31 de julio de 2008

Breve tratado de la pasión: Alberto Manguel

T

erminé de leer Breve tratado de la pasión, Selección de textos y prólogo de Alberto Manguel. El libro es una serie de cartas, citas, fragmentos, textos de amantes y amadas que expresaron su pasión amorosa en determinado tiempo y espacio, son 97 en total. Seguro que nunca imaginaron que sus sentimientos quedaran tan al descubierto y que nosotros nos enteráramos de su vida personal. Pero como dice el editor: "significa contar la historia íntima de una civilización", este parece ser el motivo de su publicación.

Por ejemplo, la siguiente me parece muy simpática:

Es del príncipe de Joinville a la actriz Rachel Félix: ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cuánto?

Y Rachel Félix le responde al príncipe de Joinville: Tu casa. Esta noche. Gratis

Vean la de Nadejda von Meck a Chaikovski:

Cuanto lamento, mi querido, que te sientas mal en Petersburgo, pero -y perdóname- estoy contenta de que extrañes a Brailov. Dudo que nunca llegues a entender lo celosa que estoy de ti, a pesar de que entre nosotros nunca haya habido contacto físico. ¿Sabes? Estoy celosa del modo más imperdonable, como lo está una mujer del hombre que ama. ¿Sabes que tu casamiento fue terriblemente duro para mi, como si algo se rompiera en mi corazón? Pensar que estabas cerca de aquella mujer me resultaba amargo e intolerable.
¿Y sabes la horrible persona que soy? ¡Me regocijaba cuando no eras feliz con ella! (...) Odio a esa mujer porque no te hacía feliz, pero la habría odiado cien veces más si hubieras sido feliz con ella.

Sarah Bernhardt a Victorien Sardou:

Maravilloso muchacho,
¿Dónde estás esta noche? Tu carta ha llegado hace solo una hora -una hora cruel-. Quisiera que la hubieras pasado aquí conmigo.

Sólo un fragmento de esta carta escrita por Miguel Hernández a Josefina Manresa, fechada "Amor, 31 de mayo de 1936":

Mi queridísima y nunca olvidada Josefina mía: Ayer he recibido tu carta llena de querer que se me derramaba por todo el corazón y me lo hacía latir con más fuerza. Cómo no quieres que me alegre saber a cada momento que estás loca por mí, si cuando lo leo en tus cartas me siento tan feliz y tan contento en la vida. (...) ¿Cuantos besos quieres? ¿Mil? Eso es muy poco: toma toda mi boca y toda mi alma y sírvete tú los que quieras.

Adiós, come mucho y gasta poco

Miguel

(En los márgenes) Diviértete mucho y no gastes nada. Que nos tenemos que casar.
Adiós, Josefina: distráete con tu hermana de la soledad.

La siguiente carta se titula "Un breve billete":

Hacia 1722 un hombre de negocios bilbaíno, Juan Patricio Grant, mantenía relaciones con María Josefa de Mapiain, vecina de San Sebastián, a la que había dado palabra de matrimonio y con la que intercambió una abundante correspondencia, a través de breves y significativas notas:

Dime querida Pepa, chulita mía, hechizo de mi alma:
Ya hay dos años que no te veo, y estás olvidada de mi constante amor. Mira, esta mañana, a las doce, hice el paquetillo que lleva la portadora para ti y lo envié a casa de tu madre, pero no la hallaron, ni aun siquiera la perritra Nobleza. Ahora son las doce de la noche, así que no tengo lugar de escribirte más largo. Sólo te ruego que seas constante y que no digan con rasón (sic) que eres variable. Avísame de cuanto se ofreciere y en cuanto pudieres ocuparme no me escuces (sic), pues no anhelo por otra cosa que por servirte. Adiós querida mía, hasta la vista,
Tuyo, tuyo, tuyo

(Al dorso) Esta cartica es para Pepita, Leonor, "la esquiva".

Por último, un fragmento de la carta de W. A. Mozart a Constanza Weber. Ellos han tenido un disgusto porque ella se dejó medir las pantorrillas por "cierto chapeau" y, además, no le comentó:

Viena, 29 de abril de 1782

Queridísima, amadísima amiga:

(...) todo este disgusto, que fue el que me molestara que fuera usted tan desvergonzadamente irreflexiva como para decirles a sus hermanas y, advertidamente, en mi presencia, que se había dejado medir las pantorrillas por cierto chapeau. Eso no lo hace ninguna mujer a la que le importe su honor. La máxima "Dondequiera que fueres haz lo quevieres" está muy bien. Pero hay que considerar también muchas otras cosas. (...) si realmente la propia baronesa se lo dejó hacer, es muy distinto, porque ella es ya una mujer mayor que no puede excitar ya. Y, además, la amante de et caetera.

(...) Sin embargo, ya ha pasado. Sienta usted, tenga usted sentimientos, y así sabré que Constanze es la amada, pundonorosa, sensata y fiel de su leal y hacia ella devoto

Mozart.

Y bueno, la carta de Lewis Carroll a la niña Gertrude, es genial. El poema de Adonis, el de Salvador Novo, el de Auden, el soneto de Lope de Vega, el apunte de Enrique VIII a Ana Bolena, las notas de Bonaparte a Josefina, y muchas más.

Prólogo del libro.

Y no hay que descartar lo que dice este artículo sobre el tema, Por sus cartas los conocerás:
Tal vez en unos años se publiquen volúmenes de correos electrónicos o mensajes de móvil. Quién sabe. Si hasta se subastan escritorios de literatos. Por el momento seguimos entregados a las cartas que nos han descubierto al Lord Byron más seductor, al Flaubert más melancólico y al Groucho Marx con menos pelos en la lengua. También al Machado enamorado de una mujer casada o al Yukio Mishima más respetuoso al escribir al Nobel japonés Kawabata. Seguimos espiando.

30 de julio de 2008

Alejandro Aura

H

e empezado esta breve entrada muchas veces, no se ni que decir, solo que me siento triste. El poeta mexicano Alejandro Aura, ha fallecido hoy en la mañana.

Fue un señor tan bello, que nos va a hacer mucha falta. Imposible olvidar su constante ternura, su generosidad, su gran sentido del humor, su valentía y sensibilidad...

Desde 2006 abrió su blog, en donde escribió hasta ayer y nos dejó su poema:

Despedida

Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,
pedir los abrigos y marcharnos,
aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo
y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;
se quedarán los demás, que cada vez son otros
y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,
también el hueco de nuestra imaginación se queda
para que entre todos se encarguen de llenarlo,
y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,
como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo
y luego, sin rencor, deja de estarlo.

¿Se imaginan el esplendor del cielo de los tigres,
allí donde gacelas saltan con las grupas carnosas
esperando la zarpa que cae una vez y otra y otra,
eternamente? Así es el cielo al que aspiro. Un cielo
con mis fauces y mis garras. O el cielo de las garzas
en el que el tiempo se mueve tan despacio
que el agua tiene tiempo de bañarse y retozar en el agua.
O el cielo carnal de las begonias en el que nunca se apagan
las luces iridiscentes por secretear con sus mejillas
de arrebolados maquillajes. El cielo cruel de los pastos,
esperanzador y eterno como la existencia de los dioses.
O el cielo multifacético del vino que está siempre soñando
que gargantas de núbiles doncellas se atragantan y se ríen.

Lo que queda no hubo manera de enmendarlo
por más matemáticas que le fuimos echando sin reposo,
ya estaba medio mal desde el principio de las eras
y nadie ha tenido la holgura necesaria para sentarse
a deshacer el apasionante intríngulis de la creación,
de modo que se queda como estaba, con sus millones,
billones, trillones de galaxias incomprensibles a la mano,
esperando a que alguien tenga tiempo para ver los planos
y completo el panorama lo descifre y se pueda resolver.
Nos vamos. Hago una caravana a las personas
que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós.

28 de julio de 2008

Breve tratado de la pasión: Manguel

A

lberto Manguel, Breve tratado de la pasión (México: R. H. Mondadori, 2008)

"En cuyo caso, la literatura no sería más que una larga carta de amor dirigida a un vasto público de Dulcineas y Romeos" (Manguel)

Estoy iniciando la lectura de este libro. He querido transcribir el Prólogo para compartirlo con ustedes:

"A finales del año 2005, en la ciudad de Metze tuvo lugar un juicio extraño. Ante el tribunal, una abogada cuyo nombre no conocemos presentó una demanda contra uno de sus colegas quien, entre mayo de 2002 y diciembre de 2003, le había escrito más de ochocientas cartas de amor. Como prueba del acoso depositó ante el azorado juez un gran bolso de plástico repleto de encendidas misivas, cada una de las cuales empezaba con las mismas dos palabras: “Amor mío”. “Me sorprende –comentó el procurador- que con tanto ardor, el bolso no se haya consumido solo”.

No sabemos qué precipitó la pasión del hombre de ley; no sabemos tampoco qué ocasionó el rechazo por su igualmente legal colega. Lo cierto es que, en estos casos, todo es misterioso. Algo en la visión (material, intuida o imaginada) del otro provoca inesperadamente ese golpe, esa epifanía, ese abandono a la agudeza de los sentidos que llamamos, con seis torpes sílabas que mal reflejan lo instantáneo del asunto, enamoramiento.

Quien se enamora procede de una de dos maneras: calla y sufre o, por el contrario, busca proclamar su amor, hacer que aquel o aquella que lo ha trastornado sepa que es la causa, la fons et origo de su arrebato. En este último caso, es frecuente que el enamorado escriba. Cartas o poemas, da igual. El enamorado busca en las palabras decir lo indecible.

Los científicos han tratado de reducir a fórmulas químicas la atracción erótica. Parece ser que ciertas moléculas llaman a otras: un olor, una forma, un gesto forman lazos invisibles con otros gestos, formas, olores. No es Dante quien se enamora de Beatriz: es un aminoácido de Beatriz, una enzima, un conjunto de proteínas segregado por una de sus sin duda hermosas glándulas, que causa el relámpago apasionado. Desde la Antigüedad, hemos intuido esta razón prosaica y hemos elaborado afrodisíacos rarísimos con la esperanza de provocar artificialmente el arrebato erótico. A Ovidio, las fórmulas y los sortilegios le parecen inútiles; en su Arte de amar aconseja en cambio las cocciones de ortiga y polvo de cerusa, la espuma de nitrato rojo y el lirio de Iliria, como también una sopa de algas con las que el alción hace su nido.

En la Edad Media, las recetas para amar y ser amado eran innumerables: en Navarra, se aconsejaba esconder durante nueve días un anillo en un nido de golondrinas; en Provenza, se molían hojas de esparceta con las que se aderezaba la lengua de un búho; en las montañas de Alsacia, se prefería usar la pata izquierda de un lobo cocida con ámbar gris y polvo de Chipre; en el norte de Francia, el enamorado debía colocar en una vasija dos o tres gotas de su propia sangre, extraída el viernes, y agregarle los testículos de una liebre y el hígado de una paloma. No conocemos la fórmula de la poción mágica que bebieron Tristán e Isolda, o aquella otra que hizo que Titania se enamorase de un hombre con cabeza de asno cierta noche de verano, pero sin duda se asemejaban a esas combinaciones extrañas y poco apetitosas.

Más sencillas, más prácticas, menos espectaculares, las cartas y poesías amorosas buscan en la combinación mágica de letras el mismo resultado: hacer que la persona a quienes van dirigidas se enamore del autor del texto. (Quizá sea éste el secreto propósito de todo escritor, el de convertir al lector en enamorado, en cuyo caso la literatura no sería más que una larga carta de amor dirigida a un vasto público de Dulcineas y Romeos…). Lo cierto es que, en verso o en prosa, estas declaraciones de amor son antiquísimas, ya que el deseo de ser amado es tan viejo como el de poseer oro y enormes rebaños. Eso explica que los primeros ejemplos de escritura cuneiforme sean informes contables y poemas amorosos.

