10 de marzo de 2008

Hoteles literarios

Son muchos los escritores que toman a los hoteles como escenario para sus argumentos; los hoteles, como los trenes, son muy literarios. A Eduardo Berti, hace tiempo le encargaron una antología de cuentos de hoteles y comenta que “tuvieron que quedar afuera, por diferentes razones, varios relatos”. El sábado pasado publicó un artículo sobre el tema donde nos cuenta cosas interesantes sobre hoteles literarios y sus variantes (pensiones, albergues, hostales, inquilinatos), transcribo algunos fragmentos:

Un viejo chiste cuenta que un periodista llama a un hotel de lo más distinguido, digamos el Ritz de Nueva York, y pide hablar con el rey. "¿Con cuál de todos ellos?", replica el telefonista. Solamente en sitios excepcionales puede existir más de un rey sin que esto desate una tormenta política. Y la literatura, se sabe, no se da el lujo de dilapidar tales oportunidades.

Desde Hotel Savoy de Joseph Roth hasta Hotel du Lac de Anita Brookner, desde El hotel azul de Stephen Crane hasta "Un día perfecto para el pez banana" de J. D. Salinger, muchísimos cuentos y novelas transcurren en hoteles, ya sean reales como el Pera Palas de Estambul, construido especialmente para los pasajeros del Orient Express y al que Marcel Proust se refiere en su En busca del tiempo perdido, o como el Hotel Hummums de Covent Garden donde Dickens conduce a Pip en Grandes ilusiones; ya sean imaginarios pero no menos famosos como, entre otros, el Grand Babylon Hotel de Arnold Bennett.

Como escenario, los hoteles tientan no solo a los narradores. El malentendido (Albert Camus) o En un bar de un hotel de Tokio (Tennessee Williams), son apenas dos ejemplos teatrales, así como ocurrió en el cine con Hôtel du Nord, de Marcel Carné, y Room Service (El hotel de los líos) de los Hermanos Marx, o con las más recientes Cuatro habitaciones, de Quentin Tarantino y otros, o Perdidos en Tokio de Sofia Coppola. Las posibilidades son vastísimas: la habitación de hotel como símbolo de refugio o de encierro, como lugar secreto para lo prohibido, como morada para lo excéntrico o para lo siniestro, como hogar fuera del hogar, como escenario para crímenes o infidelidades, como escondite para un prófugo, como marca o indicio social, etcétera.

En novelas como Veinticuatro horas en la vida de una mujer (Zweig), el hotel desde el que se narra la historia central es un lugar que hace posible la coexistencia de personajes de variadas nacionalidades; una suerte de atmósfera internacional que también plantean Henry James en "Daisy Miller" o E. M. Forster en Una habitación con vistas, con su pensión Bertolini. En El Gran Hotel, novela de Ramón Gómez de la Serna que presenta a un abogado dedicado a vivir amores frívolos, saborear comidas exquisitas y cruzar personajes insólitos, el hotel de Ginebra funciona como metáfora de una aventura, de un momento excepcional en la vida de un individuo.

En Mashenka, primera novela de Vladimir Nabokov, la pensión de Berlín es el marco realista que justifica cierto azar del que depende la trama: la muchacha que ama uno de los huéspedes (y cuyo inminente arribo atraviesa todo el libro, lleno de imágenes que remedan la figura de un tren) podría ser la misma muchacha que antaño amó su vecino de cuarto. En La taberna, de ...mile Zola, el miserable hotelucho Boncoeur en que se desarrolla la primera escena es un espacio de indudable correspondencia simbólica con el personaje de Gervaise, abandonada con sus hijos por Lantier.

En la novela Hotel Honolulu de Paul Theroux, un escritor que sufre un bloqueo creativo emprende una nueva vida en Hawai al frente de un hotel. La situación podría hacer pensar en Nathaniel West, gerente del Sutton Hotel de Nueva York. En este caso, no obstante, se trata de un sórdido establecimiento devorado por las ratas, por cuyas habitaciones desfilan estrellas de cine, periodistas, pintores, suicidas, adúlteros, divorciados, recién casados, prostitutas... El hotel es epicentro y unidad de lugar para un auténtico mosaico narrativo.

