12 de septiembre de 2005

La muerte y la literatura

Con bastante frecuencia vemos el tema de la muerte en la literatura, sea como tematización principal o como trasfondo, pero la ausencia de vida que conlleva es desvelada por poetas, ensayistas, narradores, pintores, músicos, escultores, de todos los tiempos. Hay a quien el drama de la muerte le aterra, otros la ven como parte de la vida, y otros como necesaria. En la novela El carretero de la muerte de la escritora sueca Selma Lagerlöf, la primera mujer premio nobel, la muerte tiene una carreta que le sirve como transporte para ir, el último día del año, a visitar a las personas cuyo final está muy cerca. Las conversaciones que la muerte y sus próximos pasajeros sostienen, son de profunda riqueza reflexiva.

Entre la vida y el más allá no podemos olvidar, por ejemplo, al sepulturero en Hamlet ("¿Es qué este hombre no tiene sentido de su oficio, que cava tumbas cantando?") o, siguiendo la perspectiva del poeta mexicano José Gorostiza, esa "muerte sin fin" que la vida carga a sus espaldas y cuyo peso nos hace rodar siempre cuesta abajo. En lo personal, me quedaron muy presentes aquellas danzas de la muerte en la literatura medieval, y ni que decir de las Coplasde Jorge Manrique a la muerte de su padre que son bellísimas:

Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte,
contemplando
cómo se passa la vida;
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer;
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer;
cualquiere tiempo passado
fue mejor.
Es también inolvidable ese diálogo de Celestina con Melibea cuando la persuade de que hay que amar mientras se sea joven porque: "La vejez no es sino mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de rencillas, congoja continua, llaga incurable, mancilla de lo pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo porvenir, vecina de la muerte, choza sin rama que se llueve por cada parte, cayado de mimbre que con poca carga se doblega".

La muerte como tema en las artes es infinito, seguramente porque forma parte de nosotros como el tiempo o el amor, como todo lo que configura al ser humano. Marcuse, en Eros y civilización, dice algo muy cierto: "El hombre aprende que en cualquier forma no puede durar, que todo placer es breve, que para todas las cosas finitas la hora de su nacimiento es la hora de su muerte –y que no puede ser de otro modo".

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