Una carta de amor, un poema erótico, no es nunca inocente. Para el enamorado, la letra escrita es de doble filo ya que, si escribir sobre el amor alivia las penas que el dios Eros inflige con sus flechas en nuestro pobre corazón, leer textos amorosos agudiza su poder. Ovidio (otra vez) aconseja al enamorado no leer poesía amorosa. “Lo digo a mi pesar –escribe-. No toques a los poetas que escriben sobre el amor. Yo mismo, contrario a mi naturaleza, proscribo aquí mi propio talento”. Y pregunta: “¿Quién quede permanecer insensible después de haber leído a Galo?”. Escribir cartas y poemas, sí, nos dice; eso ayuda: “Que la cera esparcida sobre tablillas bien lustradas busquen el buen camino; que la cera sea la primera confidente de tus intenciones, que lleve tus alabanzas, palabras que respiren el amor”.

¿Qué revela un texto amoroso? ¿La identidad del amante o la del amado? ¿La voz de la que lee o de la que escribe? Quizá ni uno ni otro: es una tercera persona la que aparece, esa “amada en el amado transformada” que buscaba san Juan de la Cruz. Chateaubriand, en su Vida de Rancé, sugiere que en “la correspondencia particular de dos personas que se han amado, no aparecen ya dos seres humanos, sino es el ser humano el que se ve”. Es posible que en un texto amoroso perdamos algo de nuestra singularidad, de nuestro egoísmo, para acceder a un estado plural, a una existencia compartida, generosa. Somos quienes somos, pero sólo porque el otro existe, ese otro que a su vez cobra realidad como fantasma de nuestro deseo. Como entre un autor y su personaje, entre quien ama y quien es amado se crea una red de correspondencias, de aliento mutuo, de espejos halagadores, que se impone a la mera realidad del mundo que llamamos real. Todo texto amoroso es una declaración de fe y propone a su autor y a su lector el pacto que el Unicornio propone a Alicia al otro lado del espejo: “Bueno, ahora que nos hemos visto, si crees en mi, yo creeré en ti. ¿Trato hecho?”.

Lo cierto es que las cartas y los poemas de amor revelan nuestras identidades al mundo de la manera más íntima posible: no sólo como individuos con nuestras propias locuras, tristezas y pasiones sino, sobre todo, como miembros de la misma esforzada estirpe, seamos víctimas de un primer encuentro como Dante o expertos amadores como Casanova. Paradójicamente, cada vez que nos enamoramos, ese acto único, singular, inimitable, es el que nos otorga una suerte de denominador común repetido desde aquel primer encuentro en algún remoto jardín. Una lectura detenida de la literatura amorosa sugiere que, más que homo sapiens (epíteto que necesita aún ser comprobado) y homo ludens, somos homo amans, una especie definida por nuestra capacidad de enamorarnos.

“Más que los besos, son las cartas las que unen las almas”, escribió John Donne en el siglo XVI. Pero la unión de las almas no es la única misión de la correspondencia amorosa. Ser sus lectores alienta también nuestra vocación de voyeur. Ya que sabemos que esa poesía, esa carta no nos estaba destinada, nos convierte al leerla en tácitos chismosos, en invisibles partícipes espiando por el ojo de la cerradura el intercambio amoroso de una pareja de la cual no formamos parte. Nosotros, que juzgaríamos con horror la indiscreción de escuchar detrás de una puerta los juegos eróticos de nuestros vecinos, aceptamos tranquilamente abrir (por así decirlo) la correspondencia privada de un Joyce o de un Miguel Hernández para enterarnos de aquello que, en su rol de amantes, susurraban al oído de sus amadas.

Nuestro gusto algo perverso por conocer lo que Corín Tellado llamaba “secretos de alcoba” ha transformado estos escritos en un género literario específico. Como todo poema, toda carta de amor propone un resumen personal del mundo; como toda carta todo poema de amor tiene un destinatario, sea éste una persona de carne y hueso o la sublimada ilusión del poeta. Para satisfacer a su implícito público, cartas y poesías de amor tienen sus misteriosas reglas que algunos aprenden pero que nadie puede enseñar: las hay buenas y malas, las hay encantadoras y las hay viles, poderosas y débiles, cómicas y dramáticas. Sus virtudes no dependen ni de su época, nide las circunstancias de su composición, ni siquiera del genio literario de su autor. Es por eso quizá que los griegos representaban al dios Eros con los ojos vendados.

Es por eso, pienso, que una selección de cartas y poesías de amor no debe responder a un orden demasiado visible. Por el contrario, debe permitir una lectura casual, azarosa, que confunda épocas y nacionalidades, edades y sexos, y en la que poco importe quién pronuncia la declaración de amor y quién la acepta o la rechaza. Tal selección pudiera poder leerse como el largo correo amoroso entre dos personajes que no requieren otros nombres que Amado y Amante, y cuya historia, compartida con el lector de carta en carta y de poema en poema, acabaría dando una idea aproximada de la sorprendente variedad de nuestros encendidos corazones".

Alberto Manguel
Mondion, 2007

En cuanto termine de leerlo, lo comentaré con ustedes. Por el momento, el Prólogo me parece muy bello.

Vila-Matas, en México

Vila-Matas, está en México. El día de hoy está en la ciudad de Monterrey, el miércoles 30 presenta Dietario voluble en el Centro Cultural Universitario (Juárez, entre Washington y 5 de mayo), a las 20:00 hrs., presenta el libro Christopher Dominguez Michael.

Y el viernes 1 de agosto presenta su libro en la ciudad de México, a las 19 horas, en la librería Rosario Castellanos: Calle Tamaulipas 202, Col. Condesa, Tels. 52767110 y 52767139. Vila-Matas estará acompañado de Guadalupe Nettel y Sergio González Rodríguez.

25 de julio de 2008

Mademoiselle Shakespeare

Aquel día, un parisino que paseaba cerca de los Jardines de Luxemburgo se paró frente al número 12 de la Rue de'l Odéon. Vio colgado el retrato del bardo y un letrero en el que se podía leer: "Shakespeare and Company. Librería y biblioteca de préstamo". Cuando entró en la tienda de Sylvia Beach encontró a un joven con perilla, aunque sin gola al cuello, sentado detrás del mostrador. -"¿Es usted monsieur Shakespeare?"-"No. No soy monsieur Shakespeare. Sólo soy uno de la compañía" -Pero el retrato que está fuera, entonces... ¿Es del señor Company, no del señor Shakespeare? Incapaz de deshacer el entuerto, el hombre señaló a la mujer de ondulada melena castaña, chaqueta de terciopelo y ojos pardos y alegres, y se la presentó. -Ella es mademoiselle Shakespeare.

En aquellos días no había dinero para comprar libros. Hemingway, que era pobre y feliz en París, aunque no tanto como decía de ninguna de las dos cosas, los tomaba prestados de Shakespeare & Company, la librería y biblioteca circulante que una jovencita de Baltimore llamada Sylvia Beach abrió, en 1919, en el número 12 de la Rue de'l O'déon. "En una calle que el viento frío barría", escribió el joven Hem en París era una fiesta, la librería "era un lugar caldeado y alegre, con una gran estufa en invierno, mesas y estantes de libros, libros nuevos en los escaparates, y en las paredes fotos de escritores tanto muertos como vivos. Las fotos parecían todas instantáneas e incluso los escritores muertos parecían estar realmente en vida".

La primera vez que entró en la librería, Hemingway estaba muy intimidado, como es lógico si es cierto el realismo con que le miraban desde las paredes los retratos de tanto escritor finado. Y no llevaba encima suficiente dinero para suscribirse a la biblioteca. La amable librera de piernas bonitas le dijo que ya le daría el depósito cuando le fuera bien, y que se llevara los libros que quisiera. Según recuerda en su libro de juventud parisina, se llevó los dos tomos de Apuntes de un cazador, de Turgeniev; Hijos y amantes de D.H. Lawrence, Guerra y paz y El jugador.

-Tardará usted en volver si tiene que leerse todo eso; dijo Sylvia.

Pero Hemingway volvió. Y Paul Válery, André Gide, Larbaud y León Paul Fargue, curiosos por saber quien era la decidida chica norteamericana que se obsesionó con abrir una librería anglófona cuyo nombre se volvería mítico, aunque se le ocurrió en la cama. El "socio Bill", pensó, "se sentirá siempre predispuesto a entender mis ansias emprendedoras y, además, es un superventas". Así que encontró un local enfrente de la librería de su amiga Adrienne Monier, empapeló las paredes con tela de saco, hizo que un carpintero pusiera las estanterías y un amigo pintó un retrato del socio Bill que colgó sobre la puerta y le robaban cada vez que, por la noche, olvidaba descolgarlo. (...)

Salvar a Ulises

Y entonces llegó Joyce como solía hacerlo, dando vueltas a su bastón de fresno y con el sombrero echado hacia atrás. Cruzó la puerta, saludó a Sylvia, se sentó y suspiró: "Mi libro ya no saldrá jamás". Sylvia pensó que habría que hacer algo y así, de la noche a la mañana, se convirtió en la editora del escritor que más admiraba. Cuando en Estados Unidos un tribunal consideró Ulises "ininteligible" y "obsceno", ella utilizó hasta su último franco y lo editó. Su primer envío a Estados Unidos fue confiscado. Desde ese momento, para sus clientes extranjeros, disfrazó al señor Bloom bajó sobrecubiertas falsas de las obras completas de Shakespeare.

Hasta que un oficial alemán, en 1941, se encaprichó del ejemplar de Finnegan's Wake que estaba en el escaparate. Sylvia se negó a vendérselo, porque era el suyo, firmado por Joyce. El nazi la amenazó y dijo que volvería por él al día siguiente. Beach llamó a la compañía y entre todos tardaron menos de dos horas en desmontar las estanterías, esconder más de 5.000 volúmenes, tapar el letrero y descolgar al bardo de la gola al cuello. Al día siguiente, cuando el militar llegó, no quedaba rastro de la Shakespeare.

Sylvia Beach cerró su librería en 1941. Diez años después, un norteamericano llamado George Whitman (su padre se llamaba Walt, pero no era el poeta) abrió una librería en París. La llamó Shakespeare and Company porque quería, como hizo la dueña de la primera tienda, apoyar a losjóvenes que llegaban a París con ganas de escribir. Cuando tuvo una hija, la llamó Sylvia Beach.

Video de la librería.
Otro video de la librería.
Y otro video de la librería.
Y otro video de la librería. Cantado en francés, este tiene como fondo el bolero peruano "Que nadie sepa mi sufrir", que, como atinadamente nos comenta el escritor Ferrer Lerín, esta versión en francés de la canción peruana es La foule, cantada por Edith Piaf.
Y por último, en este video de la película "Antes del atardecer", nos comentan Viridis y Raúl, se ve varias veces la libreria de París.

Nota completa, con fotos, de esta bella historia contada por Josefa paredes.

Dietario voluble: Vila-Matas

E

n breve, empezará a circular Dietario voluble, el nuevo libro de Enrique Vila-Matas, publicado por Anagrama. El volumen fue definido por su autor como un diario literario que va de diciembre de 2005 a abril de 2008. Aquí un adelanto de esta obra:


2005
Diciembre

Aquí estoy en mi cuarto habitual, donde me parece haber estado siempre. Como en tantas mañanas de mi vida, me encuentro en casa escribiendo. Suena, contundente, la música de Be My Baby, cantada por The Ronettes. Cuando tenía diecisiete años era mi canción favorita. De pronto, oigo perfectamente que alguien acaba de llegar en ascensor al rellano. Pero es extraño. Quien ha llegado no llama a ninguna de las cuatro puertas, ni se dispone a abrir ninguna de ellas. Es como si se hubiese quedado indeciso, aturdido o simplemente inmóvil ahí. Llevo tantos años en esta casa que controlo muy bien los sonidos que se producen cerca de mi puerta. Pasan casi dos minutos hasta que, exactamente cuando termina la canción, llaman a mi timbre. Abro. Veo a un hombre de parecida edad a la mía. Es el mensajero de una editorial y ha venido para entregarme un libro. Me lo da y le firmo en un papel. “Las Ronettes...”, susurra melancólico el hombre. “Me ponen de buen humor”, le comento sin mostrarme sorprendido –aunque lo estoy– de que conozca a The Ronettes. Sonrío, me despido, cierro la puerta despacio, con la amabilidad acostumbrada. Me quedo escuchando detrás de la puerta y noto que el hombre no entra en el ascensor. Puede que haya vuelto a quedarse inmóvil en el rellano. Seguramente se ha quedado apoyado en una pared, roto, deshecho de nostalgia y hasta llorando, esperando a que vuelva a ponerle Be My Baby.

