27 de marzo de 2013

Homenaje a Juan García Ponce

Homenaje a Juan García Ponce: La noche e Imagen Primera, cincuenta años después
Isaac Magaña Gcantón
Registromx. Literatura. Arte.Pensamiento
27 de marzo, 2013

Juan García Ponce le preguntó en alguna ocasión a Huberto Batis “si las «letras mexicanas» llegarían a enterarse de su existencia, si al menos sería mencionado en la historia de la literatura mexicana”; éste confiesa: “yo lo vi verde y lejano”. Por fortuna, la incertidumbre se marchó hace mucho tiempo. La buena crítica, justiciera, lo colocó desde los años sesenta en un lugar privilegiado que —sospecho— abandonará jamás. Ya desde entonces se decía que JGP era el “director espiritual de su generación”, aquella tan importante que incluye nombres como el de José de la Colina, Juan Vicente Melo, Sergio Pitol, Salvador Elizondo, Sergio Fernández y José Emilio Pacheco, quienes se agruparon en torno a la Casa del Lago cuando Jaime García Terrés era el coordinador de Difusión Cultural. Pero más allá de la institución que los cobijaba, el verdadero vínculo era una filosofía compartida: la apropiación de la cultura universal.[2] Bajo este principio, Juan García Ponce escribió y publicó los dos libros que marcarían oficialmente la eclosión: La noche e Imagen Primera. Y aunque anteriormente la Imprenta Universitaria, en 1958, había editado El canto de los grillos —que dos años antes, en mi 1956, obtuvo el Premio de Teatro Ciudad de México—, la realidad es que la aparición del escritor maduro aguardó unos años más, hasta el definitivo año de 1963.

Estos dos primeros libros son de cuentos y acentúan una importante ruptura con la literatura que se venía haciendo en México en esos años. Con inteligencia, Rosario Castellanos señala que muy poco tiempo antes de La noche e Imagen primera “no era posible leer una página de prosa narrativa sin preguntarse inmediatamente quién de los dos antagonistas era el modelo del autor: Juan Rulfo o Juan José Arreola”. Juan García Ponce llegó con una nueva propuesta donde los personajes ya no “deliraban de hambre y de sufrimiento”, tampoco eran figuras campesinas cuidadosamente pulidas. No. Ni realismo mágico, ni fantasía pura. Basta: una nueva voz había nacido. Corriente alterna: la vía de la contemplación.

En su mayoría, los cuentos de esta primera época habían visto ya la luz aisladamente, entre 1958 y 1963 en diversas revistas y suplementos. Por ejemplo, en el número 6 de la Revista de la Universidad (en 1958, cuando Juan era aún becario del Centro Mexicano de Escritores) publicó el segundo de los cuentos incluidos en Imagen Primera, “El café”; a éste le siguieron “Feria al anochecer”, “Cariátides” e “Imagen Primera” en números posteriores. Cuadernos al Viento se encargó de uno de los cuentos capitales de La noche y, en general, de la bibliografía garciaponciana: “Tajimara”. La Revista Mexicana de Literatura y el Anuario del cuento mexicano dieron noticias de lo que vendría después con “Amelia” y “Reunión de familia”.

Bajo la evidente influencia de Cesare Pavese —influencia que tan presencia se vuelve homenaje—, García Ponce escribió los nueve cuentos que conforman estos dos primeros libros y sus dos primeras novelas: Figura de paja y La casa en la playa. Esta última marcaría el fin de la que yo llamo su “primera época”.(3) En esas narraciones explora el vasto universo de la nostalgia. Sólo a través de nombrar las cosas podemos hacerlas verdaderamente nuestras, Juan García Ponce lo sabía muy bien; es por eso que escribía, buscaba recuperar lo que ya no le pertenecía más, lo que había perdido en el pasado. Pasado poblado regularmente por amores nunca realizados; en algunos casos, ni siquiera intentados como en “El café”, “Cariátides”, “Reunión de familia” y —de alguna manera— “Después de la cita”. Lo verdaderamente importante es huidizo a sus personajes.

Los personajes de Juan García Ponce están encerrados en su imposibilidad: no consiguen acceder a la realidad que les fascina. Atrapados en un presente estático no pueden avanzar porque el pasado los aprisiona, un pasado más allá de la nostalgia: recuerdo que los trama y mantiene fuera de la verdad que pretenden. La contemplación se vuelve entonces el eje de sus relatos. Tienen que resolverse a través del camino del recuerdo; aunque la mayoría de las ocasiones siempre fracaso. Los pocos que pueden “vivir” están obstaculizados, los rige la impotencia, y solamente miran: ven pasar el presente porque estos personajes —al igual que el autor— se sienten más cómodos en la inacción, evasivos del tiempo se prefieren expectantes. Esta característica no es gratuita, sino el reflejo de la mayor pasión de García Ponce: la pintura.

