25 de febrero de 2007

Horacio Quiroga: Aniversario

Desde la primera vez que leí a Horacio Quiroga quedé impresionada con su obra, un gran escritor. La Revista Ñ lo recuerda en el aniversario de su fallecimiento:

Hace setenta años, el escritor uruguayo se suicidaba con cianuro. El halo de muertes que rodeó su vida la transformó en un destino literario y a su obra, en un eslabón de esa historia trágica. Aquí, la lectura de un conflicto común a varios escritores.

La mujer había bebido una dosis de veneno suficiente, pero la muerte puede ser tan intrincada e ingobernable como cualquier suceso de la vida. Por eso la mujer, a la que se supone muy bella, tuvo una agonía de tres días. Su marido la acompañó, tratando de rescatarla, le pidió perdón, no debieron de faltar las frases de amor, las confesiones. Algunos se animan a sospechar o imaginar que el hombre llevó un diario de esa agonía, que no pudo resistir la tentación de escribir sobre ella. Cuando finalmente la mujer murió, el hombre oscuro, insobornable, quemó toda su ropa, hizo desaparecer cualquier objeto que hablara de su persona, destruyó sus fotos. En un supuesto álbum familiar a la imagen de Ana María Cirés le corresponde una página en blanco. Tal vez porque esa muerte le trajo a Horacio Quiroga la presencia de otras muertes que se sucedieron de modo casi irreal en su biografía y le daban la certeza atroz de que no habían terminado. Su destino estaba trazado como el recorrido perfecto de una flecha. Esas que siempre dan en el blanco.

A setenta años de su suicidio, ocurrido el 19 de febrero de 1937, queda claro que la muerte en Quiroga no es sólo un dato biográfico, sino la clave para pensar su vida y su literatura. Un héroe griego que, lejos de elegir, entiende que su principal oponente lo ha elegido a él. Caer en la enumeración de sus muertes cercanas resulta inevitable: tenía dos meses cuando su padre se mata en una cacería, accidentalmente, en Salto, Uruguay, su lugar de nacimiento. Su padrastro se suicida cuando Quiroga era un adolescente. En 1901, mueren dos de sus hermanos, de fiebre tifoidea. Ese mismo año, mientras limpiaba un arma, una bala se dispara y ocasiona la muerte de uno de sus amigos. Después vendrán los suicidios de su amiga Alfonsina Storni y el ya relatado de su primera esposa. Le seguirán el de otro colega y amigo, Leopoldo Lugones (1938) y el de los tres hijos de Quiroga, ocurridos después de la muerte del escritor.

Estos hechos escenifican el conflicto vida/literatura. Una marca que envuelve la vida de varios escritores donde los dos mundos compiten por su valor de realidad. En uno de sus ensayos, Ricardo Piglia resumió estas tensiones: "Esa fantasía extraña de los escritores de dejar de ser escritores o de conseguir una experiencia que sea más intensa que lo que se supone que es la experiencia de la literatura. Entonces la fantasía de la muerte de la literatura es como el acceso a lo real mismo". La decisión de Horacio Quiroga de ir a vivir a la selva misionera podría pensarse como la construcción de una experiencia que volviera minúscula la tarea de la escritura. Frente al desafío que la selva presentaba, la idea de aventura y el trabajo manual al que siempre quiso dedicarse, surgió en él la fantasía de abandonar la tarea de escritor, como si el hecho de continuar siéndolo potenciara su destino trágico. Tal vez pensaba que, al intentar mutar en un "hombre común", el drama de la muerte habría de alejarse. De esa manera podría eliminar el carácter excepcional de los escritores que sienten la presión de escribir sobre la muerte.

Por supuesto, no fue esto lo que ocurrió. Quiroga decidió su travesía en la selva como el autor de una novela de aventuras, como el romántico personaje de un filme de Werner Herzog o como un rousseauniano que quiere vivir en un mundo anterior a la cultura pero después vuelve al papel, convierte esa experiencia en materia literaria y se ubica, en la línea de fuego. Jorge Lafforgue, quien por estos días se encuentra editando el epistolario completo del escritor uruguayo, comenta: "Lo que hace magistralmente Horacio Quiroga, por ejemplo en el cuento ''A la deriva'' (1912), es contar ese momento donde la muerte te está tocando los talones".
Uno de sus cuentos: "La gallina degollada".

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