En el cuento "La habitación diecinueve", de Doris Lessing, el hotel es como un oasis: una frustrada ama de casa necesita tomar distancia de la vida familiar y escapa repetidamente a un sombrío hotel en el suburbio de Londres, en el que acostumbra pasar un par de horas solitarias sin hacer absolutamente nada.

Algo no tan distinto a esto último solía hacer Proust toda vez que iba al Ritz de París para alejarse del bullicio, a veces para escribir pero, ante todo, porque "me dejan en paz y me siento como en casa". Lejos está su caso de ser singular: T. E. Lawrence borroneó parte de Los siete pilares de la sabiduría en el Mena House, de Guiza; Dostoievski terminó El idiota en una habitación del Hotel de Couronne, de Ginebra; James Joyce aprovechó cierta estadía en el Hotel Lutetia de París para avanzar con su Finnegans Wake; Joseph Conrad escribió parte de Tifón en el Raffles Hotel de Singapur; Thomas Wolfe escribió casi toda su obra en el Chelsea Hotel de Nueva York, y la enumeración podría extenderse por decenas de páginas.

Podría agregar mi lista, y seguro que ustedes la suya. Ahora recuerdo, por ejemplo, La hermana, de Sándor Márai, cuando en una navidad durante la última guerra mundial y en un apartado hotel en la montaña de un hostelero rumano, se encuentran varios huéspedes. Entre ellos hay un escritor, un célebre pianista, Z., una pareja distinguida y algunos cazadores. Los días son muy húmedos, hace extremo frío y no para de llover. Bajo este gris ambiente una tragedia tiene lugar, una pareja de amantes se suicida en su habitación. Otro relato que viene ahora a mi mente es “Ninfeta”, donde García Ponce coloca a sus personajes de vacaciones en una playa de Oaxaca, en un pequeño hotel casi siempre vacío y sin ningún turista extranjero “más allá de Puerto Escondido, donde la arena era más fina que en ningún lado, el mar más azul, había pescadores…”. Hay muchos más ejemplos en este artículo de Berti, es largo pero vale la pena leerlo: "Hotel dulce hotel".

Imagen: El Pera Palace, el mas legendario de los hoteles de Estambul, fue inaugurado en 1882 para alojar a los viajeros del famoso Orient Express... el Sha Riza Pehlevi, el Rey de Inglaterra Eduardo VIII, el Rey de Bulgaria Ferdinando, el presidente de Yugoslavia Tito, Jackheline Kennedy, Giscard D'Estaing, Josephine Baker...

La habitación 10 fue ocupada por Atatürk. Greta Garbo se alojó en la 103, Ernest Hemingway prefería la 218; la de Mata Hari era la 401 y la 304 estaba reservada para Sarah Bernhartdt. Agatha Christie escribió su Asesinato en el Orient Espress en la 411, y tal vez en esa habitación quiso depositar su último misterio: El 7 de marzo de 1979, la vidente estadounidense Tamara Rand conectó vía güija con el espíritu de la escritora, en una sesión con el más allá retransmitida por distintas televisiones de E.U. Agatha Christie, desde ultratumba, le desveló que la llave del baúl que contenía su diario personal estaba escondida bajo el suelo de su habitación en el lujoso hotel de Estambul.

8 de marzo de 2008

Historia de la fealdad: Umberto Eco

Umberto Eco, Historia de la fealdad (Barcelona: Lumen, 2007)

Historia de la fealdad es un libro magnífico, lleno de hermosas ilustraciones de cuadros de pintores de todo el mundo. En la portada trae un cuadro hermosísimo de Quentin Massys, Viejo enamorado (1520-1525), el que está abajo.

