12 de marzo de 2011

Turgencias de hule: Enrique Serna

"Nunca he visto una vulva mutilada, ni Dios lo quiera, pero me temo que debe ser tan decepcionante como los senos henchidos contra natura. Un seno de mujer, sea grande o pequeño, tiene una textura y una suavidad que ninguna sustancia química puede igualar. De hecho, gran parte del placer al acariciarlo consiste en sentir cómo se pone enhiesto y beligerante. Los senos postizos, en cambio, tienen la textura de una pelota de squash y ya están duros antes de que el hombre ponga en ellos su mano o sus labios. El reemplazo de la carne por el hidrogel o el poliuretano representa, pues, un fiasco erótico, pero las ingenuas víctimas de esta moda lo sacrifican todo, hasta su propio placer, con tal de lucir un escote provocador. Perder la sensibilidad de la vagina o de los senos en aras del éxito frívolo equivale a cambiar las satisfacciones profundas del ser humano por las glorias del maniquí. Los principales damnificados por esta involución grotesca son los sufridos amantes que ahora palpan turgencias de hule, y sin embargo no parecen lamentarlo, pues también ellos anhelan pavonearse en las fiestas con una modelo de calendario. Nunca antes el público se había entrometido tanto en la intimidad de las parejas, ni tantos imbéciles lo habían supeditado todo a su aprobación.

A principios de año, en la antesala de la peluquería, me entretuve hojeando una pila de ejemplares de la revista TV Notas. En todas las portadas había guapas estrellitas en bikini, retratadas de espaldas, con el torso vuelto hacia la cámara. Mirándolas con atención descubrí que solo variaban las caras de las modelos, pues todas tenían el mismo cuerpazo retocado con Photoshop. Como en las ferias donde los niños meten la cabeza en el óvalo de un bastidor para fotografiarse con el cuerpo de Buzz Lightyear, los editores de TV Notas se limitan a sustituir cada semana la cara de la sempiterna culona que adorna sus portadas. Pero tampoco las caras son muy diferentes: el taller de hojalatería que todas frecuentan ofrece un repertorio muy limitado de narices respingadas, bembas negroides y pómulos angulosos de vampiresa naíf. Nada molesta más a una mujer coqueta que llegar a una fiesta donde otra invitada lleva el mismo vestido. ¿Por qué no les importa, entonces, llevar a perpetuidad una barbilla o un tabique nasal de catálogo?

La belleza uniforme degrada el gusto, anestesia la sensibilidad y tiende a robotizar el impulso erótico. El garbo no se puede copiar, es un don natural nacido de la autoestima que las Barbies clonadas abandonan en el quirófano por no atreverse a decir, como el Quijote, soy la que soy".

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