Era una niña cuando parte de mi “domingo” lo gastaba en comprar una novelita de Corin Tellado. La jovencita pobre, valiente, muy bonita, inteligente, que conocía de pronto (gracias a un encuentro sorpresivo en la calle, en la biblioteca o en casa de una amiga) a un joven muy rico, apuesto, fiel, que se enamoraba de ella de inmediato o, porque también se daba al revés, el joven pobre que se enamoraba de la chica muy bonita, rica, sencilla y que le correspondía con gran amor después de algunos avatares. Cómo olvidar aquello de que “No era guapo, sin embargo tenía una mirada color cielo al amanecer que la turbaba. Desde que lo vio la primera vez supo que había encontrado lo que su corazón ansiaba. Con él era capaz de pasar toda su vida sin pensar en nada más”. Sí, sus novelitas eran sumamente cursis, definitivamente, pero a los diez u once años ni piensas en eso.
Hoy leo que ha escrito 4.000 novelas y vendido más de 400 millones de ejemplares, que sólo Cervantes y la Biblia la superan, que “su secreto es plasmar un sentimiento muy común, muy cercano". Asegura que “el romanticismo es una estupidez", pero vaya que éste le dio, y le sigue y seguirá dando, mucho dinero. Como que tonto, lo que se dice tonto, no es.
Hoy leo que ha escrito 4.000 novelas y vendido más de 400 millones de ejemplares, que sólo Cervantes y la Biblia la superan, que “su secreto es plasmar un sentimiento muy común, muy cercano". Asegura que “el romanticismo es una estupidez", pero vaya que éste le dio, y le sigue y seguirá dando, mucho dinero. Como que tonto, lo que se dice tonto, no es.
4 comments:
es cierto ... cuando uno es niña esas cosas están lejos de sonarnos cursi
saludos
:)
Una maravilla de la infancia.
Muchos saludos.
Yo recuerdo una que empezaba "Asaf quedó envarado". Era una historia como muchas, en la que yo necesitaba saber cuanto antes cómo era Asaf. Qué sentía, por qué hacía las cosas que hacía. Y sobre todo, cuánto apostaba en el pulso emocional que mantenía con la protagonista. Ese juego del disimulo, ah.. yo empecé robando las novelas a mi madre (me las llevaba de la caja de su armario y las devolvía sigilosamente un día después) y seguí ya toda mi adolescencia comprándolas en el quiosco. Qué buenos tiempos. Un abrazo, Magda.
Y vaya que sí fueron buenos tiempos, Angéline. Muchas veces pienso en ellos, cuando nada mortificante ocurría, todo era soñar, disfrutar, desear y ser feliz. Son esos tiempos de oro, luz de hadas...
Un abrazo para ti.
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