Me hubiera gustado que fuera un libro teórico, pero no lo es, es estético. Ello no le quita nada de su excelencia. Está dividido en quince capítulos, desde “Lo feo en el mundo clásico”, hasta “Lo feo hoy”. Se puede empezar a leer por cualquiera de sus capítulos, está perfectamente estructurado para poder hacerlo. Completa el volumen una magnífica introducción, una bibliografía básica, referencias bibliográficas de las obras citadas, índice de autores, índice de artistas y referencias de las fotografías. Particularmente, me parece notable la relación constante que hay entre literatura y pintura.

¿Qué es lo bello? ¿Qué es lo feo? Cada época y cada cultura tienen sus propias definiciones. Belleza y fealdad siempre van unidas dentro de su oposición, y siempre con esa relatividad que les da el tiempo y la geografía. Quizá se puede resumir estos conceptos en el ejemplo que leemos en el mismo libro, se trata del primer acto de Macbeth, cuando las brujas gritan: Lo bello es feo y lo feo es bello….

Como sería difícil hablar de todo el libro, casi quinientas páginas, destacaré uno de los capítulos que más me ha gustado (aunque es difícil decidirse, todos son espléndidos), el VIII, que habla sobre la brujería, el sadismo, el aquelarre, las ceremonias blasfemas, menciona la “Declaración de Étienne Corillart”, en La tragedia de Guilles de Rais (1965) de George Bataille, al Marqués de Sade, a Kafka, etc., y muestra cuadros como Sam (supuestamente el perro más feo del mundo); El Bosco, El jardín de las delicias, detalle del panel derecho, el infierno; Jacques Callot, Las miserias de la guerra; Tiziano Vecellio, Castigo de Marsias (impresionante cuadro, no hallé otra imagen mejor); y este es impactante: Giacomo Grosso, Suprema reunión: un ataúd o féretro con un hombre dentro y encima de él, y alrededor, varias mujeres desnudas en una especie de celebración. Con flores, una de ellas sonriente. Hay muchos cuadros más. Sobre todo esto, señala:

Desde la más remota antigüedad han existido seres diabólicos expertos en brujerías, filtros mágicos, y otros encantamientos. Desde los inicios, aunque se reconociera que la magia negra era practicada tanto por hombres (los brujos) como por las mujeres (las brujas), por una especie de misoginia arraigada se identificaba preferentemente al ser maléfico con una mujer. Con mayor razón en el mundo cristiano, la unión con el diablo solo podía llevarla a cabo una mujer. De hecho, en la Edad Media ya se menciona el aquelarre como una reunión diabólica en la que las brujas no solo se dedican a hacer encantamientos sino que organizan incluso auténticas orgías, manteniendo relaciones sexuales con el diablo bajo la forma de un macho cabrío, símbolo de la concupiscencia (Vean este precioso cuadro de Goya, El aquelarre).

Por último, la imagen de la bruja que cabalga a lomos de una escoba representa una clara alusión fálica. La leyenda no nacía de la nada. Las llamadas brujas eran ancianas hechiceras que afirmaban conocer hierbas medicinales y otros filtros.

Lo feo, como lo bello, lo vemos reflejado no solo en la imagen sino en el significado de la imagen y lo que este representa para determinada cultura. Por ejemplo, en el capítulo X, "La redención romántica de lo feo", encontramos un cuadro de Franz von Stuck, El pecado (1893), en donde la carga religiosa que el título guarda, lo dice todo. Recordemos que en Historia de la belleza nos señala que lo feo es necesario para la belleza, "las sombras contribuyen a que las luces resplandezcan mejor, e incluso lo que puede ser considerado feo en sí resulta bello en el cuadro". No dejen de leerlo, se los recomiendo mucho. Es un libro soberbio, es como dijo el primer editor extranjero que vio esta obra: "¡Qué hermosa es la fealdad!".