Cuando veía a Marcel Duchamp jugando al ajedrez en el Café Melitón de Cadqués, no sabía que aquel hombre se había retirado de la pintura y había convertido su vida en una obra de arte. Yo entonces tenía diecisiete años y sólo veía a un francés que jugaba todos los días al ajedrez. Fue unos años después cuando me enteré de que había estado viendo a un hombre sabiamente liberado de todas las ataduras estúpidas del arte. No niego que hace tiempo que me tienta la idea de situarme en la estela duchampiana, pero creo que, de dar ese paso, necesitaría de un escritor que fuera testigo de todo, que me siguiera y lo narrara, es decir, tendría que contratar a un escritor que contara cómo abandoné la escritura, cómo me dediqué a convertir mi vida en una obra de arte, cómo dejé de escribir y no lo pasé nada mal. Dos posibilidades ante esto: 1) pongo un anuncio y busco a un escritor que esté dispuesto a contar lo que hice después de haber abandonado la escritura; 2) lo escribo yo mismo: me invento a un escritor contratado que sigue mis pasos después del abandono y escribe por mí un dietario, donde piadosamente simula que no he dejado la escritura.

Cuando uno lleva muchos años ya en el mundo, comienza a preguntarse si la experiencia de tanto tiempo le ha servido realmente de algo y si ha aprendido cualquier cosa que pueda resultar útil para sus hijos, discípulos, amigos. Como no tengo hijos ni discípulos, me concentro en los amigos. Los reúno mentalmente en un cuarto en tinieblas, como si estuviéramos en una reunión de espiritismo. Se crea cierta expectación ante lo que pueda ahora decirles. Agoto todas las posibilidades de no tener que hablar, porque en realidad tener que transmitir algo a la posteridad es un problema, un grandísimo problema y un ciñazo. Pero finamente me obligan y digo: –Los que mejor han hablado de la muerte han muerto.

Encuentro a un buen amigo muy alterado porque acaba de enterarse de que el éxito de las novelas de Agatha Christie se basa en el uso de técnicas literarias similares a las utilizadas por hipnoterapeutas y psicólogos, según un estudio hecho público en el Reino Unido. Entre esos métodos, los científicos destacan que las estructuras de las frases de los libros de la escritora inglesa se vuelven más sencillas cuanto más cerca está el desenlace de la novela, lo que incrementa el nivel de interés del lector. Tras calmarle, estudio detalladamente con mi amigo las tesis de los científicos de Birmingham y Londres y pronto le hago ver que esos sabios –gente encantada consigo misma– no tienen ni idea del oficio novelístico y, es más, ignoran en qué consiste la operación de leer, pues ni siquiera es preciso haber leído mucho para saber que si uno llega a esas frases del final “que se vuelven más sencillas” tiene que haber atravesado previamente las menos sencillas, que es algo que no todo el mundo cruza. De todos modos, no hay que excluir la posibilidad de que las tesis de esos admirables científicos se impongan en el mundo editorial y nuestro universo se pueble de millones de lectores que no terminen sus novelas, con lo cual volveríamos a estar donde ya estamos.

2006
Enero

Estoy en la plaza de Saint-Sulpice, sentado en el café desde donde Georges Perec espiaba horas y horas lo que allí podía verse (Tentativa de agotar un lugar parisino), no lo que ya había sido antes catalogado o inventariado de esa plaza, “sino lo que generalmente no se anota, lo que no se nota, lo que no tiene importancia: lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes”. Lo que pasa cuando no pasa nada siempre será un buen título para un libro que algún día alguien escribirá. En fin. Como tengo la iglesia delante, entro un rato en ella a la hora de la misa porque sé que hoy ha de tocar el órgano el magistral monsieur Roth, un virtuoso. Saludo una vez más los dos impresionantes Delacroix que hay en la entrada del templo.

Los turistas norteamericanos, enloquecidos por El código Da Vinci, pasan de largo ante Delacroix y van a lo suyo, a su mundo merluzo, y entran como centellas en busca del bellísimo obelisco que fue construido para determinar científicamente la fecha del equinoccio de primavera. Para los merluzos, el obelisco sólo es una pista del Santo Grial y también la prueba de la existencia del priorato de Sión, secta secreta de los descendientes de Jesucristo y María Magdalena. En la placa que el sensato párroco de Saint-Sulpice ha colocado junto al obelisco puede leerse: “Contrariamente a las alegaciones caprichosas contenidas en una reciente novela de éxito, la línea meridiana de Saint-Sulpice no es ningún vestigio de ningún templo pagano. Tened en cuenta que las letras P y S sobre las ventanas circulares, en las dos extremidades del crucero, se refieren a San Pedro y San Sulpicio, los dos santos patronos de la iglesia, y no a un priorato de Sión imaginario”.

23 de julio de 2008

Nahui Ollin, poeta y pintora

“Hay razones para creer que Carmen Mondragón, era ninfómana”, leo una y otra vez en las notas informativas sobre esta poeta y pintora mexicana, bautizada por el pintor Gerardo Murillo, también conocido como Dr. Átl, con el nombre de Nahui Olin (fecha del calendario azteca que era consagrada a la renovación de los ciclos del cosmos).

Le tocó vivir una época donde las mujeres ni derecho a voto tenían, de ello puede desprenderse todo lo demás. La acompañaron en esa primera mitad del siglo XX intelectuales como Tina Modotti, María Asúnsolo, Lupe Marín, Lupe Rivas Cacho, Nellie Campobello, María Izquierdo, Frida Kahlo, Clementina Otero, Antonieta Rivas Mercado, entre muchas otras mujeres que "pintan, escriben, actúan, participan en la política, rompen esquemas y nutren intensamente la vida cultural y política de México".

No he leído el libro Nahui Olin, la biografía de Carmen Mondragón escrita por Adriana Malvido, deseo hacerlo pronto así como espero que no sea un libro escrito con el morbo que caracteriza los comentarios sobre estas escritoras y artistas mexicanas y rompa de una vez por todas con el ser adjetivadas con tonterías tan inmensamente grandes como la que apunto al inicio y con otras semejantes. Leer que una no solo era ninfómana sino loca, la otra suicida, ella amante de fulanito, aquella celosa empedernida, otra sin escrúpulos, y más linduras parecidas o peores, ya es cansado, ridículo y sin ningún sentido, como toda tradición que encasilla, construye víctimas o verdugos y por supuesto dogmatiza. ¿Y su obra? sus narraciones, sus poemarios, sus pinturas, sus obras de teatro, sus guiones ¿existen serios estudios críticos sobre la obra de estas mujeres intelectuales? Puede ser, en lo personal no los conozco.

1.
Sé que mi belleza es superior a todas las bellezas que tú pudieras encontrar. Tus sentimientos de esteta los arrastró la belleza de mi cuerpo, el esplendor de mis ojos, la cadencia de mi ritmo al andar, el oro de mi cabellera, la furia de mi sexo, y ninguna otra belleza podría alejarte de mí.
2.
Independiente fui, para no permitir pudrirme sin renovarme;
hoy, independiente, pudriéndome me renuevo para vivir.
Los gusanos no me darán fin -son los grotescos destructivos
de materias sin savia, y vida dan, con devorar lo ya podrido
del último despojo de mi renovación-
Y la madre tierra me parirá y naceré de nuevo,
de nuevo ya para no morir...

(Nahui Ollin)
Nahui Ollin (1893-1978), fue una de las mujeres más bellas del México de los años 20'

20 de julio de 2008

Fragmentos de un discurso amoroso: Barthes

R

oland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, 17 ed., Trad. de Eduardo Molina, México: Siglo XXI Editores, 2004.

La primera vez que tuve este libro fue en fotocopias, como tantos otros en mi época de estudiante. También fue la primera vez que leí a un Barthes distinto, lo conocía a través de S/Z, Ensayos críticos, Elementos de semiología, Crítica y verdad y El placer del texto, todos ellos vistos en las clases de la facultad. Mi profesor de Teoría literaria decía que estos libros pertenecían "al primer Barthes".

La publicación de Fragmentos de un discurso amoroso fue todo un éxito, el mismo Barthes estaba sorprendido. Alan Pauls, cuenta que "los primeros 15 mil ejemplares se agotan en un par de semanas. A fines de 1977, la editorial Du Seuil ha sacado y vendido ocho ediciones: 80 mil copias en total (en 1989, casi diez años después de la muerte de Barthes, la cifra y el número de ediciones se habrán duplicado). La prensa masiva se abalanza sobre el inesperado best-seller; Barthes, acostumbrado a hablar sólo con pares, y en un idioma que jamás condesciende a vulgarizar, se descubre improvisando sobre el “amor divino” ante una redactora de Elle, la revista que veinte años atrás había demolido en Mitologías. Playboy lo consagra “hombre del mes” y lo recompensa con una larga entrevista. Claire Brétécher, lo intercala en una de esas tiras cómicas donde la clase media intelectual juega a reconocerse: sentado en un banco, solo, un personaje sufre por amor y humedece con sus lágrimas un ejemplar de Fragmentos de un discurso amoroso. Barthes parece el primer sorprendido por tanto revuelo. Casi no entrego el libro a la editorial, dice en medio del furor: Pensaba que sólo podría interesarles a unas 500 personas.

Otros escritores, y sus visiones sobre el idioma del amor, recorren estas páginas. El Werther de Goethe, es el que primero que elige para el inicio del camino, después de dejar claro que en Fragmentos de un discurso amoroso es un enamorado el que habla y dice. Escribe una palabra o frase sobre la cual se dilucidará, por ejemplo "¿Dolido?". Luego una definición: "Dolido. Imaginándose muerto, el sujeto amoroso ve la vida del ser amado continuar como si nada hubiera ocurrido", y debajo de ésta el fragmento de lo que ha dicho otro sobre el tema o lo que piensa él mismo. Uno de mis preferidos es lo que dice sobre el lenguaje:

El lenguaje es una piel. Yo froto mi lenguaje contra el otro. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un significado único, que es "yo te deseo", y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación.

Hablar amorosamente es desvivirse sin término, sin crisis; es practicar una relación sin orgasmo. Existe tal vez una forma literaria de este coitus reservatus: el galanteo. La pulsión del comentario se desplaza, sigue la vía de las sustituciones. En principio, discurro sobre la relación para el otro; pero también puede ser ante el confidente: de tú paso a él. Y después, de él paso a uno: elaboro un discurso abstracto sobre al amor, una filosofía de la cosa, que no sería pues, en suma, más que una palabrería generalizada. Retomando desde allí el camino inverso, se podrá decir que todo propósito que tiene por objeto al amor implica fatalmente una alocución secreta.

18 de julio de 2008

Martha Escudero

M

artha Escudero es mexicana, residente en Barcelona desde hace algunos años. Tiene una profesión que le admiro mucho, es narradora oral y lo hace con maestría: cuenta historias, mitos, relatos, leyendas, posee la magia de la palabra acompañándose con música y canciones.

Es socia fundadora, y actualmente presidenta, de la Associació de Narradores i Narradors ANIN. Ha publicado, entre muchos otros, cuatro adaptaciones de cuentos en la colección Contes de tots Colors (Ed. Espasa); artículos de reflexión sobre el hecho narrativo en la Revista n, Calaco y revista Tantágora; dos CD’s de cuentos y canciones y ha participado en el CD Contes de tots colors (Tantágora, 2006). Ha participado en diferentes festivales, ciclos y maratones de narración oral (Barcelona, Guadalajara, Gran Canaria, Tenerife, Lanzarote, Logroño, País Valencià, Alicante, País Vasco, Pamplona, Huesca, Sevilla, Portugal, Brasil, y por supuesto en México).

Este fin de semana, el sábado y el domingo, participará en el Festival Etnosur en Alcalá la Real, Jaén. Quienes puedan asistir les recomiendo vayan a verla. Dejo el siguiente video para que puedan ver qué y cómo lo hace, la historia se llama, El coyote.

Capote y Monroe


Fotografía: "Truman Capote, baila con Marilyn Monroe", tomada del libro: Juan García Ponce, Entre las líneas, entre las vidas.