Juan García Ponce sabe ver. Quien ha leído sus ensayos de crítica de arte advierte inmediatamente que su visión es poderosa, inteligente y llena de generosidad. JGP interpreta lo que mira: quiebra, vira, cala, regresa, hace aparecer. Cuando el escritor ha vuelto de su viaje trae consigo esencia, la Verdad: sus visiones; no por nada Octavio Paz escribió con desprendido elogio sobre el emeritense que “su pensamiento crítico, sus descubrimientos y sus entusiasmos, sus negaciones y sus afirmaciones han ejercido una influencia vivificante en la literatura y el arte de México”. Juan García Ponce es un escritor de la mirada, por eso la contemplación hace constante presencia en sus narraciones. Entrega las imágenes, esas revelaciones que traen consigo la interpretación; pero alto: JGP nunca se traiciona. La pintura es la quietud donde está contenida toda la posibilidad, pero jamás enunciada. Su narración, corriente impetuosa, “parece aquietarse; sin cesar de correr, murmura en voz más baja y lenta. El remolino, por un instante, se inmoviliza y entonces, límpida, la prosa calla: confidencia sin palabras”. Después de todo no debemos navegar muy lejos. En un fragmento de “Tajimara” él nos lo confiesa: “no se debe revelar la verdadera esencia de los hechos”. Debemos acudir siempre a la imaginación para alcanzar el significado de lo narrado: Juan García Ponce es un escritor de la imagen y el pensamiento: domina el silencio, porque entiende que para decir hay que saber callar. Su Autobiografía precoz, escrita en 1966, sostiene —una vez más— lo afirmado ya tantas veces en sus narraciones:

“Creo que al no ser dueño del sentido total de las acciones que recrea, el escritor sólo puede dejarlas abiertas. Uno simplemente sigue contando historias, ya sea sobre sí mismo, sobre obras ajenas y otros artistas o sobre los acontecimientos y relaciones que considera significativos, esperando que mediante el hecho de contarlas nos entreguen finalmente su sentido. Este conocimiento es el que hace que para mí la ambigüedad sea un elemento narrativo indispensable. He tratado de mantener y hacer posible esa ambigüedad”.



Además de la contemplación, el otro motivo que puebla los cuentos contenidos en estas dos colecciones de 1963 es la nostalgia. Ya me he referido a ella en repetidas ocasiones, pero sin pasar por lo anecdótico: esencial en la obra de García Ponce. No podemos comprender verdaderamente su escritura sin tan siquiera tentalear aquello que, extensiones, la enrama. Su obra es una prolongación de sus recuerdos y obsesiones. Entonces, una doble causa la encierra.

Para referirme a sus recuerdos, los orígenes, la primera de las bifurcaciones, me tomaré la licencia de irme muy al principio, mezclando sus recuerdos con sus obras. Juan García Ponce nació en Yucatán en 1932; alternando entre la casa de sus padres en Campeche y la de su abuela en Mérida, vivió en la provincia hasta los doce años.

La casa de su abuela estaba prácticamente frente al parque de Itzimná, allá donde la iglesia. En “Feria al anochecer”, uno de los relatos de Imagen primera, asistimos a la revelación de uno de sus recuerdos más antiguos y mejor elaborados. Retrato de un sitio que pareció no tocar el tiempo hasta hace no muchos años: el framboyán sigue ahí, aunque la feria, hace algunas estaciones, se fue para siempre (como yo mismo lo he corroborado). A través de esta pequeña iluminación podemos afirmar que su vida es inalienable de su obra. Juan García Ponce es un escritor de la experiencia: quiere contarnos la verdad de los hechos, al menos como el entiende que los vivió, aunque en muchas ocasiones lo que pinta, pasado por el tamiz de su genio artístico, es ya una genialidad que sobrepasa la realidad de lo sucedido; sin embargo, él abandona nunca su premisa. Convocando nuevamente las memorias de Huberto Batis, podemos hacer luz sobre ella: “hay escritores como Juan García Ponce que asumen la literatura como una serie de homenajes a la realidad. Alguna vez Juan me ha llamado por teléfono para preguntarme de qué color era tal cosa, en qué día sucedió tal incidente, si era martes o jueves… Para él es muy importante decir: ‘Y aquel martes…’ si escribe ‘miércoles’ siente que lo que está diciendo es falso. […] Yo le he pregunto: ‘¿Qué objeto tiene eso?’ Y dice: ‘Es el único sentido’.