6 de marzo de 2008

Punto y coma

También me gustan las sutilezas del lenguaje y este texto de Sandro Cohen, me parece de suma utilidad. Se titula "Las peripecias del punto y coma", espero que a ustedes les sea igualmente fecundo:

"Debo confesar que me gusta estudiar idiomas y las sutilezas de lenguaje. No sólo eso: me encanta la puntuación. Sé que formo parte de una inmensa minoría pero me sentí reivindicado hace unos días al leer un artículo en el New York Times, el cual se titulaba "Celebrating the Semicolon In a Most Unlikely Location” (“Celebrando el punto y coma [;] en el lugar menos sospechado”. Se puede consultar fácilmente, haciendo clic en el título del artículo en inglés).

El texto del New York Times cuenta cómo Neil Neches —empleado en el área de Mercadotecnia y Servicios de Información dentro del equivalente de nuestro Sistema de Transporte Colectivo en Nueva York— utilizó el punto y coma en un anuncio de interés público. Invitaba a los usuarios del metro a que después de terminar de leer sus periódicos (parece que todo el mundo en el subway neoyorquino lee el periódico), los pongan en el bote de la basura y que no los dejen tirados. Deduzco que el texto original, traducido al castellano, habrá sido: “¡No deje su periódico en el tren! Deposítelo en la basura; ésa es una buena noticia para todos”.

El articulista reflexiona en que el punto y coma ha desaparecido casi totalmente, y no sólo de letreros y anuncios urbanos sino también de la literatura y el periodismo. Para muchos —escribe— este signo es una antigualla, un anacronismo, algo innecesario, pretencioso. Y es verdad que muchísimas personas, aquí y en Nueva York, no tienen la menor idea ni de cómo ni por qué emplear el punto y coma [;].

El mito que se enseña en nuestras escuelas reza: “El punto y coma es el punto medio entre el punto y la coma”. Esta sentencia suena contundente pero es absolutamente falsa, una mentira perniciosa que ha dañado a generaciones de alumnos mexicanos (y tal vez de otros países). No la cito de un libro específico sino de mis propios alumnos que, año tras año, me la dicen así textualmente cuando les pregunto para qué sirve —según ellos— el punto y coma. Este mito se encuentra en casi el mismo nivel que otro aún más nocivo, el cual tendré que desmitificar en otro momento: “La coma [,] significa una pausa”. Volvamos, por ahora, al punto y coma…

En primer lugar, si usted no desea usar el punto y coma, está en su derecho. Si emplea un simple punto [.] entre dos oraciones independientes, no fallará. Por ejemplo:

A mí me gustan los tacos. Los como desde que tengo memoria.

El punto entre las dos oraciones independientes es correcto, correctísimo. No plantea problema alguno. Pero si usted, como redactor, desea señalar a sus lectores que existe una relación ideológica más estrecha entre estas dos oraciones independientes que entre las demás que están en el párrafo que está escribiendo, puede poner entre ellas el punto y coma [;] para hacerlo patente:

A mí me gustan los tacos; los como desde que tengo memoria.

Para eso sirve el punto y coma: para señalar que, entre dos oraciones gramaticalmente independientes, existe una relación más estrecha que lo normal, pues todas las oraciones dentro de un párrafo dado se relacionan entre sí, como usted mismo puede constatar en éste o cualquier otro texto. Se usa, y se debe usar, mucho menos que el punto. Se abusáramos del punto y coma, perdería su eficacia. Cuando lo usamos, yuxtaponemos dos oraciones independientes. Otra manera de unirlas sería poner una coma [,] seguida de la letra “y” [, y]:

A mí me gustan los tacos, y los como desde que tengo memoria.

Así, vemos que hay por lo menos tres maneras de expresar el mismo pensamiento. El punto [.] ofrece la mayor separación. Usar coma seguida de “y” establece que no se trata de oraciones seriadas pero que sí se relacionan estrechamente en cuanto a su contenido ideológico. Emplear punto y coma nos da mayor separación ideológica que la secuencia “[, y]”, pero no tanta como el punto [.]. Es importante señalar, sin embargo, que en los tres casos se da la necesaria separación gramatical entre estas dos oraciones. Si sólo pusiéramos una coma entre ellas, como suele ocurrir, estaríamos cometiendo un verdadero pecado de la redacción, el encabalgamiento, el coco de los redactores inexpertos.

