Cuando José Ángel Valente estuvo en México con dos amigos ingleses, pidió en el panteón Jardín el mapa que les permitiría localizar la tumba de Luis Cernuda y fue a visitarla. Ante ella dijo: "Sólo tú permaneces". Homenaje de un gran poeta y un gran espíritu a otro gran poeta y gran espíritu. Yo tuve la suerte de escribir, en vida de Cernuda, sobre su libro Pensamiento poético en la lírica inglesa, y poco después de su muerte apareció Ocnos, cuya nueva edición él esperaba y sobre la que escribí también. Cernuda había visto la edición completa, publicada por el Fondo de Cultura Económica, de su gran libro La realidad y el deseo, título único que él escogió para la totalidad de su obra poética, que antes había sido publicada también por el Fondo de Cultura Económica, pero con el último libro de poemas, titulado Desolación de la Quimera, todavía incompleto. Este libro fue publicado independientemente por Joaquín Mortiz.
Al morir el poeta sólo doce o trece personas, todos refugiados españoles incluyendo a mi entonces esposa Mercedes de Oteyza, y yo, como único mexicano, estuvimos en su velorio y luego en su entierro. Después, Carlos Pellicer dejó sobre el ataúd un ramo de violetas. Dato muy significativo, Cernuda tiene un poema titulado "A Larra con unas violetas". La Revista Mexicana de Literatura, bajo mi dirección, le dedicó un número entero de homenaje póstumo; di una conferencia en la Universidad Iberoamericana, organizada por Carolina Calderón, en la cual cité varios poemas de Cernuda de memoria y celebré su postura homosexual y anticristiana ("Desprecio a su Dios exangüe", dice Cernuda en un poema), y para los directores de la Iberoamericana la conferencia fue un escándalo; también escribí un largo ensayo cuando publicaron en España su prosa completa. Ésos son los datos sucintos; la inmortalidad de Luis Cernuda en la poesía está asegurada.
Hay que dar ahora una breve justificación de por qué considero esta inmortalidad asegurada. En vida de Cernuda su obra ya era apreciada, y además de sus méritos estéticos hay que subrayar su radical sinceridad. Él nunca dejó de afirmar su actitud homosexual y sus opiniones básicas, lo cual podría ser en cierta época muy valiente. Pensemos en España durante los primeros años treinta, antes de la Guerra Civil. Hablar entonces de "muchacho" cuando todos usaban las palabra "muchacha" para ocultar su homosexualidad, debe haber sido por lo menos escandaloso. Cernuda tenía una actitud semejante a la de otro de mis ídolos: Robert Musil. Cuando Canetti le dijo a Musil, alborozado al recibir sus felicitaciones por su primera novela, que la novela también le había gustado a Thomas Mann, Musil dejó de hablarle, y Canetti lo cuenta aprobando la actitud hosca de éste. Cernuda tenía un carácter difícil, su timidez era excesiva hasta el grado de que otro poeta español, Pedro Salinas, en sus cartas a Jorge Guillén, le decía: "Cernida". Emilio Prados, que era muy amigo suyo, tardó un momento en abrirle la puerta cuando Cernuda fue a visitarlo una vez; luego lo vio bajar las escaleras ignorando todos los gritos que con acento andaluz lo llamaban: "Luí, Luí". Esto me lo contó Juan Martín, que vivía muy cerca de la casa de Prados y era de las pocas personas a quien Cernuda veía y que, con gran regocijo mío, me dijo que mi nota sobre Pensamiento poético en la lírica inglesa le había gustado a Cernuda.
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