La bendición de la insensatez
Mario Raúl Gusmán
Laberinto, 5.07.08
México, DF, 1974, 1975, 1976… Las vanguardias y neovanguardias ya eran pasto de tesis universitarias, suplementos culturales y digresiones académicas acerca de lo que se juzgaba extravío exangüe o extravagancia yerta. Hasta homenajes hubo, bienintencionados o bobalicones, en recuerdo de vanguardistas cuyas innovaciones yacían enterradas en los tres tomos de Guillermo de Torre o en el fondo de ese subsuelo lodoso donde hurgan los arqueólogos de bruces. Mario Santiago Papasquiaro (1953-1998) dio por falsas de toda falsedad esas actas de defunción y arremetió contra tales velatorios armado con la lírica de lanzas aceradas de otros ismos que él, enfebrecido, sentía volar por sus venas. Algo más que una lírica: una actitud ante la creación artística en la que importa más que la escritura del poema la conexión poética con la vida. Una actitud asumida, trepidante de cabeza a pies la poesía, como un destino inapelable.
Huroneándolo todo, convulso y pueril, Mario Santiago se sublevó adolescente contra la creencia tópica de que las vanguardias constituyen un capítulo de la historia de la literatura. Eran esos años en los que en México se entronizaba la obra preciosista y presuntamente singular del grupo Contemporáneos, y su polo opuesto, el Movimiento Estridentista, era recordado poco menos que como una disparatada curiosidad —y rechazado como broma de mal gusto el reciclamiento de sus gracejadas. (…)
List Arzubide se enorgullecía de que él y sus camaradas fueron “a hablar a las juventudes de una forma vital, fecunda y fuerte de la poesía, que los impotentes y los tontos no habían convertido en un desahogo de cenáculos y que […] sacamos a la calle para ponerla en contacto con la multitud y con la vida”. Creía no sin jactancia que la suya era una rauda crónica a galope de alas de “la palpitación de las voces insomnes que, divergentes del pasado, se abren hacia los universos insospechados”. (…)
Cinco décadas después un joven chileno que hacía dueto con su contemporáneo estricto Mario Santiago publicó en una revista mexicana (por esas fechas arteramente desfigurada) una nota en la que insertaba al estridentismo en un horizonte laudatorio de vanguardia. Da por suyas unas palabras de List Arzubide al afirmar que “se necesitaba tener un espíritu muy heroico para sobrevivir y crear y difundir una poesía nueva en el México de 1928: un movimiento que no antecede a la revolución, pero que se va extinguiendo con esta revolución”. (…) Y concluye su nota el joven chileno con retórica subsidiaria del 68 parisino: “Los estridentistas no pudieron sostener esas barricadas ácidas de la nueva poesía, pero nos enseñaron más de una cosa sobre los adoquines” (Roberto Bolaño, “El estridentismo”, en Plural, núm. 61, octubre de 1976). (…)
De textos como el de Bolaño, Mario Santiago llevaba cosidas a la piel estas entre otras parecidas palabras: “Yo no pienso; yo muerdo”.
Esta antología se alza contra la alevosía de sus ninguneadores y asimismo contra los intentos de mitificar su trayectoria. Nadie hallará en este volumen los poemas de Ulises Lima, sino los que Mario Santiago Papasquiaro suscribió con su vida y con su muerte. Ulises Lima se queda en la ficción si es que a ella pertenece. El chileno autor de Montón de estrellas fracasadas atesoró una imagen de su amigo mexicano y promovió por arriba de la mitificación que otros han proseguido por abajo. En esa tesitura, nada hay mejor que este panegírico con barniz de ficha informativa: “Mario Santiago nació en México, DF, en 1953. Aparece en varias antologías de la poesía joven y en el libro Muchachos desnudos bajo el arco iris de fuego, que reúne a 11 poetas latinoamericanos. Fue el fundador del grupo y la revista Zarazo y posteriormente uno de los iniciadores del Movimiento Infrarrealista. Clochard en París, lavaplatos en Barcelona y recolector de fruta en Lérida, pescador en Port-Vendres, falso kibutzim en Israel, preso político en Viena (de donde fue expulsado con la advertencia orwelliana de no volver hasta 1984), reside nuevamente en su ciudad natal. Lector insaciable, es de los pocos casos que conozco de alguien que siendo poseedor de una vasta cultura no es al mismo tiempo rata de biblioteca. Su poesía es veloz y delirante. Visiones de kamikaze empotradas en el sueño de un monje tropical” (Roberto Bolaño, “Los caminos de la poesía mexicana”, en Hora de poesía, núm 9, mayo-junio, Barcelona, 1980.)
*Fragmentos de la introducción a Jeta de santo, antología poética 1974-1997.
Manifiesto Infrarrealista (1975).