Ulises, los trabajos y los días

Ulises, los trabajos y los días*
Miguel Capistran
Laberinto
18/07/08

E

ntre finales de 1926 y mediados de 1928 surgió en México un movimiento alentado por un grupo de jóvenes cultos e inquietos que encontraron en Antonieta Rivas Mercado, quien había regresado recientemente de Europa, a una entusiasta mecenas y a una actriz. Ulises —por el personaje de Homero y la novela de James Joyce— se llamó este movimiento que abarcó un grupo teatral, una revista, un sello editorial y exposiciones de las obras y las escenografías de los pintores que colaboraron en este proyecto: Manuel Rodríguez Lozano, Roberto Montenegro y Julio Castellanos.

Ulises comienza con el encuentro de Antonieta Rivas Mercado y Rodríguez Lozano con Xavier Villaurrutia y Salvador Novo en la casa de Diego Rivera y Lupe Marín a finales de 1926. A partir de ese encuentro surge una verdadera comunidad cultural de la que participan Gilberto Owen, Samuel Ramos, Jorge Cuesta, Enrique Jiménez Domínguez, Julio Jiménez Rueda, Isabela Corona, Clementina Otero, Malú Cabrera, Judith Ortega, Emma Anchondo, Lupe Medina de Ortega, Rafael Nieto, Ignacio Aguirre, José Gorostiza (por un periodo muy breve, debido a sus actividades diplomáticas) y su hermano Celestino. Gracias a ellos comenzaron a representarse por primera vez en México obras de Jean Cocteau y Eugene O’Neill, por ejemplo.

Aquella experiencia transformadora no sólo de la escena nacional, sino de la cultura nacional del siglo pasado fue evocada así por Salvador Novo:

Una mujer, Antonieta Rivas Mercado, nos decidió con su entusiasmo, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Jorge Cuesta, Agustín Lazo y yo, escribíamos, discutíamos, criticábamos, apetecíamos teatro bueno, renegábamos del que nos veíamos obligados a ver. Pero fue Antonieta quien nos reunió y dio forma activa a nuestro vago apetito. Había que traducir obras, actuarlas, dirigirlas, montarlas nosotros mismos. Para nuestro propio, legítimo placer. Le llamábamos el Grupo de Ulises. Porque a Ulises lo impulsó más que la conquista del vellocino de oro, la curiosidad. Y la que publicamos iba a ser una revista de curiosidad y de crítica.
Antonieta alquiló en la calle de Mesones, la sala enorme de una vivienda particular. La mitad de la cual se transformó en escenario mediante una plataforma que la aislaba del reducido espacio en que se colocaron unas treinta sillas para los espectadores. Y ahí dimos obras de Lenormand, de Cocteau, de O’Neill, de Lord Dunsany.

¡Cómo nos pusieron los críticos! Verdes.

Éramos unos snobs, cuando no algo peor. Mas el México pequeño de entonces se interesó en el experimento. Hablaron mal, pero hablaron del Teatro de Ulises. Y cuando aquella emprendedora mujer resolvió que trasladáramos nuestro pequeño repertorio de la sala de Mesones nada menos que al inmenso Teatro Fábregas, el teatro se llenó y ganamos un dinero con el cual pudieron hacerse las ediciones de Ulises: Dama de corazones de Xavier Villaurrutia, y Novela como nube, de Gilberto Owen.

Antonieta había heredado una vecindad inmensa que había sido, creo, el convento de San Jerónimo en que estuvo Sor Juana Inés de la Cruz. Pensó construir ahí un pequeño teatro. De haberlo hecho, el Teatro de Ulises habría sido también materialmente el precursor de los pequeños teatros que hoy disfrutamos en México. La cosa se quedó en proyecto. Nos dispersamos. Ella a Europa donde murió. Xavier, años más tarde a escribir obras para el teatro. Yo a muchas cosas.

(Novo, Salvador: “La metamorfosis de Ulises”. Artes de México, año XVI, núm. 123, 1969, pp. 56-57)

La actividad de Ulises fue totalmente renovadora y, para decirlo pronto, revolucionaria, pues dio lugar a las más diversas repercusiones, la mayoría de las cuales quedaron reflejadas en la prensa del momento que fue, por otra parte, donde primeramente aparecieron los ecos de esa empresa que con la sola puesta en escena del Orfeo de Jean Cocteau aportó materia suficiente para trastornar, de hecho, el ambiente general de la Ciudad de México, que no sólo el teatral, ya que esa obra, por su naturaleza vanguardista tan rotundamente diferente a las que tenían acostumbrados a los capitalinos los empresarios teatrales, sacudió en todos sentidos a ese público formado en un teatro español y francés finisecular, que para esas fechas resultaba no sólo insustancial sino obsoleto.

Hacia esas fechas se discutía también en torno al inconcluso Teatro Nacional, el que ya terminado años después fue el Palacio de Bellas Artes y con toda la ironía del mundo se decía que debía dársele a Ulises para que allí presentara sus obras y así se le diera vida a esa mole marmórea. Hubo también otros elementos que contribuyeron con todo un anecdotario que vino a conferirle a Ulises un cariz muy particular dentro de la historia de los movimientos teatrales mexicanos. Así, por ejemplo, durante la primera presentación de la compañía en el local de la calle de Mesones y en otros días, ocurrieron varios temblores de tierra que coincidieron con las funciones, justamente de Orfeo.

De esa circunstancia, esto es, de la conjunción de temblores y teatro importado por Ulises surgieron comentarios que, como el que aquí se transcribe, llegaron a España en las páginas de un número extraordinario de una publicación dedicada a México con motivo de la exposición de Sevilla. Ahí, un anónimo cronista se refiere a Ulises denominándolo Teatro Nuevo y relata su visita a un ensayo del grupo de aficionados encabezado por Antonieta y en el cuerpo de dicha reseña recoge unos versitos que circularon por esos días:

¿En Ulises función?
Temblor seguro.
De aqueste modo natural, natura
edificante aviso manda…

De boca en boca se comunica el dicho cierto, pues, en verdad, coincidió con dicha presentación un temblor de gran intensidad. Ni una sola vez faltó el suceso sísmico. Y las gentes, temerosas de la condenación de sus semejantes, llegaron a atribuir todo este mal a la depravación de un grupo de personas que se reunían periódicamente para representar un teatro moderno del mundo, en vez de asistir a las tandas del Politeama, del Lírico, del María Guerrero, donde unas muchachas desnudas, haciendo amanerados gestos, atravesaban una y diez veces la pasarela, entre la admiración rendida de republicanos radicales.

Asimismo, esas repercusiones se dieron también en Francia en boca nada menos que del mismo autor de Orfeo, esto es, de Jean Cocteau, que en las páginas de uno de sus libros hace referencia al mismo asunto de la transcripción anterior y a la cual aludió José Gorostiza en un momento de su experiencia como columnista de una revista capitalina:

Cocteau anecdótico

En su último libro —Opio. Diario de una desintoxicación— cuenta Jean Cocteau este dramático episodio.

Representábase Orfeo en español, en México. Un temblor de tierra interrumpió la escena de las bacantes, echó abajo el teatro e hirió a varias personas. Una vez reconstruida la sala, vuélvese a dar Orfeo. De pronto, un empleado anuncia que el espectáculo no puede continuar. El actor que representaba el papel de Orfeo, antes de salir del espejo, había muerto repentinamente entre bastidores.

Ahora bien, el actor que representaba el papel de Orfeo era Xavier Villaurrutia y éste se encuentra, a nuestro saber, en el “color de rosa” de la salud. No cabe duda que, al llegar a esta parte del libro, la desintoxicación de Cocteau no acababa todavía.

Hasta Buenos Aires igualmente trascendieron —quizá por la intervención de Alfonso Reyes, a la sazón, embajador en Argentina— los logros de Ulises, pues en carta de Reyes a Genaro Estrada, le envió a éste el siguiente comentario poético escrito por una escritora que junto con Victoria Ocampo fue una de las más emblemáticas de la literatura argentina del siglo pasado:

También le mando una noticia Peregrina sobre el teatro de Antonieta;
y todo el que d’esta agua no bebiere
per do el zapato sabe bien le aprieta.

Es obra de María Rosa Oliver, flor aristocrática de Bs. Aires, encantadora niña completamente paralítica de las piernas, deforme de medio cuerpo abajo, en cuyo espíritu reina siempre la dulzura y la paz.

De idéntica manera hizo su aparición el temblor en la poesía de uno de los más conspicuos integrantes de Ulises, vale decir, en la obra de Gilberto Owen, que en su “Poema en que se usa mucho la palabra amor” incluido en su poemario Línea, que es a su vez un acróstico del nombre de Clementina Otero, que como Owen surgió a la escena en la experiencia ulisiana, apunta el poeta y aludiendo a la obra El peregrino de Charles Vildrac donde él y Clementina fueron intérpretes y a la única foto que se conserva de la representación, en las seis líneas finales correspondientes al apellido Otero, dice el poeta:

O acabo de inventar la línea recta
todo el horizonte fracasa después de sus mil siglos
[de ensayos
el mar no te lo perdonará nunca mi Dyonissos
recuerda aquella postura en que yo era tu tío y
[que ha eternizado
otra fotografía desenfocada por un temblor de
[tierra en la luna.

Por otra parte, del hecho de que los jóvenes Ulises frecuentaran la casa de Diego Rivera en la calle de Mixcalco número 12, propició que surgiera la relación entre Lupe Marín, esposa del pintor y Jorge Cuesta, hacia esos días —finales de 1926— en que por entonces se hallaba Diego realizando los murales de la Secretaría de Educación Pública. Cuesta, desconocido en esos momentos más allá del círculo ulisiano, cayó fascinado ante Lupe y dada la frágil situación del matrimonio de ésta con el pintor, terminaron ella y Cuesta por vivir juntos.

Esta cuestión derivó en una serie de habladurías y chismorreos de toda suerte, entre los cuales sobresalió por su acidez y mala leche la serie de poemas satíricos que con el título de La Diegada realizó Salvador Novo, compañero de andanzas intelectuales de Cuesta, a lo cual dio respuesta Diego tiempo después pintando en uno de los tableros de los murales de la Secretaría de Educación Pública, en el titulado: “El que quiera comer que trabaje” nada menos que a Antonieta, la cual aparece con una escoba en actitud de barrer y engalanada con un elegante atuendo y enjoyada. Antonieta es la figura central y en el ángulo inferior izquierdo aparece una figura de bruces, que se supone es Salvador Novo y sobre el suelo figuran ejemplares de las revistas Ulises y Contemporáneos, lo cual, cabe advertir, no resulta anacrónico, ya que el mural fue realizado en 1929, cuando la segunda revista llevaba un año de vida y la primera había dejado de circular desde el año anterior y, además, aparece la inscripción de Ulises de “Jane Joyce” (sic) rey de Ítaca y de Sodoma y Gomorra.

En este caso como en otros más, los ataques contra Ulises se centraron en la figura de Antonieta en virtud de su carácter destacado, ya que en torno suyo se dio todo el fenómeno ulisiano por las distintas razones que le otorgaron ese carácter protagónico, fundamentalmente el de patrocinadora de ese esfuerzo artístico al cual en diferentes grados se le oponía un cierto rechazo porque se le consideraba un conjunto de personajes descarriados, los cuales estaban caracterizados por homosexuales y viciosos en general.

A esa consideración de carácter moralizante y condenatoria e intolerante que prevalecía en la época contribuía la naturaleza abierta carente de prejuicios retardatarios que distinguía a Antonieta y que no se correspondía con la clase social a la que pertenecía, según se estimaba, amén de que su condición de mujer inteligente y culta, que sabía varios idiomas e independiente, feminista, desde luego, la hacían merecedora de una imagen desfavorable en un país caracterizado justamente por su atávico machismo, además del desdoro que suponía que se le supusiera jefa de una cáfila de degenerados.

* “Los días y los trabajos de Ulises y las consecuencias del momento”, es el nombre del capítulo de donde fue tomado este fragmento, que a su vez forma parte de una investigación sobre Antonieta Rivas Mercado.

