25 de noviembre de 2010

¿Quién fue Pierre Klossowski?

¿Quién fue Pierre Klossowski?

El simulacro y otras líneas fundamentales de su pensamiento

Una de las diferencias más radicales entre el cristianismo y las religiones occidentales anteriores –las llamadas paganas– es la drástica reducción que el primero hizo del ámbito de lo sagrado. El escritor Pierre Klossowski (1905-2001), cuya vocación de sacerdote fue suspendida y finalmente anulada por su pérdida de fe, estuvo siempre al tanto de esta reducción, como también lo estuvieron, entre otros, Roger Caillois, Maurice Blanchot y Georges Bataille. Más allá de los elementos paganos absorbidos por la religión de Saulo de Tarso, antes del cristianismo el ámbito de lo sagrado era más amplio, más diverso y plural, rico y contradictorio. Sacer en latín significa también ‘sucio’ o ‘impuro’. Esta doble significación ayuda a comprender (y por lo tanto gozar) de la obra desconcertante de esa generación de pensadores y escritores recién mencionada.

Sobre los procedimientos que utilizó el cristianismo católico para llegar al poder, Karlheinz Deschner trabajo largamente en los nueve volúmenes de su Kriminalgeschichte des Christentums. Pierre Klossowski, por su parte, rescata aquello que estaba antes de esa historia estudiada por Deschner. Los aspectos espirituales del hombre y su cultura fueron destacados por este eminente latinista y traductor de La Eneida, este erudito y estudioso de la Antigüedad clásica. Klossowski –en su obra, y no necesariamente en su vida– fue un autor pagano del siglo XX, un pagano que renegó de los dioses sobrenaturales y que, a la vez, estuvo consciente del atentado terrorista que ejerció la fe de Saulo sobre el mundo antiguo, nueva paradoja frente al hecho de que esta fe también rescató una buena parte de ese mundo.

La evocación de Ovidio no es gratuita en un autor como Klossowski. Al huir del centro rector marcado por una religión cuyo Dios es personal, omnipresente y omnipotente, ese mismo centro se desplaza hacia las presencias humanas, particularmente hacia la presencia femenina, de un modo más paradojal e incluyente a como lo ejercía el dolce stil novo. Sí, en efecto, la evocación de Ovidio no es gratuita. Una de las obras maestras de Pierre Klossowski es Le bain de Diane (El baño de Diana), recreación y ampliación llevada al paroxismo de una de las metamorfosis: el mito que narra la transformación de Acteón en ciervo debido a su soberbia. Quizá sea este curioso libro, junto con La vocación suspendida, la obra más cercana a lo que se ha llamado hibridación genérica. ¿Son ensayos o novelas? Ni una cosa ni la otra, porque participan tanto de la prosa argumentativo-expositiva como de la narrativa y descriptiva en un equilibrio tal, que es difícil clasificarlas. Mezcla hay, también, de ficción y realidad. Así, la impureza de las obras de Klossowski es lo que paradójicamente las vuelve más puras en el sentido clásico del término.

En El baño de Diana, Acteón ve a la diosa bañarse, pero no podrá contarlo: le será imposible expresárselo al Otro. Acteón, extraviado, atrapa la desnudez de la diosa con la mirada: un simulacro, una apariencia en que la sensualidad llega al límite. Como ocurre en Baudelaire, el exceso de sensualidad espiritualiza: la desmesura del voyeur de la carne se dirige hacia su contrario en el éxtasis. El erotismo, al ocupar el centro, se sacraliza, y el éxtasis se da a través de la representación ritual.

En El Baphomet, al referirse a la estatua de Santa Teresa, Klossowski habla del éxtasis en estos términos: “Fuera de sí, el interior convertido en exterior, desplegados los pliegues del alma en las fijas volutas de mármol”. Lo que el autor francés denomina orgasmo del espíritu es un éxtasis que va más allá de la carne como conciencia de algo pasado en el momento en que el espíritu cree captarlo en la palabra: el éxtasis se da en el simulacro. También Acteón irrumpe en el espacio mítico, que es representación, exhibición: hay un éxtasis y así se efectúa la metamorfosis del cazador en ciervo.

El mismo centro único –un centro sensual, múltiple y espiritual–, aparece en la trilogía Las leyes de la hospitalidad, compuesta por las novelas Roberte ce soir, La révocation de l’Edit de Nantes y Le souffleur, y también en El Baphomet, cuyo telón de fondo no es el mundo pagano ni el contemporáneo, sino la época de los templarios y de su beso temible. Allí aparece uno de los temas nietzscheanos que más obsesionaron a Klossowski: la teoría del Eterno Retorno de lo Mismo, analizado en su libro Nietzsche y el círculo vicioso.

Pero acaso la noción más importante en Klossowski sea precisamente la de simulacro. La perversidad y la transgresión se manifiestan a través de la representación teñida –gracias al lenguaje– de ambigüedad. Lo que importa es pervertir el discurso teológico y propiciar cuestionamientos sin responderlos nunca. El juego en Klossowski consiste en simulacro e imitación. En La revocación del Edicto de Nantes, el voyeur Octave afirma que el fotógrafo está preocupado por provocar la “aparición de lo eterno a través de los tenues accidentes de la luz”. Sólo a través del simulacro se atrapa lo espiritual, porque, al morir Dios y por lo tanto el hombre, la identidad se pierde y surge la multiplicidad, la metamorfosis. Sólo el arte posee la capacidad de retenerla.

Klossowski en México, Klossowski hoy

En México, el nombre de Pierre Klossowski –hermano del pintor Balthus– se halla casi indisolublemente ligado al de Juan García Ponce, su máximo crítico y traductor en todos los sentidos. Son dos visiones del mundo que han trascendido la mera coincidencia, para unirse en algunas de sus esencias más profundas. Juan García Ponce no es lecteur de Klossowski, sino –como lo quiere todavía más Albert Béguin que Thibaudet– un liseur o, en otras palabras, “celui qui est lecteur par vocation”, una vocation infinita, nunca suspendida. Pero independientemente de la recepción a través del ojo de un autor excepcional de otro igualmente excepcional, la obra de Pierre Klossowski –con la de Bataille, Blanchot, Caillois, Philippe Sollers y otros– constituye un intento por recuperar, en la literatura, el ámbito de lo sagrado sin reducirlo –como lo hizo el cristianismo paulino– a la idea de un Dios bueno, ni de un Eros platónico e idealizado.

Juan Antonio Rosado Zacarías
Justa, de lector a lector
24.11.10

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