Después de trasladarse a la Ciudad de México, Juan inició una época de internados, primero en San Luis Potosí y luego en el Internado México. Allá conoció a una muchacha que “comenzó a llenar sus días”. Nos cuenta el autor en su Autobiografía precoz que fue “Una situación que duró alrededor de tres o cuatro años […] Yo he tratado de recuperar el recuerdo de ese amor en ‘Tajimara’, llevándolo a un presente imaginario y convirtiendo su presencia en la nostalgia de una pureza original”. Pero en este cuento largo —que junto a “Alma pura” de Carlos Fuentes fue llevado al cine en 1965 por Juan José Gurrola en una película titulada Los bienamados— lo que se cuenta está tocado por la imaginación. La verdadera historia no es la reminiscencia de la aventura amorosa, sino un acto velado: el incesto. Amalgama de sucesos: “Jamás podemos olvidarnos de nosotros mismos y nuestros problemas envuelven a los demás y los deforman”.

Y así podríamos continuar removiendo su pasado, poniendo en relación lo escrito con lo vivido: la evocación sería interminable. Incluso tendríamos que tocar muchas de sus obras posteriores —Encuentros, Crónica de la Intervención y Pasado Presente entre las más importantes—, pero el objetivo de este ensayo está acotado al de las dos colecciones de 1963: La noche e Imagen primera.

Segunda bifurcación: las obsesiones que ocupan a Juan García Ponce son pocas, pero verdaderamente intensas. “Una obra, si lo es de veras, no es sino la terca reiteración de dos o tres obsesiones. Cada cambio es un intento por decir aquello que no pudimos decir antes; un puente secreto une los torpes y ardientes balbuceos de la adolescencia a los titubeos de la vejez”; con esta afirmación que sirve como obertura a la obra poética completa de Octavio Paz —editada por Círculo de Lectores en Barcelona y en fechas recientes reeditada por el Fondo de Cultura Económica— podemos entender el sentido de las preocupaciones que poblaban la mente de JGP y de igual manera hilvanar el secreto hilo que une las dos fingidas fugas, el pasado y las obsesiones, porque en realidad la primera de ellas se circunscribe a las segundas o, es más bien, una extensión de ellas: una veta más de aquello que, enraizado, se alejó nunca del autor.

Podemos hacer una perfecta conexión entre las palabras de Octavio Paz y las confesiones de García Ponce: “Mis temas son pocos y quizá muy limitados”. En sus obras se ha dedicado a reflexionar acerca de un número reducido de temas, pero con una gran profundad e intensidad. La otredad, la extrañeza, la revelación, la posesión, el rito, la imposibilidad y el absoluto son quizá el puñado de temas que se extiende a lo largo de las infinitas páginas que escribió a lo largo de su vida, pero que empezaban a hacer presencia en Imagen primera y La noche.

Juan García Ponce nos enseña por el camino del ejemplo que aquello que obsesiona es lo que verdaderamente importa. La noche e Imagen primera nos dan cuenta de ello: sensaciones de lo inconcluso que, desenlaces, se enlazan con errancias infinitas: las obsesiones. Nos entrega desde esa etapa más o menos temprana la tesis que conduciría su obra a la transgresión que, a través de la insistencia, movimiento y obra, lo insertó para siempre en la tradición; pero sacrificios. En su investigar la relación del arte con la existencia misma, se dedicó más a escribir que a vivir: “El escritor no existe, existen sus libros”. Sentencia: “vivir y escribir son la misma cosa. Mi vida ha ido haciendo mis libros; mis libros han ido haciendo mi vida”. Por encima de todas las cosas, Juan García Ponce es en sus creaciones.



1. La noche fue publicada por editorial ERA e Imagen Primera por la Universidad Veracruzana. Ambos libros en 1963.
2. Continuando con la labor inaugurada por los “Contemporáneos”, la generación de “Medio Siglo” heredó directamente esta tarea que se oponía por completo al movimiento reinante desde los años veinte: el nacionalismo promovido con mucho entusiasmo por José Vasconcelos.
3. La segunda época, que inicia con su novela de 1968, La presencia lejana, y que oficialmente termina nunca, está marcada por un nombre: Robert Musil. Esta etapa sería sólo trastocada por una coexistente tercera época, la de Pierre Klossowski, que inicia con el libro de ensayos Teología y Pornografía y que alcanza su momento más alto con la novela De ánima, que es un homenaje-espejo a La Révocation de l’Edit de Nantes del autor francés.