31 de mayo de 2012

Imre Kertész

Y es que no es más, la felicidad son unos segundos nada más, Kertész.

Entrevista realizada en 2007 a a Imre Kertész, un grande. El mejor escritor en la actualidad. Su obra no puede dejar de leerse.

"Imre Kertész tenía hambre a las tres de la tarde del lunes en Berlín; llegó al hotel donde habíamos quedado, en el centro de la ciudad que simboliza para él tantas cosas, y se pidió en la barra un bocadillo de jamón de York que luego dejaría a la mitad. Tranquilo, pausado, el autor de Sin destino se dispuso a hablar del pasado como si fuera una herida, pero también como si fuera el sustento de una obra de arte. Berlín, escribió una vez, "era la ciudad de Europa más expuesta al peligro", y era también la ciudad cuyo nombre evocaba ciertos azules de su infancia. Ese Berlín mítico fue luego, sobre todo, el lugar del que salía la rampa hacia los campos de concentración que rompieron su vida nada más empezar... Ahí vive, en medio de la memoria de su drama.

Tenía dolor de espalda, estaba resfriado, pero se sentía feliz de hablar, y cuando empezó a hacerlo, aquel hombre humilde de ojos asombrados y cálidos alcanzó su verdadero poderío; dejó de ser el modesto viandante que en Berlín cruzaba la calle enfundado en un tupidísimo abrigo negro y se convirtió en Imre Kertész, el escritor húngaro que contó su experiencia en los campos de concentración y le puso un nudo en la garganta a los lectores de su límpida, terrible historia.

Su novela Sin destino, que como prácticamente toda su obra ha sido publicada en español por El Acantilado, es un clásico entre los testimonios de lo que sufrieron las víctimas de los campos, y se ha convertido en símbolo (ahora también en cine) de aquel horror, que él sufrió cuando era aún un adolescente tanto en Buchenwald como en Auschwitz; el resto de su obra, incluidas sus reflexiones y sus diarios, giran en torno a esa enloquecedora experiencia; convertida en literatura, su memoria le valió en 2002 el Premio Nobel.

Ahora vive entre Berlín y Budapest; llega con su sombrero negro ("el de hace años", dice) y come como un pajarito; sus ojos vivarachos y bonachones caen sobre las preguntas como dos luces que él agita a veces con rabia. Habló en húngaro, y una intérprete -Julia Maté, hija de húngaros- nos tradujo al inglés ese idioma que a veces parece nórdico. Queríamos hablar sobre el tiempo que ha vivido, e Imre Kertész lo hizo con pasión y con desesperanza. En cualquier momento, dijo, la humanidad se puede caer.

Pregunta. Escribe usted en Kadish por un hijo muerto: "El siglo, ese pelotón de fusilamiento en servicio permanente, se prepara otra vez para disparar...". Un siglo terrible, usted lo padeció. ¿Cómo lo ve hoy?

Respuesta. Creo que aún hay cosas que están por desvelarse del siglo XX. Pero ocurrieron hechos sin precedentes en ese siglo, que son los regímenes totalitarios que existieron, el nazismo y el comunismo. Eso es algo que no podemos olvidar.

P. ¿Y las amenazas del siglo, las que usted padeció, han sido resueltas?

R. No creo que sea posible superarlas, porque todo lo que pasó en el siglo XX ocurrió y sigue existiendo, está con nosotros, es nuestra memoria. Auschwitz, el Gulag... viven aún en los genes de la humanidad. Y las generaciones futuras seguirán llevando estos genes.

P. ¿Y cómo se manifiestan esos genes? En la ex Unión Soviética, por ejemplo, ¿cree usted que a pesar de que ya no haya un régimen comunista aún queda algo de ese sistema en los genes de la gente?

R. No creo que esto sea algo relacionado con la política, es más bien una herencia que acarrea la humanidad. En cuanto a Rusia, no le puedo decir nada al respecto, ya que no me siento cerca de ese país, lo conozco poco. La situación de Rusia no ha cambiado en siglos. Desconocen la democracia. Ni siquiera la contemplan como forma de convivencia. Introdujeron otro sistema, que es el bolchevique. A través del bolchevismo quisieron abrirse a Occidente, y esto es lo que les llevó a idear el Gulag, los campos de exterminio en Rusia. Ocurrió de forma independiente a la política. Era una forma de vida y se transmitía a través de la gente. No creo que se haya superado ni se haya acabado. Y si no llega Rusia pronto a la democracia, eso conllevará serias consecuencias.

P. ¿Y dónde está el gen del otro sistema totalitario, el nazismo, el fascismo? ¿Aún pervive en la humanidad? La experiencia de la guerra y la devastación de aquellos años, ¿acaso no fueron suficientes para que dejara de existir para siempre?

R. No quiero que haya malentendidos. No estoy diciendo que estos sistemas, como el comunismo o como el nazismo, estén codificados en los genes. No es lo que quiero decir, pero lo cierto es que los sistemas existieron y a raíz de aquello la gente los lleva consigo. Se ha desarrollado un patrón, y ese patrón existe en las mentes de la gente. Puede ocurrir de nuevo porque ya existe un modelo, un patrón. Antes de la [última] guerra, si a alguien se le hubiese ocurrido decir: vamos a construir un campamento de exterminio de judíos, la gente habría pensado de esa persona que era un enfermo mental. Antes de la guerra, esas cosas no habrían sido posibles. Pero hoy sí, hoy puede ocurrir, porque existe un precedente. Quiero usar la palabra escándalo para lo que siento. Escándalo porque ocurrió en una cultura cristiana. Tanto el Holocausto como el nazismo ocurrieron en una cultura cristiana cuyos valores se colapsaron. El que los valores se hubieran colapsado, como bien predijo Nietzsche hace tiempo, ¿es algo que ya viene predeterminado por la humanidad? ¿O tiene que ver con la incompatibilidad de los alemanes y los judíos?

P. En Jerusalén, usted dijo hace cinco años que se sentía transido de felicidad, entre los judíos, pero se preguntaba por el porvenir, inquieto. "Hablaremos dentro de veinte años". Ahora hay conversaciones entre Bush, los palestinos y los israelíes para pacificar la zona. ¿Alberga usted alguna esperanza, o aún hay que esperar quince años más?

R. Para ser honesto, no estoy puesto al día en la política actual. No puedo comentar nada sobre lo que dicen dirigentes como Bush. Pero a largo plazo somos todos humanos y, por tanto, tenemos ideales humanos, y son estos ideales los que algún día harán posible la armonía. En Jerusalén creo no haber conocido a ningún judío intelectual que se opusiera a que exista un Estado libre palestino. Lo que ocurre es que la mayoría de las personas son manipuladas a través de la política. Es posible que exista vida normal en Palestina porque hay un antecedente armónico, cuando Israel estaba bajo el mandato inglés. Funcionó y entre la gente no había distinción. Esto fue antes de la Primera Guerra Mundial. La coexistencia no empezó con odio, sino con cooperación. Los judíos compraron tierras y allí cultivaron naranjos. Esto es algo que podría suceder de nuevo".

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