"El reino de los vampiros": Italo Calvino

E

l suplemento cultural Laberinto del periódico mexicano Milenio, inicia una revisión de los escritores italianos que tendrán una presencia importante en la FIL de Guadalajara de este año, que estará dedicada a Italia. Presenta una nueva traducción de la primera versión de este relato publicado en 1972:


"El reino de los vampiros"
Italo Calvino
18/07/08

A ninguno de nosotros le había pasado inadvertida la semejanza existente entre el REY DE BASTOS y nuestro comensal; no sólo en la expresión que denotaba un carácter sosegado y concentrado y en ese porte de hombre acostumbrado a vociferar órdenes sin que esto le implicara esfuerzo alguno, sino también en el movimiento de cabeza que la figura lograba ejecutar con cierta eficacia: una especie de tembloroso tic en los párpados y el cuello, como si se quitara de encima un problema que, sin embargo, seguía estando allí; es más, los elementos que no cuadraban, en lugar de desaparecer, iban creciendo, y el ceño de impaciencia seguía arqueándole las cejas y contrayéndole el hoyuelo del mentón. Presentándose con esa figura coronada, él, sin duda alguna, había querido poner en evidencia las prerrogativas soberanas de quienes detentan el poder, capacidad de decisión y los medios económicos de una riqueza segura y creciente. Era probable que algunas de las cartas que poco a poco iba tomando y echando sobre la mesa se refirieran a sus atributos: DINERO circulante y bien invertido.

COPAS ordenadas sobre la mesa para satisfacer la festiva sed de la pródiga clientela, la promesa de una JUSTICIA rigurosa y racional, como la que se asoma en su carta, un rostro impertérrito de empleada de ventanilla. Con éstas y otras cartas del tarot ordenadas en fila, se encontraba un dibujo regular, que el narrador quería componer, pero la variedad y la bizarría de las figuras parecían contradecir el orden de la composición simétrica; y sus manos, al moverse sobre la mesa, barajaban decididas y se detenían perplejas.

En la carta que con más orgullo y certidumbre había echado sobre la mesa, el AS DE COPAS, veíamos que se perfilaban contra el cielo las puntas de los rascacielos de una ciudad bien ordenada y próspera; recorrida por una multitud verti-horizontal; repleta de miles de ascensores; bordada por las intersecciones de las hormigueantes autopistas elevadas; excavada por el hormiguero luminoso de las autopistas subterráneas: ciudad que sobrepasa a las nubes y sepulta las alas oscuras de sus miasmas en las vísceras del suelo o en cavernas submarinas, para que no obstruyan la vista de las grandes vitrinas y la brillantez de los metales. O bien, estas alas rapaces que se asoman por debajo de la copa-ciudad podrían indicar una amenaza que se cierne desde el interior de la metrópoli iluminada y transparente. Habladurías supersticiosas se mezclaban a los cálculos de las ganancias; y en las fiestas, EL LOCO o bufón o enano de la Corte, le refería al Rey con intención de quererlo asustar: “¡Uy, uy, majestad, ayer en la noche un cuervo negro fue visto salir volando desde los altiplanos, un licántropo aullaba en los
docks, los fantasmas sustituyeron al personal de una estación de servicio y lavaban los cristales con esponjas ensangrentadas!”.

Era el LOCO o Juglar o Poeta que, por antigua y sabia usanza, ejerce en las cortes la función de trastocar y hacer escarnio de los valores en los que el soberano basa su dominio, revelándole que cada línea recta esconde un revés retorcido; cada producto terminado, un desbarajuste de fragmentos que no empalman; todo discurso ilado, un bla bla bla.

El Rey sabía que le pagaba al Loco precisamente para que lo contradijera e hiciera escarnio de él y, sin embargo, cada tanto, esos chistes provocaban en el soberano una vaga inquietud; también ésta, sin duda alguna, prevista en el contrato estipulado en-
tre el Rey y el Loco y, sin embargo, de todas maneras, un poco inquietante, y no sólo porque la única manera de complacerse con una inquietud resulta ser inquietante, sino precisamente porque en verdad se sentía inquieto.

—¿Me quieres dar a entender que hay algo que se escapa de mi control, Loco?

—Majestad, venga conmigo y ya verá.

Las cartas de BASTOS indicaban que el Loco había llevado al Rey al bosque donde todos estábamos perdidos. “Yo no sabía que todavía quedaran en mi reino bosques tan impenetrables”, debió observar el monarca, “y en este punto, con las cosas que se dicen en contra de mí, no puedo más que alegrarme de que un bosque tan tupido le impida a las hojas respirar oxígeno por sus poros y digerir la luz en sus verdes savias”.

Y el Loco dijo: “Si yo fuera tú, Majestad, no me alegraría tanto. No es en el exterior de la iluminada metrópoli donde el bosque extiende sus sombras, sino adentro: en las cabezas de tus súbditos consecuentes y ejecutivos. ¿Acaso no ves cómo todos corren detrás de santones, taumaturgos y oráculos? ¿Qué los empuja a hacerlo? ¿Qué crees que les pregunten? ¿Qué es lo que quieren saber que no se les haya expli-cado y vuelto a explicar? Yo te lo voy a decir: con toda la información que tienen sobre lo que sucede afuera, sobre un exterior total que incluso comprende el interior vuelto al revés como si fuese un guante, los pobrecillos se mueren de ganas de que les hablen de su muy privado interior, del yo de todos los yo, de su pequeño espíritu blandengue y huerfanito, de las energías latentes en los instintos que yacen bajo el plexo solar o abajo de allí”. Este discurso del Bufón se podía ilustrar muy bien con la ramificación de tres arcanos, uno después del otro, que testimonian el culto a un PAPA o gran pontífice o gurú o maestro de pensamiento, sin duda alguna relacionado con el alma; o bajo una especie de sustancia angélica y fluente como la carta del tarot llamada LA TEMPLANZA; o bajo el prorrumpir inconsulto de instintos bestiales como en la alegoría de la FUERZA.

—No quisiera que, por aventurarnos por este bosque, traspusiéramos nuestras fronteras —debió decir el Rey.

Y el Loco le contestó:

—El alma siempre es una zona de frontera.

—¿Frontera de qué con qué?

—Ya lo veremos. Sigamos adelante.

Conforme avanzaban, la espesura del bosque le fue cediendo espacio a veredas recalzadas con tierra removida, a fosas rectangulares y a un destello blancuzco como de hongos aflorando en la tierra. Con horror, El Arcano Número Trece nos advirtió que el bosque pululaba de huesos descarnados y cadáveres putrefactos. Una nube descubrió a LA LUNA. Se elevó el aullido de los chacales que raspaban furiosos en las orillas de las tumbas disputándoles a los escorpiones y a las tarántulas sus pútridos manjares.

—¡Pero a dónde me has traído, Loco! ¡Esto es un cementerio!

Y el Bufón, señalando a la fauna invertebrada que apacienta al fondo de los sepulcros, le dijo:

—Inútilmente crees que sostienes el cetro de las Causas y de los Efectos: estamos en el reino de un EMPERADOR más poderoso que todos los reyes, ¡Su Majestad el Gusano!

El Rey miró a su alrededor con la misma mirada con la que ahora contemplaba el retículo de cartas del tarot que, entre más intentaba combinar en una sucesión regular, más le imponían su arbitrio; y como en ese entonces bajo aquella luz nocturna, así ahora, bajo la luz de los candeleros, las cartas de COPAS se asomaban como urnas, arcas y sepulturas entre las ortigas; las cartas de ESPADAS resonaban inquebrantables como palas y barretas contra las tapas metálicas; las cartas de BASTOS alineaban montones de ataúdes en las cámaras mortuorias; las cartas de OROS brillaban como trémulos fuegos fatuos. Y en los labios mudos de nuestro comensal adivinábamos las palabras que le saldrían con cólera: “Nunca vi en mi reino un lugar donde el orden dejase tanto a desear. ¿Quién es el imbécil que ha sido propuesto para este ministerio?”.

—Yo, para servirle, Majestad —dijo un sepulturero que se recargaba en la pala hundida en la tierra recién removida (SOTA DE BASTOS)—. Para alejar el pensamiento de la muerte, los ciudadanos esconden, de la mejor manera posible, los cadáveres en este lugar. Pero luego, removiendo y volviendo a remover, lo piensan, y regresan para cerciorarse si están bien sepultados; si los muertos, estando muertos, son diferentes a los vivos, porque de otra manera, los vivos ya no estarían seguros de estar vivos, ¿me explico? Y así, entre sepulturas y exhumaciones, levantar, poner y volver a poner, ¡para mí siempre hay mucho que hacer!

Y escupiéndose entre las palmas de las manos, siguió trabajando con su pala.

Ahora, el narrador señalaba el arcano llamado LA PAPISA, así como entonces había apuntado el dedo hacia la figura envuelta en una capa monacal, acuclillada en el antiguo cementerio, le preguntó al sepulturero:

—¿Quién es esa anciana que escarba entre las tumbas?

—¡Dios nos guarde! Aquí de noche merodea una mala ralea de mujeres —debió responderle el sepulturero, persignándose— expertas en filtros y libros de encantamientos, que andan a la búsqueda de ingredientes para sus maleficios.

—Sigámosla, y estudiemos su comportamiento.

—¡Yo no, Majestad! —y el Bufón, en ese punto, debió dar marcha atrás, no sin sentir un escalofrío—. ¡Le ruego encarecidamente que nos larguemos pronto de aquí!

—¡Me tengo que enterar, hasta qué punto, en mi reino, se conservan supersticiones decrépitas!

Sobre el carácter obstinado del Rey, uno podía jurar: fue detrás de ellas.

En el arcano llamado LAS ESTRELLAS vemos a la mujer quitarse la capa y las vendas monacales. No era para nada vieja, era hermosa, estaba desnuda. El claro de luna centelleaba de resplandores siderales y bajo esa luz, el Rey y todos nosotros, descubrimos que la nocturna visitante del cementerio se parecía a su esposa. No sólo el cuerpo, los senos gentilmente en forma de pera, los hombros mórbidos, el vientre amplio y oblongo, las caderas generosas reconoció el esposo, sino, apenas ella levantó la frente, también reconoció el rostro, enmarcado en la pesada cabellera que caía sobre sus hombros, que le imprimía una expresión insólitamente arrobada, que en su vida conyugal sólo se le veía muy de vez en cuando, pero que había quedado registrada en un retrato juvenil (la REINA DE ESPADAS) que nos ha sido anexado para hacer la comparación.

—¿Cómo se permiten, estas inmundas hechiceras, asumir la forma de personas educadas y prestigiosas? —ésta y no otra, debió ser la reacción del Rey que, con tal de alejar toda sospecha de su esposa, estaba listo para conceder a las brujas un cierto número de poderes sobrenaturales, incluido el de transformarse a voluntad. Una explicación alternativa, que se le vino a la mente, y que hubiera satisfecho muy bien los requisitos para justificar la similitud (“¡Mi esposa, pobrecita, con su agotamiento, hasta debió sufrir crisis de sonambulismo!”), tuvo que descartarla de inmediato al ver a qué laboriosas operaciones se dedicaba la presunta sonámbula: arrodillada en la orilla de una fosa, ungía el terreno con turbios filtros (si los instrumentos que sostenía en las manos no se podían interpretar como sopletes para desoldar el metal de un ataúd).

Cualquiera que fuese el procedimiento que usara, se intentaba violar una tumba, escenas que las cartas del tarot previenen para el día del JUICIO al final de los tiempos y que aquí acontece, por el contrario, prematuro, a manos de una frágil dama (a la que nadie, viéndola, le hubiera atribuido LA FUERZA necesaria para abrir las infernales fauces de sepulcros devoradores de cadáveres).

Con la ayuda del DOS BASTOS y de una cuerda, la bruja sacaba de la fosa un cuerpo colgado de los pies. Era un muerto de aspecto todavía juvenil; de su pálido cráneo colgaba una tupida cabellera de un negro casi azul; tenía los ojos desmesuradamente abiertos, como si hubiese fallecido por muerte violenta; los labios descansaban contraídos sobre los dientes caninos, largos y puntiagudos como ESPADAS, que la bruja descubrió con un gesto cariñoso. Algo indecente estaba sucediendo al fondo: la bruja estaba inclinada sobre el cadáver como una gallina ponedora; repentinamente, el muerto se levantó como el AS DE BASTOS; como la SOTA DE COPAS, se llevó a los labios un cáliz con un denso líquido rojo que la bruja le había ofrecido; como en el DOS DE COPAS, brindaron juntos; y sobre una CARROZA triunfal tirada por corceles infernales se fue volando de allí, llevando consigo a su resucitadora, dirigiéndose hacia festines secretos, que no obstante esto, ya podíamos imaginar; viendo en todas las cartas resplandecientes de cálices dorados el color escarlata de la sangre fresca y sin coágulos.

