20 de julio de 2008

Fragmentos de un discurso amoroso: Barthes

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oland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, 17 ed., Trad. de Eduardo Molina, México: Siglo XXI Editores, 2004.

La primera vez que tuve este libro fue en fotocopias, como tantos otros en mi época de estudiante. También fue la primera vez que leí a un Barthes distinto, lo conocía a través de S/Z, Ensayos críticos, Elementos de semiología, Crítica y verdad y El placer del texto, todos ellos vistos en las clases de la facultad. Mi profesor de Teoría literaria decía que estos libros pertenecían "al primer Barthes".

La publicación de Fragmentos de un discurso amoroso fue todo un éxito, el mismo Barthes estaba sorprendido. Alan Pauls, cuenta que "los primeros 15 mil ejemplares se agotan en un par de semanas. A fines de 1977, la editorial Du Seuil ha sacado y vendido ocho ediciones: 80 mil copias en total (en 1989, casi diez años después de la muerte de Barthes, la cifra y el número de ediciones se habrán duplicado). La prensa masiva se abalanza sobre el inesperado best-seller; Barthes, acostumbrado a hablar sólo con pares, y en un idioma que jamás condesciende a vulgarizar, se descubre improvisando sobre el “amor divino” ante una redactora de Elle, la revista que veinte años atrás había demolido en Mitologías. Playboy lo consagra “hombre del mes” y lo recompensa con una larga entrevista. Claire Brétécher, lo intercala en una de esas tiras cómicas donde la clase media intelectual juega a reconocerse: sentado en un banco, solo, un personaje sufre por amor y humedece con sus lágrimas un ejemplar de Fragmentos de un discurso amoroso. Barthes parece el primer sorprendido por tanto revuelo. Casi no entrego el libro a la editorial, dice en medio del furor: Pensaba que sólo podría interesarles a unas 500 personas.

Otros escritores, y sus visiones sobre el idioma del amor, recorren estas páginas. El Werther de Goethe, es el que primero que elige para el inicio del camino, después de dejar claro que en Fragmentos de un discurso amoroso es un enamorado el que habla y dice. Escribe una palabra o frase sobre la cual se dilucidará, por ejemplo "¿Dolido?". Luego una definición: "Dolido. Imaginándose muerto, el sujeto amoroso ve la vida del ser amado continuar como si nada hubiera ocurrido", y debajo de ésta el fragmento de lo que ha dicho otro sobre el tema o lo que piensa él mismo. Uno de mis preferidos es lo que dice sobre el lenguaje:

El lenguaje es una piel. Yo froto mi lenguaje contra el otro. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un significado único, que es "yo te deseo", y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación.

Hablar amorosamente es desvivirse sin término, sin crisis; es practicar una relación sin orgasmo. Existe tal vez una forma literaria de este coitus reservatus: el galanteo. La pulsión del comentario se desplaza, sigue la vía de las sustituciones. En principio, discurro sobre la relación para el otro; pero también puede ser ante el confidente: de tú paso a él. Y después, de él paso a uno: elaboro un discurso abstracto sobre al amor, una filosofía de la cosa, que no sería pues, en suma, más que una palabrería generalizada. Retomando desde allí el camino inverso, se podrá decir que todo propósito que tiene por objeto al amor implica fatalmente una alocución secreta.