3 de abril de 2022

Elena Garro y Octavio Paz

La novela epistolar de Paz y Garro

Los admiradores de Elena Garro y Octavio Paz estamos ávidos de saber cómo se produjo su tránsito de la pasión al desamor y del desamor al odio. Se han disipado ya muchos misterios sobre el tema, porque el conflicto de la pareja no terminó después de su muerte: lo han prolongado los hombres y las mujeres de letras que toman partido por alguno de los cónyuges, argumentando, por un lado, que Octavio cometió mezquindades imperdonables (intentos de frenar o desalentar la vocación literaria de su esposa, desapego a la hija que procrearon, etc.) y por el otro, acusando a Elena de mitómana y difamadora obsesiva (abundan las pruebas al respecto, pero las feministas dogmáticas, al grito de “yo sí te creo”, las ignoraran con tozuda sororidad). 

La reciente publicación de Odi et amo: las cartas a Helena, publicadas por Guillermo Sheridan, ofrece inéditos y valiosos elementos de juicio para entender mejor las afinidades y las discordias de esta legendaria pareja, pues reúne muchas de las cartas que Paz escribió a la Garro entre 1935 y 1945. Por desgracia, las de Elena se perdieron o estás arrumbadas en el archivo del poeta, que por ahora nadie puede consultar. Joven Pigmalión, Octavio Paz se propuso desde el inicio de su noviazgo transformar a una joven bailarina frívola, con un ingenio despierto y una gran pasión por la lectura, en una sacerdotisa del amor loco, al que debía entregarse por completo, renunciando a bailar en público, a la carrera de Letras, a la posibilidad de hacer carrera en el cine y a cualquier otra actividad corruptora que pudiera alejarla de su deber sagrado. 

Empezó por modificar su nombre, añadiéndole la h que figura en el título, y luego quiso convencerla de que había nacido para idolatrarlo: “Octavio Paz no es para ti sino una tangible forma de tu destino: no amabas en mí sino a tu destino, a tu pasión, a lo más valioso de tu vida”, declara modestamente en una de las primeras cartas, invirtiendo los términos del cortejo tradicional, donde el amante es siervo de la amada y le rinde vasallaje. Si lo más valioso de Elena es él, ¿no tenía esa muchacha virtudes propias? Hasta la alegría de su novia significaba un enemigo a vencer, pues lo relegaba a segundo plano. “No quiero que vivas sino en mí”, le ordena más adelante, y en un arrebato de pasión, al recriminarla por juntarse con gente de teatro, pretende conocer mejor que Elena su verdadero carácter: “Estás conmovida por mil Helenas que aborrezco, porque son puras invenciones, Helenas que me olvidan y que traicionan a la mujer, a la verdadera Helena”. 

En aquella época, Paz no era el único hombre que enamoraba mujeres imponiéndoles su voluntad látigo en mano: vivía en un contexto sociocultural machista, donde prevalecía ese tipo de cortejo. Pero a la luz de estas cartas da la impresión de que se impuso a Elena sin persuadirla del todo. Apenas podemos inferir las réplicas de Garro por algunos comentarios del poeta y sería muy interesante que alguna escritora emprendiera la tarea de elucubrarlas. Por los berrinches de Paz podemos inferir que Elena recurrió muchas veces a la burla como un recurso defensivo. El apodo que le endilgó, “Tavucho”, y la retadora confesión de sus desobediencias (nunca abandonó el mundillo teatral, pese a los regaños de Paz), indican que, en ese intercambio epistolar, el humor y la insolencia corrían por cuenta de la futura dramaturga. 

Las cartas del poeta, en cambio, pecan de una solemnidad insufrible, tal vez porque desde entonces arrastraba un prejuicio contra el humor. En un diario juvenil escrito en aquellos años reprochó a una adolescente imaginaria muy semejante a Elena: “Detrás de su frivolidad hay una conciencia muy clara; quiere destruir con su impertinencia el mundo de los hombres, vencerlos, arrebatarles su profundidad”.

Puede ser que las mujeres, entonces y ahora, quieran arrebatarnos la profundidad, en caso de que la tengamos, ¿pero no sería insoportable la vida si todo fuera tan serio y sublime como quería Paz? ¿Algún hombre podría vencer el narcisismo si no fuera por esas impertinentes? En cuanto al valor literario de las cartas, mejora mucho durante la estancia de Paz en Yucatán, donde fundó, con otros camaradas comunistas, una Escuela Secundaria Federal Para hijos de Trabajadores patrocinada por la SEP. En ese año crucial de su vida, 1937, comienza a encontrar una voz propia, y en sus cartas afloran admirables metáforas eróticas hilvanadas a vuelapluma: “Eres verde, tienes verdes años y verde corazón, ojos como el trigo, con un dulce resplandor violento, de gacela o llama de cal, una llama que tú no conoces, terrenal y líquida”. 
Al comparar estos arrebatos de ternura con la posterior involución de la pareja, me vino a la memoria el verso proverbial de Eduardo Lizalde: “Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses”.

Enrique Serna 
Milenio 
26.11.2021

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