—¡Mi reino metálico y aséptico sigue siendo pasto de vampiros, secta inmunda y feudal! —el grito del Rey debió ser de este tenor; mientras, mechón a mechón, se le iban poniendo los pelos de punta, para luego regresar a su lugar ya encanecidos. Ya no era una historia lineal, sino una fuga entre las cartas del tarot la que su mano nos señalaba, entre escalofríos y tartamudeos. Ese reino, que él creía cerrado y transparente como una copa tallada en el cristal de roca, ahora se revelaba poroso y gangrenado como un viejo corcho metido allí, de la mejor manera posible, para tapar la brecha en el límite húmedo e infecto del reino de los muertos.

Cuando escapaban de allí, en la oscuridad del bosque, alcanzaron a divisar una luz: un EREMITA sostenía una linterna en la entrada de su gruta, para que encontrasen refugio en ella las criaturas temerosas de Dios que las larvas nocturnas habían sorprendido en el bosque.

—¿Sabías —le explicó el Eremita al Rey— que esa bruja es una reina adúltera y vampira? Para arrancarle a su amante a otra mujer (a esta intriga aludía la viñeta intitulada el AMOROSO) le bebió de las venas de la garganta todo el plasma vital y lo dejó tirado, dándolo por muerto. En las noches de equinoccio y de solsticio la hechicera llega hasta la tumba de su amante, lo desentierra, le da vida alimentándolo de sus propias venas (el infeliz, a su vez, se vuelve vampiro) y se une a él en el gran Aquelarre de los cuerpos que, de la sangre de otros, alimentan sus consuntas arterias y enardecen a las pudendas, perversas y poliformes.

De este impío rito, las cartas del tarot reportan dos versiones muy diversas que parecen obra de dos manos diferentes: una burda, que se esfuerza en representar a una figura execrable, que es, a la vez, hombre-mujer-murciélago, nombrada EL DIABLO; la otra, toda grandes fiestas y guirnaldas, que celebran la reconciliación de las fuerzas terrestres con las del cielo como símbolo de la totalidad del MUNDO, mediante la danza de una bruja o ninfa desnuda o —según algunos hermeneutas— hermafrodito alborozado. (Pero el tallador de las dos cartas del tarot bien pudo ser una sola persona, el adepto clandestino de un culto nocturno que había esbozado con rígidos trazos el espantapájaros del Diablo, para hacer escarnio de la ignorancia de exorcistas e inquisidores, y había prodigado sus recursos ornamentales en la alegoría de su fe secreta.)

—Dime, santo varón, cómo puedo liberar mis territorios de este flagelo —le preguntó el Rey, y de inmediato, acometido por un sobresalto belicoso (las cartas de ESPADAS, sin embargo, siempre estaban listas para recordarle que la relación de fuerzas le era favorable), quizá propuso:

—Siempre podré recurrir a mi ejército, adiestrado en maniobras de asalto y repliegue, en someter a fuego y sangre, en robar e incendiar, en arrasar con todo, en no dejar ni una hierba en pie, ni un movimiento de hojas, ni alma viva...

—Majestad, no es el caso —lo interrumpe, certeramente, el Ermitaño, fortalecido por haber transcurrido sus largos años observando y catalogando
las apariciones que lo visitaban en sus penitencias—. Se me ha ocurrido un plan más sencillo. Cuando el Aquelarre se deja sorprender por el primer rayo del sol naciente, todas las brujas y los vampiros, pesadillas y demonios se dan a la fuga, transformándose ya sea en cornejas, murciélagos o en cualquier otra especie de quirópteros. Bajo tales vestiduras, como he tenido manera de comprobar, ellos pierden su invulnerabilidad habitual. En ese momento, con esta trampa escondida, capturamos a la hechicera.

—¡Bien pensado, santo varón! Pero no perdamos tiempo. ¡Con mis reflectores podré disimular muy bien alba, aurora y mediodía!

—Mejor no, sir. Será suficiente con mi linterna.

—Confío en lo que dices. Entonces, ¡manos a la obra!

Todo se desarrolló conforme el plan del Eremita; por lo menos, por lo que pudimos recavar cuando la mano del Rey se detuvo en el misterioso arcano de la RUEDA, que podía designar tanto a la danza de los espectros zoomorfos como a la trampa ejecutada por el Eremita (la hechicera había caído en la trampa bajo la forma de un repugnante murciélago coronado, junto con dos lémures, sus demonios, y piafaban dentro de la trampa, sin ninguna posibilidad de salir de ella), cuando todavía la rampa de lanzamiento, en la que el Rey había encapsulado a la infernal salvajina para lanzarla a una órbita sin retorno, aligerando su campo de gravedad terrestre en el que todo lo que se lanza al aire te cae en la cabeza, y quizá descargarla en los terrenos vagos de la Luna, la cual, desde hace demasiado tiempo, gobiernan los moscardones de los licántropos, las generaciones de los mosquitos; ¡y, todavía, la Luna pretende conservarse incontaminada, tersa, cándida! El narrador contemplaba con mirada ansiosa la curva que ata el DOS DE OROS, como si escrutase la trayectoria de la Tierra a la Luna, única vía que se le ocurría para una expulsión radical de lo incongruente de su horizonte, admitiendo que Selene, menguada en sus alturas de diosa, se haya resignado al rango de celestial basurero.

Sobresalto. La noche fue desgarrada por un fulgor, alto sobre el bosque, en dirección de la ciudad luminosa que, en el instante, desapareció en la oscuridad, como si el relámpago hubiese caído sobre el castillo real, decapitando a LA TORRE más elevada que rasca el cielo de la metrópoli, o como si un cambio de voltaje en las instalaciones demasiado cargadas de la Gran Central hubiese ennegrecido el mundo en el black-out. “Cortocircuito, noche larga”, un proverbio de mal agüero regresó a la mente del Rey y de todos nosotros, imaginándonos (como en el Arcano Número Uno llamado EL MAGO) a los ingenieros, que en ese momento se afanaban en desmontar el gran Cerebro Mecánico para encontrar la falla eléctrica en la confusión de rueditas, carretes,
electrodos, bártulos.

Piafó un CABALLO, como el de BASTOS: un mensajero extendía el rollo de un pliego, acaso la última edición del periódico. En las fotos ampliadas y fuera de foco de la primera página se hablaba un atroz caso de nota roja: una mujer que cae desde una vertiginosa altura, en el vacío, entre las fachadas de los rascacielos. En la primera fotografía (LA TORRE) se ponía de manifiesto, durante la caída, la gesticulación de sus manos, su falda levantada, la simultaneidad de la doble imagen vertical. En la segunda (EL COLGADO), con el detalle del cuerpo, que antes de caer y despedazarse en el suelo, queda colgado de los pies en los alambres. Eso explicaba la razón de la falla eléctrica. Y así reconstruíamos mentalmente el homicidio con la voz jadeante del Loco que le daba alcance al Rey: “¡La Reina! ¡La Reina! ¡Cayó de golpe! ¡Incandescente! ¿Tienes presente los meteoros? ¡Intenta abrir las alas! ¡No, está amarrada de las patas! ¡Cae de cabeza! ¡Se ahorca en los alambres y queda allí! ¡Colgada a la altura de los cables de alta tensión! ¡Patalea, crepita, se sacude! ¡Estira la pata, el cuerpo real de nuestra Soberana bienamada! ¡Muerta, cuelga de allí!... Se levantó un tumulto: “¡La Reina está muerta! ¡Nuestra buena soberana! ¡Se arrojó del balcón! ¡El Rey la asesinó! ¡Venguémosla!”. De todos lados acudían gente a pie y a caballo, armada con ESPADAS, BASTOS, ESCUDOS, y disponían COPAS de sangre envenenada como anzuelo. “Es una historia de vampiros! El reino está en poder de los vampiros! ¡El Rey es un vampiro! ¡Capturémoslo!”.

Traducción de María Teresa Meneses
Texto tomado de la revista literaria italiana Il Caffé, Anno XIX, N.1, Aprile, 1972, Roma, Italia, pp. 3-15.

17 de julio de 2008

El globo rojo

A
ños ya que vi este corto y aun recuerdo las sensaciones que me provocó, es excelente. “Dirigido por Albert Lamorisse, filmado en Menilmontat, Paris. Trata sobre las aventuras de un pequeño (Pascal Lamorisse, hijo del director) y un particular amigo. Ganador del Oscar en 1956 en la categoría Original Screenplay y de la Palma de Oro en el Festival de Cannes del mismo año”.

Aquí el video: Le ballon rouge.

Con la literatura en el cuerpo: Ruy Sánchez

"G

racias a la buena literatura, o más bien a la literatura que sea buena para nosotros, podemos vivir con la literatura en el cuerpo" (Ruy Sánchez).

En Con la literatura en el cuerpo, Ruy Sánchez, parece estar cálidamente platicando con nosotros sus propias experiencias, sus paseos narrativos, sus viajes al interior de esa melancolía que recorre la unión entre la literatura, el arte y la vida. De inicio, el libro es un homenaje a su maestro Roland Barthes, del que fue alumno. La distinción hacia Barthes, se inicia de esta manera:

Hace algunos años, en una universidad de París, un hombre que impartía un curso sumamente formal sobre la literatura romántica alemana, se vio sorpresivamente sacudido por un amor implacable, radical, absoluto. Estaba de pronto viviendo a muy alta temperatura uno de esos trastornos románticos que fríamente analizaba en clase. Ese hombre, que era entonces uno de los más prestigiosos teóricos del análisis semiológico universitario, movido por el sacudimiento amoroso que entonces gozaba y sufría, decidió hacer algo inusitado en el medio universitario. Un acto que equivalía a una negación pública de las certezas del gremio que era suyo.

A mitad del curso transformó completamente sus puntos de vista, sus instrumentos, sus referencias, e introdujo en todo lo que escribía para su curso una buena parte de lo que estaba viviendo. De pronto una escena real de celos, o una súbita fascinación amorosa, vividas recientemente, se mezclaban con narraciones e ideas de Goethe o de Novalis. Una conversación de ayer era tan válida y citable como un libro erudito. Porque en vez de analizar exclusivamente la literatura romántica alemana, lo que estaba analizando de hecho era el lenguaje del amor. De aquel curso surgió más tarde un libro que ese profesor, Roland Barthes, llamó Fragmentos de un discurso amoroso.

Y cierra este homenaje teniendo presente la muerte del semiólogo francés. Escribe en La violenta ausencia de Roland Barthes, 1915-1980, último trabajo del libro:

Es una debilidad extrema de los que quedamos ante la desaparición de alguien, ésta de buscar hacia atrás las huellas más profundas de lo irreparable. Modificar inevitablemente en nuestras impresiones el sentido de lo que ya fue para ponerlo al servicio de lo que ya no podrá ser. Hay en la violencia de la muerte que nos rodea una desgarradura que se unde en el pasado para nombrar, con el ruido de su quebranto, la imposibilidad de un futuro. Como si ante la ausencia de ese futuro necesitáramos del estruendo de las palabras ya dichas para llenar con urgencia ese hueco, ese silencio que se abre hacia delante.

Todos los textos de este libro, dieciséis ensayos en total, tocan fibras sensibles. El actor principal es la melancolía. Pero no, y lo aclara el autor, la melancolía vista a través de un análisis académico o de la idea de melancolía, más bien "es la historia múltiple y fragmentaria de un cuerpo que se ensaya en otros y que ve en ellos una parte de su propia melancolía".