Mario Raúl Gusmán
Laberinto, 5.07.08
México, DF, 1974, 1975, 1976… Las vanguardias y neovanguardias ya eran pasto de tesis universitarias, suplementos culturales y digresiones académicas acerca de lo que se juzgaba extravío exangüe o extravagancia yerta. Hasta homenajes hubo, bienintencionados o bobalicones, en recuerdo de vanguardistas cuyas innovaciones yacían enterradas en los tres tomos de Guillermo de Torre o en el fondo de ese subsuelo lodoso donde hurgan los arqueólogos de bruces. Mario Santiago Papasquiaro (1953-1998) dio por falsas de toda falsedad esas actas de defunción y arremetió contra tales velatorios armado con la lírica de lanzas aceradas de otros ismos que él, enfebrecido, sentía volar por sus venas. Algo más que una lírica: una actitud ante la creación artística en la que importa más que la escritura del poema la conexión poética con la vida. Una actitud asumida, trepidante de cabeza a pies la poesía, como un destino inapelable.
Huroneándolo todo, convulso y pueril, Mario Santiago se sublevó adolescente contra la creencia tópica de que las vanguardias constituyen un capítulo de la historia de la literatura. Eran esos años en los que en México se entronizaba la obra preciosista y presuntamente singular del grupo Contemporáneos, y su polo opuesto, el Movimiento Estridentista, era recordado poco menos que como una disparatada curiosidad —y rechazado como broma de mal gusto el reciclamiento de sus gracejadas. (…)
List Arzubide se enorgullecía de que él y sus camaradas fueron “a hablar a las juventudes de una forma vital, fecunda y fuerte de la poesía, que los impotentes y los tontos no habían convertido en un desahogo de cenáculos y que […] sacamos a la calle para ponerla en contacto con la multitud y con la vida”. Creía no sin jactancia que la suya era una rauda crónica a galope de alas de “la palpitación de las voces insomnes que, divergentes del pasado, se abren hacia los universos insospechados”. (…)
Cinco décadas después un joven chileno que hacía dueto con su contemporáneo estricto Mario Santiago publicó en una revista mexicana (por esas fechas arteramente desfigurada) una nota en la que insertaba al estridentismo en un horizonte laudatorio de vanguardia. Da por suyas unas palabras de List Arzubide al afirmar que “se necesitaba tener un espíritu muy heroico para sobrevivir y crear y difundir una poesía nueva en el México de 1928: un movimiento que no antecede a la revolución, pero que se va extinguiendo con esta revolución”. (…) Y concluye su nota el joven chileno con retórica subsidiaria del 68 parisino: “Los estridentistas no pudieron sostener esas barricadas ácidas de la nueva poesía, pero nos enseñaron más de una cosa sobre los adoquines” (Roberto Bolaño, “El estridentismo”, en Plural, núm. 61, octubre de 1976). (…)
De textos como el de Bolaño, Mario Santiago llevaba cosidas a la piel estas entre otras parecidas palabras: “Yo no pienso; yo muerdo”.
Esta antología se alza contra la alevosía de sus ninguneadores y asimismo contra los intentos de mitificar su trayectoria. Nadie hallará en este volumen los poemas de Ulises Lima, sino los que Mario Santiago Papasquiaro suscribió con su vida y con su muerte. Ulises Lima se queda en la ficción si es que a ella pertenece. El chileno autor de Montón de estrellas fracasadas atesoró una imagen de su amigo mexicano y promovió por arriba de la mitificación que otros han proseguido por abajo. En esa tesitura, nada hay mejor que este panegírico con barniz de ficha informativa: “Mario Santiago nació en México, DF, en 1953. Aparece en varias antologías de la poesía joven y en el libro Muchachos desnudos bajo el arco iris de fuego, que reúne a 11 poetas latinoamericanos. Fue el fundador del grupo y la revista Zarazo y posteriormente uno de los iniciadores del Movimiento Infrarrealista. Clochard en París, lavaplatos en Barcelona y recolector de fruta en Lérida, pescador en Port-Vendres, falso kibutzim en Israel, preso político en Viena (de donde fue expulsado con la advertencia orwelliana de no volver hasta 1984), reside nuevamente en su ciudad natal. Lector insaciable, es de los pocos casos que conozco de alguien que siendo poseedor de una vasta cultura no es al mismo tiempo rata de biblioteca. Su poesía es veloz y delirante. Visiones de kamikaze empotradas en el sueño de un monje tropical” (Roberto Bolaño, “Los caminos de la poesía mexicana”, en Hora de poesía, núm 9, mayo-junio, Barcelona, 1980.)
*Fragmentos de la introducción a Jeta de santo, antología poética 1974-1997.
Manifiesto Infrarrealista (1975).