4 de julio de 2008

El último lector: Ricardo Piglia

Ricardo Piglia, El último lector (Barcelona: Anagrama, 2005)

El último lector, es un libro que se disfruta. Sencillo, de fácil lectura, ameno. El tomar escenas de lectura que habitan en las obras literarias para ofrecer toda su concepción sobre el lector, la obra y el autor, me parece muy interesante. Cuando en "Una librería de París", en el capítulo Lectores imaginarios, nos comenta que una de las más grandes representaciones modernas de la figura del lector es la del detective privado del género policial, viene de inmediato a nuestra mente Auguste Dupin, el detective creado por Poe. Y también pensamos en el gran Kurt Wallander, el inspector de policía concebido por Mankell, a quien le gusta leer (aunque siempre llegue tan cansado a su casa y con poco tiempo para estar tranquilo).

Y en efecto, Piglia nos habla de Dupin, describe la escena inicial en "Los crímenes de la calle Morgue" de Poe, escrito en 1841:

La escena inicial de "Los crímenes de la calle Morgue" sucede en una librería de la rue Montmartre, donde el narrador conoce por azar a Dupin. Los dos están ahí "en busca de un mismo libro, tan raro como notable". No sabemos qué libro es ése, pero sí el papel que cumple: "Sirvió para aproximarnos", se dice. El género policial nace en ese encuentro.

Dupin se perfila de inmediato como un hombre de letras, un bibliófilo. "Me quedé asombrado", confiesa el narrador, "por la extraordinaria amplitud de sus lecturas". Esa imagen de Dupin como un gran lector es lo que va a definir su figura y su función.

Por otro lado, ese encuentro configura y anticipa la clásica pareja de hombres solos atados por la pasión de investigar. Dupin podría ser considerado la prehistoria o la serie de célibes fascinados por el deseo de saber: el soltero, solitario, extravagante, se une aquí -a la manera de Bouvard y Pécuchet, pero también de Holmes y Watson- con un amigo, con quien convive.

Otra hermosa escena de lectura es la de Anna Karenina, está en el capítulo 29 de la primera parte. Anna, va en un tren, "vuelve a su casa, va de Moscú a San Petersburgo. Ya ha conocido a Vronski, que será su amante y la conducirá a la desgracia, y ese viaje será decisivo porque él también está en el tren (aunque ella todavía lo ignora)":

Todavía sintiendo la misma inquietud que la había embargado durante todo el día pero con cierto placer empezó a acomodarse para el viaje. Abrió con sus manos pequeñas y ágiles el saquito rojo, sacó un almohadón que se puso en las rodillas y envolviéndose las piernas con la manta, se arrellanó cómodamente. Le pidió a Aniuska la linternita que sujetó en el brazo de la butaca y sacó de su bolso un cortapapeles y una novela inglesa.

Todo está en esa descripción, en los detalles que construyen la escena de lectura: la sensación de abrigo y de comodidad, la linterna -un momento que me parece fantástico: ella tiene su propia luz-, la criada que la atiende, las relaciones sociales que sostienen de manera implícita la escena y, por supuesto, la práctica previa a la lectura, que ya se ha perdido, de abrir los libros, de separar sus páginas con un cortapapeles.

¿Qué es un lector? pregunta Piglia, y él mismo nos responde: "La pregunta qué es un lector es, en difinitiva, la pregunta de la literatura".

Continuación de:

1. La seducción a través de la escritura y lectura.

2. "El despertar de Molly": La lectura de los cuerpos.