Creo que todos hemos sentido esta melancolía ante determinadas experiencias, por ejemplo las de viaje. A mi me sucede que al llegar a mi destino siempre creo estar soñando. Miro la ciudad que visito y me quedo deslumbrada ante la belleza del lugar y quisiera que mis ojos fueran una cámara fotográfica viva para guardar conmigo cada detalle de lo mirado y tenerlo presente para toda la vida. Es curioso cómo la memoria guarda particularidades inexplicables sin saber por qué es así. Resulta natural recordar El Teide, el Danubio, el malecón de La Habana, el Estrecho de Gibraltar, el Sahara, el color de la arquitectura de Marrakesh o de Viena, las calles serprentineadas de Guanajuato, las pirámides de Teotihuacán, y todo lo destacable que podemos recoger a nuestro paso por otros espacios. Pero tener fijo el recuerdo de alguien que solo pasó frente a nosotros unos segundos como un vendedor de helados en una playa y su cantaleta característica anunciando su producto o aquél recepcionista con uniforme en una aduana, resulta extraño. ¿Por qué es así? Seguro nuestros sentidos tienen la respuesta.

Qué cierto es que cuando uno llega a un lugar se siente el "movimiento afectivo de la ciudad como un murmullo incubándose en todos los gestos y en las esquinas". Cuando Rilke llega a París en 1902, nos cuenta Ruy Sánchez, "instalado en un miserable cuarto de hotel de un barrio de estudiantes, escuchó nítidamente ese canto" y le afectó tanto su ánimo que dos años después de su primer contacto con París, comenzó a recoger sus primeras sensaciones e impresiones "dispersas en cartas y diarios para elaborar la historia de Malte Laurids Brigge: un poeta nórdico de 28 años que llega a París y sucumbe, dejando sus cuadernos de notas como único testimonio de su ocaso".

La vida y la literatura tienen más encadenamiento de lo que pensamos. Ruy Sánchez, apunta un ejemplo en el que yo siempre he pensado: al estar en Notre Dame ¿se puede dejar de pensar en el suicidio de Antonieta Rivas Mercado frente al altar de la virgen de Guadalupe? Al menos para quien conozca la importancia de esta intelectual en la historia cultural de México, sería imposible. En la escritura de quien percibe el "movimiento afectivo de la ciudad" es seguro que encontramos esos ecos de su propia vida, bastaría con recordar la obra de Kertész, Márai, Déry, Gide, Flaubert, y tantos otros. Es la melancolía como la de Rilke, la que muchas veces se convierte en una obra que viene a ser su mapa afectivo, como lo es este libro para Ruy Sánchez:

Con la melancolía en la punta de los sentidos, con la literatura como escala ascendente, por mis propios caminos y maneras, por mi propio cuerpo, comenzó a definirse el carácter de este libro. Para quien lo lea será evidente que este autor que habla tantas veces desde la melancolía que es innecesario enfatizarlo. Claro, sin excluir la paradójica realidad que tan bien expresaba Víctor Hugo al escribir que la melancolía es muchas veces la alegría de estar triste. Porque la melancolía de la literatura es búsqueda, una trayectoria anhelante desde las entrañas. Como ensayista de la melancolía, me paseo por el mundo ensayándome en diferentes materias, temas, libros, autores (...). El ensayo está lleno de vida porque en él está la vida del ensayista, su cuerpo.
Y en este libro vemos su vida a través de sus textos sobre Pier Paolo Pasolini, Italo Calvino, Marguerite Yourcenar, Beckett, Frisch, Shostakovich, Zamiatin, Orwell, Istrati, Herlinh, Dostoievski, Solzhenitsyn, Foucault y, por supuesto, Rilke y Barthes.

Alberto Ruy Sánchez, Con la literatura en el cuerpo. Historias de literatura y melancolía, segunda edición (México: Universidad del Claustro de Sor Juana / Taurus, 2008).

Antonieta Rivas Mercado

En Bellas Artes, una Antonieta Rivas Mercado desconocida.

Se recuerda a Antonieta Rivas Mercado como la mexicana que se suicidó en la iglesia de Notre Dame, en París. Esta imagen, que recorrió el mundo, se pretende desvanecer con el montaje de una exposición en el Palacio de Bellas Artes, que la muestra como una gran mujer de una inteligencia excepcional y de una cultura inigualable, capaz de promover la literatura, el teatro, la música y las artes plásticas de México en el extranjero.

Su biógrafa, Kathryn Blair, señala que “todos han visto a Antonieta como la mexicana que se quitó la vida. Pero cuando uno piensa en los años que ella vivió, de 1900 a 1938, son varias décadas de la historia mexicana sumamente importantes. En esos años ella reposiciona a México a nivel cultural y artístico, y lo hace con un grupo de intelectuales y artistas".

Tras hablar del personaje, a quien conoce bien por haber escrito el libro A la sombra de El Ángel, Blair sostiene que a través de la vida de Rivas Mercado “podemos ver lo que sucedía en México; vemos el porfiriato, porque su padre fue el creador del monumento de El Ángel que conmemoraba el centenario de la Independencia. A ella le tocaron los momentos álgidos de la Revolución, se escondía en el sótano mientras los revolucionarios andaban por las calles”.

En la exposición Antonieta Rivas Mercado, anunciada por las autoridades del Instituto Nacional de Bellas Artes como la primera actividad conmemorativa que organizan alrededor del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución, se recrean al menos tres años de la vida de esta polifacética mujer, a quien se le reconoce como la mecenas que apoyó la fundación del Teatro Ulises, el financiamiento de la revista de Los Contemporános, y que promovió a Manuel Rodríguez Lozano.

La hija del creador del monumento a la Independencia —mejor conocido como El Ángel de la Independencia—, mantuvo un estrecho contacto con los intelectuales de su época, como Alfonso Reyes, Federico García Lorca y José Vasconcelos, de quien se enamoró perdidamente.

La muestra —a inaugurarse el próximo 18 de julio— se integra con alrededor de 150 piezas a exponerse en las salas Tamayo, Siqueiros, González Camarena y Orozco del Palacio de Bellas Artes, y se divide en tres núcleos temáticos: contexto biográfico, entorno intelectual y contexto artístico nacional e internacional.

“¡Felicidad! ¡Mucha felicidad!” le trajo a Donald Antonio Blair Rivas recorrer la exposición montada en el Palacio de Bellas Artes, en homenaje a su madre: Antonieta Rivas Mercado.

A su memoria arribaron recuerdos de su infancia: “Tenía yo 12 años cuando Ignacio, el chofer, mi gran cuate, me llevaba al cabaret que abrió mi mamá, que se llamaba El Pirata; ahí, la idea era que fuera la gente del pueblo a comer y a bailar. Para mí el recuerdo más presente es éste, más que observando las obras en el Teatro Ulises”. Se sintió complacido que este reconocimiento que le hace el INBA: “yo me recuerdo de chamaco, con mi mamá, mi abuelo y mis tíos en la casa de Adamo Boari, uno de los arquitectos del Palacio de Bellas Artes”. Esta exposición, a decir de su hijo, borra la imagen de aquella mujer que se suicidó en París: “correcto, se muestra a una nueva Antonieta, no hay duda, gracias a quienes dirigen la Fundación Rivas Mercado”.

Ilustración y nota.

14 de julio de 2008

Interpretación y sobreinterpretación: Umberto Eco

"Ciertas novelas se vuelven más bellas cuando alguien las cuenta, porque se convierten en ‘otras' novelas" (Umberto Eco)

C

uando se hace crítica literaria, tomar una herramienta (teórico-literaria) que auxilie en el análisis del discurso ayuda enormemente porque impide que nuestra lectura del texto se “dispare”, esto es: se escriba sobre él lo que se cree y se siente, sin ningún fundamento concreto que lo sustente y solo porque nos parece que es así en virtud de nuestro propio sistema de expectativas, olvidando que la intención del texto (intentio operis) no aparece en la superficie textual. “O, si aparece, dice Eco, lo hace en el sentido de la carta robada. Hay que decidir 'verla' ”. Existe diferencia entre la crítica o interpretación intuitiva y la crítica o interpretación reflexiva, teniendo presente que para saber si es una mala lectura o interpretación se necesitan criterios para definir una buena lectura o interpretación, como apunta Umberto Eco en Interpretación y sobreinterpretación, con colaboraciones de Rorty, Culler, Brooke-Rose. Compilación de Stefan Collini, Trad. de López Guix (Cambridge University Press, 1995).

Sea como lector empírico (1), como crítico literario o como lector modelo (el postulado por el mismo texto), nuestra lectura interpretativa se inicia con una conjetura sobre esa intención del texto. Como había comentado en otra ocasión, en nuestra situación de lectores realizamos el círculo hermenéutico. “Un texto puede prever un lector con derecho a intentar infinitas conjeturas”, ¿cómo demostrar una conjetura acerca de la intentio operis?, pregunta Eco, y responde:

La única forma es cotejarla con el texto como un todo coherente. También esta idea es vieja y procede de San Agustín: cualquier interpretación dada de cierto fragmento de un texto puede aceptarse si se ve confirmada –y debe rechazarse si se ve refutada- por otro fragmento de ese mismo texto. En ese sentido la coherencia textual interna controla los de otro modo incontrolables impulsos del lector.

En Los límites de la interpretación (1998), lo dice asi:

La iniciativa del lector consiste en formular una conjetura sobre la intención de la obra. Esta conjetura debe ser aprobada por el conjunto del texto como un todo orgánico. Esto no significa que sobre un texto se pueda formular una y sólo una conjetura interpretativa. En principio pueden formular infinitas. Pero al final, las conjeturas deberán ser aprobadas sobre la coherencia del texto, y la coherencia textual no podrá sino desaprobar algunas conjeturas aventuradas.

La crítica literaria, y obviamente quien la hace, es muchas veces rechazada, no agrada. Lo que digo ahora no es en su defensa porque particularmente no pienso que la necesite aunque sea, en ocasiones, rehusada (dentro del tema literario muchas cosas lo son y su por qué es problema de la Teoría de la recepción). Lo que sí me interesa señalar, es que así como hay escritores malos los hay buenos, de igual forma así como hay críticos literarios malos los hay buenos. El escritor sin el lector ¿qué sentido tendría? y viceversa, sin obra no habría lector. El crítico literario ante todo es un lector y su lectura plasmada en escritura es un ensayo, es literatura. Que puede gustar o no, es cierto, como igualmente es cierto el que puede gustar o no una novela o un cuento de un autor.

Recuerdo ahora unas palabras de Alberto Ruy Sánchez: "El ensayo es una memoria cifrada, la bitacora afectiva de una errancia: un recuerdo reflexivo de aquello que la vida depara a quien no puede escribir sino combinando su sabor con su saber. Sabor y saber: fórmula que le encantaba usar casi como emblema al ensayista Roland Barthes, porque para él esa combinación era la clave del ensayo verdaderamente literario. Donde el saber toma sabor aparece el escritor y desaparece el escribano".

Con los siguientes señalamientos de Eco, estoy totalmente de acuerdo:

¿Tenemos derecho a preguntar cuál fue la “verdadera” intención de Wordsworth al escribir sus poemas de “Lucy”? Mi idea de la interpretación textual como una estrategia encaminada a producir un lector modelo concebido como el correlato ideal de un autor modelo (que aparece sólo como una estrategia textual) convierte en radicalmente inútil la noción de la intención de un autor empírico. Tenemos que respetar al texto (2), no el autor como persona de carne y hueso. No obstante, puede parecer demasiado crudo eliminar al pobre autor como algo irrelevante para la historia de la interpretación. Hay en el proceso de comunicación casos en que una inferencia sobre la intención del hablante es de capital importancia, como ocurre siempre en la comunicación de cada día. Un anónimo que diga “Soy feliz” puede referirse a una infinita gama de posibles sujetos de la enunciación, es decir, a toda clase de personas que no se consideran tristes; pero, si, en este preciso momento, pronuncio la frase “Soy feliz” es absolutamente cierto que mi intención es decir que el feliz soy yo y no otro, y ustedes están invitados a hacer tal presuposición, en bien de la “felicidad” de nuestra interacción. ¿Podemos (de modo similar) tener en cuenta casos de interpretación de textos escritos ante los cuales el autor empírico, aun vivo, reacciona diciendo “No, no he querido decir eso”?

Tema que trata en el siguiente capítulo de este libro y que titula “Entre el autor y el texto”, del que me gustaría hablar después.