Defino el encabalgamiento así: “La unión, mediante una coma, de dos oraciones independientes que entre sí no poseen ninguna relación gramatical”. Esta relación gramatical podría darse mediante la coordinación o la subordinación. Pero si las oraciones son gramaticalmente independientes —como en “A mí me gustan los tacos” y “Los como desde que tengo memoria”—, no podemos usar una simple coma para separarlas. El punto y coma resolvería la situación, igual que el punto, o la coma seguida de “y”.

Como expliqué hace unos párrafos, a usted no le va a pasar nada si no usa el punto y coma en sus escritos. Pero es una herramienta valiosa cuando deseamos matizar lo que escribimos. No es ni anacronismo ni antigualla ni pretencioso. Celebro el que el New York Times haya dedicado dos columnas de su periódico del 18 de febrero de 2008 a este asunto más que humilde pero, para mí, tan importante".

Más sobre el tema en Escolar.net.

4 de marzo de 2008

Marga Gil Roësset

Seguramente me falta sensibilidad para comprender por qué una persona en plena juventud y belleza, y con todo por hacer delante, es capaz de suicidarse por amar y no ser correspondida. Pero ¿quién pretende comprender las pasiones y los sentimientos humanos? Querer entender al amor, es algo imposible; además, ¿tendría caso? El sentir es inapresable.

La escultora Marga Gil Roësset (1908-1932), se enamoró de Juan Ramón Jiménez, y este sentimiento la llevó a no querer vivir más. Hoy en la mañana leía sobre ella, desconocía esta historia que me ha impresionado, como la de Camille Claudel.

Poco se sabe de Marga Gil Roësset, artista precoz, quien "nació muy enferma, hasta el extremo de que los médicos la desahuciaron; pero el tesón de su madre y el convencimiento de que por medio del amor podía sacarla adelante la salvaron. Parece ser que durante meses tuvo a la niña en brazos sin dejarla nunca, hasta que estuvo completamente curada. Su familia cuenta que Marga apoyaba la manita en la barbilla de su madre, y que cuando al fin la dejó por primera vez en la cuna le quedó una señal que tardó semanas en desaparecer". De su obra artística se conoce poco, en buena medida porque la escultora decidió destrozar la mayor parte de sus creaciones antes del suicidio. Entre las pocas cosas que salvó de la quema estaba el busto de Zenobia y su diario, que entregó al poeta. Del primer encuentro entre Juan Ramón Jiménez y ella, el poeta dice:

Yo me había imaginado que Marga era rubia, como Consuelo su hermana mayor; y creí entreverla así en la penumbra carminienta de un palco, una mañana de concierto. Aquella tarde Marga era, y era morena pálida, de verdoso alabastro, con ojos hermosos grises, y pelo liso castaño. Sentada tenía una actitud de energía, brazos musculosos, morenos, heridos siempre de su oficio duro. Y al mismo tiempo ¡tan frágil! Llevaba el alma fuera, el cuerpo dentro. Le dije al momento: Amarga. Persa. Fuerte, viril.

"Marga Gil no describió este primer encuentro. De hecho, estaba más atenta a Zenobia Camprubí, la mujer del Nobel, a la que admiraba por sus traducciones del poeta bengalí Rabindranath Tagore. Fue poco a poco, al embarcarse en la tarea de hacer un busto de Zenobia, cuando el autor de Platero y yo le causó una huella tan honda que, pocos meses después, decidió pegarse un tiro en la cabeza por no ser correspondida".

