8 de mayo de 2006

El placer del texto

¿El lenguaje más erótico de un cuerpo no está acaso allí donde la vestimenta se abre? En la perversión (que es el régimen del placer textual) no hay "zonas erógenas"; es la intermitencia, como bien lo ha dicho el psicoanlálisis, la que es erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas (el pantalón y el pulóver), entre dos bordes (la camisa entreabierta, el guante y la manga); es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición-desaparición.

No se trata aquí del placer del strip-tease corporal o del supremo narrativo. En uno y otro caso no hay desgarradura, no hay bordes sino un desvelamiento progresivo: toda la exitación se refugia en la esperanza de ver el sexo (sueño del colegial) o de conocer el fin de la historia (satisfacción novelesca). Paradójicamente (en tanto que es de consumo masivo), es un placer mucho más intelectual que el otro: placer edípico (desnudar, saber, conocer el origen y el fin) si es verdad que todo relato (todo develamiento de la verdad) es una puesta en escena del Padre (ausente, oculto o hipostasiado), lo que explicaría la solidaridad de las formas narrativas, de las estructuras familiares y de las interdicciones de desnudez -reunidas todas entre nosotros- en el mito de Noé cubierto por sus hijos.

El placer del texto es ese momento en que mi cuerpo comienza a seguir sus propias ideas...

Roland Barthes.