires el avión de Luis Quintanilla, los tacones de la señorita Etcétera de Arqueles Vela, la carcajada de Germán List Arzubide, inmortalizada en una máscara por Germán Cueto.
El general Heriberto Jara, político revolucionario, supo comprender a los jóvenes estridentistas y les brindó su apoyo, pidió que a su muerte un helicóptero dispersara sus cenizas sobre el mar veracruzano. Sin saberlo o no, realizaba un acto estridentista, alegre, provocador y heterodoxo. Tú pediste algo menos espectacular pero no menos notable: que tu cuerpo quedara en Malinalco. Las notas de "Voz de la guitarra mía" que acompañaron tu última actuación corporal y el sol que teñía de cobre un impresionante circo de montañas, constituyeron el mejor escenario. Tu funeral tuvo toda la ortodoxia de un hombre de Dios, pero fue un ritual heterodoxo para un hombre de letras. En ese último acto, como en todos los que determinaron tu existencia, fuiste un estridentista honorario, un anarquista y un artista, como quería Chesterton. Y si los estridentistas hicieron de la estridencia un dogma, tu nombre seguirá haciendo ruido durante muchos años. Ahora que los estridentistas son tus compañeros de casa, sabemos que preparas nuevas formas de comunicarte con nosotros. Esta tarde, Luis Mario Schneider, lo has logrado gracias a la aparición de este libro que nos reafirma en la creencia de que apagaremos el Sol de un sombrerazo.
Vicente Quirarte.
En este cuadro, Manuel Maples Arce. La pintura es de Leopoldo Méndez, en esta referencia Maples Arce, lo recuerda...
Estridentópolis, 30 de marzo del 2000
Querido Luis Mario:
La única ventaja de no tenerte de manera tangible entre nosotros, es poder expresar abiertamente nuestra admiración hacia la más nueva de tus aventuras. Quien te viera tan bien plantado y sólo te conociera superficialmente, no podía sospechar que te mortificaba el halago. Preferías el diálogo con el hermano del día o la conversación con el amigo de siempre a quien le soltabas verdades con una brutalidad que en ti era la lección del maestro, una posibilidad de crecimiento, un poner a prueba la fraternidad.
El estridentismo. La vanguardia literaria en México, el libro tuyo que reúne los trabajos y los días de un movimiento de jóvenes que nunca quisieron dejar de serlo, hoy se incorpora a ese retrato de Dorian Gray que es la Colección Biblioteca del Estudiante Universitario. Gracias a ella, los clásicos no permanecen en los estantes sino son resucitados por la imaginación en llamas de los jóvenes. Toda aproximación que hacemos del otro es un autorretrato. Una línea de la hoja volante Actual número 1 puede ser un manifiesto de tu odisea terrestre: "Vivir emocionalmente. Palpitar con la hélice del tiempo. Ponerse en marcha hacia el futuro".
Porque tú quisiste vivir y construir de esa manera, Luis Mario, sin interés por los monumentos, apasionado por la construcción sobria y útil. Así tu casa. Podías decir, como el jazzista de Julio Cortázar, "esto lo toqué mañana", porque siempre estabas en el día siguiente. En cuanto terminabas un trabajo -más bien lo interrumpías, porque ninguna es la última palabra- ya te estaban esperando nuevos proyectos. Hiciste de la investigación una creación en el mejor de los sentidos. Inventaste el estridentismo porque enseñaste a leerlo de otra manera, a sistematizarlo, a comprenderlo como una literatura de la estrategia donde importaba más la acción que la reflexión. Te acercaste a ese grupo que despertaba una admiración desmesurada o una injusta animadversión, pero que había sido sistemáticamente ignorado por los estudiosos. Utilizaste tus dotes de seductor, detective, poeta y académico para acercarte a ellos, para enseñarnos que esos veteranos de guerra estaban vivos, que había que desacralizarlos y hacer de su leyenda un objeto de conocimiento. Incluso fuiste entre ellos el mejor embajador, pues a ti se debe el reencuentro entre el dios Maples Arce y List Arzubide su profeta, cuando sus concepciones del arte y de la vida se habían ido por diferentes rutas.
Los estridentistas fueron narcisistas e hiperbólicos, valientes y desmesurados, bravucones e insolentes; inocuos cuando intentaban ser peligrosos, temibles cuando perdían la seriedad del papel que se sentían obligados a representar. Había que ser igual o mejor para acercárseles. Tú lo hiciste cuando no eran una moda. Lo hiciste además sin faltarles a los Contemporáneos, esos enemigos que los estridentistas no sólo querían derrotar sino destruir, como corresponde a todo movimiento de vanguardia que se precie de serlo. A la larga, Salvador Novo será el más estridentista de los Contemporáneos y en su etapa final, Maples Arce será el más Contemporáneo de los estridentistas. Incluso un autor en apariencia tan opuesto a los ismos como fue Carlos Pellicer, no deja de cantar la nueva religión: "Amo las máquinas, las grandes máquinas./ Mi cuerpo canta sobre un pedestal cuando escucho y veo y toco las máquinas." No quisiste demostrar que los estridentistas eran, como reclamaba sus bravuconadas, los únicos artistas del escenario. Te acercaste a ellos no con visión de antropólogo que va a buscar esplendores momificados sino con tu visión integral de amante de la plástica, consagrador del instante, intérprete de la dialéctica inherente a todo proceso cultural, como demostraste en tu libro Ruptura y continuidad. Por eso pudiste ayudarnos a comprender que el estridentismo "agrupó en sus filas poetas, ensayistas, dramaturgos, pintores, dibujantes, fotógrafos, grabadores y músicos, líderes y cortesanos". Nuevamente el autorretrato, Luis Mario. Tu casa de Malinalco era un desfile interminable de gremios, pues eras tan amigo -y casi siempre compadre- tanto del albañil como del cura y el presidente municipal. Por eso en tu casa no resultaban extrañas las exclamaciones "¡Muera el cura Hidalgo!" y "¡Viva el mole de Guajolote!", pues la irreverencia gozosa era, como para los estridentistas, una razón de vida, una poética existencial.