El lunes pasado se cumplieron cien años de su nacimiento. Dos herederas han querido rescatar su figura, Ana Serrano ha puesto en marcha una página con amplia información sobre esta artista y la fotógrafa y novelista Marga Clark, publicó hace un par de años Amarga luz, una historia en la que su vida y la de su tía lejana Marga Gil, se entrecruzan. También prepara una película. Nos cuenta Ana Serrano:

Tendría yo unos diez años cuando alguien me habló de Platero yo. Consulté a mis padres sobre si debía leerlo o no, y aquella inocente pregunta desencadenó una escena tan desproporcionada entre ellos que me resultó interesantísima y me mantuvo en silencio, por una vez en mi vida, y expectante. Mi padre levantó la vista del libro que siempre tenía entre sus manos y miró a mi madre, que estaba en su posición y actitud habituales (casi sólo puedo recordar a mi madre de ese modo): sentada en una butaquita mínima, con un artilugio sobre las rodillas consistente en una tabla pequeña con dos pinzas que sujetaban el libro que leía constantemente, mientras, a la vez, hacía punto frenéticamente. No se movió, no levantó la vista, sólo dijo:

- ¡Esa porquería!

- Ya estás exagerando.

Ella, a su pesar, y en un tono que demostraba que no estaba dispuesta a hacer ninguna concesión más a la que, magnánima, iba a hacer, matizó:

- Es una cursilería.

De pronto, los dos se habían olvidado de mí, y estaban encantados porque les había surgido un magnífico motivo para enfrascarse en una interminable conversación de las que practicaban asiduamente con verdadero placer. Así me enteré de que el autor de "Platero" era un gran poeta (y un cursi), Premio Nobel (también Echegaray, y ya ves...) y de algunas pocas cosas más, porque mi madre pronto le vio más posibilidades a aquel asunto y cortó para desarrollarlas conmigo con algo tan ecuánime como:

- Si a ti no te importa lo que hizo la pobre Marguita -a Marga, en casa, la llamaban Marguita- por culpa de él, a mí si, y la niña no va a leer Platero y yo.

Mientras mi padre se iba por el pasillo hablando del culo y de las témporas, y mi madre clavaba las agujas en la madeja de lana y ponía a un lado su artilugio de lectura, yo me dispuse a oír una de las maravillosas historias que ella sabía contar. Mirándome fijamente (narraba muy bien, y le gustaba ver la reacción de su público; por eso había zanjado la conversación con mi padre: porque había recordado que yo no conocía la escalofriante historia de Marga y Juan Ramón, y estaba deseando noquearme con ella) me dijo bajando la voz:

- Tu tía Marisa tenía otra prima como yo, pero por parte de padre, que se llamaba Marga. Siendo tan pequeñita como tú fue una escultora y una dibujante excepcional, y de mayor lo fue aún más, mucho más; era un genio. Pero fue poco mayor, porque ¿sabes? se enamoró de Juan Ramón Jiménez, que era un escritor cursi, pero muy bueno, según tu padre, mucho mayor que ella y casado, y, como eso era pecado -pregunté por qué, y me lo explicó, fastidiada por la interrupción- fue a confesarse, rompió todas las esculturas que no le gustaban y se pegó un tiro.

En ese momento mi madre había dejado de contar una historia; tenía los ojos llenos de lágrimas y le temblaba la voz. A mí, sin saber muy bien qué hacer, se me ocurrió preguntar:

- ¿Y qué le pasó?

La estupidez humana es irritante, así es que a mi madre se le secaron los ojos, como por arte de magia, y mientras recogía para continuar punto, libro, tabla y pinzas, me contestó:

- Se murió, claro.

Fotografías y más información sobre la artista, en su página.

3 de marzo de 2008

Sólo para literatos

No estoy muy convencida de que lo que dice esta nota sea totalmente cierto, aunque desafortunadamente conlleva buena cantidad de verdad. Si bien es realidad que se venden mucho las biografías que "muestran sin tapujos o escudriñan en paños menores, con maliciosa delectación, la identidad de señoras y señores que lucen pátina de respetables o que habitualmente aparecen remojados en prestigioso almidón".

