21 de marzo de 2007

Los mencionables

Citar debería ser un acto de generosidad, que enlazara conversaciones y enriqueciera al lector. Pero el que cita lo hace muchas veces por beneficio propio, ni siquiera del autor citado. A continuación, Gabriel Zaid expone las mañas y triquiñuelas de quien cita, empobreciéndolo todo, por interés.

Es natural que unos autores citen a otros, porque casi todos leen. Las tradiciones literarias se forman en la lectura compartida, como largas conversaciones de lector a lector. No siempre fue así. En los textos arcaicos, se habla de dioses o de personajes que dijeron tal o cual cosa, pero no hay autores citados. El que compone el texto no se asume como parte de una conversación. En cambio, Aristóteles menciona o discute a un centenar de autores. A lo cual se llega cuando abundan los textos que ya no son sagrados: que se compran y se venden en el mercado de Atenas, y de los cuales hablan unos lectores con otros.

Citar es enlazar conversaciones, presentar a dos amigos que pueden serlo entre sí. Un autor que cita a otro reconoce una obra digna de tomarse en cuenta, no sólo en general, sino precisamente en el punto del cual está hablando. El reconocimiento va desde el homenaje (o la crítica) hasta la elemental justicia de no ignorar al otro, menos aún aprovechar su obra disimuladamente. La amistad al lector se manifiesta en pasarle información útil y presentarle autores de interés para el caso.

Pero citar (o no citar) puede ser menos noble: un acto calculado en beneficio del que escribe, no del lector amigo, ni del autor citado. Los manuales sobre cómo citar, los códigos de conducta sobre plagio, coautoría, difamación, no suelen incluir un capítulo de mañas para beneficiarse al menor costo posible. Pudieran empezar así:

Antes de enseñarle a nadie lo que piensas publicar, revisa la lista de los autores mencionados, para que no suceda lo siguiente.

1. Mencionar favorablemente, o simplemente mencionar,

a) a los enemigos o competidores de quienes deben dar el visto bueno para que el texto se publique (aunque la omisión sea imperdonable en ese tema);
b) a los autores no reconocidos como especialistas (aunque hayas aprovechado sus ideas);
c) a los especialistas superados, que estuvieron de moda, pero ya no los cita nadie que se respete en el gremio;
d) a los autores demasiado populares, que citan los aficionados, no los conocedores; menos aún, si escriben en países de segunda, ya no se diga si escriben en los periódicos.
e) a los autores impopulares por su vida depravada, ideas incorrectas o cercanía a grupos de lo peor.

Si la mención es inevitable, manifiesta claramente tu posición en contra o elegante desprecio. Al menos, ponte a salvo con oportunas salvedades.

2. Omitir o mencionar de manera insuficiente

a) a los dioses de la especialidad, la institución, el país, el momento;
b) a las magnánimas personas o instituciones que autorizaron o patrocinaron la publicación (aunque hayan titubeado, regateado o impuesto condiciones humillantes);
c) a los autores y textos que sirven de contraseña para entrar, demostrando que eres de los mismos, que estás al día y del lado correcto;
d) a los críticos y editores que probablemente reseñen o encarguen reseñas de tu libro, ya no se diga a quienes pueden considerarlo para un premio, o ponerlo en la lista de libros de lectura obligatoria, o darte una beca, o admitirte en una academia, o darte empleo;
e) y, por supuesto, a los jefes, amigos, maestros, compañeros, muy especialmente aquellos con los cuales quedaste en deuda, según la Regla de Oro: Si me citas, te cito
.
Si bien, aparecen y desaparecen menciones, dedicatorias, coautores, según las siguientes circunstancias:

1) A está empezando a publicar y cita a B, que ya es muy apreciado en ciertos círculos importantes para A. Pasa el tiempo, B se eclipsa: A deja de citarlo; o B se vuelve una celebridad: A se ostenta como uno de los primeros en reconocerlo. También puede suceder que A se vuelva más famoso que B y deje de citarlo, porque ya no lo necesita, o porque se ha identificado tanto con lo que aprendió de B que ya le parece suyo, y no se va a pasar la vida dándole gracias. Los bibliómetras pueden medir estas evoluciones, y observar, por ejemplo, cómo el último libro de A, que deriva enteramente de la obra de B, ya no lo menciona, aunque era citadísimo por A en sus primeros libros. 2)...

¡Loor a los que hacen la tarea! A los que citan para dar, no para recibir. A los que disfrutan la conversación y la enriquecen, presentando amigos que pueden serlo entre sí.
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