3 de junio de 2007

Budapest

Ya estoy de regreso de un hermoso viaje. Fuí al Coloquio internacional “La presencia del niño en las literaturas en lengua española” que organizaron la Universidad Eötvös Loránd de Budapest, en colaboración con el Instituto Cervantes de Budapest. Ha sido una experiencia inolvidable.

Llegué a Budapest como a las cinco de la tarde, el agregado cultural de la embajada de México, señor Denis Reinaud, una persona educadísima, sencilla y muy agradable, iba a ir por mí pero el querido amigo Agustín Cadena se ofreció a hacerlo, cuando llegué ya estaba esperándome, fue como un ángel caído del cielo, su ayuda me resultó invaluable. Fuimos al hotel en el metro, dejé mi maleta, y desde ese momento no paramos, gracias a su generosa disponibilidad para conmigo pude conocer Budapest de la A, a la Z. Creo que nunca he caminado tanto en mi vida y aunque después de un día de andar para allá y para acá me cansaba un poco, bastaba sentarnos un momento en un hermoso café o en una no menos bella terraza y mirar el Danubio, para que cualquier cansancio desapareciera por arte de magia.

Budapest es muchas cosas, imposible definir su extrema belleza en pocas o muchas palabras. Su comida es deliciosa (esa sopa húngara, gulyás, es una delicia y qué decir de la exquisitez de Vilmos, una bebida nacional de Hungría hecha de pera y que hay que tomar bien fría para que no se suba), sus postres estupendos, su clima estaba fantástico, su gente es muy guapa, sonriente, acogedora. Budapest posee una arquitectura notable en la que se puede palpar, en algunas zonas, la influencia turca (que tuvieron durante 200 años, sino estoy equivocada). Asimismo, se advierte el paso del socialismo (de 1945 a 1989, sino mal recuerdo). Budapest es una ciudad que se siente, se mete al espíritu y se puede comprender su historia, una historia dura, difícil, dolorosa, que llega a nosotros con un olor a melancolía pero también a fuerza e integridad.

Algo impactante, además del gueto, fue adentrarme en la magnificencia de lo que fue el Imperio Austrohúngaro, un señorío e influencia muy grande que se percibe sobre todo en Buda, pero que se aprecia también en Pest, dos ciudades que un día se enamoraron y conforman la grandeza y esplendor de lo que hoy es Budapest. En Budapest no existe aquello de sentirse el ombligo del mundo y los demás no ser nada, no, en esa parte de Europa central las cosas son totalmente diferentes, uno se siente en casa. Los mexicanos y los húngaros tenemos muchas cosas en común, ellos también comen chile, frijoles y maíz, fui a un mercado alojado en un edificio precioso (está en las fotos) y los puestos son como los de México, hasta nuestras banderas se parecen, comparten los mismos colores. Esto entre varias semejanzas más.

La comunicación es un tanto complicada por la lengua, el húngaro es un idioma difícil pero con todo pude andar por la ciudad, subirme en un combino (le llaman así por es una combinación de tren y tranvía) y llegar al Instituto Cervantes yo sola, algo que parece sencillo pero no lo es por los nombres de las calles, pero me aprendí bien que después de seis paradas tenía que bajarme en la parada de la plaza Oktogón, después atravesarme, caminar unas cuatro calles hasta llegar a la calle Vörösmarty adonde estaba el Instituto. La última tarde que estuve en Budapest me la pasé sola caminando, leyendo en un café (en Budapest todos los cafés parecen salidos de una novela), comiendo, entrando a tiendas, librerías, edificios, en Andrássy, una avenida hermosa (se parece un poco a la Av. Reforma en México), y ya estaba ubicada, pude llegar a mi hotel sin mayor problema. Es fascinante que a las 9:30 de la noche todavía era de día.

El congreso ni qué decir, una excelente organización adonde convivimos más de 70 participantes de muchas partes del mundo, fue extraordinario.

Fotografías

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