¿Será que esto le gana la partida a la narrativa de ficción? ¿a la literatura? Ante ello, dice la nota "Solo para literatos" de Norberto Firpo (La nación, 1.03.08): "la recomendación que formuló el licenciado Macondo Peribáñez en el transcurso de su disertación en la peña literaria El epitalamio no pudo ser más atinada: “No sean chitrulos –generalizó–: dedíquense a escribir biografías no autorizadas y sepan que cuanto más escandalosas resulten, más beneficios económicos habrán de cosechar. Y, además, tengan esto en cuenta: para nada importará si están bien o mal redactadas, si es cierto o falso lo que cuentan”. Los libreros opinan que la situación es preocupante, miren:

El consejo de Peribáñez hace buenas migas con datos recientes, provistos por importantes libreros: la chismografía frívola y la intimidad de gente notoria y más o menos farandulera le gana la partida a la narrativa de ficción e incluso a los manuales de autoayuda, otrora imbatibles. “¿Quién hubiera dicho que Claves secretas para soportar a un marido gaznápiro ya no figure primero en la lista de best-sellers y haya debido resignar ese privilegio a manos de Jadeos de necesidad y urgencia?”, se preguntó Peribáñez, todavía un poco perplejo.

El fenómeno no es nuevo y sus efectos se perciben en casi todo el mundo: cada vez más público lector encuentra regocijo en las biografías pimentosas y mistongas, esas que muestran sin tapujos o escudriñan en paños menores, con maliciosa delectación, la identidad de señoras y señores que lucen pátina de respetables o que habitualmente aparecen remojados en prestigioso almidón. Sobre Lady Di, princesa de Gales, muerta en París en un accidente de auto, en 1997, se escribieron no menos de quince libros, dos de los cuales hicieron que Paul Burrell, hasta entonces su mayordomo, se convirtiese en multimillonario. Hay por lo menos cuatro libros que retratan a Hillary Clinton y que prestan diferente interpretación a su frase “Hay cosas mucho peores que la infidelidad de un marido”. El libro actualmente más vendido en España es Juan Carlos y Sofía, retrato de un matrimonio, de Jaime Peñafiel, en el que la reina aparece diciéndole esto al rey: “Odiame, pero jódete, porque no te puedes divorciar”.

“En fin, la lista es larga y acabaría demostrando lo que ya es evidente: que la literatura dio vertiginoso vuelco. Háganme caso –insistió Peribáñez–. Escriban biografías apócrifas, ofrezcan indiscreto deleite a lectores que ya no son de Corín Tellado ni de Emilio Salgari, y sigan el ejemplo de Shakespeare: ganen fortunas adulterando verdades e historias, sirviéndose de ellas sólo a medias”.

¿A qué se deberá? ¿A malos educadores? ¿a falta de educación lectora en las familias? ¿a que vivimos en una época donde la tecnología se impone por sobre todo? ¿a que sólo existe el interés por tener dinero y lo demás no es importante? ¿la literatura realmente ha dado vertiginoso vuelco?

El temor es, entre otros, que si cada día se lee menos literatura y más chismografía o, al menos, gusta más la segunda y se vende más ¿cuáles serán las consecuencias que esto traerá para nuestras futuras generaciones?

1 de marzo de 2008

Recordando a Balthus

Ayer, 29 de febrero, hubiera cumplido cien años uno de mis pintores más admirados: Baltasar Klossowski de Rola (1908-2001), mejor conocido como Balthus, nombre que le fue elegido por Rainer Maria Rilke. Pensaba, para recordarlo, poner uno de sus magníficos cuadros, pero en el video que pongo abajo podemos deleitarnos con algunos de ellos. No es un gran video, pero se aprecia bellamente el esplendor de Balthus. Y fue autodidacta, increible.

Rainer Maria Rilke, Balthus, y su madre, Baladine Klossowska, en 1922.

Balthus (Video)