Como nos enseñas en tu libro, una de las contradicciones de los movimientos de vanguardia, donde se halla también su fuerza, es que la intención es siempre más importante que el resultado. Porque no deseaban sustituir al arte oficial con nuevas creaciones sino llamar la atención sobre la necesidad de buscar nuevas formas expresivas, el estridentismo forjó su mitología en un periodo relativamente breve: entre 1921, cuando tiene lugar la aparición del Primer Manifiesto Estridentista, y 1925, año en que Manuel Maples Arce es nombrado por el general Heriberto Jara secretario de Gobierno de Veracruz. En Jalapa establecen la capital del movimiento y fundan simbólicamente Estridentópolis, fugaz capital de la vanguardia; asisten a la construcción del estadio, todo lo estridentista que sus simpatizantes hubieran deseado, grito de modernidad ante la vetustez de los cerros a cuya accidentada geografía la arquitectura se enfrenta. A jalapa viajaste y en esa ciudad te estableciste, Luis Mario, para descifrar entre la niebla las señales de esos eternos muchachos.
En el prólogo a este libro nuevo indicas modestamente que se trata de una apretada síntesis de dos obras anteriores: El estridentismo. Una literatura de la estrategia y el estudio seguido de la bibliografía prácticamente total del movimiento. Me atrevo a discrepar contigo. Tú nunca fuiste, como los numerosos gesticuladores que pululan por nuestros centros de investigación, reciclador de sus propios trabajos. Por el contrario: siempre tenías nuevas maneras de aproximarte a un tema, propuestas distintas para leer de otro modo lo mismo. Tropical y fecundo como Pellicer, de quien reuniste su poesía integral, jamas te repetías y no te preocupaba el riesgo que siempre se corre cuando los trabajos se hacen con la celeridad dictada por la pasión. Cito algunos ejemplos: tu antología de los Contemporáneos propone leerlos como autores de un solo libro, mientras que en el volumen Los otros Contemporáneos atreves la tesis de otros mosqueteros que en tu opinión también formaban parte de esa cofradía de numerables lectores.
Por lo anterior, considero que este es otro libro sobre el estridentismo, una nueva forma de aproximarse a la más importante actividad gestual del siglo XX. El joven que se aproxime a esta antología de la vanguardia por ti preparada no puede imaginar las numerosas horas de trabajo que tiene detrás. Este breve e intenso libro está cargado de energía, como hubieran querido los estridentistas. Aquí se levantan los andamios interiores de Manuel Maples Arce; suenan la música inalámbrica y el pentagrama eléctrico de Salvador Gallardo Dávalos: cruzan los aires el avión de Luis Quintanilla, los tacones de la señorita Etcétera de Arqueles Vela, la carcajada de Germán List Arzubide, inmortalizada en una máscara por Germán Cueto.
El general Heriberto Jara, político revolucionario, supo comprender a los jóvenes estridentistas y les brindó su apoyo, pidió que a su muerte un helicóptero dispersara sus cenizas sobre el mar veracruzano. Sin saberlo o no, realizaba un acto estridentista, alegre, provocador y heterodoxo. Tú pediste algo menos espectacular pero no menos notable: que tu cuerpo quedara en Malinalco. Las notas de "Voz de la guitarra mía" que acompañaron tu última actuación corporal y el sol que teñía de cobre un impresionante circo de montañas, constituyeron el mejor escenario. Tu funeral tuvo toda la ortodoxia de un hombre de Dios, pero fue un ritual heterodoxo para un hombre de letras. En ese último acto, como en todos los que determinaron tu existencia, fuiste un estridentista honorario, un anarquista y un artista, como quería Chesterton. Y si los estridentistas hicieron de la estridencia un dogma, tu nombre seguirá haciendo ruido durante muchos años. Ahora que los estridentistas son tus compañeros de casa, sabemos que preparas nuevas formas de comunicarte con nosotros. Esta tarde, Luis Mario Schneider, lo has logrado gracias a la aparición de este libro que nos reafirma en la creencia de que apagaremos el Sol de un sombrerazo.
Vicente Quirarte.
En este cuadro, Manuel Maples Arce. La pintura es de Leopoldo Méndez, en esta referencia Maples Arce, lo recuerda...
1 comments:
buen articulo, ya los ponemos en nuestros contactos.
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