Todo esto ayuda a percibir que el acto de lectura, de la crítica literaria, no es cosa fácil ni sencilla, pero siempre muy grata.

__________

(1) “El lector empírico puede leer de muchas maneras, y no existe ninguna ley que le imponga cómo leer, porque usa el texto como recipiente para sus propias pasiones” (Eco, Seis paseos por los bosques narrativos, 1996).

Lector Modelo: el capaz de participar en la actualización de las intenciones que el enunciado contiene virtualmente –cooperación textual-. La cooperación textual es un fenómeno que se realiza entre dos estrategias discursivas, no entre dos sujetos individuales. Autor Modelo y Lector Modelo, se entenderán como tipos de estrategia textual.

El autor empírico: quien escribe la novela o el cuento (el escritor, que no es el autor modelo). También en Seis paseos por los bosques narrativos lo explica visiblemente:

El lector modelo de primer nivel desea saber cómo acaba la historia. El lector modelo de segundo nivel se pregunta en qué tipo de lector le pide esa narración que se convierta y quiere descubrir cómo procede el autor modelo que lo está instruyendo paso a paso. Para saber cómo acaba la historia basta, por lo general, leer una sóla vez. Para reconocer al autor modelo es preciso leer muchas veces, y algunas historias hay que leerlas una e infinitas veces. Sólo cuando los lectores empíricos hayan descubierto al autor modelo y hayan entendido (o incluso solamente empezado a comprender) lo que "Ello" quería de ellos, ellos se habrán convertido en el lector modelo ideal. Lector Modelo: el capaz de participar en la actualización de las intenciones que el enunciado contiene virtualmente –cooperación textual-. La cooperación textual es un fenómeno que se realiza entre dos estrategias discursivas, no entre dos sujetos individuales. Autor Modelo y Lector Modelo, se entenderán como tipos de estrategia textual.

(2) El énfasis es mío.

El ensayo

Escribir ensayos es quizás una manera de evitar o retrasar el momento de escribir. En la forma del ensayo la palabra tiende un puente hacia otras palabras que la esperan en la orilla opuesta y esta seguridad es al mismo tiempo un descanso y una incitación. Descanso porque se tiene el conocimiento de que el movimiento del lenguaje cuenta con un apoyo seguro al buscar su meta; incitación porque es apoyo, que es la obra de la que estamos hablando, la obra de la que el ensayo extraerá su forma, nos abre la posibilidad de tocar esa meta, que no es otra que la incierta realidad que la literatura nos parece capaz de tocar, pero que ahora se presenta sostenida por la realidad que ella misma ha creado en vez de lanzar nuestras palabras hacia lo desconocido como cuando partimos en su búsqueda sin más seguridad que la que su propio despliegue va creando.

En este sentido, el ensayo es una forma de creación que nos habla también de la angustia de la creación cuando ésta busca su respuesta en el propio acto; pero lo hace de una manera indirecta. En él celebramos desde el principio la existencia de la forma misma de arte en cuyo examen encuentra su fin. Sin embargo, este examen no es siempre un fin absoluto, porque también el ensayo aspira a constituirse en una forma que se sume a su textura, esa red de alusiones abiertas creada por la literatura mediante la palabra que, al decirse a sí misma, se convierte en el fundamento, alimenta y hace posible la imagen en que se abre y se muestra la realidad. Y así, con él, contribuimos a extender y afirmar el campo en el que encuentra refugio la creación pura, aquélla que parte en busca de su propio objeto confiada sólo en sí misma.

Juan García Ponce, El reino milenario.

11 de julio de 2008

Semántica de las imágenes

Raymundo Mier, Mauricio Beuchot, Carlos Pereda, Semántica de las imágenes. Figuración, fantasía e iconicidad, Coordinador, Diego Lizarazo (México: Siglo XXI, 2007)

C

onozco a los tres autores de estos ensayos, los tres excelentes. Raymundo Mier, es un querido amigo desde hace varios años cuya obra crítica y teórica admiro mucho. He tenido la fortuna de tomar algunos cursos con el Maestro Mauricio Beuchot, escuchar sus conferencias y leer sus ensayos, al igual he leído a Carlos Pereda. En este libro están reunidos los tres para hablar de un tema que particularmente me interesa: la semántica de la imagen.

Dice el profesor-investigador Diego Lizarazo, en la Introducción:

Los problemas semánticos de la imagen se han abordado en la confluencia de disciplinas diversas: la semiología (Eco, Lotman, Barthes), los estudios cinematográficos (Metz, Aumont, Casetti), la iconología (Panofsky, Hammon, Shapiro), la psicología de la percepción visual (Arnheim, Gombrich, Gibson) o la antropología visual (Brigard, Turner, Whittaker).

Mauricio Bechot, en "Interpretación, analogía e iconicidad", aborda el tema de la interpretación de los signos icónicos, aquellos que se basan en la semejanza de cualidades o propiedades con sus originales. Pienso en un retrato nuestro o en un mapa, por ejemplo. Los signos icónicos no siempre implican todas las cualidades o propiedades, “el ícono es el signo que está basado en algún tipo de semejanza (…) El signo icónico es el que más requiere de la interpretración, para hacerlo hablar”.

Carlos Pereda, hace y se hace varias preguntas sobre la diferencia entre imginación y fantasía, título de su ensayo. Y nos ofrece respuestas, por supuesto. El texto de Raymundo Mier, "Figuraciones inaprehensibles", toca un tema apasionante: la mirada, el acto de mirar, lo mirable, lo que escapa a la mirada. Toma las diferencias y semejanzas entre las perspectivas interpretativas sobre la imagen de Benjamin y Freud. "El mirar, capturado por el impulso estético, es por lo tanto conducir la mirada por la vía que se encamina hacia el placer, y el acrecentamiento del vértigo...".

Este tema de la mirada es muy interesante en la literatura y en el arte en general. El mirón conlleva lo que mira y la mirada. El Otro se presenta ante nosotros ante la mirada y cuando somos mirados, la mirada de ese Otro es importante para nosotros. "Existimos para el Otro, por la mirada", dice Merleau-Ponty.

Un libro que recomiendo mucho para todo interesado en la figuración, la imagen.

10 de julio de 2008

Memín Pinguín, y otras cosas

Leo dos notas que me provocan no se si molestia o enojo, tal vez el no poder hacer nada me causa impotencia. La primera, es sobre el comic mexicano Memín Pinguin, creado por Yolanda Vargas Dulché en 1945, y dibujado por el maestro Sixto Valencia. La Historieta constó de 372 capítulos semanales en sepia y fueron reeditados en 1952, más tarde en 1961 y en 1988, esta vez a color. La reedición actual, llamada "Homenaje", es del 2005.

Yolanda Vargas Dulché, toma el nombre del apodo de su esposo, Guillermo de la Parra Loya, quién trabajaba en aquellos años en un banco y que luego sería el fundador de la Editorial Vid, a quien sus amigos le decían: "Memín Pinguín", por que era todo un pingo; o sea que era muy travieso ("Memín" es el diminutivo cariñoso de Guillermo; "Pinguín" es el diminutivo cariñoso de pingo). La historieta de Memin Pinguin, trata sobre las aventuras de Memin y sus entrañables compañeros Ernestillo, Carlangas y Ricardo. Memin, es un negrito simpático de edad indefinida, mediocre estudiante de tercero de primaria, que tiene una sinceridad conmovedora y un alma sin dobleces, pero también es malicioso y hasta tramposo. Tiene una terrible facilidad para provocar enredos, a los que arrastra a sus amigos. Su forma de explicar las cosas recuerda al cómico mexicano Cantinflas, ya que el "cantinfleo" se muestra en todo su esplendor. Los valores de amistad y familiares sobresalen en cada página y es de las pocas revistas que manejan el lenguaje popular.

De niña siempre leía las aventuras de Memín, no creo que haya mexicano que no hiciera lo mismo. No se si recuerden que hace algún tiempo comenté que de Ramón Valdiosera (escritor, escenógrafo, coleccionista, director de documentales, antropólogo, arqueólogo y diseñador de modas, "a él se debe la confección de trajes típicos regionales que aún identifican a la mayoría estados de la República", pero sobre todo historietista), fue la idea de llevar a Memín Pinguín, el negrito travieso, a los timbres postales con la complicidad de Sixto Valencia, otro de los grandes caricaturistas del país. Así, el 28 de Octubre del 2005 apareció Memin en cinco estampillas como parte de la serie "La caricatura en México" y en homenaje. Y aunque parezca increible (a mi sinceramente no me lo parece ni me sorprende en lo más mínimo), estas estampillas causaron controversia al ser consideradas por parte del gobierno estadounidense como racistas "por ser un estereotipo de la gente de raza negra".

Pero sigue "la mata dando", como dicen los jarochos, y el gobierno de Estados Unidos sigue metiéndose no solo en donde no lo llaman (que jamás ha necesitado pedir permiso para ésto en el mundo), sino usando lo que puede para su publicidad política. Señala la nota:

“Incluso algunos hispanos con conciencia saben que esta imagen es racista y totalmente inaceptable”, declaró Quanell X, un polémico dirigente comunitario afroestadounidense que se presentó a las puertas de una sucursal de Wal Mart en Houston para exigir el retiro de Memín Pinguín.

Tras recibirse las primeras protestas, los responsables de Wal Mart han procedido a retirarlas de sus anaqueles de libros y publicaciones en español en algunos de sus establecimientos en Houston. El retiro, tan discrecional como preventivo de los ejemplares, ha coincidido con declaraciones de líderes comunitarios vinculados a la campaña de Barack Obama, que han advertido contra los intentos de enfrentar a las comunidades hispana y afroestadounidense en plena campaña electoral.

“Qué casualidad que haya sido en Texas, un bastión republicano, donde se están dando estas protestas. Tal parece que hay quienes siguen interesados en crear pretextos para acentuar divisiones entre hispanos y afroestadounidenses con un personaje que nada tiene que ver con la realidad política de Estados Unidos”, aseguró Juan José Gutiérrez, de la organización Latino USA y miembro de la campaña de Obama en California.

Desde la editorial Vid, dueña de la imagen y los derechos de Memín Pinguín, sus responsables aseguran que la historieta “no tienen nada que ver con la actual campaña en Estados Unidos”, mientras invitan a sus detractores en la Unión Americana a conocer más de cerca de una de las figuras más entrañables de la cultura del cómic en México.

“Es increíble que protesten contra Memín Pinguín, un personaje que lucha contra la discriminación y que resalta la belleza espiritual por encima del aspecto físico, pero no dicen nada contra algunas de las películas de Eddie Murphy que se venden también en Wal Mart y que, ésas sí, ridiculizan a los afroamericanos con personajes que se convierten en mujeres gordas de más de 400 kilogramos”, consideró Manelik de la Parra, presidente del Grupo Editorial Vid.

“Tenemos tres años de vender las historietas de Memín Pinguín en Estados Unidos y nunca habíamos tenido problemas. Pero, al parecer, algunos tienen sus motivos políticos y se empeñan en ver racismo donde no lo hay”, insistió De la Parra.

Las protestas contra Memín Pinguín han sido protagonizadas en Houston por personajes como Qanell X, un viejo conocido de la comunidad afroestadounidense en Texas por sus desencuentros con la policía y su participación en episodios de violencia.

La segunda nota sí me ha causado más extrañeza porque viene de alguien a quien leo y me parece una persona preparada. Escribe el siguiente título: "La antiespaña no descansa, ni siquiera en México", y referencia con él la siguiente nota: Un anciano organiza un curso de ayapaneco para salvar un idioma que sólo hablan dos personas. Quise poner un comentario en su blog pero no me fue posible porque se tiene que estar registrado, pero quisiera preguntarle el por qué de este título y ¿dónde está en la nota lo antiespañol? o ¿es burla y no comprendo?

Aclaración, 11 de julio:

Agradezco a Alberto Haj-Saleh, su pertinente comentario sobre el texto de Escolar. Si desean, pueden leerlo AQUÍ.

Y sobre esta polémica tan tonta (pero tan conveniente para ellos en este momento) que ha abierto algunos políticos de Estados Unidos, dejo un excelente comentario de un visitante de este blog, muchas gracias. Fernando Acevedo, un mexicano que nos escribe desde Italia, AQUÍ lo pueden leer.